Le sirvieron un buen desayuno. Pan blanco, recién hecho, que todavía humeaba al partirlo, con manteca y miel. Y para beber, leche que traían de las vaquerías de las afueras de la ciudad.
Freyja desayunó y se puso en marcha hacia el templo de Heironeous. Éste no era muy grande. Era un lugar, que la muchacha sentía como su hogar, tranquilo y acogedor.
Las puertas ya estaban abiertas y la joven entró en el sagrado recinto. En seguida sintió la paz que inundaba su alma. No conocía otro lugar en el que se sintiera tan llena como en ese.
Los primeros rezos matinales ya habían llegado a su fin. Arrodillado delante del altar, se encontraba Lother Seinn, el responsable del templo. Un clérigo que había dado su vida al servicio de Heironeous y el que, cuando Freyja llegó por primera vez, perdida y con muchas preguntas, la había cogido bajo su tutela y le había estado guiando en su camino. Fue él el que le pidió que acompañara a lady Swordbur de regreso a Zarassna.
Descuéntate:
2 piezas oro (po) por habitación y desayuno
5 piezas plata (pp) por cena
1 pp por poder bañarte calentita
Disfruté del desayuno con cada bocado que daba. No podía saber cómo, pero me encontraba de nuevo con el estómago vacío, y mis tripas rugían hambrientas. Estuve a punto de pedir otra vez las patatas y el cordero, pero me contuve. Debía de tomar un buen desayuno, y estaba segura de que lo que me servirían estaba igualmente delicioso.
—Gracias.
Y tomé el primer bocado. Y tuve ganas de decirle al posadero que volviera para agradecerle el desayuno. El pan se me deshacía en la boca y la miel estaba tan dulce que envidié a las abejas.
Me vino a la mente la comida que había estado tomando los últimos días y no sabía cómo había aguantado comiendo conejos, hierbas y raíces, y comida en salazón.
Cuando terminé el desayuno, tuve que frenarme las ganas para repetir. Tenía el estómago lleno, y era pura gula. Por lo que me levanté, cogí el cofre y me lo puse bajo el brazo. Me despedí del posadero y le volví a agradecer la comida, la habitación y la gran actuación de anoche.
Salí a la calle, haciéndome pantalla con la mano sobre la frente. El sol brillaba y me preguntaba si había habido días en los que no había parado de llover.
Caminé tranquila, sonriente, mirando a mi alrededor, disfrutando de estar de nuevo en la ciudad, bebiendo de su bullicio, aprendiendo de sus gentes, y esquivando a los niños que corrían de un lado a otro.
Y lo vi a lo lejos. Un vuelco me dio el corazón, y ensanché la sonrisa. Apreté el paso y traspasé las puertas del templo. Me sentía en casa. Un calor agradable me atravesó el pecho, y sentí una ola de luz cálida.
Resonando mis pasos en las paredes de la sala, vislumbré al hombre arrodillado. Reí entre dientes, y carraspeé un poco.
—Perdonadme— dije con una voz queda, algo divertida—. Traigo algo para el templo. Creo que será de utilidad.
Lo había reconocido al instante, pero quería darle una pequeña sorpresa. No sabía si me esperaba. Sin embargo, me hacía gracia pensar que podía desconcertar un poco a Lother.
—Buenos días, Lother— saludé, con un gesto de la mano.
Okita :D
Aunque, creo que no me sumé el dinero que me dio Lady Swordbur O.O
XDXDXDXDXDXDXD
Edito: tengo 363 po añadiendo el dinero de Lady Swordbur. Descuento 2po por el desayuno. Me quedan 361 po. Pero, tengo un problema a la hora de descontarme las piezas de plata :( ¿Cuántas piezas de plata hacen una pieza de oro? O.O
Máster: El cambio va de 10 en 10. Así que 10 piezas de cobre son 1 de plata, 10 de plata 1 de oro y 10 de oro una de platino xDD
Ohhhh, vale, ya lo entiendo ^^ Entonces, tengo 360 po, 4 pp.
