Partida Rol por web

Luisa siempre había sido una chica familiar, aunque debido a recuerdos recientes mostraba cierta reticencia a encariñarse con el niño. Esta razón y lo mencionado sobre no sobrecargar la bestia de Arsa fueron suficientes para hacerle incorporarse al carro donde iba Artell (eso y estar cerca de quien se encargaba de cocinar resultaba un interés añadido para la joven). 

Cuando fueron asaltados por el pequeño grupo de matones Luisa se acercó el cañón y se preparó para echárselo al hombro, aunque antes de erguirse, hacer algún movimiento brusco o que pudiese comprometer al grupo, miró a Henewo a la espera de órdenes. Para ser una huérfana dedicada a la recogida de restos mostraba una disciplina, eficiencia y obediencia a todas luces excepcionales para lo que se podía esperar de ella por quienes le habían prestado atención cuando abría la boca. 

La noche había transcurrido sin mayores sobresaltos y dejado paso al día, con lo que la caravana volvió a ponerse en movimiento. Dorotea, no sin cierta vacilación, se había asomado al carro almacén y, en cuanto vio que Arsa dormía, sin pensarlo dos veces se subió para viajar también con aquel niño. Su sorpresa había sido mayúscula cuando Seraphine apareció con el cuerpo, completamente visible y palpable, del supuesto espíritu. Sin embargo, no negaría que lo prefería vivo y mortal que fantasmagórico y errático. Sentía curiosidad por su identidad y el hecho de que hubiera ido a parar a esa cueva, pero él no despertaba y, a poco de reanudarse la marcha, la niña se quedó dormida también, cansada por la noche en vigilia.

Emilia, que no cabía en el carro almacén, había ido al carro jaula y ciertamente creía que Mad y Haxow hacían una compañía más placentera que Arsa. Durmió una hora más; a pesar de la tranquilidad de la noche, había pasado la noche abriendo el ojo de tanto en tanto. Sin embargo, estaba por completo despierta cuando escuchó las voces de aquellos indeseados y la respuesta de sus benefactores. No se la notaba asustada, por lo menos a simple vista, pero le temblaba el labio. La reacción de los Moralta parecía muy controlada, como si no fuera la primera vez que ocurría algo así. ¿Tendrían algo preparado para esos casos?

Si bien a las gemelas les había tocado cruzarse con algún que otro individuo sospechoso, no habían tenido la desgracia de encontrarse con grupos enteros de bandidos. En el peor de los casos, podían contar con su don para ocultar alguna pertenencia de valor, pero a decir verdad el bolso mediano que cargaba normalmente no portaba más que ropa y provisiones. El problema era que los Moralta podían haber llevado ciertos recursos en ese viaje: después de todo, su propósito era recaudar fondos para cruzar el océano. Y si no era el caso, dejaba abierta la pregunta de si aquellos encontronazos podían volverse costumbre, lo cual podía ser muy problemático.

A todo eso, Mad había dicho unas palabras, el único que había hablado desde aquella orden. "¿Estará usando su poder?", se preguntaba Emilia. No había sentido nada especial durante el episodio con Arsa, por lo que su efecto parecía ser concentrado, y no lo conocía lo suficiente como para conocer sus intenciones en ese momento. Se quedó a la espera, en silencio, mientras uno de esos hombres se acercaba al carro. Observó atentamente su apariencia, sus ropas y lo que llevaba, intentando localizar posibles armas que escondiera. "Dorotea… Dorotea", se repetía. Podía percibir la alarma de su hermana. No era su deseo espantarla, pero tenía la impresión de que podía necesitarla atenta.

La risa de los bandidos llena la zona donde la caravana ha sido emboscada cuando Maddon habla para intentar convencerles de que es mejor no robar.
-Oh, tranquilo -Murmura el lider, acercándose al carro principal y mirando por uno de los ventanucos -, siempre hay cosas de valor -Después, se aparta un poco para mirar socarronamente al único que ha osado levantar la voz -. ¿Sabes cuánto se paga por una joven? -Vuelve a reirse, siendo coreado con las risas de sus compañeros. Dos bandidos suben a los primeros carros. Un hombre rubio y alto en el principal y una mujer pelirroja en el almacén.

