Miércoles 19 de Agosto, 1970 — 9:52 am
Con un objetivo claro en mente y la copia del informe bajo el brazo, Arthur salió del despacho con una determinación clara. Lo suyo no era aquello, el hablar con personas, mirar con atención y tratar de poner las piezas del puzle juntas. Quizás Lizeth tuviese razón y era todo cuestión de explorar otro horizontes, pero estaba bastante seguro que eso de sentarse a pensar en cientos de posibilidades no le iba a dar el mismo chute de adrenalina que una persecución o un enfrentamiento directo. Eso era otro nivel, un tipo de emoción indescriptible que hacía que todo lo demás perdiese relevancia. Cuando ocurría, no había nada más en su mente. Su atención estaba al 200% centrada en el objetivo y su cuerpo reaccionaba acorde, de forma tan instintiva que costaba imaginarlo.
Ya en el Atrio, Arthur se concentró para desaparecer del Ministerio y poner los pies en Harlem, la ciudad donde Allegra Pawl vivía. Era extraño que uno «supiese» a dónde ir cuando jamás había estado allí. El cuerpo se desvanecía y la magia daba un tirón a sus entrañas arrastrándolo a su nuevo destino usando únicamente su… voluntad. La magia era algo misterioso y la mar de útil, claro que no siempre era tan precisa como a uno le habría gustado, pensó cuando se materializó sobre un charco de agua, con los pies enterrados hasta los tobillos. Qué puta gracia.
—¿Identificación? —dijo una voz a sus espaldas.
Una mujer de rasgos asiáticos, vestida con una gabardina oscura lo aguardaba al final del callejón. No le apuntaba directamente con la varita, pero incluso en la distancia Arthur pudo apreciar la tensión de la mujer y la forma en la que sostenía la varita dispuesta a reaccionar en cualquier momento. Era una auror, reconoció. Seguramente del puesto de vigilancia.
Arthur apareció sobre el charco, empapándose las botas, los pies y maldiciendo su suerte nada más empezar aquella misión. Se cagó en todo entre dientes antes de levantar discretamente los brazos en señal de "rendición" mientras chapoteaba tratando de salir de ahí.
—Arthur Kane, Departamento de Seguridad Mágica. Me envía la señorita Fawley para interrogar a Allegra Pawl.
Terminó de darse la vuelta y, en tierra firme, se aseguró de que no había muggles cerca antes de sacar la varita y susurrar un hechizo que le secase las botas. Kane no entendía cómo alguien podía vivir sin magia, secando sus prendas en sartenes o cogiendo esas cajas metálicas y ruidosas para moverse de un sitio a otro. Vamos, es que era absurdo.
Miró a la agente esperando tal vez que le escoltase al interior de la casa. Kane no sabía cómo funcionaba aquello, las cosas eran muchísimo más sencillas cuando tu trabajo consistía en entrar y aturdir, capturar o matar gente. Todo ese protocolo resultaba aburrido y lento. Muuuuuy lento.
Tras unos segundos, la mujer bajó el brazo del todo.
—Sabina McLaggen, auror en prácticas. Por aquí, por favor.
Con un movimiento de la cabeza le indicó que la siguiese para salir del callejón. La calle se abrió en una pequeña plaza poco concurrida a aquellas horas, pero no exenta del todo de muggles. El buen tiempo de finales de Agosto los animaba a salir fuera, especialmente los niños, los cuales todavía no habían empezado el curso escolar (o eso imaginaba él, dado que en Hogwarts siempre se empezaba el uno de septiembre). Varios de ellos correteaban detrás de un balón, pasándoselo de unos a otros sin sentido. Pelotas en el suelo… ¿A quién se le habría ocurrido aquella chorrada de deporte? Volar sí que era arriesgado y divertido. Una lástima que los muggles se asustasen por cualquier cosa, algo que había comprobado de sobra con los padres de Sara.
—Está algo descompuesta, la señora Pawl —comentó la auror mientras entraban en una pequeña parcela. Con un movimiento de varita abrió un paso a través del hechizo de alerta que avisaba de intrusos de forma bastante estridente y llamativa.— Quería ir a visitar a su hermana y quedarse allí, pero le hemos dicho que no podía irse hasta que aclaremos lo ocurrido. No parece tener mucha idea de lo que está pasando pero… Tenga cuidado. Su varita está requisada, por si acaso.