Al escuchar los pasos de Freyja acercándose, Lother terminó su oración y se incorporó, volviéndose para mirar a la joven paladina.
- Buenos días, Freyja - . Le dijo con una leve inclinación de cabeza. - Vayamos a mi despacho a hablar tranquilamente. Así me cuentas cómo ha ido el viaje y me enseñas lo que has traído para el templo - . Le ofreció, señalando con una mano hacia una de las esquinas, donde se encontraba el despacho del sacerdote.
- Espero que no hayáis tenido ningún contratiempo. Lord Swordbur estaba preocupado, pero ya le dije que podía estar tranquilo - .
Caminaron hacia el pequeño despacho. Éste tenía ciertas comodidades. Una enorme mesa de madera ocupaba el centro de la estancia y varias sillas estaban dispuestas para la comodidad de las visitas que pudieran llegar.
Lother señaló una de ellas e invitó a Freyja para que se sentara. Él hizo lo propio con la que había detrás de la mesa y, colocando ambos brazos sobre la superficie de madera, se cogió de las manos y miró a la joven, invitándola con un suave ademán a que empezara a hablar.
Lo saludé con una amplia sonrisa cuando lo vi. Me alegré verlo bien, aunque me sentí un poco mal por haber interrumpido su oración. Abrí la boca para pedirle que terminara e indicarle que podía volver después, pero seguí con la mirada su gesto, y me limité a asentir con la cabeza.
—De acuerdo— dije, caminando tranquila hacia donde me indicaba, y señalando con el mentón el cofre que llevaba bajo mi brazo para darle a entender que no era para tanto. No sabía lo que había en el cofre porque no lo había abierto, pero intuía que aquella mujer no nos habría dado mucho.
Observé la pequeña habitación en silencio, y me senté ante el gesto de la mano de Lother. Con el cofre en mi regazo, me quedé en silencio
Con un gesto de la mano le quité importancia al asunto del viaje, aunque había habido problemas. Le conté lo sucedido con aquel semiorco horrible, de la ayuda recibida por Lhuna, del intento de secuestro de la pequeña Erlaine y, finalmente, de la llegada a la ciudad.
—Temí mucho por la vida de la niña— confesé, sonriendo con tristeza. Aún me dolía el haber fallado de aquella manera—. Por suerte, terminó bien, pero no sé si habrá arruinado un poco la infancia de Erlaine.
Hice una pausa, y suspiré algo angustiada. Me preguntaba continuamente cómo estaría.
—Como pago, la señora nos dio esto— señalé el cofre y lo dejé sobre la mesa—. Ábrelo. No tengo ni idea de lo que hay dentro. Aunque me imagino que es dinero, claro—me encogí de hombros.
Lother escuchó en silencio la historia que Freyja le explicó. Su rostro se ensombreció cuando llegó a la parte del semiorco y asintió con la cabeza cuando ella contó como había negociado por la vida de la pequeña.
- Obraste bien. La vida a veces es como una marea. A veces sube y nos pone pruebas que debemos aprender a sortear. Erlaine es como una pequeña barca en medio de un océano, pero gracias a ti, esa pequeña barca tiene ahora una vela que la ayudará en su largo viaje. Si no hubieras detenido el combate y te hubieras obcecado en terminar con tu enemigo, quién sabe, ella podría haber naufragado. Así que no quiero ver esa tristeza en tus ojos, debes estar orgullosa de lo que has hecho - . Era raro ver a Lother sonreír, pero en ese momento, una suave sonrisa se formó bajo su bigote.
Cogió el cofre que la joven le había enseñado y lo abrió. Tan sólo asintió con la cabeza y volvió a cerrarlo para volver a mirar a Freyja.
- Antes de irte me dijiste que querías entrar en el ejército y poder ayudar a los soldados en su devenir. Había un compañero haciendo esa función, pero temas personales le han alejado de la ciudad y me gustaría que tomaras tú su lugar - . Le dijo, sin apartar la mirada de ella y con voz solemne.
