Partida Rol por web

Saldando Cuentas

Entreacto 1 (Caps 3 - 4)

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11/06/2021, 19:08
Raikan

No. Su paso desigual no quitó en nada su buen humor, tanto hubiese dado que los guardias hubiesen liberado desenfrenadamente sus carcajadas. El lector, a estas alturas, tendrá suficiente conocimiento del gigantón para saber que, seguramente, era más bien lo contrario, aquello solo le daba nuevas oportunidades de hacer bromas y el ridículo sin llegar a  avergonzarse un solo ápice.

  Llegaron a la ciudad y Raikan despidió aquellos guardias con alegría, por alguna razón no se encontraba con la extraña sensación de volver a su jaula, la excursión le había traído un sinfín de nuevas experiencias, así que tenía con qué ocupar su mente un buen rato.

  Un buen paseo. Aunque no tardaría en ver que aún le quedaba ese día más cosas por descubrir. ¿Quién hubiese dicho que habría tanto de su propia ciudad que desconocía en ese extremo? A decir verdad, lo poco que conocía del Distrito Noble era lo que había podido vislumbrar alguna vez desde alguna torre o tejado, pero estar ahí, andar entre sus calles era cosa muy distinta. La gente lo miraba con cara extraña, sorprendidos de ver una pieza que no encajaba para nada en aquél rompecabezas.

  —¡Ahora me comería una vaca entera!- Para el guerrero no era muy distinta a extrañeza de ver aquella gente de lo que resultaba él para ellos. Prefirió centrarse en el olor. En sus propia tripas rugiendo y quejándose, tan sonoras y escandalosas como él. Se sentía algo incomodo, no le gustaba mucho de la ostentación de la gente noble y adinerada. Nunca había entendido muy bien que el tamaño del bolsillo hiciese, en pensamiento de algunos, superior a unos humanos de otros. —No, no me gusta como huele.- dijo torciendo la boca y hablando sin filtro. Quizás el aire era más fresco, incluso perfumado, pero no era a lo que se había acostumbrado toda su vida. 

  Su expresión de desagrado se dulcificó al llegar al distrito de los Jardines. Al menos la naturaleza alimentaba su espíritu, aunque, como ya hemos dicho, no era muy amigo de que ciertos privilegios estuviesen destinados ni reservados a unos pocos. Peor resultó al ver las casas, aquello volvía a ensombrecer el tono de sus comentarios. —Aquí podrían vivir por lo menos cinco o seis familias.- Aquél antiguo gamberro era muy malo para los cálculos, eran mansiones grandes y ostentosas, sin duda se quedaba un buen rato corto.

  Al llegar a su destino, se sentía completamente fuera de lugar. Como reducido al tamaño de una hormiga.

 Caminó a largos e irregulares trancos con las manos detrás de la cabeza comentándolo todo y bromeando poco, o haciéndolo con cierta amargura, se notaba como sin reservas se prestaba a aquella incomodidad.

  Silvó con descaro al encontrarse y esperar en aquella puerta:  —Con la madera de esta puerta haría yo unos buenos veinte escudos. ¡Por lo menos!

 En lo que quedó, una vez traspasado el umbral, dejó que Freyja liderase. Lo miraba todo ojiplático, y resoplaba cada vez que un mechón de pelo le caía a molestar en la cara, cosa que pasaba con bastante frecuencia, lo miraba todo dispuesto a retenerlo en su retina para contar fabulas sobre ello con toda clase de detalles en la cena. Nadie lo iba a creer:

  —Solo espero que en algún momento nos den algo de comer.- Comentó a la paladina sin saber a dónde iban y sin importarle en lo más mínimo. Él solo había querido asegurarse que el herido llegaba a buen recaudo y que la niña estaba bien, lo demás resultaba incomprendido, en nada asimilaba la situación en la que se encontraba. —¡Por las barbas de Haides! Estoy muerto de hambre.

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18/06/2021, 17:52
Director

Los dos jóvenes soldados entraron en una enorme biblioteca. Los suelos estaban recubiertos por gruesas alfombras. A uno de los lados había una chimenea, hecha de mármol y el fuego crepitaba en su interior. Delante de ella habían unos sofás de piel y una mesita central. Las paredes estaban recubiertas por tapices que recordaban tiempos anteriores y algunas estanterías con libros. 

Sentado en uno de los sofás se encontraba un hombre que se levantó en cuanto nuestros héroes entraron. De mediana edad, sus cabellos eran de un tono gris y caían remarcando un rostro amable pero marcado por la preocupación. Sus ropas se veían de buena calidad, aunque no brillaban por la ostentación. Se presentó como Jacob Swordbur. Freyja recordaba a Lady Swordbur, la mujer de aquel hombre, y la primera impresión que daban era lo diferentes que eran el uno del otro. 
Aquel hombre era el padre de la pequeña que había sido atacada en el bosque. No era la primera vez que recibían amenazas y tomó la difícil decisión, en contra de los deseos de su esposa, de traerlas desde Esplendor de Armorial, una preciosa ciudad costera. Confiaba en que en la capital estarían más seguras, pero los recientes acontecimientos le acababan de demostrar que había acercado a su familia a un peligro aún mayor. Les estaba sumamente agradecido por lo que habían hecho.

