Partida Rol por web

El guardia señaló a Constantine y sin dar más explicaciones dio una orden clara y directa. 

- Prendedlo - 

Los demás guardias se acercaron al druida, prestos a obedecer. - No hagas ninguna tontería - Le dijo el que se acercaba con intención de prenderlo, mientras sacaba unos gruilletes. Las voces habían alertado a otro que asomaba en aquel momento por la entrada. 

Constantine se llevó las manos a la nuca.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó al guardia.

El guardia le colocó los grilletes a Constantine y le quitó la daga y la honda que llevaba en el cinto; mientras el que había dado la orden de prenderle le respondía, sin apartar sus oscuros ojos de los del druida. - Me llamo Samuel - . Le dijo y alzando la voz, para que le oyeran desde dentro, ordenó. - Traed una correa para el perro - . 

Constantine no entendía qué estaba ocurriendo. Había pasado mucho tiempo fuera de la ciudad y no recordaba que las cosas fueran tan estrictas. De joven, como muchos otros, había intentado colarse alguna vez y como mucho se habría llevado alguna colleja de alguno de aquellos guardias.

No tardó en salir un guardia con una vara que en la punta tenía un lazo, para poder coger al perro y mantener cierta distancia de sus fauces. 

De camino al cuartel las primeras gotas de lluvia empezaron a caer sobre ellos. Un nuevo trueno iluminó el cielo. No tardaron en llegar a su destino, uno de los cuarteles de la guardia que había en el distrito viejo. Llevaron a Constantine y a Ariete a una de las celdas del calabozo

Constantine esbozó una ligerísima sonrisa de medio lado.

—Encantado de conocerte, Samuel.

El druida no hizo nada por evitar ser arrestado, y cuando le arrojaron en la celda se encogió de hombros en dirección a Ariete.

—Hemos dormido en sitios peores y sobrevivido a situaciones más peligrosas —le dijo al perro—. Échate un sueñecito y descansa.

El druida se tumbó en el jergón de la celda, entrelazó las manos detrás de la cabeza y cerró los ojos.

Tanto el suelo como las paredes de la celda eran de piedra. Estaban fríos y parecían húmedos al tacto. Fuera había una lámpara de aceite que iluminaba tenuemente el lugar. Constantine fue consciente de la presencia de otro preso que se encontraba a dos celdas de donde ellos se encontraban. Parecía ser que había bebido y la había liado un poco la noche anterior, así que le metieron en el calabozo para que se le bajara la borrachera. 

Debían haber pasado unas cuantas horas cuando un guardia se acercó y dejó salir al pobre diablo. Si el druida se dirigió a él, le ignoró, como si no le escuchara. Pasó mucho más tiempo, en algún momento les llevaron agua y algo de comer, tanto a él como a Ariete. Y de nuevo el silencio...

Pasaron las horas, Constantine había perdido un poco la noción del tiempo, pero podía intuir que ya debía ser casi de noche, cuando unos pasos pesados llamaron su atención. Al mirar hacia la puerta vio dos figuras. Una era la de un enano de cabeza calva y largas barbas y bigotes y junto a él se encontraba la mujer rubia que había visto aquella mañana. Ambos parecían tener la mirada cansada, tras aquel largo día. Se habían detenido y lo observaban fijamente, durante unos instantes permanecieron en silencio, como si estuvieran evaluando al druida. Finalmente el enano dio un paso adelante y la mujer se acercó y abrió la puerta de la celda, cediéndole el paso primero a él. 

- Hola - . Empezó a hablar aquella mujer, clavando su mirada acerada en la de Constantine. - Mi nombre es Khaila Silverblade y me han dicho que andabas haciendo preguntas - . 

El enano la interrumpió un momento, alzando suavemente una mano. - Si me permites, querida - . Dijo, con voz un tanto ronca y sin apartar la mirada del druida. -  Voy a serte franco y directo, joven. Han pasado muchas cosas y tenemos que extremar las precauciones. Espero que lo entiendas. A continuación voy a lanzar un par de hechizos para discernir la verdad en tus palabras. Si te resistes entenderé que tus intenciones no son buenas y esta conversación habrá finalizado. Y ambos queremos que esto termine pronto y sin complicaciones, ¿verdad, hijo? - . Constantine pudo apreciar que aquel enano hablaba con voz calmada y segura. 

Constantine abrió un ojo al escuchar el nombre Silverblade, miró el panorama, se encogió de hombros y volvió a cerrarlo.

—No me he resistido en ningún momento, y no voy a empezar ahora —le respondió el druida al enano con un bostezo.

Han sido vuestros hombres los que me han tratado como un criminal y metido en esta celda, sin haber cometido ningún delito —pensó, pero no lo dijo en voz alta.

—Podéis lanzar vuestros conjuros.

Y seguir abusando de vuestra autoridad.

El enano pronunció unas palabras mágicas y Constantine sintió un ligero hormigueo en la cabeza. - Está bien... - Murmuró y la mujer dio un paso al frente, mirando fijamente al druida. - ¿Por qué has intentado entrar en los Altos distritos haciéndote pasar por un jardinero y así conseguir información sobre mi familia? - Le preguntó, yendo directamente al asunto, sin rodeos ni vanas palabras.

Constantine sonrió y empezó a pensar sobre todas las plantas que conocía. En su pensamiento evocó la forma de sus hojas, su color, su nombre, la forma en la que era más fácil cuidarlas y cultivarlas. Cuáles eran comestibles y cuáles eran venenosas. Cuáles se cultivaban solo por su belleza. Aburrió al enano con todo tipo de pensamientos sobre botánica antes de contestar a Khaila.

—¿En qué os basáis para pensar que no soy jardinero? —le preguntó a Khaila, abriendo un ojo—. A lo mejor realmente sé de jardinería y vuestros hombres simplemente se han sobrepasado.

Carraspeó y se levantó del jergón. Tendió una mano a Khaila, se la limpió en los pantalones y se la volvió a tender.

—Es una placer conocerla, señora Silverblade.

Khaila enarcó una ceja y una sonrisa cansada asomó a sus labios, tendió a su vez la mano a Constantine y le dio un firme apretón. 

 - No vestís como un jardinero. No sé de dónde venís, pero aquí no es tan fácil engañar a la guardia. Un jardinero que sólo quiere cuidar de, curiosamente, el jardín de la familia Silverblade, no va armado ni con armadura; ni claro está, lleva equipo de aventurero. Y sin contar que el perro que va con vos también lleva armadura - . Negó suavemente con la cabeza y la sonrisa se desvaneció de su rostro. - No me hagáis perder el tiempo, ¿a qué habéis venido? -