Partida Rol por web

No hay sitio para la ira, nos somos humildes nos somos honrados. Nos haremos lo que dicen nos estaremos quietecitos aquí. Nada hay. Nada. Na.

Da hay que podamos hacer sólo el silencio soy humilde señor no me destierre.

¿Diremos? ¿Nos diremos la verdad?

cuál ver

             dad

¡No hay verdad!

Nos no tenemos verdad que decirnos, decirtes, decir simplemente callar sonrie. Ya está.

¿Y si era lo que querías, perder? Digo, pregunto, examino. Y si, en el fondo, sabes.

Sabes que perder te beneficia. A veces es mejor responder que preguntar.

A poca gente la han matado por responder.

A mucha, por preguntar.

¿O no?

El príncipe levanta la mirada del tablero y la dirige hacia ti. No hay ningún triunfalismo en su mirada. De hecho, incluso parece estar ligeramente asombrado; todo lo asombrado que un hombre de su naturaleza puede aparentar, evidentemente.

-Vaya. Esto es algo que no... esperaba. Como comprenderéis, dice mucho más de vuestra incapacidad para hablar de Uberto que de mi... destreza jugando al ajedrez. A propósito de lo cual... supongo que estaréis dispuesto a cumplir los términos de nuestra pequeña apuesta, ¿no?

-Es poco lo que he visto de ella, hermano Arkwright, pero sin duda no deja de ser interesante. No tiene nada que ver con Inglaterra o Alemania; sus calles son más estrechas, el viento corre más violentamente y la... arquitectura es peculiar. Parece que esta gente vive aplastada por el peso de algo que no sabría definir... a mí también me agradaría investigarla más a fondo, pero quizá es hora de regresar a la casa del príncipe y esperar a que el plan que habéis comenzado hoy dé sus frutos mañana...

Me ha ganado. A mí. Lope de Salazar, Príncipe de Valladolid, me tiene ahora a su entera merced. Al mencionar a Uberto, parece haberme desconcentrado tanto como él hacía, pero, ¿por qué? ¿Qué clase de treta es esta que me presenta mi contrincante eterno? ¿No estoy preparado aún? Todas las preguntas recorren mi mente a una velocidad enorme, y la seguridad de que el hecho de responder y no preguntar pueda salvarme el pescuezo no me consuela en absoluto. He demostrado una pericia tremendamente pobre ante él, y no puedo intimidarlo. Sabe que hablarme de la figura de mi sire me confunde, ¿o es que me he dejado convencer por su deducción? Uberto no me confunde, Uberto ha pasado al pasado, está mucho más loco que muchos otros de mi clan y se aseguró una eternidad bajo las garras de los Tremere.

Esa figura que no puedo dejar de odiar por mucho que le deba, mi sire, que parece estar siempre asociada a mi fracaso, a mis pérdidas. ¿No me dejarás jamás de violentar así, pater?

Con evidente contrariedad plasmada en mis tensas facciones, miro a los ojos al Príncipe, reconociendo que jamás podría romper mi palabra, por humillante que me haya parecido mi derrota.

Por supuesto... -pronuncio lentamente-. Habéis ganado justamente... -prefiero no hacer mención alguna a la razón o las razones de mi poca concentración en esas últimas jugadas, no es una observación que quiero dejar que él convierta en un privilegio sobre mí.

El príncipe suelta una risa corta y acerada. Luego, sin ceremonia, se levanta.

-Bien. Recordad los términos de nuestro acuerdo, joven amigo. No habrá pregunta esta noche. Pero llegará el momento en el que os ruegue que seais completamente sincero conmigo. Y entonces, os recordaré esta partida, y vos contestaréis, porque habeis comprometido aquí vuestro honor. Ahora podéis retiraros. La próxima noche espero que tracemos los planes de vuestra intervención militar.