Jacob era un hombre educado y hablaba con un tono profundo de voz. Era un hombre al que no le gustaba andarse con rodeos, por lo que les expuso claramente su petición.

Les rogó que llevaran de vuelta a su hija y a su esposa a Esplendor de Armorial. Freyja no lo dudó. Su deber era ayudar y proteger al indefenso y, aunque se había comprometido con el ejército, antes tenía un compromiso con su Dios y su fe. Raikan, en cambio, tuvo alguna que otra duda. Quería acompañar a la paladina, sentía que juntos formaban un buen equipo y no le gustaba la idea de separarse. Pero, él se había metido en el ejército por un trato. Su vida anterior le había llevado por caminos no muy recomendables y el viejo enano había dado la cara por él. Si ahora se iba, quizás sería considerado un desertor y eso podía repercutir en el nombre del enano y que lo buscaran para meterlo en un calabozo. Ese futuro no era muy halagüeño y no terminaba de convencerle. 

Lord Swordbur era una persona que había viajado mucho y, aunque Raikan era reticente a exponer sus temores, no tardó en darse cuenta de lo que podía suponer desertar del ejército para el joven guerrero. Se quedó un momento pensativo y les rogó que esperaran mientras solucionaba unos temas. 

Abandonó la biblioteca y, mientras ambos esperaban, les atendieron llevándoles viandas y bebida para que pudieran relajarse. 

Ahora que estaban más tranquilos, y que ya había pasado un tiempo del combate, Raikan empezó a sentir los efectos de sus heridas. Por mucho que quisiera quitarle importancia, cada movimiento de su brazo le provocaba un relámpago de dolor que le iba del hombro a su dedo corazón. Si se reía, terminaba doblado por el dolor que recorría sus costillas. Y así con casi cada fibra de su ser. Se sentó en uno de los sofás y echó la cabeza hacia atrás, cerrando durante unos segundos los ojos. 

"- Este anillo es muy especial. Hace muchos años que lo tengo y ya era hora de que se lo entregara a alguien. Una vez al día puedes activarlo y curarte parte de las heridas. Además, si alguna vez quedas tan malherido que pierdes el conocimiento y te desangras, automáticamente te curará, estabilizándote. Pero entonces, no podrás volver a utilizarlo y deberás entregarlo a alguien que creas que pueda servirle -" La voz del enano resonó en sus recuerdos. Abrió nuevamente los ojos y elevó la mano, observando el anillo que llevaba puesto en el índice. Casi había olvidado que lo llevaba. Lo activó y enseguida sintió como la magia curativa recorría su cuerpo, aliviándole ligeramente de las heridas y magulladuras que laceraban su cuerpo. 

Sintiéndose mucho mejor, dio buena cuenta a las viandas mientras hablaba de anécdotas y volvía a reír a mandíbula batiente. 

Al tiempo regresó Lord Swordbur llevando unos pergaminos en sus manos que entregó a los dos guerreros.

- Aquí tenéis el permiso para poder ausentaros del ejército. He arreglado ciertos pormenores y, si así lo deseáis, podéis ausentaros el tiempo que haga falta mientras estéis a mi servicio - . Les explicó mirándoles a los ojos. Al leer los pergaminos pudieron comprobar que, efectivamente, eran unos permisos firmados directamente por el Comandante Caelum Silverblade.

Los preparativos fueron rápidos ya que Lord Swrdbur quería que partieran lo antes posible. Temía por la seguridad de su mujer y su hija, y tenía suficientes motivos para hacerlo. Mientras esperaban a que todo estuviera dispuesto, llegó el joven Erierth y se acercó para comprobar que se encontraran bien. 

Cuando todo estuvo listo, y tras haber descansado unas cuantas horas, finalmente se pusieron en marcha. Todavía era de noche, pero en el horizonte empezaba a clarear. Un carro estaba detenido delante de la puerta y la pequeña Erlaine se encontraba medio dormida en brazos de su padre. Una mujer hermosa, pero de apariencia orgullosa y fría, se encontraba junto al hombre. Al ver a Freyja la saludó con un suave gesto de cabeza. 

- Lady Freyja... - y clavó su mirada en la del guerrero. - Ella es mi esposa, lady Swordbur... - El hombre fue el que la presentó y se volvió para meter a la pequeña en el carro. Otra mujer, con mirada severa y autoritaria, también iría con ellos. Freyja la recordaba del viaje en el que también las había acompañado. Aquella era la institutriz de Erlaine, tan fría y severa como su madre. 

Cuatro hombres más les acompañarían en aquel viaje que les alejaría durante unas semanas de Zarassna.

Cuando el sol empezaba a despuntar por el horizonte, el carro y los seis jinetes que le acompañaban cruzaban las puertas de la ciudad, dirigiéndose hacia el este, en dirección a la costa y a la hermosa ciudad de Esplendor de Armorial.

 

- FIN ENTREACTO 1 -