El cabo Khelvin acompañó a Fernand a la salida del comedor. Caminaba en silencio mientras guiaba al joven espadachín. Llegaron a un edificio algo estrecho y alargado, ante su puerta había un joven soldado, apoyado en la misma, que parecía estar haciendo guardia. Cuando vio acercarse a ambos, se incorporó rápidamente e hizo un saludo militar a su cabo.
- Bien, soldado... - Murmuró Khelvin y entró en aquel edificio.
Dentro estaba poco iluminado. Dispuestas en filas habían varias celdas vacías. Dentro de ellas se podía ver un pequeño jergón de paja y poco más. En la pared de enfrente, colgadas de ganchos de hierros, varias antorchas iluminaban tenuemente aquel lugar. Un hombre obeso se acercó desde el fondo.
- ¿Qué me traes hoy? - Preguntó con voz bastante cascada. Khelvin puso una vez más la mano sobre el hombro de Fernand e hizo que caminara unos pasos... - Este chico, pasará la noche aquí... - Comentó sin dar más explicaciones. El hombre asintió con un rudo movimiento de cabeza y se acercó a una de las celdas. Sacó un manojo de llaves, que colgaba de su cintura, y tras mirarlas un instante escogió una que entró perfectamente en la cerradura y dio la vuelta.
Cuando Fernand pasó, la puerta se cerró detrás suyo. Khelvin se despidió del guardián de las celdas y salió de aquel lugar. El hombre de las llaves gruñó y se alejó arrastrando los pies. Ahora que se había quedado solo, Fernand se dio cuenta de que en verdad no era la única celda ocupada. Desde donde se encontraba pudo ver dos más, pero estaban algo alejadas y aquellos que las ocupaban parecían estar durmiendo.
No sabía cuánto rato llevaba allí metido. Hacía ya bastante que el guardián de las llaves le había llevado una bandeja con un cuenco lleno del mismo potaje que habían recibido en el comedor y un vaso de madera lleno de agua. El potaje que servían a los prisioneros estaba ya frío. Eran los últimos en ser servidos y aquellos calderos habían perdido su calor. Fernand estaba hambriento, no había tenido tiempo de saborear aquel plato cuando lo llevaron al calabozo. Estaba sentado sobre su jergón, pensando en todo lo que había ocurrido aquel primer día, cuando escuchó una puerta abrirse y cerrarse. Unos pasos se acercaban a dónde él se encontraba.
Levantó la mirada y vio acercarse a la teniente Silverblade. Su rostro se veía pálido a la escasa luz de las antorchas. Ya no llevaba puesta la pesada armadura. Sus ropas eran de buena calidad. Unos pantalones algo ajustados remarcaban unas piernas bien torneadas. Su camisa era ancha, y sobresalía bajo un chaleco de piel que se ajustaba a su figura. La teniente mostraba una silueta femenina que solía esconder bajo su armadura completa.
Se detuvo ante la celda de Fernand y lo miró con frialdad. El joven espadachín era observador, y no le pasó desapercibido el leve gesto de dolor que remarcó sus labios al rozar sin querer su costado. Recordó la pelea que había mantenido con aquel semiorco aquella misma mañana, y como la teniente se había mantenido en pie el resto del día...
- Buenas noches, Fernand... - Dijo a modo de saludo. Habló casi en susurros, intentando no llamar la atención de los otros dos prisioneros... - Me han informado de tu indecorosa actuación esta noche en el comedor - . Empezó a decirle torciendo ligeramente el gesto. - Ha venido a verme el sargento Drum para solicitar que seas expulsado. Explícate, ¿qué ha ocurrido? - Terminó preguntándole mientras se cruzaba de brazos, provocando un nuevo, pero casi imperceptible, gesto de dolor.
No había podido prestar toda la atención que hubiera requerido la conversación que se traía aquel hombre con el resto y me había podido medio enterar uniendo los fragmentos a duras penas, pero algo tenía claro.
