Partida Rol por web

Los insectos no podían hacer nada contra lo que no estaba vivo, o al menos, contra la vida que corría por el interior de Égida. Se lanzaban contra su blindaje y picoteaban en los huecos buscando entrar, pero sólo conseguían ser repelidos por la energía que inundaba y potenciaba al blindado.

—Éste no es lugar para ti, espíritu —bramó, haciendo que el símbolo de Gond grabado en su pecho brillara con fuerza. Las runas de su corpachón blindado relampaguearon cuando Égida centró su atención en Strongor, mientras que el torbellino que había invocado arremetió contra los Garradragón que entraban en escena—. ¡Tu magia impía es inútil!

Égida lanzó su ataque hacia los garradragón, pero de poco había servido. Tampoco parecían ahora una amenaza, pues ambos trataban de sobrevivir al enjambre de insectos, cosa que conseguían a duras penas.

-¿Qué intentas criatura metálica? He superado la muerte de formas que tu cerebro jamás comprendería-dijo riéndose de su intento por expulsar su espíritu de aquel plano de existencia.

Parecía estar a punto de rematar a Grend cuando la espada de Abdali lo atravesó desde atrás haciéndole soltar un aullido de dolor. Se giró sin girarse, como si atravesase su propio cuerpo. Su cara apareció por su nuca y su torso se dio media vuelta encarando a Abdali y con un rápido movimiento le devolvió el golpe con su acero helado.

Aunque su fuerte constitución resistía el ataque del enjambre, se estaba llevando más golpes de los que daba. No iban a poder aguantar mucho más de seguir así.

Su intento de repeler a la criatura no tuvo el éxito esperado, pues sólo consiguió que la nube de insectos se cerniera sobre él y lo derribara. Notaba miles de seres correteando por su interior, chisporroteando y arrancando pedazos de blindaje. Se incorporó a duras penas y lanzó otra secuencia de ataques, deseando acabar con él para que esa nube letal desapareciera.

Si no, estaban muertos.

- Puaj, no solo parece un pedo flotante, y huele como tal, es que hasta sus insectos saben a mierda...

Aquellas moscas seguían estando allí, parecía haber un número infinito de ellas. El elfo iba a retirarse para salir de aquel lugar pero no pudo hacerlo a tiempo.
Gritando de dolor cayó al suelo muy malherido. Ojalá que no sean necesarias sus habilidades para salir de allí con vida.

- Mira, en serio, ¡un mono con tres cabezas! ¡Todos al Sur! Pi piiiiii ¡Que vienen las arañas!

Los dos cultistas habían caido presa de los insectos. Cucarachas, langostas, moscas, escarabajos, mosquitos, revoloteaban por toda la sala haciendo casi imposible moverse. Lirio también cayó, semi inconsciente tratando de invocar más insectos para acabar con aquella plaga. Grend' Dail estuvo a punto de sucumbir también mientras Égida y Abdali luchaban como podían para mantenerse en pie. Pero entonces los insectos comenzaron a marcharse, revoloteando y saliendo por las ventanas que daban al patio y entre las rendijas del techo y las paredes, quedando unos pocos bichos por ahí.

Frente a ellos el siniestro espiitu les observaba con los ojos incandescentes llenos de furia. Movía la boca como si quisiera decir algo pero las palabras no le salían, pues, una flecha había atravesado su garganta. La fugura comenzó a evaporarse poco a poco mientras, lleno de rabia, Strongor Bonebinder trataba de maldecir a aquellos que habían impedido el regreso del culto de Myrkul de nuevo a la vida. Al cabo de unos minutos no quedaba nada de él. Excepto el pesado tomo de cuero, que se apresuró a coger Mandibula Fuerte.

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-¿Estais todos bien?-preguntó el arquero bajando el arco. Se acercó a Lirio, que estaba inconsciente, y se apresuró en estabilizarlo y quitarle algunos escarabajos que aún correteaban por encima de él, despertándolo.

-Uff nos ha ido de un poco, ese dragón podría haber avisado que nos estaba haciendo buscar algo tan peligroso-se quejó.

-Deberíamos descansar para tomar algo de aliento, pero con la batalla de fuera no sé si vamos a poder. ¿Cómo lo ves, amigo?- preguntó a Mandibula Fuerte que era el que sabría más sobre el estado de la lucha y sus posibilidades.