Temí que Lother se enfadara conmigo por el cómo obré. Ciertamente, no debía haber puesto jamás la vida de Erlaine en peligro. Además de que debería de haberme sobrado yo sola con aquella criatura horrible, pero debía reconocer que pudimos contarlo porque Lhuna apareció y se encargó de él.
Agaché la cabeza, algo avergonzada por mi actitud, esperando mi reprimenda y mi lección, pero, al escuchar las primeras palabras de Lother, me entusiasmé. Sonreí y me enorgullecí un poco por mi actuación, aunque sabía que debía de mejorar mucho más, y esforzarme al máximo para que no volviera a ocurrir.
—Gracias, Lother, tus palabras son muy importantes para mí— y tanto que lo eran. Me acababa de quitar un gran peso de encima. El sentimiento de culpabilidad se había ido un poco, y mi congoja se esfumaba apagándose poco a poco. Suspiré de alivio.
Contemplé a Lother cuando abría el cofre, y estuve a punto de preguntarle qué era lo que había dentro, pero me di cuenta de que no era de mi incumbencia. Y que si no quería contármelo, sus razones tendría. Aunque pensé que no me quitaría la incógnita de la cabeza hasta que no volviera a comer aquel delicioso cordero y aquellas apetitosas patatas de la posada. Sólo aquello me dejaría la mente lo suficientemente en blanco.
Sin embargo, no fue la comida lo que me hizo olvidar el cofre, sino las palabras siguientes de Lother. Lo miré con la cabeza inclinada, pensativa, algo dubitativa.
—Sí, sí, claro que quiero entrar en el ejército— asentí fervientemente—. No sabía que se me iba a dar la oportunidad tan pronto— confesé, encogiéndome del hombros—. Claro que acepto. ¿Cuándo empezaría?
Lother sabía que aquella noticia alegraría a Freyja, a pesar de ello, una suave sonrisa se perfiló bajo su bigote, cuando ella aceptó fervientemente.
- Iría bien que fueras hoy mismo y te presentaras ante la teniente Silverblade. Ella te pondrá al corriente del funcionamiento interno del ejército y se encargará de que te sientas a gusto allí - . Le dijo con una ligera inclinación de cabeza.
- De todas formas, esta seguirá siendo tu casa y cuando tengas dudas, o te sientas perdida, puedes venir a buscar el apoyo que necesites - . Le recordó, con un pequeño brillo de orgullo en su mirada.
El ejército. Por fin.
Me había preparado toda mi vida para ello. Para servir a aquel que lo necesitara. La institución que más ansiaba por entrar. Para mí, era todo un orgullo y honor.
Me vinieron a la mente imágenes de mi padre, contándome peripecias cuando él vivía y me decía dónde se había hecho tal herida, con quién había servido, a quién había salvado… Cómo me hubiera gustado que mi padre me viera en aquel momento.
—De acuerdo, de acuerdo— dije, algo apurada. No podía creerme que ya fuera a entrar. Había esperado tanto tiempo, y me había preparado durante tantos meses e, incluso, años, que no podía pensar que, finalmente, el día había llegado—. Voy… Voy ahora mismo. Y hablo… hablo con ella.
Me levanté con algo de torpeza, y sonreí, abochornada.
Freyja, ¿pero qué te pasa?, me dijo una voz nerviosa.
—Ha sido un placer como siempre, Lother— dije, sonriendo, aunque mi mente ya vagaba por otros menesteres.
Me dirigí hacia la puerta, y me dispuse a irme cuando escuché las últimas palabras de Lother. Lo sonreí, amable, y asentí con la cabeza.
—Lo sé. No se me olvida que esta ha sido mi casa desde que vine aquí— indiqué, algo nostálgica, mirando las paredes que me habían servido de hogar.
Suspiré profundamente, recordando lo perdida que me sentía cuando llegué, y el rumbo que había tenido mi vida hasta aquel momento.
