Tras un buén rato de paseo en coche por Manhattan, para luego atravesar East River de punta a punta. Ves aparecer el enorme edificio de oficinas en el cual se encontraba ubicado el despacho de Glen Millers. Un pez gordo de las finanzas de Wall Street.
No crees que exista neoyorkino que no oyese hablar alguna vez de Millers.
Aquella monstruosidad se herguía en el meollo financiero de Nueva York y en uno de los mas bulliciosos sectores de la ciudad. Broadway brillaba con luz propia ese día.
-Hemos llegado, señor Leyton...- Te dice el chófer parando el coche justo enfrente de una marquesina. Al cabo de unos instantes aparece un botones que te abre la puerta.
Tras dejar el periódico, salí del coche, ante mi se alzaba el edificio donde se encontraba situado el despacho de Glen Millers, no sabía exactamente la planta aunque aquello no sería un problema. Mientras observaba las plantas más altas esperé que el botones cerrara tras de mi la puerta del coche para abrir a continuación la dorada y acristalada puerta que daba a un espacioso hall decorado con mármoles de diversos colores. Antes de entrar arreglé mi traje y calcé nuevamente el sombrero, saqué un billete pequeño y dejé que el botones lo cogiera mientras cruzaba el umbral sin apenas darle tiempo a agradecerme el dinero.
En el centro se encontraba un gran mostrador de oscura madera tras el cual un hombre vestido con traje alzó la vista para observarme mientras sonreía. -¿ En qué puedo ayudarle caballero?.- Dijo de manera obsequiosa.
- Vengo a ver al señor Millers.- No sabía si le encontraría en su despacho o si dispondría de tiempo para reunirse conmigo pues no había llamado por teléfono para concertar la cita, aquella reunión era muy importante y prefería hacerlo todo en persona.
-¿Quien desea verle?- Pregunta sin borrar esa sonrisa de su semblante. Crees que ya forma parte de su expresión.
De repente una joven muchacha se acerca al mostrador y es atendida por otro recepcionista justo a tu lado.
-Que pase un buén día señorita Millers...- Escuchas al despedirse.
El tipo sigue mirandote y con esa estupida sonrisa en la cara.
Bajas hasta el vestíbulo del monstruoso edifício. Abres la dorada y acristalada puerta que daba a un espacioso hall decorado con mármoles de diversos colores. En el centro se encontraba un gran mostrador de oscura madera en el cual había un par de recepcionistas que gestionaban las visitas.
Frente al mostrador ves a un tipo trajado de blanco impoluto. Lo has visto antes. Es un abogado del diablo... Ese tipo de abogado capaz de defender a los asesinos y mafiosos. Dinero sucio...
¿Que hacía un tipo de esa calaña en el seno de Broadway?
En ese instante el tipo de blanco estaba siendo atendido por uno de los recepcionistas. El otro, en cambio, se encontraba a sus quehaceres tras el mostrador.
Antes de que pudiera responder al recepcionista me vi interrumpido por la aparición de la que debía ser otra de las hijas del magnate, sentí la tentación de ir tras ella pues quizás podría averiguar algo, sin embargo mi trabajo era otro y atosigar a una de las hijas sería contraproducente. Educadamente levante la mano hacia mi sombrero e hice un ligero gesto con este a modo de saludo, no pude evitar sin embargo que la sonrisa lobuna acudiera a mi anguloso rostro como era costumbre en mi al tratar con damas que podía encontrar interesantes por diversos motivos.
- Buenos días.- Dije escuetamente volviendo a relajar mi semblante dejando un leve rastro en mis labios de aquella sonrisa. No esperaba conversación más allá de lo meramente cordial entre dos desconocidos, de manera que esperé la partida de la señorita Millers para volver a girarme hacia el mostrador.