Asiento, tratando de controlar mi frustración, y tras unas someras palabras de buenos días, me doy la vuelta, tratando de concentrarme sólo en el ruido de mi capa arrastrándose por el suelo a cada paso, murmurando para mí mismo el fracaso que parece cernirse sobre mí allá donde mi sire aparezca aunque sea sólo en nombre.

Con Salazar, Arkwright, y los ojos de Malkav mirándome desde la nada y el todo, me dirijo a mis sueños diurnos, seguramente más pesadillas de las que me asaltan casi todos los días, hoy más parecidas a la realidad que en otras ocasiones.

Sin más os retiráis a dormir a vuestras habitaciones, justo cuando la luz del sol se alza por encima de la línea del horizonte. Los postigos y las contraventanas aseguran la tranquilidad de vuestro descanso.

Cuando os reanimais, ya la noche ha comenzado, y sendos criados os ruegan que os reunais con el príncipe en la sala general. Tanto la comitiva de los Tremere como un atribulado Alejandro se encuentran, pues, presentes, cuando hace su entrada Lope de Salazar.

El príncipe parece más serio que la noche anterior.

-Tengo noticias, amigos. El cardenal Adriano ha llegado a la ciudad, y con él algunos de nuestros conocidos. Parece que la Espada no ha estado ociosa mientras tanto, me temo. Las ciudades de Salamanca, Segovia, Ávila, Zamora y Toledo han firmado un documento de alianza y se declaran en rebeldía hasta que el nuevo rey sea depuesto o atienda a sus peticiones. Carlos está en Alemania, siendo coronado emperador, y el cardenal Adriano ha sido nombrado regente de Castilla, con orden de suprimir la revuelta; para ello un ejército realista se dirige ahora mismo a Segovia. Sin embargo, pronto otras ciudades pueden unirse a la rebelión: Burgos, entre ellas. Temo que estos acontecimientos aceleren y modifiquen los planes que tanto los tremere como Alejandro se habían forjado. No obstante, Harfleur forma parte de la comitiva del cardenal y pronto se reunirá con nosotros para revisar las órdenes de todos. -Mira a Hans, distraidamente, y parece recordar algo- Ah, se me olvidaba. También ha llegado con el cardenal uno de vuestros hermanos Tremere. ¿Tenéis alguna pregunta?

-Si. ¿Quién es mi hermano de Clan?

Jack mira con curiosidad al Príncipe, intentando dilucidar qué intenciones tiene al contar las noticias de esa manera. Jack difumina el aspecto del entorno centrándose en el aura y lo que ella revela. Sin embargo, no consigue nada. Frustrado, deja que su semblante lo rtasluzca un segundo. Inmediatamente recupera la compostura. Al fin y al cabo, nadie puede perderla delante de un traidor cuando piensas en traicionar, ya que puede costarle la vida.

Ante las noticias, sólo puedo pensar que lo mejor es tener paciencia a que Harfleur aparezca con la información necesaria para actuar consecuentemente. Podría dedicarme a hacer conjeturas, pero eso podría causar más caos que bien. En cualquier caso, la naturalidad con la que Salazar habla de nuestros planes, como si estuviera por encima de todo me inquieta, causando que arrugue el rostro con algo de desconfianza mientras lo miro. Desde luego, hay muchas cosas que se están escapando a mi control, y eso no es precisamente lo más adecuado. Ya he perdido una vez, no puedo continuar cayendo o seré completamente derrocado.

En silencio, prefiriendo callar antes que hablar de más, escucho toda la explicación, así como la pregunta de Arkwright, cuya respuesta espero, fijándome en la expresión de frustración que ha puesto de pronto. A juzgar por ella, lo que se me ha dicho sobre la competitividad dentro del Clan de los Usurpadores no es mera habladuría.

El príncipe mira a Arkwright con condescendencia.

