Lilith siguió a Eco sin echar un último vistazo al fantasma; la situación estaba controlada y el leve pánico que había sentido minutos antes se había desvanecido. Había sentido una repentina atracción por los pergaminos que descansaban al pie del sarcófago central, pero tras echar un último vistazo, decidió respetar su lugar. Si estaban allí escondidos, había de existir una razón. En cuanto Eco desapareció por la trampilla, miró a Galdar. Ambos asintieron y pegó un brinco agarrándose a los brazos del semi-orco.
Gracias, susurró con un asentimiento.
xp actualizada
¿Gracias?
Sí, sí, sí... lo que quieras. Pero menos hablar y más darse prisa. ¿Galdar?
Solo quedaba el clérigo. Tendió la manta una vez más, para que el sacerdote se cogiese a ella.
La sombra no se movió ni un ápice de su posición, aunque hizo un ligero asentimiento, tan imperceptible y poco definido que a Eco le pareció haberlo imaginado, en respuesta a su última frase. Se quedó allí, a la espera de lo que sucediera, o al menos, era la impresión que ellos tenían. ¿Quién sabe cuánto puedes confiar en un ser espectral?
Poco a poco y trabajando en equipo, consiguieron salir de la cripta y cuartos personales de Eralion donde se habían introducido, para llegar hasta la torre. Una vez allí, Sapo se quedó apartado, sentado y leyendo con suma atención el libro que había conseguido, aunque las letras le bailaban delante de sus ojos debido al cansancio, escapándose de su mente cada vez que él intentaba introducirlas por pura fuerza de voluntad. Mientras tanto, Galdar, agradeciendo al resto su ayuda, fue el último en salir de la cripta pero el primero en entrar en la Iglesia una vez todos estuvieron arriba.
Ya dentro de la torre, y tras casi tres horas de trabajo en la que todos y cada uno de ellos (excepto Sapo) estuvieron limpiando excrementos de Orco y suciedad, arreglando lo mejor que pudieron los pocos bancos que habían y adecentando el lugar, decidieron descansar, pues Galdar había anunciado que debía hacerlo para terminar lo que habían empezado. La puerta se podía cerrar y en lo alto de la torre, a la cual se llegaba mediante una escalera vertical de hierro que había detrás de una cortina, se podía hacer guardia vigilando el entorno. Lilith se ofreció voluntaria para vigilar desde arriba, ya que sus ojos de elfa le daban ventaja con la luz nocturna a su favor, y ella podía aguantar un día sin dormir sin ningún problema, aunque no tuvo que hacerlo porque Lauriel fue a sustituirla mediada la guardia. En el interior de la Iglesia se hicieron turnos para pasar la noche. Fue una noche intranquila, pues el lugar rezumaba maldad y amenaza, como si algo estuviera observándote y no pudieras definir qué es, todos podían sentir los nervios a flor de piel y tenían deseos de salir de allí, pero era un lugar relativamente seguro y era preferible hacer noche allí.
Por la mañana, Galdar se postró delante del altar de su Dios, rezando fervorosamente, mientras Sapo, ya descansado y con energías renovadas, concentraba toda su atención en el libro, desentrañando los conjuros con facilidad. Si quería pasarlos a su propio libro, debía ir a un sitio donde pudiera estar tranquilo y pasar varios días realizando la tarea, que no era tan sencilla como parecía. Al terminar los rezos, Galdar le pidió al resto que le ayudaran, para realizar el ritual entre todos.
- Debemos volver a consagrar ésta capilla a San Cuthbert, pues ha sido mancillada por esos execrables Orcos y su sucio clérigo - dijo, repartiendo entre ellos el contenido de una bolsa algo pesada que llevaba. - Es plata pulverizada, debéis repartirla por todo el lugar. -
Pronto, el suelo brillaba merced a la luz de las velas reflejada con el polvo de plata, y Galdar, de pie delante del Altar, sacó un vial de agua bendita y comenzó a salpicarlo todo mientras de sus labios salían rezos suplicando la atención de San Cuthbert, así como su poder para consagrar la capilla. Los rezos no duraron demasiado, y apenas había terminado cuando pudisteis sentir que esa extraña sensación de intranquilidad y amenaza era sustituida por reverencia y paz, la misma que uno siente al entrar en un lugar sagrado.
Apenas un minuto después, una sombra apareció por la puerta, recorriendo el suelo como un nadador recorrería la superficie de un lago, volviendo a materializarse delante del Altar.
