Los días eran ajetreados en el Reino de la Roca, los Maestres iban y venían con acuerdos, tratos, carreteras comerciales que querían construir, y eso satisfacía al Rey, y también a su Reina.
Los tiempos de paz eran casi tan buenos para la economía como los tiempos de guerra. Sin embargo la invitación de los Stark apelando a cuentos de vieja y supersticiones auguraba que nada bueno ocurriría en los años venideros. Los Lannister se prepararon para viajar a Invernalia, con buenas ropas y mejores regalos con los que deslumbrar al resto de invitados.
Pero no se irían sin dejar atrás a buenos gestores que se encargasen de sus finanzas.
Lady Sonnia había alcanzado la mayoría de edad. Aprendiza de Loren y Kalina, conocía la base de toda forma de negocio, y por ello se le encomendó la dura tarea de negociar con el Banco de Hierro. Sin embargo, esos banqueros estirados no se iban a acercar a Roca Casterly sin un algo que les atrajera lo suficiente de por medio. En tiempos de guerra una victoria, en tiempos de paz, una fiesta. Así que se celebró un gran torneo, que no sólo serviría para presentar a Lady Sonnia en sociedad, le serviría para encontrar marido. Algún caballero que demostrase su habilidad para la lucha, que pudiera protegerla.
Mientras tanto, en su camino al concilio de reyes, sus padres habían conocido a Gregorian Faresno, un mercader de telas que había recorrido los siete reinos y que vivía en la carretera. ¡Qué rápido había aceptado los préstamos de los Lanister! No fue sólo oro lo que se llevo de la caravana, también recomendaciones que le abrirían las puertas a las casas de artesanos y bajos nobles. La deuda era tan grande, que juró lealtad a los leones. Bajo su garra prosperaría, aunque debería asumir riesgos para pagar los intereses. Si seguía siendo leal, le darían acceso a las cortes de todos los mismísimos reyes. Claro que con su negocio, le hicieron unos cuantos encargos especiales: armaduras de cuero de los Greyjoy, pieles norteñas, sedas sureñas... Los oídos de Gregorian cazarían todos los rumores que escuchase, sus ojos se fijarían en los detalles de las vestimentas de cada nación y sus dedos los reproducirían por las noches mientras nadie miraba. El veneno que se mecía en sus botellas acunadas por el algodón le aseguraba que tarde o temprano mataría en nombre de sus señores. Sonrió pensando en lo locos que estaban los nobles. Aunque más loco estaba él por seguirlos.