Los guardias enviados por el Rey regresan llevando consigo a la Princesa, al capitán Kurr, al bufón Enzo y a Sir John Dilheen, además de un camilla con un cuerpo cubierto con una capa sobre ella. Al llegar hasta la zona en la que el Rey, los espectadores de los juegos y los participantes que han ido siendo eliminados, dejan a los cuatro y el cuerpo enfrente del monarca.
El padre de Arturo Mondragón, el duque Eduardo de Mondragón, se abalanza sobre el cuerpo de su hijo entre sollozos, al levantar la capa este se revela como destrozado, como si le hubiera caído algo muy pesado encima. Los guardias revelan que lo encontraron aplastado por una de las estatuas del jardín.
Nadie sabe con certeza que ha sucedido realmente, desde las gradas solo se ha visto como los dos combatientes se enzaraban en un duelo y chocaban sus espadas hasta quedar cubiertos por la foresta. Pero sin duda ha debido de ocurrir algo más, pues hay más implicados, aparte del capitán y de la Princesa, de lo que podía aparentar a simple vista.
Primero John Dilheen había aparecido en la escena y luego un grupo de soldados, seguramente mandados por el Rey, hicieron acto de presencia en la escena de aquel horrible accidente. Cuando se llevaron el cuerpo del llamado Javier de Castilla, el bufón les siguió junto con la Princesa, Kurr y Sir Dilheen.
Enzo observó en completo silencio lo que sucedió a continuación. Les llevaron a todos ante el Rey junto con el cadáver de Javier de Castilla y uno de los nobles fue directo a llorar cual plañidera sobre el cuerpo del noble fallecido. ¿Sería su padre? Bueno, era la alternativa más lógica, ya que viendo cómo le había estado tirando los tejos a la princesa, que fuera su amante era bastante descabellado. Con un ligero suspiro, el bufón se acercó al doliente y le hizo una reverencia.
-Lamento vuestra pérdida noble señor, pero pensad que al menos se fue en brazos del arte.
Y si no hubiera estado sonriendo como el bufón demente que era, casi hasta habría podría haber pasado por una condolencia sincera. Casi.
La respuesta afirmativa de Artai me provoca una sonrisa, pero antes de poder responderle, sacan al cadáver de uno de los nobles del jardín, y no puedo evitar musitar "santo dios", mientras me vuelvo rápidamente para abrazar al muchacho y que su cuerpo me tape la visión del muerto. No soy una mujer aprensiva, pero una cosa es asistir a un noble herido sin dudar, y otra observar con deleite el cuerpo aplastado de una persona.
-Dios, ¿qué ha pasado? -Mascullo sobre su hombro, esperando que él sí pueda asistir a una escena tan dantesca.
Observé el cadáver destrozado de Arturo Mondragón con cierta repugnancia, aunque había que reconocer que contemplar al padre del lechuguino en pleno llanto producía cierta congoja, mas no la suficiente para desear que aquel botarate siguiera con vida.
-Tal era el amor y la obsesión que sentía este joven por la princesa, que, aprovechando la distracción de estos juegos, pretendía raptarla y llevarla lejos de aquí -expliqué, en tono grave, ante la pregunta de Ibb-. Para cuando llegué al lugar donde se hallaba Su Alteza, este zagal estaba amenazando su vida, por lo que no dudé en enfrentarme a él para defender el honor de Lady Elizabeth. El azar o el destino quisieron que una de estas estatuas se viniera abajo mientras nos enfrentábamos, poniendo fin a la vida del muchacho. Fue muy rápido, no hubo nada que pudiéramos hacer por él. Espero que el Señor imparta justicia con este joven, allá donde se encuentre ahora.
Dionysos escucha lo ocurrido, o lo que supuestamente ha ocurrido con atención, no podía negar que aquel hombre no acababa de caerle bien por los rumores para con su hermana que había oído, pero... ¿matarlo? quizás eso era demasiado, aunque también podía haber sido un accidente, quizás nunca lo supiesen, lo importante ahora era que Enzo, Kurr y su hermana saliesen bien parados de aquel atolladero. Se levanta de las gradas para acercarse a ellos por si debe intervenir, esperando respetuosamente a que hable su padre.
Artai se puso en pie tras ver todo lo que acababa de suceder, cuando sacaron el cadáver no dudó ni un momento en ir hacia allí y presentar sus respetos al padre del fallecido. Lo lamento, mi señor. Dijo el novicio. Aunque al escuchar las palabras de Kurr llegó a la conclusión de que en el fondo no era así, si aquél caballero había ostentado amenazas sobre La Princesa, bien merecido tenía lo que le acababa de ocurrir, pero no era él quien debía impartir destino o juicio, pues para eso estaba Dios que pondría a cada cuál en su lugar.
Si puedo serles de ayuda, díganmelo, y si vos necesita consuelo, dijo mirando al noble directamente a los ojos, puedo pedirle al capellán que se reúnan y ayude a mitigar sus penas. Acercarnos a Dios siempre es el mejor de los caminos.
Conmocionada por la escena, me pongo en pie y me dispongo a abandonar los jardines.
Edito porque, como bien dice "la princesa", no he abandonado el jardín aún.
El rey escucha con aparente calma el relato de Kurr y luego mira por encima de su hombro, está esperando que llegue su hija para que le confirme, o desmienta, lo que ha dicho su capitán de la guardia. Entonces tomará una determinación.
