Mkoll se encontraba en una habitación algo pequeña y baja, su techo apenas y le permitía estirarse por completo sin considerar que las palmas de sus manos ya tocaban el techo perfectamente. Sobre el techo había una intensa luz como de quirófano que era demasiado intensa y que para Mkoll era muy extraña, y no por que fuera algo que no hubiera visto antes, sino por que no se explicaba como a alguien le había parecido prioritario montar aquello en medio toda esa matanza.
La pintura blanca y la única ventana de cristal opaco hacían el lugar aun mas incomodo. Afuera, dos guardias corpulentos como de manicomio resguardaban la puerta. El sabía que si todo salía bien le dejarían ir sin problemas, pero aquel momento no estaba seguro de cómo reaccionarían si salía corriendo.
Los hombres frente a él, con sus batas blancas y cruzados de piernas le miraban fijamente sin decir nada mientras en sus manos empuñaban unas pequeñas plumas que parecían ansiosas por arrastrarse hasta las libretas sobre aquella fría mesa metálica, quizá pronto tendrían un motivo para hacerlo.
Indicame que hace tu personaje.
Hubo un largo momento de tenso silencio y miradas incómodas del explorador hacia los loqueros, mientras estos parecían no perder detalle de lo que hacía. Para colmo de males, la boca empezó a saberle a sangre de nuevo, por lo que se vio obligado a escupir a un lado, intentando eliminar aquel regusto de su lengua. Finalmente, Mkoll se decidió a romper el silencio.
-Esto que han montado no invita precisamente a la calma y la relajación, ¿saben? Además, creo que terminaríamos mucho más rápido si abren la boca para preguntarme lo que quieran saber.
Los dos hombres de blanco se miraron entre si fríamente, como si cada uno supiera lo que el otro pensaba. Uno de ellos, el de la izquierda, con suma tranquilidad se puso derecho en la silla para luego recargar sus brazos sobre la mesa y mirando fijamente a Mkoll, preguntarle. -Se siente usted tenso, o alterado?, de ser así, nos gustaría saber desde cuando siente este síntoma y por que cree que se haya generado?
-Sí me siento un poco tenso, sí. Desde lo que ocurrió ahí abajo-dijo, dudando un poco pues no estaba del todo seguro de que pudiera hablar de aquello con los presentes-me duele la cabeza de manera casi continua. Además, a pesar de que ya debería haber echado toda la sangre que me salió por la boca, de vez en cuando me vuelve ese sabor, con una intensidad nauseabunda, y me veo obligado a escupir para quitármelo.
Los hombres se miraron de nuevo intrigados, casi como si estuvieran asintiendo a algo. -Necesito que responda a un formulario, tómese su tiempo-. Exclamó el hombre de bata que aun no había hablado. Al mismo tiempo, el otro hombre les extendía una hoja con preguntas y otras en blanco para que respondiera cuanto quisiera, eso sumado a un lápiz, una pluma negra y otra roja, así como un borrador.
-Si quiere comentarnos algo, o tiene alguna duda, siéntase libre de hacerlo mientras responde el cuestionario-.
Mkoll tomó el cuestionario y le dio una mirada fugaz, eran siete preguntas, un tanto sencillas. El dilema que tenía ahora, era que ese jodido foco de cirujanos estaba empezando a parpadear de forma periódica cada unos cinco segundos y los dos hombres de bata frente a él no parecían inmutarse al respecto. Quizá era un fallo normal de las recientes instalaciones, o bien estaban intentando alterarlo a propósito.
Este es el cuestionario:
1.- Describa con detalle como es la criatura que le ataco. Puede hacer un dibujo para detallar sus recuerdos.
2.- Describa por que se encontraba usted cerca de ella y por que considera que le ataco a usted en especifico.
3.- Describa como fue el ataque.
4.- Describa cuales fueron sus síntomas durante los primeros diez minutos tras el ataque.
5.- Describa como fueron los síntomas posteriores hasta la fecha. ¿que tan recurrentes son los efectos?
6.- Indique si su estado de animo o las características de su personalidad se han visto afectadas tras el ataque. EN caso de ser así, indique como.
7.- Indique si considera necesario recibir pronto ayuda medica e indique que cosas desea dejen de afectarle.
El explorador asintió, aunque, mientras echaba un vistazo rápido, aquel foco empezó a parpadear. Lo miró con gesto levemente ceñudo.