-Eso no lo sé, mi estimado huésped. Lo único que he podido averiguar es que su llegada no estaba programada. Imagino que habrá venido para veros, ¿para qué si no? Bien. Ahora pueden ocuparse de sus asuntos durante un par de horas, pues iré a entrevistarme con el arconte y después organizaremos un pequeño encuentro bajo mi techo. Hasta ent... -La aparición de un criado por la puerta del fondo distrae a Salazar, que calla hasta que el recién llegado se acerca hasta él y le susurra algo al oído- Ah, de acuerdo -dice, despidiendo al criado con la mano-. Maese Arkwright, al parecer una mujer pregunta por vos en la entrada de mi casa. Dice que sois... ¿su médico?

-Hacedla pasar. Es una posible candidata para un pequeño experimento sociológico que estoy intentado llevar a cabo. Será un gran avance en lo que a logística militar se refiere. Con este arma, hasta el más débil vampiro podrá remontar su estirpe hasta el propio Caín. Por desgracia, necesito determinado tipo de personas para él. Así que agradecería que no la molestasen demasiado. Enviadla a mis aposentos, por favor.

El príncipe alza una ceja ante el requerimiento de Arkwright y luego hace una seña al sirviente. Este desaparece por donde ha venido.

-Bien. Entonces debo dejaros. El arconte me espera. En un par de horas regresaré, y espero que sea él mismo el que os ponga al corriente de las últimas noticias...

La audiencia ha terminado. Parece que cada cual tiene tiempo para dedicarse a sus experimentos o a sus reflexiones hasta el momento del encuentro. Hans y Arkwright parecen más inclinados a ir escaleras arriba, en busca de la muchacha que solicitaba un médico. Aletheia, en cambio, parece más remisa a subir y titubea antes de salir, dejando que sus compañeros encabecen la marcha.

La mujer parece dudar, y finalmente se dirige a Alejandro con voz trémula.

-Alejandro, ¿podría hablar con vos unos minutos? A solas.

A un paso rápido y ágil, Jack encabeza la marcha, llevando inmediatamente detrás a Hans. Al lleagr a su habitación entra en tromba, usando sus habilidades vampíricas para ver si la muchacha es quien debe ser.

Por supuesto -le contesto, algo extrañado al principio, aunque al recordar que en la noche anterior también tuvo ese gesto conmigo, empiezo a pensar que no está del todo convencida de la fiabilidad de su superior-. Acompañadme afuera, por favor.

La guío por los pasillos de la casa del Príncipe hasta el exterior, para mezclarnos con el frío de Valladolid. Miro alrededor, en busca de algún oído indiscreto, considerando que las calles son casi más protectoras que mis aposentos, dado que los criados de Salazar estarían atentos a lo que digo y hago.

Vos diréis. Desde ayer os noto deseosa de comentarme algo que os turba, y os invito a que lo hagáis. Por muchos resentimientos que pueda tener hacia vuestro clan, no hay nada que me enfrente personalmente a vos, Aletheia, y sobre todo, tened en cuenta que la Camarilla está por encima de los asuntos personales -argumento, con plena tranquilidad, cruzando mis dedos tras mi espalda, caminando por las cercanías del edificio del que hemos salido, aunque trato de mantener una distancia prudencial.

La mujer se asegura de que ningún criado del príncipe os sigue antes de meteros en una habitación lateral que hace las veces de salón y cerrar la puerta.

-Ciertamente, vos sabéis que las circunstancias que nos han unido no han sido, desde el principio, demasiado buenas... La captura de vuestro sire, y, en fin... no hablemos de eso. Lo que quiero decir es que no recurriría a vos sino fuera exclusivamente necesario. Veréis, Alejandro: nuestro clan nos ha encomendado una misión clara en esta ciudad, pero la persona que debería estar dirigiéndola parece completamente enajenada. Quiero decir, Jack... el magister Arkwright... Bien. Se nos puso en guardia ante la posibilidad de que Salazar no fuera tan leal como debería, y mi hermano de clan parece más interesado en crear un ejército privado de ghouls... yo... -añadió, con la voz quebrada por el nerviosismo- temo que el enviado de nuestro clan que ha mencionado el príncipe no sea sino alguien enviado para poner fin a nuestra misión y castigarnos...