Observo que el rey me mira sin llegar a pedir explicaciones de palabra pero sí con la mirada.
Lo que dice Kurr es tal y como sucedió. Él quería tomar a la princesa como esposa, así se lo hizo saber la noche anterior. Ella se negó y él no lo soportó. Hoy apareció con intención de raptarla, yo me alejé y él amenazó su vida. Kurr llegó y desenvainó su espada. Se enfrentaron y reculando para ganar terreno, él tropezó con la base de una de las estatuas con tanta fuerza que la hizo tambalearse y caer sobre él.
Doy un paso adelante y me llevo una mano a la cabeza, a la raíz del pelo.
La verdad es que nos temíamos que mi hermana pudiese estar en peligro, así que decidimos que yo ocuparía su lugar evitando cualquier riesgo sobre ella.
Me deshago de la peluca que cubre mi cabeza y, de pronto, se hace evidente que la princesa no es la princesa ni lo había sido en todo lo que llevaban los juegos en marcha. Era el príncipe, vestido con las ropas de su hermana, maquillado, atrezado y con una peluca. Ahora que se sabe que era él, la ilusión parecía evidente, pero la verdad es que el parecido había estado tan logrado que era capaz de engañar a cualquiera.
Buenos días, padre. - Mi voz, hasta ahora dulce y melodiosa como la de la princesa, adquiere el timbre habitual del príncipe.
Marco a Ibb porque aún no ha aclarado que sale de escena por notas.
Tras el tan desafortunado acontecimiento, unos guardias nos llevan a todos los presentes hasta las gradas junto a lo que queda de Arturo, ahora convertido ahora en un nobiliario panqueque.
- Siempre es un fastidio ver que le pase algo así a alguien tan joven solo por un cometer una estupidez inmadura.- digo para casi para mi mismo, aunque lo suficientemente alto para que todos lo escuchen, tras escuchar las palabras de Kurr sobre lo ocurrido.
El criado que has enviado a averiguar el paradero de la Reina te informa de que esta se encuentra en sus aposentos, aunque ha tardado un poco y parece algo nervioso al darte la noticia.
El mozo entró cuando el juego estaba ya comenzando, y pudo ver los grupos de gente dispersos y conversando entre sí.
- Y yo, ¿puedo participar? - se preguntó, sin hablar con nadie en concreto, y dirigiéndose a todos a la vez.
Edmund entra.
La Reina sale de nuevo a los jardines.
El rey miró a su hijo como se quitaba la peluca pues se había hecho pasar por su hermana. Eso no le agradaba al rey pues eran unos juegos preparados por él y nadie le había notificado nada, sin embargo eso es secundario frente al intento de rapto por parte del mal llamado Javier de Castillo.
-Bien hecho hijo mío, demuestras una inteligencia propia de nuestra familia, entiendo que lo hayas mantenido en secreto- mentira, lo azotaría por no decirme nada, pero ya hablaremosde eso más tarde, se dirige a todos los presentes.
-Subditos, frente a lo acontecido en mis jardines... EN MI CASA- poco a poco se enfurece- los festejos quedan suspendidos por hoy- Da unos pasos por la balconada antes de dirigirse en particular al afectado padre- Eduardo , su casa, su título y sus bienes le son de manera inmediata DESTITUIDAS y absorvidas por la corona. Pagará por los actos de su hijo con todo lo que tiene, ahora, desaparezca de mi vista antes que pierda algo más.
Recompensaré a Kurr con el título de Conde de Mondragón por su dedicación y defensa de mis hijos. Con furia se gira y se marcha a largos pasos hacia el interior del castillo.
¿"Bien hecho"? Vaya, eso no me lo esperaba. Estaba convencida de que el rey incurriría en la más incendiarias de las iras al ver a su hijo envuelto en trapos de mujer. Bueno, está claro que por muchos años que pasen, nuestro monarca jamás dejará de sorprendernos.
Sin embargo, cuando da por suspendidos los juegos, antes de que los nobles empiecen a abandonar sus lugares, me dirijo con presteza hacia Eleanor, para comentarle algo con voz queda.
Hago una cortés reverencia antes de aproximarme a ella.
-Mi señora, ¿consideraríais muy osado si os pidiera que me dedicárais unos segundos de vuestro día?
La muchacha asiste a todo lo ocurrido seria, mostrando su sorpresa con algunos gestos y muecas. En donde me he metido yo....
Aquello estaba a punto de acabar. El rey había expropiado las tierras y los títulos del noble Mondragón, y los juegos habían quedado cancelados. En la sincera opinión de Eleanor, no tendrían que haber ocurrido nunca.
Sentada en la grada, la joven observa a Ibb acercarse a ella con paso decidido. Se levanta una vez llega, asiente y se inclina para hablar con ella.
-Ibb -saludó a la chica, con tono de sorpresa. -¿Qué ha ocurrido?
Echo una ojeada en derredor, comprobando si alguien nos escucha.
-Sólo quería saber si... si estáis bien. Es decir, cómo estáis. Como anoche la reina os relegó como dama de compañía de la princesa, ella me ha pedido saber si estáis a gusto con vuestras nuevas tareas.
Le dirijo una mirada directa, durante unos breves segundos, que clavo directamente en sus ojos, de forma muy seria.