Por espacio de unos momentos, la sombra pareció dudar, pero se postró delante del Altar y la misma voz, con múltiples Ecos, se escuchó en el lugar - San....San Cuthbert, mi...mi señor - comenzó la voz, temblorosa pero cogiendo fuerza y confianza según avanzaba - per..perdonadme por mis pecados, que son múltiples, por mi desmedida ambición, por mis tratos con demonios, por mi orgullo...¡Salvadme, mi señor! ¡Perdonad a mi alma!¡Llevadme con vos! ¡Me arrepiento de todo lo que he hecho!¡ME ARREPIENTO! -
La congoja y el pesar teñían todas y cada una de las palabras, así como lo que a todo el mundo le pareció una brutal sinceridad.
Durante un largo minuto no se escuchó nada, salvo las respiraciones casi contenidas de los presentes. Un suave tañido, como de una campana ligera, sonó a su alrededor, salido de ninguna parte.
Con un repentino estallido de luz, la sombra desapareció....y dos brazaletes plateados cayeron al suelo tintineando, quedando allí como mudos testigos de que aquel había sido el último lugar que Eralion, el mago, pisó.
Galdar miró a todos, abriendo los brazos a ambos lados de su cuerpo. - ¡Regozijaos, pues habéis asistido a un acto divino! San Cuthbert ha hablado. Lo ha juzgado y destruído, liberándolo de su tormento y mandando su alma al Abismo, al trono de huesos de Orcus, para que reciba su eterno y justo castigo. Esto es lo que espera a los que sigan la senda del Mal....así que elegid bien. - Al ver las cariacontecidas caras de sus compañeros, añadió - ¿Qué esperabais, un final feliz? San Cuthbert es el Dios del justo castigo. Eso es lo que ha tenido. -
Ahora tocaba recuperar los tesoros de los que hablaba la carta que habían encontrado, y volver a Fairhill para informar.
- Vamos, terminemos con ésto. - añadió Lauriel, con una indefinida tristeza en su voz. Para los elfos, la vida era algo sagrado, y saber que un alma estaba condenada al sufrimiento eterno, era algo que incluso a la dura elfa, lugarteniente de Baran, le costaba aceptar, por maligno que fuera.
Fin de la aventura.
Poring: 30 PX a todos.
Dadme un par de días para abrir un epílogo y allí podréis poner un último post para indicar lo que hacéis al volver a Fairhill y hacia dónde se dirigen vuestros personajes (intenciones, destinos...etc..).
También repartiré los últimos puntos de experiencia y haré una lista detallada del tesoro de Eralion, para que os lo podáis repartir. Asumir que los objetos mágicos y demás cosas os serán identificados gratuitamente en recompensa por vuestra labor por Fairhill.
Espero que os haya gustado.
Por cierto, si alguien quiere poner un post aquí, para relatar lo que piensa, siente, etc...su personaje durante ésta última noche y todo el proceso de "limpieza y restauración", es libre de hacerlo.
Un profundo desasosiego inundó a Estragón en la capilla. Si el alma de Eralion había ido a parar al abismo, ¿cual fue el destino del alma de Shagar? El cocinero no sabría decir si su hermano era bueno, o malo. Sus conocimientos sobre el más allá y las distintas religiones también era limitado. Solo esperaba que Shagar diese con mamá, en el plano que fuese.
Hasta ese momento religioso, en la capilla, Estragón había creído que todo lo que podía hacer por su hermano fallecido, su difunta madre y la oreja cercenada era vengarles. La venganza era la respuesta obvia a todos los problemas. De hecho, el desafíio de Nagrod el Rojo seguía ahí, tentadoramente localizable para golpearle la cara con el puño cerrado. Pero si su madre o su hermano estaban sufriendo algún castigo divino por los pecados en vida, Nagrod dejaba de ser una prioridad. ¿No era mejor viajar por los planos y poner a salvo de todo tormento los espíritus de sus seres queridos?
Aquel era un proyecto demasiado ambicioso para un simple cocinero. ¿Por dónde empezar?
Lilith, sin embargo, solo había sentido tranquilidad durante su vigía en lo alto de la torre, pensando y contemplando todo salvo el significado de su labor. Los dioses, diosas, espíritus, santos... todo aquello, aunque sabía real, se le antojaba lejano, como si no fuera de su incumbencia. Y sí, había sentido la ráfaga de renovación que habían traído las palabras del clérigo, pero su mente, de alguna forma, las filtraba sin remordimiento alguno hacia la vasta sección de memoria a largo plazo de su cerebro. No se consideraba una infiel, por San Cuthberth que no. Ella creía. Sus razonamiento, no obstante, era mucho más terrenal y no se paraba a admirar los hechos divinos. Los hechos ordinarios llamaban más su atención. Por eso abandonó su hogar, y por eso seguiría caminando por el vasto continente, en busca de nuevas aventuras con seres reales, como los que compartían su espacio vital en ese momento, en la capilla. Sabía que la compañía no duraría demasiado, pero acompañarles de vuelta a Fairhill y despedirse de todos, incluida la dama Shandrill, era un gusto que nadie le iba a negar.