Tras esa advertencia acompañada de una mirada grave, la bruja llamó a la puerta.
Era una mujer entrada en años, con el pelo besado por el invierno, ojos diminutos y un rostro bastante cuadriculado de líneas marcadas a pesar de la edad. Vestía elegante, arreglada como una bruja de bien, y daba la impresión de ser una mujer regia, aunque en el momento parecía ciertamente nerviosa o alterada. Los recibió con una sonrisa amable aunque algo temblorosa.
—Ah, pasen, por favor —invitó la mujer con un acento marcado que Arthur no logró ubicar, aunque claramente no era inglés. —¿Este es el señor que me hará las preguntas? Yo ya les he dicho todo lo que sabía, de verdad. Pero le respondo lo que haga falta. No me han dejado recopilar los cuadernos de mi marido, por eso de que mejor que no toque nada, pero puedo indicarle dónde está todo. Yo sé que Marcus pasa mucho tiempo fuera, ¿pero robarle al Ministerio? Por las barbas de Merlín, que antes se va a vivir a los bosques con los centauros, se lo digo yo. —Tosió varias veces, de forma sonora y grave.— Ay, discúlpeme. Achaques de la edad. Pero, eso, que a Marcus todo lo que le ha interesado siempre han sido los centauros. La caja esa, yo nunca la he visto por casa. Y me acordaría. Ya se lo dije a Liz, que eso ni idea. Sé que no es el más afín a las políticas de Jenkins con todas las cosas estas pro-squibs que se leen últimamente. Ninguno de los dos, vaya. Pero de eso a criminal.... Vamos, que no.
Por fin habían llegado al saloncito, donde reposaba una cafetera por lo visto ya fría, además de varias tazas vacías que no se había molestado en retirar.
—Usted dirá, hijo.
Arthur entró a la casa e inmediatamente comenzó a mirar su interior, fijándose en detalles irrelevantes para la investigación que denotaban su poca formación en aquel ámbito. No obstante intentó que aquel punto pasara desapercibido tanto para McLaggen como para la señora Pawl. Cuando finalmente llegaron al saloncito Kane tardó unos segundos en ubicarse durante los cuales se balanceó sobre las punteras de sus zapatos.
—Si, bien...
Alzó un brazo señalando los sillones, invitando a la señora Pawl a sentarse en su propia casa y haciendo él lo mismo. Una vez preparados sacó pluma y libreta, abriéndola por la primera página donde descansaba un "Allegra Pawl" subrayado, escrito en mayúsculas y con letra temblorosa. Lo observó como si fuera la receta del Felix Felicis y le faltasen la mitad de los pasos.
—Hmmm... ¿Se ha comportado su marido de forma distinta estos días?
La casa de los Pawl era amplia y tradicional, decorada con un gusto refinado que saltaba a la vista incluso para el ojo inexperto. Sin embargo, todo iba parejo a la elegancia que mostraba la señora Pawl. Costaba imaginar a alguien que se pasaba la mitad de su vida en los bosques vecinos viviendo allí, donde uno no parecía ir a encontrar una triste mota de polvo o un cuadro ligeramente torcido. Lo único que desentonaba mínimamente eran las tazas vacías que todavía estaban allí, sobre la mesita, esperando a que un hechizo las despachase de allí de vuelta a su armarito.
—¿Distinta? No, no. —La mujer juntó las manos frente al pecho y se sentó en la butaca con las piernas juntas en una pose digna de un retrato familiar. McLaggen se quedó de pie junto al arco que daba paso al saloncito.— ¿Distinta cómo? Quiero decir, Marcus es un hombre muy sencillo. No es que nos veamos mucho, ya se imagina, pero no he notado nada extraño desde su regreso hace varias semanas. Ha estado por allá arriba.
Sus ojos pasaron de Arthur a la tetera, frunciendo el ceño notablemente como si le molestase la presencia de las tazas vacías.
—¿Podría devolverme mi varita?
Perdón por la super tardanza.