El carro jaula, tras una mirada por encima, parece no ser de suficiente interés para los bandidos, ya que el que se disponía a subir suelta un bufido de disgusto, da un golpe a las barras con su espada y se aleja.
 

Seraphine continuó delante del niño para protegerle si se acercaban, le hizo un gesto a Dorotea para que también se pusiese tras ella.

Decidió esperar y trataba de no llamar mucho la atención para no hacer enfadar a los bandidos. La gente como aquella no solía responder bien ante gestos amenazantes o ante provocaciones. Así que siguió la orden de los conductores y no atacó. Los Moralta debían tener experiencia con ese tipo de situaciones, y si les habían pedido que no atacasen, sería porque era lo más seguro para todos. Esperó, además, sin decir nada pero sin negarse a responder si se dirigían directamente a ella en algún momento.

Si las cosas se ponían feas, confiaba en que Luisa pudiese hacerles frente. Aunque eran demasiados, esperaba que si Luisa no podía sola, con la ayuda del don de Mad, pudieran disuadirles si era preciso.

Se fijó en la mujer pelirroja que había subido al carro almacén y se preguntaba interiormente el motivo por el que alguien acababa haciendo daño a otras personas para su propio beneficio.

Las palabras del líder acompañada por sus risotadas, me hierven la sangre. No pensaba permitir que le pusieran una mano encima a Dorotea, Emilia, Seraphine o Arsa. Por lo que me acerco al líder e intento que voltee a verme llamándole la atención en apariencia educadamente aunque todo en mi postura denota que a duras penas estoy controlando mis instintos de iniciar una riña en la que saldría perdiendo con seguridad.

Encauso todo aquel enojo, miedo e impotencia por sentirme indefenso ante aquellos bandidos. Entonces le miro a los ojos y le digo firmemente.

- Le dirás a tu gente que se retire sin llevarse nada y te irás de aquí sin recordar nada de lo que pasó!

Esperaba que funcionara o de lo contrario tendría que recurrir a la violencia cosa que esperaba evitar.

Luisa se alegró de que otro fuera el primero en actuar, ya que sabía que en caso de hacerlo ella habría que tomar medidas serias contra aquellos pobres descarriados, pues no podían advertir de la presencia de una troupe con "monstruitos" circulando por ahí. Al tiempo que Mad iniciaba la acción se plantó frente al tipo rubio que se había montado en el carro donde ella estaba, aún sin hacer nada más que esperar una orden de los Moralta. 

Aunque el grupo entero estaba riendose sin ningún tipo de problema, la cercanía de Mad hace que el lider lo mire como si fuera una bolsa de estiércol. Incluso así, las palabras del chico hacen efecto inmediato.
-¡Retirada! -Exclama, girandose a sus aliados y haciendoles un gesto. Los cuatro se quedan confundidos, e incluso la mujer intenta hacerle entrar en razón, pero el hombre la manda callar con un grito -. He dicho retirada -Como si les hubieran quitado sus juguetes, ambos bandidos se bajan de los carros de un salto y el grupo de carneros se aleja completamente perdido en lo ocurrido, siguiendo a su lider, olvidando tras ellos una daga de mango negro con una gema roja en la empuñadura. Al observarla más de cerca, se distingue el diseño de la hoja de damasco, propia de las tierras de Bjornholm.

Maddon se queda allí de pie viendo cómo su don ha Sido de utilidad, quienes fijarán la vista en el pueden ver qué está temblando aunque intenta hacer lo posible por mantenerse quieto, no es hasta que los bandidos se pierden de vista y los Moralta encuentra la daga que Maddon cae al piso llorando. Toda la tensión acumulada desde que aquel bandido le dijera que las muchachas podían valer algo si las vendían, que aunque pensaba en sus compañeras de viaje en su cabeza también pensaba en su propia hermana que había huido de su casa tras los sucesos fatídicos de la noche en que los acorazados atacaron. Ella ahora podía estar en manos de hombres como esos sufriendo completamente sola.