—Hasta la próxima, Luther— me despedí con un gesto de la mano, y salí de allí, totalmente entusiasmada, nerviosa y pensando qué demonios iba a decirle a aquella teniente en cuanto la viera.
En mi mente se sucedían frases presentándome, pero me parecían ridículas.
—Tranquila, tranquila— me dije, tomando aire—. Sólo sé tú misma.
Freyja caminó por las calles empedradas. A pesar de estar nerviosa, ya que parecía que uno de sus sueños estaba a punto de verse cumplido, la imagen que daba era imponente. La gente con la que se cruzaba, inclinaba ligeramente la cabeza y se apartaba de su camino. Muchos eran los que se giraban para verla pasar, sin poder evitarlo, y si por algún motivo sus miradas se cruzaban, eran los primeros en apartarla.
Estaba llegando al Distrito Militar. Pasó por al lado de una pequeña tienda donde hacían pasteles y justo en el momento en el que pasaba, la puerta se abrió y salió una joven morena que llevaba un pequeño paquete envuelto entre sus manos. Cruzó su mirada con la de Freyja y enarcó suavemente una ceja, sin apartarla, como muchos otros hacían.
- Nos vemos y gracias por el panecillo - . Dijo, volviendo a mirar un momento hacia el interior de la tienda. Y empezó a caminar en la misma dirección que Freyja.
Los muros del Distrito Militar ya se veían al fondo de la calle. La puerta principal estaba abierta y un joven mantenía guardia a uno de los lados. Pegada a la muralla, utilizando la misma piedra como una de sus paredes, había una posada que todavía tenía las puertas cerradas.
El soldado que se encontraba junto a la entrada, sonrió cuando vio llegar a la joven y alzó una mano a modo de saludo. Freyja enseguida se dio cuenta de que a quién saludaba era a la muchacha que caminaba detrás de ella.
- ¿Ves como no he tardado? Tanto miedo que tenías de que te pillaran... - Le dijo la muchacha al soldado, sacándole la lengua y, de repente se enmudeció cuando vio que la joven que caminaba delante suyo se detenía. El soldado se cuadró, haciendo un saludo militar.
—“Me llamo Freyja, siempre he soñado con…” No, es muy infantil— murmuraba para mí misma mientras caminaba, concentrada en dar un buen discurso ante aquella teniente y dejarme en buen lugar. No quería que pensara que era demasiado joven o inexperta o que me fuera con mis ilusiones a otra parte—. ¿”Siempre he soñado”?— repetí, burlándome de mí misma—. No puedo presentarme de tal manera.
Suspiré algo agobiada, y miré los rostros que me contemplaban. Sonreí a algunos y sacudí la cabeza saludando a otros. No los conocía y tampoco sabía por qué me miraban de esa manera, pero no le di importancia. Mi mente estaba luchando para no dejarme hacer el ridículo.
—“Me llamo Freyja”. Escueto. Así está bien— negué con la cabeza de inmediato. Era horrible. ¿Acaso ya no sabía hablar? ¿Me había abandonado mi mente y ahora era una especie de ser que sólo caminaba y balbuceaba? Hasta los críos de un año se presentaban mejor que yo.
El olor de pan recién hecho llenó mi nariz. Pese a que acababa de desayunar, se me antojó comer algo caliente. Un bollo o una pequeña tarta. O directamente una barra de pan.
Justo cuando iba a cambiar de dirección para entrar a la tienda, la puerta se abrió, y yo traté de disimular siguiendo mi camino original.
Pero, ¿qué haces Freyja?, me dijo una voz escandalizada en mi mente. ¿Acaso no se pueden ir a comprar pasteles?
Me estaba comportando como una idiota. Y más me comporté cuando me di cuenta de que la mujer que había salido de la pastelería llevaba el mismo rumbo que yo. La miré de soslayo, preguntándome por qué me seguía. Me estaba poniendo muy nerviosa. Y no era así como me lo había imaginado todos estos años. Se suponía que iba a aparecer de manera magistral, orgullosa de pertenecer a tal noble institución, y no como una rata asustada que no sabía ni presentarse.