- Yo a ese no lo toco ni con un palo, fíjate lo que te digo.
Se me vio en la cara pues incluso la puse un poco de asco.
Por lo que me dijo de los magos me encogí de hombros, pues yo por usar armadura, no había podido aprender muchas cosas, pero al final, ahora ya estaba un poco fuera de lugar que decidiera hacer otra cosa.
- No sé. Era la costumbre. Seguro que en un par de semanas has pillado el horario y ya no te cuesta madrugar. A mí lo que me suele costar es tener los ojos abiertos por la noche... - aquellos días de camino me había acostumbrado a un nuevo horario para mí que era echarme a dormir un poco más tarde para aprovechar que al anochecer era cuando mejor se caminaba.
La charla me vino bien para descabrearme e incluso sonreí con eso de entrenar.
- Claro, cuando quieras. - Estaba segura de que hasta ella podría darme una paliza sólo con las armas.
Al final, allí se encontraba en su cuarto privado, con un "guardia" cuidando de que nada lo amenace y unos buenos barrotes de hierro que se aseguran de que nadie le robe. Claro que la imaginación de Fernand tenía un limite al estar sobre una cama de paja y un plato frío en sus manos, debió esperar a probar su comida antes de intentar lucirse con su galantería, pero él mismo sabía que eso nunca iba a ser así ya que después de todo, la belleza debía ser ovacionada.
Por otro lado, una sonrisa de victoria se dibujaba en su rostro, pudo ver como esa mujer de roja cabellera se sonrojaba, como una leve sonrisa se dibujaba en su rostro... Ojalá hubiese sido ella quien lo mandara al calabozo con su deliciosa voz, le hubiese gustado saber que pensó al escucharlo e incluso, que pudo haberle replicado.
Todos los pensamientos de Fernand se cortaron cuando escucho aquella puerta y poco después, algo que casi le quitaba el aliento de nuevo... Es mujer de rubia cabellera se veía muy diferente sin su armadura, ponía al pobre de Fernand en un duro dilema, porque también le había gustado aquella mujer de roja cabellera.
En mi defensa, me comporte de forma educada.
Empezaba diciendo Fernand mientras se incorporaba, había notado como ella parecía adolorida e incluso, pudo recordar lo que pasó antes. Seguramente estaba herida y su orgullo no le dejaba admitirlo, claro que con esa expresión y la situación en la que estaba, incluso Fernand sabía que no era muy buena idea presionar nada.
Bueno veras, yo vi a una hermosa mujer de cabello rojo sentada en la mesa de la tarima, supongo que es la mesa de los oficiales... Aun así, me acerque lo mas respetuoso posible y así, le pregunte que tenía que hacer para compartir la comida con ella.
LE empezaba explicando moviéndose en la celda como si estuviera repitiendo cada paso que daba, mirándola a los ojos y con una leve sonrisa en su rostro, como si Khaila fuera esa mujer por la cual terminó en donde estaba en esos instantes...
Cuando me respondió estaba dispuesto a irme, pero el enano, algo enojado creo, amenazo con mandarme al calabozo y en un intento de arreglar el malentendido. Le dije: "Si debo pasar una noche en el calabozo para poder escuchar a tan bella flor hablar, no me importaría."
Era su respuesta mientras se quedaba quieto a unos pasos de Khaila y esperaba ver que le iba a decir, no tenía sentido mentirle ya que después de todo, si le informaron lo que paso, no dudaba que le dijeron lo mismo... Verdad?
Al parecer por las palabras de Liam no todos habíamos practicado igual... Escuché atento como había estado escribiendo y por un momento me acordé de mis clases de caligrafía en casa de padre...
Pero la imagen fue muy sutil, pues rápido las palabras de Liam me animaron a responder...
