Partida Rol por web

 Faendor, muy herido, pero sano en corazón y valentía, alzó su espada para alentar a los suyos con un grito de esperanza y ánimo.

— ¡Pueblo de Gondor, es el momento de poner final a esta batalla, el poder de Mordor y de Sauron no tiene cabida en estas tierras! ¡Que ningún hijo de la sombra vuelva con vida a las tierras oscuras!

Un grito al unísono se escuchó. Seguidamente, el sonido de las espadas y los escudos chocando.

Pero no solo los gondorianos se alzaron en orgullo y valor, sino que también los rohirrim, que habían visto como uno de sus generales, Gleomund, estaba al borde de la muerte, era salvado por los aventureros.

— ¡Por Theoden y por todos los hombres que han perdido la vida hoy aquí, por todos los Rohirrim, cargad! — ordenó la general, con la cara ensangrentada y el rostro lleno de dolor y coraje.

Los jinetes espolearon a sus monturas arrasando con todo el enemigo que veía frente a ellos.

 Gleomund, que había perdido la esperanza por momentos, se levantó moralmente al ver como su general daba la buena nueva y como las Tres Damas habían caído de mano de los aventureros, de los elegidos, de aquellos que habían luchado por aquella causa desde un inicio.

— ¡Vaciad vuestras corazones y cargad con vuestras lanzas, hijos de Rohan, hoy aquí esta victoria será recordada por mucho tiempo!

Y todos los Rohirrim y Gondorianos se batieron en batalla aniquilando a los orcos que corrían despavoridos.

Los orcos comenzaron a correr soltando armas y escudos. Muchos murieron al dar la espalda a los gondorianos y otros fueron alcanzados a los metros por los Rohirrim y sus poderosos Mearas. Los gritos de pánico eran sustituidos por gritos ahogados de muerte.

Brecca sacó con fuerza la espada del cuerpo de las Tres Damas, quienes cayeron de rodillas. Elanor se acercó a Elessäl. El mago, abrazó con fuerza a la elfa. Vánima y Ódvarr siguieron dando muerte a orcos que escapaban y pasaban por sus lados. Dromri, volvió a la batalla con un la cara totalmente ensangrentada pero con el corazón en llamas por su condición de guerrero y, sobre todo, de enano.

Y así, todos los orcos fueron cayendo en aquella batalla que había sido librada por hombres libres y siervos de Sauron, en un intento de acabar con una de las fortalezas más poderosas de la Tierra Media: Minas Tirith.

El cuerpo del licántropo comenzó a desvanecerse poco a poco, dando paso al cuerpo de tres mujeres, tres elfas. Ya no eran macabras, ya no eran horribles; ahora eran bellas y sus rasgos élficos las definían. Yacían sin vida, con unos harapos que tapaban sus partes nobles.

El mago se separó de Elanor para desviar su mirada a lo que, en algún momento de su larga vida, fueron sus hermanastras. El mago tenía un zarpazo en el pecho y cojeaba notablemente. Una vez que estuvo a la altura de las mismas, se arrodilló.

— El odio consumió vuestro corazón y ahora ha consumido vuestro ser. Ahora que ya no estáis en este mundo, todo volverá a ser como antes. El Señor Oscuro demorará una nuevo ataque durante mucho tiempo y con ello la paz y la libertad se hará de nuevo en los Pueblos Libres — dijo el mago mientras con los mismos harapos que vestían, tapaba el rostro de cada una de ellas.

Después, se giró hacia los aventureros y asintió, con una media sonrisa y el gesto triste que le caracterizaba.

Tras finalizar la batalla, la lluvia cesó y un rayo de sol atravesó las nubes. Lo que horas antes era un puente y una amplia estancia donde se establecían mercados y puestos, ahora era un cementerio de cadáveres que poco a poco se iban apartando en carros recogidos por los soldados. Faendor, visiblemente herido pero de una pieza; se acercó a los aventureros, que descansaban mientras recibían curas de los sanadores de la ciudad al igual que los demás heridos.

 — Gracias — dijo firmemente —. Sin vuestra ayuda y sin todo lo que habéis hecho antes de llegar aquí, no sé cómo hubiera acabado. El pueblo de Gondor y toda la Tierra Media estará en deuda con vosotros, siempre.

Brecca

Finalmente la espada de la muerte había hecho honor a su nombre y se había cobrado una vida, y tras ella caían otras no por su mano, pero sí por efecto de su acción. Tras desenvainar su espada del pecho de la bestia su mirada recorrió el campo de batalla, los orcos se batían en retirada y los hombres de los pueblos libres segaban sus vidas una a una. Sus compañeros también se unieron a la masacre, pero él sólo era consciente del peso de la espada en la mano, de la lluvia corriendo sobre su cuerpo y lavando la sangre de la hoja... Miró nuevamente el cuerpo de la bestia, y pudo ver a tres elfas, hermosas y majestuosas en su muerte, costaba creer que la oscuridad había manchado sus almas unos momentos antes.