-Deberían reparar eso, es malo para la vista, ¿saben?-comentó, escupiendo de nuevo a un lado, para luego repasar de nuevo el cuestionario. Tras eso, cogió los útiles de escritura y empezó a escribir.
1. Grande. Horrible. El bicho más grande y horrible que he visto, y por mi difunta madre que he visto unos cuantos. No recuerdo con exactitud el número de patas ni de ojos, pero creo recordar que tenía una boca más formada que la de guerreros o tanques, una mandíbula con dientes. Tampoco recuerdo con exactitud el número de ojos. Sí recuerdo que tenía un enorme abdomen, y un "pequeño" torso pegado al final de este, sobre el que descansaba su horrible cabeza, con esas mandíbulas que he citado. Aunque creo recordar que tenía también como esas pinzas que tienen las arañas por boca, pero también con dientes. Del abdomen surgían varios pares de patas para desplazamiento, y al menos dos pares más grandes, con mayores cuchillas, ideadas para atacar. Ah, sí, tiene poderes mentales. En concreto, a mí casi me revienta la cabeza.
Tras esa descripción, el explorador hizo un dibujo a lápiz, lo mejor que pudo, procurando dibujar al lado un infante de pie, para que se apreciara más o menos el tamaño relativo.
2. Bueno. Cuando llegamos al Nido, no estaba lo suficientemente vacío para darse un paseo por allí. Y sabíamos que el jaleo atraería rápidamente un número de bichos para socorrer a la Reina que simplemente no íbamos a poder manejar. Por eso, al encontrarnos ya cerca del lugar en que suponíamos que estaba, una cámara enorme llena de huevos de bicho, el sargento mayor Focker expuso su plan. Infiltrarse. Y como supongo que soy el cabrón más sigiloso de todo el escuadrón Fox, me tocó la nada suicida labor de escabullirme entre los huevos y adelantarme para reconocer el terreno y dar con la reina. Cuando lo hice, y avisé, entró en marcha la fase 2. Yo debía volver a por un pequeño grupo compuesto por los infantes Wallace y Sonny, además de la ahora sargento Ramírez, como escolta. Debíamos escurrirnos, con una de las cargas, plantarla en las narices de la Reina (que, como ya he dicho, era un bicho inmenso) y hacerla volar por los aires.
Lo logramos. Pero justo en el último momento, cuando corríamos para alejarnos del radio de explosión, el puto bicho nos detectó. Y me tocó a mi ser el blanco de su hechizo revienta-cabezas o como quieran llamarlo. No sé por qué. Puede que por pura mala suerte, por que de algún modo psíquico y retorcido se oliera que yo llevaba rondando más tiempo, o simplemente por que no le gustaba como me veía.
3. El ataque fue de naturaleza psíquica, y, aunque nunca he tenido la mala suerte de que me reventara una granada cerca, supongo que es como si me hubieran metido una en la cabeza y le hubieran quitado la anilla. Aquello fue la madre de todos los dolores de cabeza, la migraña primigenia o algo así. Un dolor absolutamente feroz, y que no debía ser sólo una sensación, pues empecé a sangrar por todo orificio que hubiera en la cabeza... Boca, nariz, oídos, ojos. Como en esas películas malas de bajo presupuesto. Juro que he visto amputaciones que sangraban menos de lo que eché yo en aquel momento. Dolió tanto que a punto estuve de desmayarme, y me sentí increíblemente débil durante el resto de la misión. Creo que si alguno de mis compañeros me hubiera palmeado la espalda como celebración con demasiado entusiasmo, me habría terminado de matar.
4. Creo que he respondido en la anterior pregunta, pero se mantuvo el espantoso dolor de cabeza, y la debilidad. Sollocé como un niño pequeño hasta que me habitúe un poco. Arcadas y náuseas al sentir que aún había sangre por salir. Aparte de eso, creo que nada más.
5. El dolor de cabeza no se va. En la mayor parte del tiempo está muy atenuado, y no se parece en nada al punto álgido de dolor, durante el ataque. Además, a veces me asalta de nuevo ese sabor a sangre y tengo que escupir, aunque no hay rastro de rojo en mi boca. Lo de escupir, creo que es cada vez que me pongo tenso por algo, aunque no podría asegurarlo. Y no soy médico, pero creo que habría que hacerme un escáner o algo... Tengo miedo de que me haya roto algo dentro de la cabeza.