Las lágrimas de Maddon caían y su llanto desconsolado, el que había contenido durante todo este tiempo fluía sin control. 

Seraphine sentía la tensión del momento, temía por la seguridad de los integrantes de los carruajes. Cuando la chica escuchó a Maddon ordenarles a los bandidos que se alejaran, en su corazón nació la esperanza de que el don del muchacho funcionase. Había visto ya en varias ocasiones como lo había logrado, quizá le faltaba práctica pero Seraphine confiaba en él.

Al ver cómo el líder de la banda ordenaba a continuación a sus súbditos que se retirasen, la chica sintió un gran alivió. Aquella presión que sentía en el pecho se había liberado. El cuentacuentos lo había conseguido y ella estaba muy orgullosa de él. En el momento en que la mujer pelirroja bajó del carro almacén y los malhechores se habían retirado ya y sabía que el niño y los demás integrantes de su carro estarían a salvo, se asomó por la puerta para ver el exterior.

Para su sorpresa, el logro de Maddon no parecía haberle hecho feliz a él mismo. Lo vio en el suelo, derrumbado y llorando. Desde luego, no le parecía que el chico estuviese bien. Se bajó del transporte y fue corriendo hacia donde se encontraba Mad, se arrodilló junto a él y lo abrazó. -¿Qué te ocurre, Mad?- Le preguntó con una voz dulce pero entristecida, pues ella no deseaba que el pobre chico sufriera. 

La tensión que recorría el ambiente era palpable en cuanto esos hombres se distribuyeron. Emilia supuso que estando armados sería difícil quitárselos de encima, pues a excepción de Luisa –y quizá Arsa– ninguno parecía ducho con armas en ese grupo. De pronto, un cambio se gestó en ella cuando escuchó las últimas palabras del líder. Con los ojos vidriosos y abiertos como platos, bajó la vista mientras sentía el corazón latir desbocado. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para respirar e incluso cuando uno de esos hombres golpeó las barras del carro, no dio señales de haberlo oído.

Un instinto comenzaba a surgir en esa marea de emociones, el mismo que las había apartado de su casa la última noche que estuvieron allí. El recuerdo no era algo para lo que estuviera preparada, la similitud… Ahora bien, ya habían descartado ese carro. ¿No podía escabullirse de allí y…? Pero no tenía forma de tumbar al hombre que estaba revisando el carro almacén. Se incorporó sin aviso, sintiéndose actuar por impulso, pero todo terminó tan rápido como había empezado, con unas palabras.

En cuanto esos hombres se fueron, Emilia quiso agradecer a Mad, pero no le salía la voz. Bajó de un tirón del carro y salió disparada hacia el almacén, donde encontró a Dorotea silenciosa, junto a Seraphine, detrás de quien se había rehusado a ocultarse. Cuando cruzaron los ojos, sintió la mirada vacía de su hermana como un puñal en el corazón y la invadió otra emoción innombrable que su dueña intentaba ahogar. Deseó por un momento ser otra persona, quizá alguien como Luisa; alguien que pudiera haberla protegido. Pero solo era ella y esa sensación.

Las lágrimas de Mad la hicieron apartarse de sus pensamientos. Recordó entonces que el hombre no parecía muy orgulloso de su don. Sintió cierta envidia: si solo fuera ella igual de capaz. No era que estuviera dispuesta a decírselo así como así; pero sí creyó que merecía unas palabras. Se acercó hasta él, Seraphine ya a su lado ofreciendo consuelo, si era posible.

—Nos ha salvado con su intervención —dijo, en un tono bajo y débil poco característico para ella. No sabía si la congoja de Mad se debía a su don en sí, pero deseaba que supiera que había hecho un bien.