Agotado, aunque raramente se sentía sin fuerzas, Égida se dejó caer al suelo para inmediatamente arrastrarse de rodillas hasta sus compañeros más lastimados para canalizar su energía y cerrar sus heridas. Se sentía... vacío, como cuando combatía durante mucho tiempo seguido sin descansar. Imaginaba que era lo mismo que le sucedía a Airic con sus hechizos y seguramente les pasaría también a sus nuevos compañeros de batalla.

—Estoy de acuerdo, ¿pero dónde? —respondió, revisando el lugar donde había caído el espíritu para ver si había algo de valor más allá del libro que Mandíbula Fuerte había corrido a recoger. Mira, para eso sí se mueve—. El lugar ahora mismo debe de estar revolucionado tras el incendio y seguramente estén inspeccionando la fortaleza.

Grend abrió los ojos cuando sintió la calidez de la curación. Se llevó corriendo la mano a la cara y luego al pecho, para después calmarse un poco. Vio como el constructo estaba curando al sátiro.

Como me duele mucho y os estoy viendo a vosotros supongo que hemos ganado. Bufff. Nos ha ido de un pelo supongo.

Echó un vistazo a su alrededor. Decidme que ese cabrón no muerto tiene algunos objetos mágicos que no están malditos y podemos usar. Para que al menos haya valido la pena todo esto.

Descansar sonaba muy bien en su cabeza. Pero no veía cómo hacerlo en medio de todo aquel jaleo.

Si encontráis un sitio donde podamos hacerlo por mí encantado. Pero casi seguro que en algún momento van a echar de menos a esos dos.

Lirio solo pudo aportar a la conversación una sarta de extraños ronquidos terminados en una tos y una mosca que salió disparada de su nariz con la tos.

El espiritu de Bonebinder había desaparecido, con un poco de suerte para siempre. Se había cobrado la vida del noble Airic y de dos cultistas y había estado cerca de matar a los demás. No quedó rastro de él, pero en la estatua, en el cajón donde habían encontrado aquel libro maldito había también otra cosa. Una daga de color azabache cuyos filo ligeramente curvado denotaban su naturaleza. Cruel y retorcida aquella daga* parecía impregnada con un denso veneno negro que en las manos equivocadas podía causar mucho daño.

Mandibula fuerte señaló los cadáveres de los dos cultistas. 

-Esos doss han venido de ahi arriba, assguremonos de que no hay nadie máss y quizás podamoss descansar un poco. La muerte negra esstará contento cuando le entrege el libro-dijo con lo que podía considerarse una especie de enhorabuena a los aventureros. Después miró el cuerpo que yacía en un charco de sangre del joven noble de Aguas Profundas-. ¿Qué vaiss a hacer con vuesstro amigo?

Grend se acercó a la daga que había quedado en el suelo.

-Tiene buena pinta la verdad. Algo tétrica, pero seguro que se puede sacar una buena suma por ella. Y me apostaría la mano de alguien a que es mágica.-

El comentario sobre descansar en el lugar donde habían venido aquellos no era malo del todo.

-Bueno. Siempre podemos echar un vistazo y tratar de recuperar el aliento, aunque sigo sin tener nada claro que no nos vayan a venir a buscar.-

Se fijó en como miraban los demás a tipo muerto, el que parecía un noble. Al menos vestía como tal y hablaba igual de pedante que uno. Se acercó a Abdali y le puso una mano en el hombro a modo de camadería. Lo había visto hacer alguna vez.

-Lamento vuestra perdida. Si queréis me encargo yo de él. Vosotros estáis en mejor estado por si arriba hay problemas. Lo envolveré con su manta y lo dejaremos en algún lugar seguro para darle un digno entierro cuando salgamos de aquí.-

No había sido el mejor compañero ni el más comprensivo, pero habían combatido juntos y sangrado a conciencia, y eso unía a la gente. De hecho, era el primer compañero que perdía desde que comenzara sus aventuras en Nidoverde. Y aunque debería llorar su pérdida, y no podía, lo lamentaba profundamente.

Revisó su equipo y su monedero — no iba a permitir que esos viles batracos ni cultistas se apropiaran de lo que tan duramente se había ganado el noble — y lo añadió al fondo común que gestionaba.

—Quememos su cuerpo —respondió a Grend, aunque agradeció su propuesta. Usó aceites y antorchas de aquella sala y, tras musitar unas palabras, incineró el cadáver. No sabía si había opciones de que usaran su cadáver para profanarlo de alguna forma, pero no iba a permitirlo.

Después, tocaba revisar el resto del edificio como habían sugerido, era momento de descansar.