6. Todo lo que puede afectar una continua migraña. Si preguntan si soy un esclavo de los bichos, o si mis ideas respecto a lo bueno o malo, o si prefiero la carne asada al pescado frito han variado, la respuesta es no. Pero este continuo dolor no hace que me encuentre precisamente de buen humor o con ánimo para celebraciones. Además, como tenía miedo de empezar a vomitar lo que me pueda quedar de cerebro si bebía, anoche no probé casi gota. Aunque no sé si eso les interesa.
7. Como he dicho, quiero que echen un vistazo a mi cabeza. Me quedaría más tranquilo si me confirmaran que todo está en su sitio. Además, quiero que desaparezcan los dolores de cabeza, y la manía de escupir, si puede ser.
Y con ese último punto, terminó el test y se lo pasó a los doctores.
Tras entregar el cuestionario, los dos hombres le echaron un rápido y frío vistazo tras lo cual pasaron a retirarse sin decir palabra alguna. A Mkoll no le dio tiempo de decir nada, para cuando reacciono, aquellos hombres habían cerrado la puerta tras ellos dejándolo solo en aquel compacto lugar. E foco seguía parpadeando y para irritación de Mkoll, cuando intentaba llamar a los guardias fuera estos no le respondían. En un momento estuvo a punto de levantarse de su asiento, pero para cuando lo intentó, el cuarto quedo en completa oscuridad; el maldito foco probablemente se había fundido.
Pero no fue así, pasaron no mas de un minuto antes de que esa cosa volviera a encenderse con su cegadora luminiscencia característica. Mkoll quedó de nuevo en silencio, la luz intensa le pegaba de lleno y aquella cámara en la esquina del techo daba la impresión de estarlo vigilando aun cuando en la realidad no se estuviera moviendo.
Pasaron mas de treinta minutos antes de que uno de aquellos hombres de blanco regresaran hasta la habitación donde se encontraba Mkoll. -Acompáñeme, queremos hacerlo unos estudios para verificar su estado de salud- indicó aquel mientras empezaba a caminar hacia las profundidades de aquellas instalaciones recién construidas.
El rato a solas fue bastante aburrido, y en cierto modo enervante debido a aquel puñetero foco. Si le hubieran dejado unas cartas o algo, al menos podría haberse entretenido un rato. Pero no... Tenía que quedarse allí como un pasmarote. Quizás todo aquello también era parte de la evaluación, el explorador no lo sabía. Finalmente, los doctores aparecieron, ordenando que les acompañara, cosa que el explorador hizo.
Mkoll fue conducido a lo largo de estrechos pasillos, y aunque para el explorador esto podría ser otro truco para sacarlo de sus cabales, lo cierto era que se estaban adentrando en un piso subterráneo de aquella edificación recién construida y que por lo cual, no contaba con ventanas. A la par, lo estrecho podría deberse al simple hecho de la dificultad de construir instalaciones espaciosas en el subsuelo en tan poco tiempo. Aunque, el hecho de las iluminaciones estuviera fallando a lo largo del camino y que no estuviera todo lo suficientemente iluminado era sospechoso, aunque también podría atribuirse a lo mismo.
Junto al medico, avanzaban los dos guardias que había apostados tras la puerta de la habitación en la que lo habían estado entrevistando. El por que de su compañía lo desconocía, pero era probable que lo considerasen peligroso. Tras pocos minutos de andar entre los estrechos pasillos de la edificación medica, el grupo llegó hasta una especie de sala de laboratorios y operaciones. Los guardias se quedaron atrás mientras Mkoll era conducido a un gran aparato donde a la par de una camilla incrustada en el suelo, había una especie de anillo grueso lleno de circuitos y botones. Según le explicaron, les ayudaría a investigar que andaba mal con su cerebro.
Recostado en la camilla, Mkoll sintio como le aplicaban algo parecido a un sedante lo cual lo adormeció un tanto, aunque no era suficiente como para tumbar a un veterano y duro soldado. Sus brazos y piernas habían sido abrochados a la camilla para evitar su movimiento. Y en su cabeza se sentía algo parecido a una firme diadema que le presionaba.