Arthur asintió, casi con demasiado ímpetu, a las palabras de Allegra, apuntando con letra desigual y temblorosa los datos destacables que había mencionado. De hecho Kane había anotado casi toda la respuesta debajo de un "¿marido raro?" que también había apuntado y subrayado después de introducir la pregunta. Se fijó una vez más en el cuaderno, chuperreteando la punta de la pluma de forma meditabunda y muy poco profesional antes de caer en la cuenta de que estaba ignorando a Allegra.
—¡Oh! No, no, lo siento. No podemos devolverle su varita hasta que no estemos seguros de... ya sabe—la miró alzando las cejas para después volver las tazas—. Sin embargo, permita que...
Sin terminar la frase Kane sacó su propia varita y, agitándola, murmuró un hechizo de limpieza que comenzó a transportar las tazas hacia la cocina con un bamboleo rítmico. Menudo coñazo hacer todo eso a mano, pensó.
—¿Nadie notó nada distinto en él? Algún despiste impropio de él, ideas raras... Tal vez comentase algún incidente con los centauros, o le viniera a visitar algún conocido o viejo amigo.
La miró con una ceja ligeramente enarcada y la pluma en ristre preparado para apuntar.
La mujer se llevó la mano al pecho con un generoso suspiro de alivio.
—Ay, gracias joven. No sabe lo que me incordia tener las cosas así de impresentables. Mire, ¿le puedo ser sincera? Le seré sincera —corroboró sin necesidad de que Arthur le diese una respuesta, haciendo un gesto con la mano. —Marcus y yo… Bueno, lo nuestro fue un arreglo por conveniencia, ¿entiende? No nos casamos por amor ni nada. Con los años hemos aprendido a vivir el uno con el otro, el poco tiempo que pasa por aquí, claro. Acabo de volver hace apenas dos semanas de visitar a mi familia en Marousi, Grecia, y cuando estoy Marcus suele pasar mucho tiempo de viaje. Normalmente nunca se molesta en avisar ni cosas de esas, sencillamente no aparece durante días. Lo raro es que escriba, como hizo ayer. No sé qué más le puedo decir al respecto. Somos buenos amigos y nos respetamos, pero tampoco tenemos un trato de… —Su mirada se desvió ligeramente hacia la auror que aguardaba tras él. —Bueno, de un matrimonio normal. Es más probable que alguno de sus compañeros de trabajo tenga más idea que yo sobre lo que hacía o si estaba raro o no.
Allegra se echó hacia atrás, todavía erguida pero apoyando la espalda en el respaldo del sofá mientras esperaba el veredicto de Arthur.
Kane asintió con energía antes de que pluma y pergamino volvieran a encontrarse. Sin embargo, cuando Allegra mencionó la naturaleza de su matrimonio se detuvo y, dubitativo, miró la hoja, después a la señora Pawl y una última vez la hoja antes de decidir definitivamente que no iba a apuntar aquello. Asintió de nuevo en un gesto comprensivo cuando hubo terminado.
—Entiendo—Golpeó un par de veces el papel dejando dos pequeños puntos negros. El Golpeador pareció abstraerse un segundo con eso, como si jamás hubiese visto un pergamino absorbiendo tinta—. Si. Ha mencionado que Marcus le escribió. ¿Puedo ver la carta?
La señora Pawl abrió y cerró los labios varias veces antes de atinar a decir:
—Yo no tengo la carta, joven. Ya se la llevó Liz... La señorita Fawley. Esta mañana. —Durante un instante lo miró con preocupación—. Pero era la letra de Marcus. Puedo traerle otras cartas, aunque, claro, no tiene con qué compararlas. Pero ya le he dicho que es raro. No raro tan como que de repente lluevan ranas, si no que no es algo que esperaría de Marcus, que me avisase de que no viene hasta tarde. Tampoco es que sea algo extremadamente improbable, pero ya me entiende. —Se encogió ligeramente de hombros—. Un poco raro. Lo suficiente como para hacerte levantar una ceja pero sin darle mucha más importancia hasta que llaman los agentes del Ministerio a la puerta. Entonces caí. Pero ya le digo que era la letra de Marcus. Creo. A mí me lo pareció, vaya, con su sello ministerial y todo eso.
Resumen: No.
