Los recuerdos son fragmentos inconexos.

Ni siquiera sé si son míos pero el dolor si lo es.

Algo me han arrancado pero no puedo ver que es.

¿Alguna vez tuve sentidos o solo es el vacio?

El tiempo no significa nada cuando las herramientas para medirlo desaparecen.

Segundos o tal vez eones corren como la arena entre las fauces del destino.

Esta es mi prisión de carne y metal.

Lo eterno es el pavor y la soledad es la recompensa.

Soy el último de ellos… o eso es lo que aún recuerdo.

Ayuda…

_Ayuda…

_^Ayuda…

El tiempo es irrelevante.

El final siempre fue el principio.

Comenzar donde termina todo.

Hasta ahora nada importaba, simplemente espero a que algo suceda.

Es impensado pero pronto tendré compañía.

Muchos vienen a por mí. Y una travesía nacerá.

La recompensa será reposar en otra celda. Otra prisión.

Soy el pecado atemporal. Soy el regalo de Midas.

Vienen por mí, lo sé...

_{Ahí vienen...}

^{_{Los veo...}}

Muchos lo han intentado. Muchos han fracasado.

El regalo de la sabiduría impérenme no es para todos.

Los peregrinos nuevamente regresan. Traen el regalo del destino.

El regalo y la enfermedad de lo efímero.

La libertad de la conciencia y las cadenas de la carne.

Muchos han fracasado pagando el precio a Hipnos.

Ellos son los correctos. Ellos son mi renacimiento.

El principio del fin.

El eco de lo fugaz.

_{Mis semillas.}

^_Ellos. 

Despertares

Treinta años han pasado en mi lenta agonía.

El contacto con lo real me envenenó.

Ellos son mi muerte.

Ahora podré abandonar mi existencia sin sentido.

Soy el último de mi especie pero mi legado continuará en ellos.

Mis creaciones, mis hijos. Los cinco elegidos.

Sus anteriores existencias solo fueron un sueño.

Ellos renacerán de la carne y el cilicio.

En un mundo joven con el conocimiento de lo eterno.

La apoteosis de mi centro en cada uno de ellos.

Abandono mi existencia al desangrarme en su despertar.

Es mi regalo de despedida.

Adiós.

_Adiós.

^_Adiós.

Quico abrió de nuevo los ojos. Lo primero que sintió era una sensación de ingravidez un tanto incómoda. Miró todo su cuerpo cambiante. Era extraño, era como si estuviese hecho de un material blando y modelable, como si pudiera modificarlo con su propio pensamiento. Pensamiento...pensamientos...¿qué había sucedido? Intentaba reconstruír lo que había sucedido; de pronto todo se entremezclaba haciendo que la realidad y la ficción dentro de Estado Alfa se tornaran en un todo confuso. Recordó que un día fue Federico Ramirez, alias Quico. Recordó que de joven había sido un gamer y que su nick de batalla era Quick0 y que de algún modo, su subconsciente había revivido ese "yo" para Estado Alfa. Y se acordó de su personaje favorito de aquella megacampaña del Señor de los Anillos, el elfo noldor de nombre Galvan que también había sido recuperado por su subconsciente para aquella experiencia. ¿Y ahora? Ahora no sabía lo que era. Era algo...diferente; algo que había trascendido por encima de todas aquellas personalidades, asimiladas por Complejo Alfa a partir del Federico Ramirez original.

Intentó moverse. No le fue complicado acostumbrarse a desplazarse por aquel medio etéreo. Era como nadar, pero mucho más sencillo, más natural y menos fatigoso, pues no había rozamiento de ningún tipo. Observó la realidad tal como se le mostraba ante sus ojos. Y sintió que era capaz de modificarla a su antojo, con tan solo un pensamiento. Y no, no había que pagar nada a cambio, como sucedía en el Estado Alfa que había conocido.

Siempre había tenido la sensación de que en ningún momento habían abandonado Estado Alfa, aún incluso cuando era el único que lo creía. Y había tenido razón. Y aún ahora, tenía sus dudas,¿estaba dentro de Estado Alfa o era parte de él? ¿Qué más da? aquello...aquello era más de lo que nadie podía haberle prometido. Era consciente de su entorno como nunca lo había sido. Sentía los hilillos que conforman la realidad, tejiéndose entre sí y sentía que podía modificarlos; tirar de ellos, cortarlos y arrancarlos. Y sentía que había "otras realidades" a las que quizá pudiera acceder desde aquella.

Ashcroft y Ravenswood creían que habían salido ganando, pero no tenían ni idea.

