Partida Rol por web

-Querido Príncipe. La capilla está en Nápoles, de eso no hay duda, pero no entra en tu jurisdicción. Podeis comprobarlo exigiendo entrar por la fuerza. Nuestras capillas se rigen por ley interna. Por ello podemois juzgar sobre los pecados cometidos dentro de ellas como vos en vuestra ciudad. Vos lo juzgais porque es vuestra ciudad, pero después de vos nos toca a nosotros. Y ya que vos lo habeis juzgado, es hora de que realicemos nuestra parte del trabajo.-Me giro hacie Cedric.-Cedric de Cornualles, como mayor representante del clan tremere en esta sala, a vos os corresponde juzgar a Uberto. Yo solo soy portavoz de la palabra de mi Clan. Le cedo el turno de palabra a Uberto.
Joder con el brujah. Es estúpido hasta para ser de ese clan.

Cedric de Cornualles, que ha escuchado atentamente a todos los presentes, ha sufrido dos reacciones muy curiosas en un lapso de tiempo muy reducido. La primera ha sido posar su arrugada mano, con firmeza sobre el brazo de una cada vez más desasosegada Aletheia, lo que ha parecido calmar a la joven tremere de manera inmediata. La segunda ha sido levantarse y mirar con fiereza a Uberto.

-Así digo que es cierta la palabra de mi hermano, pero cierto es también que Uberto ya ha sido juzgado. Y vuestra sentencia, príncipe, ha sido justa y ejemplar, como se espera de los valores que representáis, valores que todos los presentes, incluso el díscolo Alejandro de Zucchi, hemos jurado respetar. Sin duda es discutible a quién, en último término, pertenece la competencia de ejecutar el castigo, pero convertir esta reunión en una disputa legal sería tan triste como que los miembros de un mismo cuerpo se golpearan entre sí. Nuestros tres clanes pertenecen a la Camarilla y los tres tienen fuerza suficiente para atajar conjuntamente este problema. Un ilustre miembro del clan Brujah ha dictado la sentencia: dejad que sean los devotos servidores Tremere los que la hagan cumplir, no sin que antes pongamos todo nuestro empeño en averigüar qué otros actos de maldad ha cometido el acusado. Igualmente, un miembro del clan Malkavian puede ser testigo de todo el proceso, si alberga sospechas acerca de nuestro recto proceder: invito, garantizando bajo juramento su seguridad, a Alejandro de Zucchi a acompañarnos hasta inglaterra y verificar que la sentencia que ha dictado el príncipe se cumple conforme a sus deseos, así como a presenciar todos los interrogatorios a los que sea sometido el acusado. No tenemos nada que ocultar.

El príncipe pareció recuperar la compostura, y dijo, dignamente:

-Bien. Siendo así, y siempre que exista la sospecha fundada de que el testimonio de este diabolista puede ampliar el rigor de la Justicia, no he de oponerme a aplazar su ejecución. Y si dais tantas garantías no empezaré yo una nueva guerra de recelos siendo el primero en desconfiar de vos. Os encomiendo, por tanto, la guarda y custodia del prisionero Uberto de Ercolano, cuya sentencia queda aplazada hasta que se le haya podido interrogar adecuadamente y con todas las garantías de juego limpio. Para lo cual, quizá el señor Alejandro de Zucchi quiera responder a la oferta que le hacen nuestros hermanos ingleses...

Más lágrimas se vierten por las trampas hechas de palabras que por las de feroz metal.

He(mos) dicho.

Uberto mira con curiosidad al príncipe, y parece extrañamente aliviado. El rostro de Cedric de Cornualles permanece inexpresivo e inmutable, mientras que el de Aletheia muestra una inquietud nerviosa muy mal disimulada. El perfil aguileño de Jack Arkwright se recorta a la oscilante luz de una antorcha, prolongándose en hilos multiformes cuyas sombras dominan toda la habitación.

Parece que está a punto de suceder algo. O nada en absoluto.

Alteza —digo, con voz más firme—, ¿cómo explicaros que sólo mienten? No tengo más prueba que la Visión que todos sabéis que compartimos los que tenemos la sangre de Malkav. Y yo lo sé, y por eso los acuso de mentir. No obstante, aceptaré la oferta, siempre y cuando no deba salir del dominio del Príncipe de Nápoles. Como comprenderéis, si voy hasta Inglaterra, podrán disponer de mí tal y como los señores Tremere de esos lugares estimen oportuno, matándome si eso se les antoja, ¿y cómo sabréis vos, Alteza, que mentían o no mentían si todo esto ocurre mucho más allá de nuestras fronteras?