Aquella maquina pronto hizo un gran ruido y el dolor de cabeza de Mkoll no hizo mas que aumentar mas y mas de forma insoportable. A su alrededor ya había hasta cuatro médicos y todos parecían hablar sobre lo que observaban en diversos monitores. El insoportable dolor se hizo entonces tan grande que Mkoll no resistió mas y se desmalló. Para cuando regreso en si, había ahora mas médicos junto a él y podía ver las grades luces en el techo sobre de si mismo por lo que sabía que ya no estaba metido en aquel aparatoste inmenso. No obstante quizá era peor pues parecía estar en una especie de quirofano. A su derecha, una regordeta enfermera avanzaba con una mesa llena de extraños instrumentos metálicos que solo hacían a Mkoll ponerse muy nervioso; no obstante, seguía aprisionado y parcialmente sedado por lo que nada podía hacer.
Mientras los médicos parecían calibrar algunos aparatos como era el caso de una extraña cierra de hoja circular de muy mal aspecto, la enfermera acercaba a la cabeza de Mkoll un aparato demasiado ruidoso que al contacto con su piel, empezaba a vibrar. Sedado como estaba, el explorador apenas podía moverse para defenderse y las manos de aquella mujer eran demasiado pesadas como para vencerla. Tras un largo rato, Mkoll hizo consciencia que le estaban quitando todo el cabello, lo cual de momento era un alivio, aunque también era un mal indicio. La mujer procedió entonces a tomar una navaja metálica muy afilada, o al menos eso sentía Mkoll, con la cual hubo de afeitar su cabeza por completo sin que nada pudiese hacer este.
El nerviosismo iba en aumento, sobre todo por que aquellos hombres a su alrededor parecían tomarse su tiempo con suma tranquilidad, tal como si Mkoll no fuera algo importante en lo cual reparar, o al menos no algo humanamente importante. Fue cuando los médicos se colocaban aquellos tenebrosos guantes de latex y preparaban tremendas inyecciones con contenidos misteriosos, que todo cambio de rumbo. El retumbar de una puerta al abrirse fue lo primero que se escuchó alertando a todos, incluso los médicos; lo cual era indicio que algo no planeado estaba pasando. Pronto las características pisadas y las pesadas armaduras llevaron a Mkoll a pensar que no estaba perdido. Los infantes pesados allí presentes con sus servo armaduras y sus rifles Morita entregaban al medico a cargo una especie de oficios al tiempo que parecían exigir algo a los médicos respecto a Mkoll, a lo cual los médicos parecían negarse. Si aquello no le salvaba la vida, no habría nada que hacer.
Puedes hablar pero tu voz es como un susurro.
Aquello que el explorador más tarde recordaría como un descenso a los infiernos fue sólo el preludio de todo un espectáculo de dolor y horror para el pobre soldado. Al principio, desde luego, pensó que todo aquello era para ayudarle. Pero algo dentro de sí mismo se activó cuando, además del sedante, le ataron de manos y piernas. Sin embargo, intentó relajarse, pensar que aquello sería para evitar movimientos bruscos que intervinieran con las lecturas de aquel aparato.
Entonces, empezó el dolor. Conforme aquel armatoste iba ganando potencia o lo que sea que estuviera haciendo, el dolor de cabeza de Mkoll aumentaba. Al principio bastó con intentar calmarse con la respiración, pero pronto se vio forzado a apretar los dientes y las lágrimas empezaron a manar incontrolablemente, hasta el punto de que empezó a retorcerse, sin ningún éxito, intentando escapar de aquella cosa, mientras gritaba.
-¡Malditos matasanos, sacadme de aquí!-fue lo último que llegó a verbalizar, antes de que el dolor aumentara de nuevo y fuera demasiado, tanto que cayó inerte como un saco de patatas. Por supuesto, acabó despertando, pero aquello fue incluso peor. Demasiado aturdido y confuso, con algo de tiempo pudo darse cuenta de que estaba en un quirófano o algo parecido. Pero atado otra vez. Y no le gustó el modo en que todo el personal médico presente parecía ignorarle. No se pudo resistir a ser afeitado por aquella enfermera, y pronto la cosa se iba a poner mucho peor.
El inmóvil y parcialmente sedado infante intentó negar con la cabeza, escapar de algún modo, aunque aquellos intentos fueron más ridículos que efectivos. Hasta que, de repente, una posible salida de aquel infierno hizo aparición, en forma de lo que parecían otros infantes.