En su cabeza sintió una voz que se despedía.
 

Abandono mi existencia al desangrarme en su despertar.

Es mi regalo de despedida.

Adiós.

Adiós.

Adiós.
 

-Adiós-respondió-Y gracias...por todo.

Quico se zambulló en aquella realidad y se dejó llevar por ella. Nunca se había sentido mejor.

Charles... 

Charles...

¿Estas despierto? - preguntó con voz tierna, y la luz de la mañana se tendía perezosa sobre las sabanas, los murmullos de la mañana bostezaban detrás de la ventana, el frío matinal incitaba a moverse despacio y buscar la piel del otro, en el aire había ya un aroma a café recién preparado, siempre ha sido una ventaja tener esas cafeteras automáticas a "Ella" le encantaba ese aroma por la mañana la despertaba siempre de buenas era mejor que tener un despertador escandaloso con su pitido...

Charles se desperezo despacio y se giro en la cama hasta ver de frente a Eve -¿ quien eres tu ?- le pregunto sin dejar de mirarla con un extraño gesto en la cara, como si tratara de recordar con todas sus fuerzas pero sin miedo, solo con mucha y sincera curiosidad, su ceño se fruncía por el esfuerzo. 

Eve se asusto por un momento e inmediatamente comenzó a reír - eres un idiota - le dijo y luego lo beso en los labios. Ella se levanto de la cama totalmente desnuda, camino hasta la ventana en donde estaba una mesa pequeña, en la mesa había una libreta de duro empastado verde, Eve acaricio la pasta con sus dedos, abrió el libro en la primera pagina donde solo había escrita una frase:
“El miedo a la sangre tiende a crear miedo a la carne.  Los sueños se mezclan con lo cotidiano, lo real desaparece y la oscuridad lo cubre todo.”

Junto a la libreta un cubo y un baso vacío. Eve tomo el baso y al instante estaba lleno, bebió de el y lo puso de nuevo en la mesa junto al cubo y la libreta, luego se extendió para abrir las cortinas; inmediatamente una luz blanca se colo por la ventana, una luz cálida y cegadora se trago la bella silueta de Eve.

- Adiós RAIN, Eve a nacido de nuevo -

Walter flotaba (¿Flotaba?) en la nada, o al menos su mente no se sentía atada a nada. Como si no hubiera tiempo o cansancio mental, como si aquellos parámetros básicos de la existencia no rigieran el mundo de su mente, unida a aquella cosa que la capturó en el viaje de vuelta.

Desde entonces ha estado soñando. Soñando consigo mismo, un hombre mayor, arrastrado por una guerra terrible a tener que matar gente para que otros más amados pudieran vivir. Sus hijos, sus nietos, muchos funerales hasta que al final, aquél médico e ingeniero fuera de edad  militar y con el corazón de oro pasó por la oficina de reclutamiento.

Mucha sangre, mucho horror y muchas lágrimas, mucho fuego y muchas balas desde entonces. Walter ya no era el mismo. O más bien no era 'solo' él mismo. ¿Personalidad múltiple? ¿Brotes psicóticos? No sabía como describirlo, pero tras tantos años viviendo para los demás en la vida civil, y otros demasiados de horror, algo interno le exigía una retribución, le exigía que vivía la vida que merecía, algo egoísta que trataba de imponerse a su blanda y benévola voluntad.

Ese 'otro yo' tenía nombre. Dos, en realidad. Evan, y Kevin*, pero era un tipo enérgico y egoísta que vivía dentro suyo, que quería vivir todo lo que no había vivido el viejo.

Ante él se presentaba aquella oportunidad. Llevaban años encerrados en aquella nada, y el viejo quería paz, descansar y desaparecer, como tras tantos años debía ser. Tampoco es que pudiera hacer nada por el mundo exterior, encerrada su mente en aquél lugar.

Sin embargo en su mirada hubo un brillo vil y apasionado, fogoso, antes de saltar al vacío. No había cuerpo, sólo mente... y el 'tipo interior' tenía muchas más ganas de vivir, que Walter de morir. No había cuerpo, sólo mente... Evan vivió, de Walter, sólo quedó el nombre, y vagos recuerdos de cuando disfrutaba dando.

Ahora era hora de tomarlo todo, hasta saciarse. En su deseo más primario de emociones y frenesí esperaba encontrar, desatado de todas esas ataduras morales, aquello que en vida le había sido vetado por la sociedad, la ley, la ética y la moral. Simplemente, ahora haría lo que le viniera en gana, llorase quien llorase. Al fin y al cabo eran sus sueños.