El encontronazo con los bandidos termina tan rápido como ha empezado, sin ningún derramamiento de sangre ni enfrentamiento, gracias a la actuación de Maddon. Pero la cara del jefe de pista no parece acompañar el ambiente tranquilo y su mirada se cruza con la expresión preocupada de Haxow, que se retira la capucha al confirmar que no hay nadie en las cercanías.
-Vamos, montad, debemos alejarnos de aquí -Ordena el hombre, acercándose a donde se encuentra el chico llorando y le pone la mano en el hombro, intentando tranquilizarlo y lo ayuda a subir al carro del que ha bajado. Era hora de cruzar el río y el camino hasta Heniskali podía ser demasiado peligroso por la noche ya que casi todo es bajada de la ladera de la montaña.
-Pararemos a rellenar los odres en el río, comer y descansar un poco -Os avisa Henewo, haciendo un gesto a los conductores, que se sientan en sus sitios, cogiendo las riendas de los caballos para continuar el viaje de nuevo. Por su parte el hombre toma del suelo la daga y la lleva a su carro para buscarle un nuevo dueño cuando haya tiempo de hablar.

Preocupado por Mad, Haxow le tiende la mano para ayudarle a subir, mirandolo algo entristecido.
-¿Quieres hablarlo? -Le pregunta, queriendo ser consciente de que para bien y para mal, estan todos juntos y cualquier cosa dicha puede ser escuchada por mucha gente.

Arsa respira hondo varias veces en el carro tras tomar las riendas, apretandolas alrededor de sus manos como si estuviera intentando calmarse.
-Lo despertaremos cuando paremos -Dice tras un largo silencio, mirando de reojo al pequeño.

La señora Moralta mira por la ventana de vez en cuando, preocupada.
-No deberíamos haber dejado que ninguno se pusiera en peligro, Henewo... -Dice acercandose a la parte delantera tras la cortina que separa el hueco trasero del asiento donde está su marido -, esperemos no tener problemas con los carneros por esto. ¿Estás bien, Luisa?

Se hizo un silencio incómodo, el clima de calma anterior totalmente desaparecido mientras el señor Moralta los instaba a darse prisa. Emilia se acercó a la entrada del carro almacén, pero Dorotea no atendió a ninguno de sus llamados y no había tiempo para pedir ni decir más nada, por lo que desistió y volvió rápidamente a su lugar. Cuando ayudaron a subir a Mad hizo ademán de decirle algo al hombre, pero apartó la mirada de pronto, como si se hubiera arrepentido. Por un momento se sintió de más allí entre los dos conocidos. Se la veía ausente y sin energías.

Por su parte, Dorotea no se había movido en absoluto, pero un vistazo a su expresión bastaba para saber que, lo que fuera que tuviera Emilia en la cabeza, su hermana lo compartía. Por una vez no quedaba claro a simple vista quién de las dos era quién. Se quedó allí quieta buena parte del viaje que siguió. Solo amagó moverse cuando el traqueteo del carro se volvió más intenso y el niño pareció removerse con el movimiento. Se giró para verlo durante unos cuantos segundos, la mirada aún perdida. Al cabo de unos minutos, apoyó la mano sobre el pelo de la criatura y lo empezó a acariciar suavemente, sin decir nada.

El descanso del traqueteo de los carruajes hace mucho más llevadero el inicio del viaje para todos los integrantes de la caravana. El silencio se extiende por las colinas pedregosas del camino hasta que el río y sus aguas llenan de vida el lugar. Pequeñas manadas de cabras montesas trepan por las paredes y riscos, camuflandose con el paisaje sin ninguna dificultad.

La breve parada para rellenar los odres os permite disfrutar del paisaje durante un rato, no os habeis alejado demasiado de la zona donde os han atacado, pero tan cerca del puente como estais, apenas a unos metros de este, podeis escapar fácilmente en caso de ser atacados.