Arthur tuvo un flashback de Lizzie sacando esa carta, contándoles brevemente su contenido, durante la reunión en la que les explicó la misión. Lo había olvidado por completo, como algunas otras cosas... probablemente por haber ido de resaca, sentenció. Tuvo un pequeño acceso de pánico pero consiguió aplacarlo con un carraspeo sonoro y rayando histéricamente "carta" de su pergamino. No apuntó ni las dudas iniciales ni la verborrea de la señora Pawl.
Frunció el ceño mirando al suelo unos instantes, parecía algo enfadado con aquella tabla de madera. Aquella en específico. Era como si le estuviese empezando a insultar y Kane perdiese la paciencia poco a poco. Al final relajó el gesto y miró a la señora Pawl con cierta alegría en los ojos.
Había terminado de pensar.
—Si alguien quisiera implicar a Marcus en todo ésto, ¿por qué él y no otro mago o bruja?
La expresión de la señora Pawl reflejó el mismo desconcierto que anteriormente, moviéndose incómoda en su asiento.
—Pues… No lo sé, hijo. ¿No son esas las preguntas que deberían responder ustedes?
Un suave carraspeo sonó a su espalda, llamando su atención. La auror en prácticas avanzó un paso, situándose junto al respaldo del asiento de Arthur.
—Quizás porque era un objetivo fácilmente manipulable.
—¿Manipulable? Explíquese, muchacha —exigió Allegra con expresión grave, ofendida.
—Quiero decir que los intereses del señor Pawl eran claros y obvios, a no ser que tuviese una doble vida secreta. Su trabajo se centraba en los centauros de forma dedicada y exclusiva. Quizás alguien encontró un punto flaco ahí.
Arthur asintió y comenzó a apuntar la respuesta de la auror. En el margen del pergamino apuntó también la conveniencia de interrogar a los centauros aunque sabía perfectamente que aquello sería difícil, si no imposible. Tal vez Daire tuviera algún as bajo la manga, aunque, por el momento, dejaría aquella línea de investigación como un simple "posible".
En lugar de ello volvió a concentrarse en Allegra. Se planteó silencioso cómo reenfocar aquel interrogatorio.
-¿Tiene Marcus un despacho que pueda examinar?
Tirada oculta
Motivo: Percepción + Investigación
Dificultad: 6
Tirada (6 dados): 9, 1, 6, 9, 6, 6
Éxitos: 4
—Ah, claro. Por supuesto.
La mujer los guió hasta el despacho, que se encontraba casi al otro extremo de la casa de dos plantas, ubicado en una habitación acristalada con vistas al patio. A Arthur no se le daba bien tratar con gente, indagar y sonsacar retorciendo palabras y preguntas, pero la investigación de campo era otra cosa.
La habitación parecía más pequeña de lo que realmente era, debido al popurrí de libros, notas y extraños ejemplares que se extendían en diferentes montones y en las estanterías que casi llegaban hasta el techo. Incluso el escritorio estaba cubierto por una marea de pergaminos. Marcus no parecía una persona ordenada, pero sí dedicada a su trabajo. Arthur no tardó en descubrir, sin embargo, que cuando se trataba de sus viajes era minucioso al detalle. Gran parte de su colección eran cuadernos escritos por él mismo, donde había notas fechadas e incluso con horas, recogiendo lugares, nombres, charlas y comportamientos de su objeto de estudio: los centauros. Cientos y cientos de páginas, un trabajo seguramente de gran valor para su departamento pero que despertaba poco interés en el Mago Golpeador —o en la investigación en sí misma.
Sus últimos trabajos también se encontraban allí, con fechas de hasta hacía dos días y notas sobre sus siguientes movimientos y un futuro viaje a las profundidades de Irlanda. Arthur no fue capaz de encontrar nada fuera de lugar o algo específico que llamase su atención o pudiese apuntar hacia algo sospechoso. Incluso la habitación en sí misma carecía de llamativos armarios o cajones cerrados, o rincones ocultos donde esconder algo más. Todo lo que el señor Pawl parecía ser y amar, estaba allí, a la vista de todos. Tal vez Lizeth tuviese razón y, después de todo, tan sólo había estado en el lugar erróneo en el momento oportuno.