Tirada: 1d20(+16)
Motivo: persuasion
Dificultad: 29+
Resultado: 20(+16)=36 (Exito)
Crítico :P
El Mazo era un matón de los bajos fondos de Port Coeur. Sabías que los matones eran por naturaleza cobardes, y dudabas de que El Mazo fuera a acatar tus órdenes de hacer frente a cuatro hombres entrenados y armados hasta los dientes. Pero eso fue lo que hizo. Quizá fuera por tu serena aura de autoridad, o por el hecho de que El Mazo era prácticamente subnormal, alzó el martillo por encima de la cabeza y cargó por el pasillo.
--¡Yo os defenderé, Señora!
Pasó a tu lado como una exhalación y descargó un martillazo terrible sobre LeVert.
Pero el gorila no era rival para alguien como LeVert. El Capitán bloqueó el golpe con su escudo, pasó a su lado y le golpeó en la nuca con el borde del mismo en un movimiento fluido. El Mazo gruñó, trastabilló e hincó una rodilla en el suelo. El guerrero que iba detrás de LeVert le clavó la espada en el cuello hasta la empuñadura, enviando una lluvia de sangre en todas direcciones.
El chillido de El Mazo fue como el de un gorrino en una matanza, y se le unió al grito aterrado de Dorenne y de Edith. Tu amiga interrumpió su carrera para contemplar con estupor como el grotesco corpachón de El Mazo se derrumbaba sobre el suelo del Dragón Rojo en un charco de sangre.
LeVert siguió avanzando hacia ti y descargaste la andanada de dardos refulgentes. El Capitán abrió mucho los ojos por la sorpresa, y trató en vano de evitarlos. Pero sabías perfectamente que los proyectiles mágicos jamás yerran el blanco. LeVert trastabilló hacia atrás mientras los dardos mágicos se clavan con fuerza en su cuerpo.
--¡Ella también es una bruja! --dijo uno de sus hombres.
--Traed a un ástirax --ordenó LeVert.
Esas fueron las últimas palabras que escuchaste antes de cerrar la puerta del desván tras de ti. El corazón te latía con gran violencia en el pecho. Habías dejado al otro lado del pasillo a Edith a merced de LeVert y sus hombres. Pero al menos parecía que tus hijos estaban a salvo. Julien parecía aterrado, y yacía aún en su cama en posición fetal, mientras que Claire estaba levantada y apuntaba con sus manos desnudas a la entrada. Parecía dispuesta a lanzar un hechizo sobre cualquiera que atravesara esa puerta y ser una amenaza para su hermano. Viste en su ademán el coraje que sólo puede surgir del auténtico miedo.
Tu hija suspiró aliviada al verte y hundió los hombros.
--Mamá, ¿qué está pasando? Hemos oído gritos.
-Cariño, ayúdame... -dijo tratando de empujar la cómoda para ponerla sobre la puerta. Sabía que no serviría de mucho, pero le daría los segundos que necesitaba. Con ayuda de Claire no le fue difícil
Aimée jadeó, empapada en sudor. El miedo y la corta carrera habían sido suficientes para agotarla, pero todavía no sentía la fatiga en los músculos. Debía poner a salvo a sus hijos.
-Vienen a por vosotros. Julien, ven aquí -llamó a su hijo mientras le lanzaba un hechizo de invisibilidad a Claire y preparaba otro para el niño-. Tenéis que salir por la ventana. Nadie os verá, pero tenéis que cuidar el uno del otro, ¿entendido? Id al bosque. Os iré a buscar luego. Claire, cielo, tú sabes lo que hay que hacer. Cuida de tu hermano. Cuidad el uno del otro, ¿vale? -Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras lanzaba el segundo hechizo-. Por la ventana. Salid por la ventana.
Ya no los veía, pero confiaba en ellos. No sabía si podría ir al bosque, después de todo, ni lo que pasaría en cinco minutos, pero los amaba tanto que le dolía el pecho. Y por ese amor se quedaría, para retener a LeVert lo suficiente para que sus hijos pudiesen escapar.
--¡Mamá, es mi culpa! ¡Todo es mi culpa! --lloriqueó la voz de Julien en un punto indefinido de la habitación.