Con una sonrisa en el gesto dige, Espero que un día de estos puedas a compañarnos Liam... Primero nos enseñaron que no todo lo que ves, puede llegar a ser... pues nos hicieron atravesar un muro, que no era sino una mera ilusión...
Y luego nos conducieron hasta una sala repleta de magia por los cuatro costados... Una efigie enorme de una Serpierte presidia la sala, y en sus fauces albergaba una bola irradiante que es capaz de absorber cualquier esencia mágica que note a su alrededor...
Se tragó incluso unas cuantas bolas de ácido de parte de Shaon y mías... bueno en verdad solo una de cada uno... pero fueron suficientes para hacerme sentir lleno de ganas de volver al siguiente día...
Mientras comía y bebía me detube en mirar al muchacho que compartia mesa con nosotros que conocía a Liam y dije tendiendo la mano... Perdona la torpeza... Phineas Phill... pero puedes llamarme Phill
Aquello que me contaba Phineas parecía ser entretenido y emocionante, le preste bastante atención pues no sabía si algún día, yo también tendría que hacer ese tipo de ejercicio, aunque me extrañaba mucho. -Alah, pues sí que habéis hecho cosas en todo ese tiempo. Me gustaría acompañaros un día aunque solo fuera para mirar. Aunque bueno, los libros también tienen su parte emocionante y más si hay alguien detrás corrigiéndote. Nunca sabes que puedes estar copiando mal. Volví a reírme
Mire como se presentaban Norven y Phineas mientras me puse un poco rojo. -Perdonad, me deje llevar por la emoción y el olor de la comida y no os presente. Aunque ya sea un poco tarde.
Suspire un poco mientras dejaba la cuchara sobre el plato.
-Norven, te presento a Phineas y Phineas, te presento a Norven.
Khaila se mantuvo en silencio, con los brazos cruzados y escuchando atentamente a Fernand. Entrecerró los ojos, pensativa, mientras el recluso terminaba de explicar su versión. Distaba mucho de parecerse a la del sargento Drum. Éste se había presentado en el despacho de la teniente, haciendo aspavientos y exigiendo la expulsión del joven espadachín. Pero Khaila conocía al enano, y aunque era un buen hombre, cuando se alteraba tendía a exagerar las situaciones.
- Fernand, si sigues comportándote así, no podré hacer nada por ti... - Empezó a decirle y alzó levemente una mano para no ser interrumpida. - Debes controlar ese alma enamoradiza, aquí dentro tan sólo puede llevarte a problemas. Y creo que fuera también, pero en eso no me voy a meter. Killian me pidió que intercediera por ti... Y eso voy a hacer. Pero no creas que por ello tienes libertad de meterte bajo las faldas de cualquiera. Espero que me entiendas y confío en que aprenderás a comportarte. Las mujeres de aquí son soldados, y ellas saben bien que mientras estén en el ejército, te sonrían o no, no van a hacer ni decir nada fuera de lugar. En tu tiempo libre haz lo que desees, pero dentro de estos muros haz lo que yo ordene... - La expresión de la teniente era pétrea, sin mostrar sentimiento ni emoción alguna.
Enarqué una ceja ante lo que Liam me contaba y no pude evitar fruncir levemente el ceño - ¿Escribiendo? – Pero bien, tampoco me atrevía a cuestionar los motivos de su entrenamiento, sus motivos habría, tan sólo era que no dejaba de sorprenderme.
Liam preguntó al otro que se había sentado con nosotros, y mientras comía presté atención, parecían cosas interesantes ¿Fanfarroneaba? Mi naturaleza prudente me hacía desconfiar al principio con las personas, me hacía mantenerme un poco inexpresivo al respecto, al menos hasta que me tendió la mano en gesto cortés, parecía un humano con bastante criterio sobre los hombros.
Estreché su mano y me presenté yo también - No considero la prudencia una torpeza, Phil, me llamo Norvern y por el momento me han puesto con los combatientes cuerpo a cuerpo, aunque siempre pensé ser más hábil con el arco.