Un carro grande, tirado por dos mulas, aparece por el mismo puente. Su mercancía está cubierta y bien agarrada y un hombre corpulento, acompañado de una niña de unos doce años, charlan alegremente hasta que la pequeña se gira y os ve.
-Papá, papá, ¡mira! ¡Un circo! -Ante la insistencia de su hija, el hombre para su avance en la zona más cercana que el camino le permite sin salirse del mismo.
-Buenos días -Os saluda, con la mano y la niña se baja de un salto de la carreta y se acerca corriendo a vosotros, con los ojos tan brillantes como su sonrisa.

Pese al entusiasmo de la pequeña niña al haberse encontrado con un grupo de artistas como ellos, solo los integrantes originales de la caravana se paran a hablar con el hombre y su hija. Tras una charla fugaz, de la que Arsa termina saliendo para ir al carro almacén, Henewo indica de continuar el camino, aunque parece un poco mosqueado. Haxow también se muestra más callado y serio de lo habitual.

Antes de salir, escuchais llantos en el carro almacén y a Arsa haces gestos de que todo está bien. De nuevo, emprendeis el camino, directos a cruzar el puente que os llevará a salvo al otro lado del río.

Dorotea no soltó palabra durante todo el camino. De vez en cuando echaba un ojo al niño y luego volvía a mirar a la pared, sin apenas verla en realidad. Incluso cuando se escuchó una voz infantil fuera del carro, su única respuesta fue voltearse hacia la entrada. Pero nadie subió y solo Arsa se asomó a ver qué pasaba. En cuanto la voz de fuera se hubo extinguido, regresó el silencio. En parte ello alimentaba la sensación de que algo no estaba bien, e incluso si Dorotea hubiera querido hablar, era probable que le generara inquietud ser la primera en interrumpir el estado meditativo del grupo.

Sin embargo, mientras Arsa regresaba al carro, el niño finalmente dio indicios de despertar. Bruscamente, por cierto. Dorotea lo miró, como si no entendiera del todo qué pasaba: quizá por la sorpresa de haber despertado en un lugar desconocido, o por algún recuerdo o pesadilla que hubiera asaltado su paz, él se había echado a llorar. Una vaga comprensión cruzó de pronto los ojos de la niña, que murmuró:

—Nadie te hará daño aquí. Pronto nos detendremos y podrás comer y beber algo. Verás que los señores Moralta tienen muy buen corazón. —Su voz sonaba suave y afable, si bien poco entusiasta.

Seraphine seguía sin apartarse del pequeño. Le tarareaba una suave melodía mientras le acariciaba su delicado rostro y su cabello. Trataba de tranquilizar al chico en sus sueños, aunque no estuviera despierto aún, deseaba que el pobre niño pudiera oírla y no sentir miedo. 

Cuando escuchó personas hablando fuera y notó que no era gente peligrosa, se relajó y continuó al lado del chico. Decidió no abandonarlo ni por un segundo. Le había hecho una especie de promesa de que estaría con él cuando lo vio en su forma de espíritu y no pensaba incumplirla. Seguiría a su lado, pasase lo que pasase y pensaba cuidarlo y protegerlo como le había dicho.

En el momento en el que escuchó el llanto, Seraphine se incorporó para ver si el chico había despertado o sólo era una pesadilla. -Estás bien, pequeño, estás a salvo, soy yo Seraphine, ¿Te acuerdas de mí? No debes tener miedo, estoy aquí para protegerte.-

Dentro del caro almacén, el niño pequeño se despierta asustado y rodeado de gente desconocida. Todavía deshorientado, el niño se aleja de ambas mujeres, refugiandose en una esquina del carro, intentando colarse entre los objetos que hay llenandolo. Arsa mira al interior, comprobando a las preocupadas ocupantes antes de suspirar.
-Dadle algo de fruta y agua -Ordena, volviendo a mirar al camino. El niño, sobresaltado por una voz que no esperaba, se aleja de Arsa asustado, llorando más.
-Quiero volver a casa -Solloza, tan alerta que tiembla.