--¿De qué hablas, Julien? --le replicó una invisible Claire.
--La chica nueva, Dorenne, me vio practicar el otro día. De-debe haber sido ella quien se ha chivado.
--¿Por qué no se lo has dicho a mamá? --le increpó Claire.
--¡Porque sabía que se enfadaría conmigo! --lloriqueó Julien--. ¡Ella me dijo que no diría nada!
--¿Y creíste a una mujer que no conoces de nada? ¡Eres un zoquete! ¡Nos has puesto en peligro a todos!
-¡Silencio! ¿Creeis que sois invisibles porque me apetecía? ¡Es para que nadie os vea ni os oiga! -chistó Aimée al vacío de la habitación-. Da lo mismo, Julien, no pasa nada. Claire, quiero que te lleves a tu hermano de aquí. No os peleéis, ahora no. La culpa no es suya, ¿vale? La culpa no es suya.
La culpa era de esa zorra rubia y de Laurette. Ahora lo entendía todo. Y pensar que había dejado que Dorenne se marchase sin más...
-¡Moved el culo! -gritó de nuevo, cada vez más nerviosa. Estaba segura de que la barricada improvisada no serviría de nada frente a las bestias que traían los Cazadores-. ¡Quiero que corráis sin parar hasta que se os salgan los pulmones por la boca!
El enorme estruendo de algo pesado impactando contra la puerta rugió por la estancia y tus hijos ahogaron un grito sobresaltado. Allí donde había caído el primer golpe se había astillado la madera: la puerta no aguantaría mucho.
Escuchaste los apresurados pasos de tus aterrados hijos por la estancia. La ventana se abrió de golpe y escuchaste la voz de Julien decir:
--¡Está muy alto, mamá! ¡Nos haremos daño al caer!
Un nuevo topetazo contra la puerta hizo a Claire gritar de nuevo.
El estruendo de la puerta estuvo a punto de provocarle un infarto. Se recuperó enseguida, en cuanto escuchó el grito de su hijo. Él no era el único aterrado. Ella misma estaba muerta de miedo. Cruzó la estancia en dos zancadas y buscó con su mano la de su hijo, en la ventana. Transmitió parte de su energía mágica, de modo que fuese más ágil y hábil a la hora de trepar.
-No pasa nada, cariño. Mira, ¿lo notas? Es para que no te caigas. Tú también, Claire.
Volvió a lanzar Gracia felina, esta vez sobre su hija. Luego se apartó de la ventana.
-¡Salid, rápido! Yo los detendré.
Comenzó a concentrarse para lanzar un nuevo hechizo ofensivo contra LeVert en el momento en que irrumpiera en la habitación. Sabía que con ello firmaba su sentencia de muerte, pero no podía permitir que pusieran las manos sobre sus hijos y que los llevasen a la Basílica. Antes prefería morir si con ello los ponía a salvo.
Mientras lanzabas los conjuros de gracia felina la puerta acabó por ceder a los embates de los Hijos de la Luz. Un hombre armado con el martillo de El Mazo irrumpió en la habitación antes de que pudieras concentrarte en tu hechizo.
--¡Quieta! ¡Ni un movimiento! --advirtió el hombre blandiendo el pesado martillo.
Tras él, en tromba entraron una oleada de capas blancas. Después, lenta y deliberadamente entró LeVert. Junto a él había un hombre de sombrero de ala ancha que sujetaba a uno de aquellos enormes perros de cabello hirsuto.
El Capitán de la Guardia barrió la habitación con la mirada y sólo hizo una pregunta muy concreta.
--¿Dónde están tus hijos?
No te asustaba que media docena de ballestas te apuntaran al corazón. Lo que te aterraba de verdad era sentir el temblor de sus cuerpos invisibles aún a tu lado y no a salvo.
Aimée dio un paso atrás, rogando por que sus hijos tuviesen el cuidado suficiente para trepar fachada abajo sin que los guardias les oyeran. Mientras tanto, necesitaba llamar la atención sobre sí misma. Recupérandose, se irguió. Aún tenía el hechizo preparado y lo desencadenaría tan pronto pudiera. Pero primero...