Envainó la espada mientras Elessal les hablaba, consciente de sus palabras, y una cierta tristeza se dibujó en su rostro al comprender el dolor que debía haber cargado el semielfo. La muerte de sus hermanas debía ser una liberación para él, pero al mismo tiempo motivo de congoja. Apoyó una mano en su hobro cuando se puso en pie, le dedicó una sonrisa y una inclinación de cabeza, y luego se unió a los esfuerzos de los sanadores por sanar a los heridos.

La lluvia cesó, el sol iluminó una escena a un tiempo gloriosa y macabra, muchos hombres habían dado sus vidas por defender la frontera de los pueblos libres, sus cuerpos debían ser enterrados con el honor que merecían. Finalmente Brecca dejó que l atendieran junto a sus compañeros, y les dedicó a todos ellos una sonrisa sincera antes de acercarse a Elanor. - Permitidme hacer algo por vuestra mano - dijo mientras se concentraba, y tras haber juntado suficiente energía comenzó una tarea que quizá no terminaría ese día, pero a la cual dedicaría el tiempo necesario. - Puede que sintais una molestia - dijo antes de apoyar la mano en el muñon para comenzar a liberar la energía que poco a poco regeneraria los tejidos de la muñeca.

Sólo sonrió ante el agradecimiento de Faendor, y luego volvió a concentrarse en la tarea que se había impuesto. Elanor había salvado su vida al otorgarle el escudo que le permitió enfrentar sin miedo al licántropo, ahora debía buscar la forma de devolverle su mano.

ELANOR

La batalla finalmente terminó a nuestro favor y allí empapada hasta los huesos, muy debilitada, recibí el abrazo de Elessal con la esperanza de que está pesadilla haya terminado para él. Sentí un poco de calor en mi pecho mientras le devolví el abrazo con dulzura, sin fuerzas, pero contenta de que todo ya pasó. 

Después cuando lo vi acercarse a sus hermanas, lo dejé tener su momento con ellas, al fin de cuentas detrás de su oscuridad había tres mujeres que sufrieron en demasía y se perdieron en su dolor. Pude entenderlas pese a todo, aunque jamás justificaría tanto derrame de sangre. 

Ya cuando me acerqué para estar cerca de Elessal, alcé la mirada cuando ví que Brecca estaba a mi lado y le regalé una sincera sonrisa. 

—Se... ¿Se puede?—pregunté temblorosa—. No hay problema, es tanto el dolor que he estado sintiendo que no pasa nada. Gracias por ocuparte Brecca. 

Nerviosa lo dejé hacer, en verdad me ilusioné con la idea de recuperar mi mano considerando que tras haberlo dado por perdido, el montaraz me ofreció una alternativa. Una que claramente aceptaré.

Dromri

El enano asintió con la cara rasgado y sin un ojo, pero tras recuperar la conciencia vio como los orcos huían y yacía allí el cuerpo de la bestia. Dromri se acercó a sus compañeros pidiendo sanación... después preguntó quien había sido el héroe que había dado muerte a la bestia. Una vez se lo comunicaron lo alabó y mantuvo su nombre en su memoria para irlo diciendo allí donde posara. Por fin habían destruido la amenaza del mal que amenaza con conquistar toda la tierra media, el buen Dromri intentó pedir solo una cosa a Gondor, y a su senescal, un poni para poder seguir las andaduras de los Rohirrim que tanto habían despertado la curiosidad del enano, por su espíritu guerrero y su ferocidad en el combate. Se sentía tan unido a aquel pueblo que le parecía tan similar a su pueblo enano, que intentó alistarse entre sus filas, sabiendo que podía ser un estorbo pero que con la ayuda de los compañeros que había conocido en su andadura podía conseguir seguir el rastro de los señores de los caballos. 

Ódvarr

La muerte del licántropo le devolvió la sangre al cuerpo. El vigor y el cansancio se le fueron por un momento, y cargó a cruzarse en combate a ayudar a los comandantes, ayudando a todos aquellos que los habían acompañado en ese largo viaje, y ahora estaban dando sus vidas en batalla. Aprovechando y haciendo uso del shock que provocó en el enemigo, adelantó sus pasos contra este, y cargó, cegándole la vida a muchos orcos más.

Respiraba agitadamente, mientras apoyaba su espada ensangrentada en uno de sus hombros, para dejarse caer y sentar cuando la lluvia cubría el lugar. Innumerables personas habían perdido la vida ese día, pero, de momento, ahora podían cantar victoria.