Tragué saliva con dificultad cuando vi los muros. Mi corazón quería salírseme del pecho, y no podía entender cómo el resto de la gente no se había dado cuenta de ello. Y sentí que me iba a explotar cuando vi al soldado saludar. En un primer momento, creí que me lo hacía a mí, pero después vi que la mujer de la pastelería iba caminando detrás.
Escuché lo que dijo, y sonreí para mis adentros. Aquello me relajó durante una milésima de segundo. Sin embargo, noté que el ataque al corazón era inminente en cuanto vi que volvía a saludar y esta vez era a mí.
Le devolví el saludo como buenamente pude y me aclaré la garganta.
—Busco a la teniente Silverblade— dije—. Soy Freyja, paladina del templo de Heironeous— me presenté. Y en mi mente sonó de manera ridícula.
El joven se había puesto nervioso. Titubeó y sus mejillas se pusieron como tomates.
- Sí... Bueno... yo... Tengo que... que darle un... un pase... - Le explicó con torpeza y haciendo un gesto con las manos para pedirle que esperara un momento, cruzó la puerta.
No estaba acostumbrado a ver mujeres como Freyja. Imponentes, con esa presencia y tan guapas... Entró en una garita que había junto a la entrada y desapareció de la vista de ambas mujeres.
La muchacha estaba a punto de entrar, cuando escuchó a quién quería ver Freyja y se detuvo. Miró hacia el soldado y una sonrisa pícara se perfiló en sus labios.
- Hola, yo me llamo Ainha. ¿Así que quieres ver a la Teniente? - La miró de arriba a abajo y chasqueó la lengua. - Tsk... ¿Se ha ido Jam y te envían a ti? - Quizás con Jam se refería al compañero de Freyja, Jamamros.
- Si no conoces esto te puedo acompañar hasta su despacho - . Se ofreció y le guiñó uno de sus ojos azules. La puerta de la garita se había quedado abierta y se podía escuchar como el soldado abría y cerraba varios cajones.
El hombre me habló. Y estaba tan nerviosa que apenas entendí lo que me dijo. Me maldije varias veces por mi estupidez. No era de ponerme nerviosa. Es más, siempre me decía que tenía nervios de acero, que podía con cualquier situación que se me presentara de manera repentina, sin alterarme, pero me estaba dando cuenta de que, después de tanto tiempo, algo que me emocionaba de una forma tan considerable, no podía comportarme como una persona fría sin sentimientos. Estaba ilusionada. Y quería, sobre todo, dar buena impresión. Que me dijeran que valía, que era necesaria en aquel cuerpo.
—¡Vale!— dije en un tono más alto de lo que me hubiera gustado decir—. ¡Esperaré a que me deis el pase!
Estúpida, me dije, cerrando los ojos con fuerza, avergonzada. Seguro que piensa que soy una aficionada, una tonta que cree que no puede aguantar una carrera.
Suspiré, algo apesadumbrada por mi comportamiento, aún con el corazón latiéndome muy deprisa.
—¡Ah!— ahogué un grito al escuchar a aquella muchacha. Me la quedé mirando y asentí de forma repetida con la cabeza—. Sí, sí, tengo que ver a la teniente— suponía que para que me diera mis instrucciones, pero, en realidad, no sabía lo que me iba a decir.
Fruncí el ceño ante su mirada y me crucé de brazos. No me gustaba que me mirara de aquella manera, pero no podía decirle nada. No sabía si ella era del ejército, si tenía un grado alto allí dentro o, de hecho, si iba a ser mi superior, por lo que enmudecí, y me limité a aguantar su mirada despectiva.
—Sí, gracias— dije, algo sorprendida, pues no esperaba aquel gesto de amabilidad—. No conozco esto y me perdería—. Necesito el pase, y, después, iré contigo a ver a al teniente.