Me reí a con suaves carcajadas ante las disculpas de Liam de no habernos presentado y me permití el atrevimiento de revolver un poco su pelo en un gesto fraternal – Yo tampoco me entretuve en comenzar a comer, amigo, ha sido una jordana realmente dura
La teniente acabo con el problema en un momento, fue muy compasiva
Respondo antes de dar un trago al vaso tras lo que sigo hablando
Los que he visto saben usar un arma, he mandado a casa a mas de los que le gustara a algun superior, pero no podia dejar a alguien que solo va a servir para recibir dos golpes sin poder reacionar
niego ligeramente con la cabeza y bajo un poco el tono
Pero todavia no son soldados, hay varios que han debido ver mucho y son demasiado individualistas, costara que aprendan a trabajar en equipo
Fernand esperaba que la teniente le dijera algo con palabras fuertes, le espetara u ordenara cosas como que no lo volviera a hacer, todo era de esperarse ya que era consciente que dificilmente ella llegara a creerle. Por eso fue grata la sorpresa al escucharla hablarle de esa forma, por un momento dudo que decir aunque comprendía las indicaciones que recibía, incluso penso en replicarle, pero tanta "gentileza" lo desorientaba.
Que extraño teniente... Por un momento me pareció que se preocupa por mi.
Eran sus primeras palabras dichas por Fernand con una sonrisa pícara, no lo podía evitar ya que esta cara "oculta" de Khaila le había gustado demasiado. No lo suficiente como para que sintiera remordimientos o quisiera dejar de intentar conquistar a esa hermosura roja, pero si para que pensara en regalarle alguna galantería mas adelante.
Aun asi, en mi defensa, no desobedecí ninguna orden, pero yo cumplo con mi palabra por lo que disfrutaré esta noche en la prisión. Mañana será otro dia Teniente, ya quiero que llegue porque algo me dice que lo disfrutaré.
Eran sus palabras son poder evitarlo, al final si tuvo que replicar mientras retrocedía unos pasos sin dejar de mirar a Khaila y con esa sonrisa arrogante, terminaba sentado en su "cómoda" cama de paja.
Viendo la arrogancia de Fernand, Khaila no pudo evitar suspirar y negar con la cabeza. - Cumpliré con mi palabra, por mi amistad con Killian. Pero no hagas que me arrepienta, ya que le prometí que te ayudaría, pero todo tiene un límite... - Le advirtió mientras se daba la vuelta y se dirigía hacia la salida del calabozo.
- Buenas noches, Fernand... - Se despidió antes de salir por la puerta, dejando al espadachín sólo en aquella estrecha celda.
La cena transcurrió sin ningún contratiempo más. Hacia la mitad de la velada, la sargento Rina se levantó de su asiento y alzando la voz habló para que le escucharan todos los presentes.
Recordó una vez más cuáles iban a ser los horarios a partir del día siguiente y tras asegurarles que asegurarles con una suave sonrisa en sus labios, que de ahí a un tiempo, la cosa se relajaría y que no siempre sería así, les dio la bienvenida a los nuevos reclutas. Tras aquellas palabras volvió a tomar asiento y el ambiente se relajó de nuevo.
Poco a poco el gran comedor fue quedándose vacío. Los lanzadores arcanos se dirigieron hacia la torre de magia y el resto se encaminaron hacia los barracones, por el oscuro patio, vigilados por pequeños y oscuros cuervos.
Unos en sus cuartos sencillos pero íntimos, otros en aquellos enormes barracones donde la intimidad distaba mucho de ofrecerse, y el espadachín, en su montón de paja tirada en el suelo, se acostaron... Todos ellos habían pasado la primera prueba de ingreso y ya podían sentirse uno más en el ejército de Etherlund... ¿Qué les depararía el futuro?
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- FIN PRIMER CAPÍTULO -