Partida Rol por web

—Primero Allegra—Repitió con una sacudida de cabeza y devolviéndole la sonrisa a Liz.

Se separó de la mesa para repasar una última vez el pergamino con la información. Arthur quería asegurarse primero de no pasar nada por alto, y segundo de recordar toda la información (porque no confiaba en que aquel cráter donde debería estar su cerebro retuviera nombres y fechas sencillos, y no quería joderla nada más empezar). Cuando estuvo medianamente seguro de tener aquello bajo control levantó la cabeza hacia Lizzeth y se quedó unos brevísimos segundos mirándola antes de colocar una gigantesca mano sobre su hombro, rompiendo el protocolo sin ser consciente de ello.

—No tienes de qué preocuparte—Aunque tenía mucho de lo que preocuparse—, nosotros nos encargamos.

Y, con un ligero apretón, se separó de ella y salió de allí.

Lizeth asintió y antes de que abandonase la habitación, apretó los labios un instante dibujando una línea delgada en su rostro.

—Arthur, —llamó, usando el nombre de pila y buscando su mirada.— ¿Sabes cuándo regresa Monroe? Sé que está de vacaciones, pero tengo que continuar con los duelos una vez termine con esto.

Hasta donde Arthur recordaba, William Monroe llevaba de vacaciones varias semanas en los Estados Unidos de América. Había recibido una postal desde un lugar llamado «El Jardín de los Dioses», pero no recordaba con exactitud cuándo debía incorporarse de nuevo al trabajo, aunque le sonaba que era algún día de aquella semana. Seguramente Sara* se acordase mejor que él.

Arthur estaba a mitad de camino cuando Liz le llamó. Se giró para observarla e hizo el amago de retroceder, pero en lugar de volver hasta ella tan sólo dio un par de pasitos cortos y se llevó la mano a la barbilla, reflexivo.

—Hasta donde sé no debería tardar en volver, pero no recuerdo exactamente cuándo—antes de añadir algo más, bajó los ojos y se le contrajo la cara un instante, como si hubiese comido algo ácido—Sara debería saberlo. Le preguntaré en cuanto la vea. Puedo enviarte una lechuza.

Y también podía decírselo por la mañana, o cuando volvieran a reunirse. Sin embargo, no mencionó aquella obviedad.

—Vale. Gracias —respondió, asintiendo con la cabeza y mirándolo unos instantes más. La pausa se extendió de más, quedando inconclusa, y en el fondo de sus ojos un pensamiento se volvió pequeño, diminuto, hasta desaparecer. —Eso es todo. Nos vemos luego.

Una breve sonrisa se deslizó por sus labios, casi comprometida, antes de regresar a su asiento y a sus cosas que hacer.