-Por favor, no metáis mi cerebro en un frasco... Por favor, no metáis mi cerebro en un frasco...-intentaba gritar el explorador, una y otra vez... Aunque todo lo que le salía eran débiles susurros entrecortados.
La mera acción de liberar el seguro de sus Moritas y empuñar fuertemente el arma fue suficiente amenaza como para disuadir a los médicos, que no por ello estaban satisfechos, sobre todo tras haber discutido tan airadamente que con aquellos infantes pesados. Empujando a la regordeta enfermera, uno de los infantes cogió su cuchillo de combate para enseguida cortar de forma brusca las correas que aprisionaban al infante. -Ponte esto- dijo el otro infante lanzadole su ropa, la cual habían arrojado a un rincón de aquella habitación resplandeciente. Tienes cinco minutos para vestirte o tendremos que dejarte aquí con estas amables personas que parecen estar muy interesadas en ti.
A su alrededor, mientras se ponía de pie semidesnudo y cubierto solo por algunos vendajes ligeros, el infante observaba como los médicos le dejaban hacer muy de mala gana, casi rogando por que se cayese y rompiese el cuello allí mismo.
Tenía razón. Alguien había impedido aquello, por suerte para él, y pronto cortaron las correas y le tiraron su ropa, para que pudiera largarse de allí.
-Gracias, gracias...-susurraba Mkoll por lo bajo, probablemente medio ido, mientras se vestía todo lo rápido que la anestesia y el nerviosismo le permitían hacerlo. De vez en cuando, arrojaba una furtiva mirada a los médicos, temiendo que alguno decidiera clavarle un bisturí o algo así por la espalda para no perderle.
Tras vestirse, los guardias no dudaron en sujetarle de los brazos y sacarlo de allí casi a rastras, dejando a tras a los médicos inconformes y sumamente molestos. Para Mkoll, aunque era consiente del trato brusco por parte de los infantes, todo ello habría de agradecerlo pues en aquel estado, por su propia pie habría tardado una eternidad en conseguir salir de aquellas instalaciones.
El camino de salida fue confuso, la anestesia y el rápido movimiento brusco de los infantes le tenían algo mareado y hacían que le fuero difícil ir comprendiendo por donde caminaba. Al final, tras un ir y venir laberíntico, Mkoll vio de nuevo la luz natural del día y con eso, sabía que ya estaba a salvo. Los infantes lo condujeron a través de la capa de nieve que se asentaba sobre el frío suelo de la base militar en la zona A hasta las oficinas del capitán Dorgotiev. Cuyo recorrido desde las instalaciones medicas, era realmente muy corto como recordaba Mkoll, eso a pesar de que en aquellos momentos lo había sentido tan lejano.
El capitán estaba de pie frente a él en su oficina. Los infantes, dejándolo allí se había retirado tras informarle al capitán de lo sucedido. Dorgotiev no invito a Mkoll a sentarse a pesar de que este se tambaleaba un poco al estar algo mareado. -Bien, te lo preguntaré una sola vez. ¿Que te llevo a desobedecerme y buscar que esos locos intentasen drenarte los sesos?-.
Siguiendo con la suerte habitual del explorador, había salido de aquel lío para meterse en otro. El capitán parecía molesto, y entendía que había desobedecido alguna orden, o dado indicaciones para que le pusieran el cerebro en un frasco.
"Lo sabía... ¡Sabía que iban a hacer eso!" pensó, en un estúpido acto de orgullo, pues el tener razón casi le había costado el pellejo.
-No le entiendo, señor... Yo... Usted dijo que me revisarían, para intentar ayudarme... Y cuando me quise dar cuenta, me tenían atado a una camilla y dispuestos a abrirme la cabeza. Creí que todo aquello era para curarme, no para diseccionarme o lo que fuera aquello.
-Tu creíste, esa es tu excusa soldado. La federación ha invertido mucho en ti, si quieres que unos locos te licuen los sesos, bien puedes darte un balazo que te dolerá menos y será mas rápido. Y no, no quiero discusión alguna de este asunto. Yo me encargaré de tu medicación- dijo el mayor con voz severa y atemorizante mientras tomaba un papel de su escritorio y hacia unos apuntes.