-Mi querido amigo, creo que nuestras palabras son garantía suficiente de tu seguridad. Si acaso lo deseas así, incluso Lorenzo se puede quedar de "rehén" del Príncipe como garante de tu seguridad- Al decir "rehén" flexiono los dedos repetidas veces imitando unas comillas.-Incluso se podría quedar con vuestro sire, en el caso de que aun lo tengais, para estar más seguro. Sonrío cual víbora ante su presa.No creo que con estas garantías haya motivos para desconfiar de nosotros, ¿no?¿Verdad, mi Señor Príncipe?

Me matarán en cuanto vaya con ellos, harán cualquier treta. Por lo que sé, entre sus dones innatos está la Dominación, ¿y quién sabe qué querrían hacer con ella? Por no hablar de su impía magia de la sangre, como la que el viejo ha demostrado ya tener. En cualquier caso Uberto sabrá cuidarse solo, y me ha enseñado a lo que yo ya sé desde hace tiempo: a que sacrificar mi carrera por otra persona es un pecado.

Dejadlo, Arkwright —digo, resoplando con auténtica desgana, rindiéndome al sacrificio necesario—. Lleváoslo si así el Príncipe lo permite, él ha confesado, y bien sé que no necesita mi ayuda para defenderse. Es más, creo que me he inmuscuido en demasía para no tener, ni por asomo, algo que ver con el incidente de la Diablerie cometida.

Me acerco a Uberto.

Lo siento, no puedo exponerme al jaque —susurro, tal que sólo sea audible para él. Tras ello, sin esperar respuesta, vuelvo a mi lugar y miro al Príncipe.

Que sea como vos deseéis —digo, inclinando la cabeza en señal de respeto, para luego devolverla a su altiva expresión de supremacía.

Por toda respuesta, Uberto únicamente acentúa su sonrisa aún más cuando Alejandro le susurra algo en voz baja. Luego mira a los Tremere y dice, dramáticamente:

-Oh, llévenme ya con ustedes, señores, estoy tan dispuesto a pagar por mis crímenes...

El príncipe lo mira con alivio.

-Sea así, entonces. Partiréis mañana: os escribiré una misiva para uno de mis compañeros en Inglaterra. Él -mira a Uberto- garantizará por vos que todo se cumple como prescriben las leyes de la Camarilla, y que vuestra sentencia se cumple al fín. Cedric de Cornualles, os confío la custodia de este prisionero, con toda la responsabilidad que esto comporta. Por lo que a mí respecta, esta noche seréis mis invitados, pero no diré que no deseo con fervor el momento en el que abandonéis mi feudo. En cuanto a vos, Alejandro de Zucchi, de nada se os acusa. También podéis aceptar mi hospitalidad cuando amanezca y marcharos libremente en la próxima noche.

Nápoles, Enero, 1520.

Han pasado 5 años desde la captura de Uberto y tu encuentro con los tremere, y desde entonces has dedicado tu esfuerzo a convertirte en un estratega valorado por la Camarilla, cumpliendo y supervisando misiones contra los Lasombra de Sicilia con cierto éxito. Tus pequeñas victorias te han ganado una buena reputación dentro de la organización y eso, en algún sentido, ha borrado las huellas de descrédito que te habría supuesto tener un Sire diabolista -como todo el mundo creía-. En cuanto a Uberto, sólo sabías que seguía vivo, probablemente torturado u objeto de experimentos demenciales en una prisión Tremere en Inglaterra. También sabías que esta gente no te había olvidado: periódicamente tenías que frustrar intentos de vigilarte por parte de espias enviados por Jacob Arkwright. Parecía que aquel tremere se había convertido en una molestia constante, y te había hecho objeto de alguna extraña obsesión.

Por eso, cuando aquella noche requirió tu presencia el príncipe de Nápoles, te temiste que hubiera vuelto a empezar la rueda de intrigas y mentiras.

El príncipe te esperaba en su despacho. Junto a él había otro hombre, de ojos grises y mirada enérgica.

-Ah, Alejandro. -Te saludo el príncipe con cierta afectuosidad: durante estos cinco años habías demostrado ser un eficiente servidor de la Camarilla, lo que había hecho que Marsilio cambiara gradualmente la opinión que le habías causado en el primer encuentro-. Puedes sentarte. A mi lado está...

-Mi nombre es Harfleur. -Dice el hombre, interrumpiendo al príncipe- El mío es un cargo reciente y probablemente no os diga nada, pero digamos que represento los intereses de la Camarilla a un nivel más general que los de un príncipe. Según cuentan sois una de las mentes más brillantes de las que disponemos. ¿No es así?