El soldado no tardó en salir con un paso que entregó a Freyja.
- Cuando tengas que salir, deberás entregarlo de nuevo al que esté aquí - . Le explicó, llevándose una mano al cogote, algo azorado.
Ainha se rió al ver al joven de esa manera, y le hizo un gesto a Freyja para que la siguiera. Cruzaron la puerta y se encontraron en el interior del Cuartel Militar.
Lo primero que había era una enorme plaza. El suelo era de tierra y al fondo habían varios edificios. Un grupo de soldados estaba corriendo alrededor de ésta. Uno de ellos era el que marcaba el ritmo con una voz grave. Otros se encontraban en el centro, haciendo pruebas con sus armas. Un hombre, bastante joven, de cabellos morenos y una suave cicatriz en su mejilla, estaba corrigiéndoles y marcándoles los movimientos.
Ese hombre llevaba dos espadas colgando de su cinto, y por su actitud, parecía ostentar algún mando allí dentro. Ainha rodeó un poco el camino, pasando lo más lejos posible de esa zona.
Llegaron a los edificios del fondo y entraron en uno de ellos. La joven todavía sujetaba el pequeño paquete con ambas manos, intentando que no se estropeara su contenido.
- Voy a ir a ver a un amigo a la enfermería - Le explicó, señalando con la mirada el paquete. - Está enfermo, ¿sabes? Ayer unas criaturas le provocaron una enfermedad bastante peligrosa y... Bueno, imagino que esto hará que se anime un poquito - . Dijo con un suave encogimiento de hombros.
Subieron unas escaleras y llegaron a un pasillo. Al fondo, delante de una puerta, vieron a unos cuantos jóvenes reunidos.
Espera que te meto en la otra escena ^^
Perdona por haber tardado, pero estaba esperando que postearan y no podía llevarte aparte >.<
Tomé el pase con las manos algo sudadas. Di gracias a mi dios que no tuve que estrecharle la mano, porque me hubiera muerto de la vergüenza nada más se notara que la tenía pegajosa. Hasta a mí misma me abochornaba.
—Gracias— dije, mirándolo, feliz—. Os lo devolveré cuando salga, como decís.
Me despedí de aquel muchacho con un gesto de la mano, y seguí a aquella chica, totalmente emocionada. Si hubiera podido hacerlo, habría saltado, cotilleando todo lo que estuviera a mi alcance. Estaba dentro. Estaba en el ejército. Por fin.
Mis ojos se me empañaron un poco y me sorbí la nariz, aprovechando un poco de barullo de unos soldados que corrían alrededor de una fuente. No me hacía ninguna gracia que aquella muchacha pensara que estaba reprimiendo lágrimas de emoción por haber entrado en el ejército. No era un sueño muy querido o deseado por muchos, a veces, incluso, era algo incomprendido, pero yo me sentía tan feliz allí.
Me fijé en el hombre con las dos espadas y en el grupo de soldados al que estaba marcando. Arqueé una ceja con incredulidad. Me preguntaba si aquel tipo manejaría las dos espadas a la vez, o una sola. Me hubiera gustado mucho preguntárselo, así como si saber qué grado tenía en el ejército, qué era lo que se avecinaba, y cómo podía ayudar. Mi entusiasmo estaba exultante.
Sin embargo, me tuve que guardar las ganas de preguntar nada al ver que mi compañera no estaba por la labor de concederme tal deseo. Al menos, al parecer, nuestros caminos casi se separaban.
Me resigné y la seguí, tal y como le había dicho. No obstante, mi capacidad de observación seguía intacta y me seguía imbuyendo de todo lo que veía a mi alrededor. A cada paso que daba, más feliz me sentía.
Escuché sus palabras con atención y empaticé con aquel compañero herido. Mi pensamiento acerca de aquella muchacha cambió. En un principio me pareció algo pedante, sin embargo, al ver que se preocupaba por su amigo, vi que tenía a una verdadera hija de Heironeous.