El mayor le extendió el texto a Mkoll quien tomándolo para si, pudo leerlo con claridad. “Soy un infante de la federación, mi vida pertenece a la infante ria. Estoy completamente sano y no deseo morir”. Considerando que el infante ya había tenido tiempo suficiente para leerlo, el mayor le ordeno a Mkoll poner el papel frente a sus pies de tal manera que pudiese seguir leyéndolo. - Ahora soldado quiero que hagas flexiones hasta que se derrita toda la maldita nieve de esta jodida roca. Al subir quiero oírte decir fuerte y claro el primer enunciado y al bajar quiero lo mismo para el segundo. Vamos que esperas, esto no es para mañana- gritó el mayor parado frente al soldado.
Disculpa la tardanza.
El explorador aguantó la bronca estoicamente, aunque se había limitado a seguir órdenes de verdad. Tenía orden de ir a aquel sitio a esa hora para que le echaran un vistazo, y eso hizo. Que después los doctores se volvieran locos e intentaran sacarle el cerebro o algo así no era culpa suya. Pero le iba a tocar pagar por ello. Flexiones. El mejor método para que la sangre deje de golpear el cerebro como si fuese un tambor... Y empiece a golpearlo como si fuese un boxeador.
Pero era eso, o un bastante probable consejo de guerra y fusilamiento. Así que procedió a cumplir con las órdenes del mayor.
-Soy un infante de la federación, mi vida pertenece a la infantería-dijo mientras subía, para después repetir al bajar-estoy completamente sano y no deseo morir.
Al principio fue relativamente fácil. No es que Mkoll fuese el infante más fuerte de la Fox, pero era un veterano al fin y al cabo, y estaba acostumbrado al ejercicio físico. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, más y más costaba seguir con las flexiones y repetir las palabras que el mayor le exigía. Gruesos regueros de sudor bajaban por su frente y sus brazos hasta el suelo, mientras se esforzaba por seguir ejecutando la operación.
Largo tiempo estuvo Mkoll haciendo flexiones, una tras otra su adolorido cuerpo iba resintiéndose del cansancio y las heridas acumuladas a largo de aquellos últimos días. Fue tanto el cansancio que en algunos momentos pensó que quizá no era tan malo eso de que le abrieran la cabeza, al fin y al cabo estaría dormido. Solo cuando recitaba eso de que quería vivir, recordaba que era cierto y que era mejor seguir allí, aun a pesar del dolor de cabeza que iba en aumento.
Durante las largas horas que estuvo allí, vio pasar a varias personas, incluso el sargento Miller estuvo allí solicitando al mayor el permiso para hacer carrera como Pathfinder. Hubo otros mas que entraron e incluso le pareció que uno de los psicólogos que lo atendió antes se encontraba allí, curiosamente el mayor prácticamente había estado apunto de ordenar que lo sacaran a golpes. Al final ya entrada la noche, cuando Mkoll ya solo alcanzaba a levantase un poco para luego dejarse caer contra el suelo una y otra vez, cual masa inerte que se estrella contra el duro suelo metálico, fue que el capitán le ordeno que se levantase.
Mkoll se tomó su tiempo en hacerlo, y no por que intentase ser insubordinado o por que tuviese algo que pensar mientras se ponía en pie, era simplemente que estaba tan cansado que su cuerpo apenas y le respondía. -Toma esto- le dijo el mayor tendiéndole una cajita de pastillas. -Tendrás que tomar una cada 24 horas para disminuir el dolor y que puedas seguir operativo. El medico de la Sirius Beta te atenderá cuando estemos en órbita, mientras tanto tendrás que mantenerte con esto. Aunque al parecer, tienes un daño cerebral que tardará mucho en sanar, sobre todo si no descansas apropiadamente- Mkoll no sabía si aquello era enserio o había sido sarcasmo, -por lo que mejor vete acostumbrando a ellas pues quizá las estés usando una larga temporada-. Con ello el capitán le hizo la indicación a Mkoll de que podia marcharse, y con algo de suerte, todo ese episodio de su cerebro había terminado.
Con esto terminamos, si quieres agregar algo mas, puedes hacerlo.
Finalmente, aquella tortura terminó. Como pudo, el explorador se levantó, empapado en sudor después de horas y horas de flexiones sin pausa. Con un brazo tembloroso por el esfuerzo, aceptó la cajita, y saludó formalmente antes de volver, como buenamente pudo, hasta los barracones en que se encontraba la Fox. Al menos las pastillas suponían un remedio. El resto de lo que había ocurrido aquel día había sido una puta pesadilla, y casi hacía que lo ocurrido en los túneles pareciese un paseo.