Lo primero que Selt hizo cuando a Abrahms se le salieron los sesos (o al menos el sentido común) por las orejas fue dejar caer la mandíbula como un tonto. Aquello sí que no se lo esperaba. Lo segundo fue menear la cabeza al ver que Naewen intentaba hacerle entrar en razón. Difícil... el tipo no parecía lo que se dice normal ya desde el momento en que le habían conocido. Pero aquello parecía haberle hecho perder la chaveta de forma definitiva. O eso, o era de esos magos arrogantes que se creían invulnerables y todopoderosos, todo era posible. Pero independientemente del posible ego de Abrahms, Selt apostaba por la primera opción.
Agarra a la capitana del brazo y tira de ella. -Vamos, no podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Ha tomado su decisión. Tal vez sea la decisión de un loco, pero es lo que hay. Alguna gente, incluso gente bien fuerte, se quiebra ante determinada presión. Lo he visto en las bandas alguna vez, y nunca es bonito, pero la vida es así. O le dejas aquí, o le metes un conjuro de incapacitación y lo llevamos a rastras al barco y que nos grite cuando despierte.
Selt se alegra cuando ella decide reemprender la huida, aunque fuera con aquella expresión de frustración. Le asombró un poco que no hubiera decidido intentar su proposición de noquear al tipo y llevarlo con ellos. Quizá pensase que no podría hacerlo en el corto espacio de tiempo que tenían. Después de todo el Abrahms imponía un tanto respeto con aquel despliegue piromaniaco. Si era tan bueno como mago de guerra no sería fácil de noquear.
Ante su última frase, Selt vuelve a menear la cabeza. Compasiva, ella era demasiado compasiva y empática. Eso no era bueno. La compasión llevaba a situaciones como la de Abrahms, aunque dudaba que él se hubiera quebrado por ser demasiado compasivo. Selt hubiera querido decirle que sería mejor que fuera más dura, que le afectaran menos aquellas cosas. Si seguía solidarizándose con todos los que sufrían, iba a acabar con una crisis nerviosa de las que hacían historia.
Pero en vez de darle aquel consejo sensato, Selt la abraza sin decir palabra. No entiende por qué lo hace. Después de todo ella le había dado calabazas y era mejor no crear situaciones incómodas en el trabajo. Tampoco es que la creyera tan débil, era una mujer de armas tomar debajo de aquella primera capa frágil y compasiva. Una superviviente, Selt estaba seguro de ello. Hacía falta un superviviente para reconocer a otro, y bajo aquella compasión suya Naewen tenía un núcleo duro y testarudo. Tampoco lo hizo, Selt podría jurarlo, porque quería aprovechar la situación para ganar un avance sobre ella; el "no" no había sido definitivo, solo un "ya veremos más adelante", pero no era eso lo que ocupaba su mente cuando la abrazó.
Entonces, ¿por qué lo hizo? Selt suspira y llega a la conclusión de que es porque es el primer elfo con el que puede hablar de verdad desde la muerte de sus padres. Ella le fascinaba, era verdad, y no por ella misma, sino por lo que representaba, esa sociedad elfa que nunca sería la suya y la oportunidad de vivir con gente que no se marchitara y muriera en un abrir y cerrar de ojos. Y todo, todo lo demás que él no conocía y sin duda era tanto más atractivo y misterioso porque los elfos nunca le dejarían conocerlo. El conocimiento prohibido siempre es el más deseado. Y aunque Selt procuraba no pensar en ello, a veces se preguntaba qué se estaría perdiendo al vivir al margen de su raza.
-Es algo odioso -convino él-, un terrible desperdicio. Era un hombre joven y con talento. Aun podría haber vivido muchos años y aprender mucho más. Pero así es la vida, Naewen. Así es la vida… y quizá haya sido lo mejor para él. Había perdido la razón y en todo caso habría tenido que sobrevivir al conocimiento del terrible destino de su hijo.
Aerilaya dejó que Seltyiel la abrazase medio minuto, pero después se liberó, con suavidad. No es que le importase mostrar sus sentimientos -era un rasgo de los humanos que no acababa de comprender-, pero sospechaba que él estaba malinterpretando su frustración con inseguridad o tristeza.
-Tranquilo, estoy bien. Es solo que es un desperdicio tan grande. Es lo mismo que destruir un libro, solo que peor. -El tono de Aerilaya indicaba cuánto aborrecía tener que destruir un libro-. De los libros suele haber otras copias, e incluso cuando no es el caso, los conocimientos que alberga suelen estar dispersos en muchos otros, de modo que rara vez se pierde algo único; sólo te complicas el volver a reunir esos conocimientos. Pero cuando alguien muere sí se pierde algo único. Piensa en todo lo que sabía Abrahms, todo lo que hubiera podido aprender y aportar al mundo. Qué desperdicio. Y eso sin hablar de su personalidad única…
Suspiró. -Pero sí, fue su decisión.