-Bueno, LeVert, si alguna vez tu madre te quiso, creo que sabrás que prefiero que me arranquéis la piel a tiras a deciros a dónde los he llevado -respondió la hechicera con una sonrisa dura y forzada. Levantó la mano de nuevo y disparó uno de sus rayos abrasadores, mientras se desgañitaba gritando para tapar el ruido que hacían Claire y Julien.
Tirada: 1d20(+7)
Motivo: ataque
Resultado: 10(+7)=17
--¡Fuego! --bramó LeVert en cuanto vio que no estabas dispuesta a rendirte.
Tu hechizo de rugió por la estancia mientras media docena de ballestas chasquearon al unísono. Los virotes surcaron el aire como un enjambre de furiosas avispas, y tu mundo estalló en sangre y dolor. Sentiste el mordisco del acero en todas las partes de tu cuerpo. Eran soldados profesionales y mortíferos: no fallaron el blanco.
Tirada: 1d20(+13)
Motivo: Atq1
Dificultad: 16+
Resultado: 10(+13)=23 (Exito)
Tirada: 1d20(+13)
Motivo: Atq2
Dificultad: 16+
Resultado: 19(+13)=32 (Exito)
Tirada: 1d20(+13)
Motivo: Conf. Crítico Atq2
Dificultad: 16+
Resultado: 19(+13)=32 (Exito)
Tirada: 1d20(+13)
Motivo: Atq3
Dificultad: 16+
Resultado: 6(+13)=19 (Exito)
Tirada: 1d20(+13)
Motivo: Atq4
Dificultad: 16+
Resultado: 15(+13)=28 (Exito)
Tirada: 1d20(+13)
Motivo: Atq5
Dificultad: 16+
Resultado: 9(+13)=22 (Exito)
Tirada: 1d20(+13)
Motivo: Atq6
Dificultad: 16+
Resultado: 13(+13)=26 (Exito)
Tirada: 1d8(+2)
Motivo: Daño1
Resultado: 3(+2)=5
Tirada: 1d8(+2)
Motivo: Daño2
Resultado: 5(+2)=7
Tirada: 1d8(+2)
Motivo: Daño3
Resultado: 2(+2)=4
Tirada: 1d8(+2)
Motivo: Daño4
Resultado: 4(+2)=6
Tirada: 1d8(+2)
Motivo: Daño5
Resultado: 6(+2)=8
Tirada: 1d8(+2)
Motivo: Daño6
Resultado: 4(+2)=6
Recibes 36 puntos de daño. Te quedan 19.
He supuesto que llevabas armadura de mago encima porque dura muchas horas y podrías llevarlo continuamente. No escudo, que es de corta duración y deberías haberlo lanzado durante la partida.
Detrás de la cortina de lágrimas comprobaste con satisfacción como tus rayos dieron en el blanco. Aunque LeVert estaba cubierto de armadura de los pies a la cabeza, el metal se calentó con su conjuro y se convirtió una asfixiante prisión. El Capitán de la Guardia apretó los dientes y su rostro se congestionó en una mueca de dolor.
No obstante, cuando tu otro rayo se precipitó contra el Cazador de Brujas, el haz de llamas empezó a girar inofensivamente en torno al Celestarum que esbozó una sonrisa desdeñosa.
--Los apóstatas sois todos iguales... --dijo, avanzando a grandes trancos por la habitación--. Pese a que arrancarte la piel a tiras no es algo que me disgustase, furcia, no será necesario para localizar a tus hijos.
Transida por el dolor pudiste ver un brillo de triunfo en los ojos del Cazador de Brujas.
--¿Ves a mi amiguito? --dijo refiriéndose al animal que tiraba de la cadena y chasqueaba la mandíbula-- Es un ástirax. Huele la magia. Y has usado la magia para ocultar a tus hijos ¿verdad? Nos has dado el rastro que necesitábamos.
El Cazador de Brujas soltó una carcajada helada.
--Y ahora que sabes que has sido COMPLETAMENTE derrotada... es hora de morir
El Cazador de Brujas te lanzó un manotazo a la cara. Intentaste esquivarlo... en vano. El hombre te aferró el lado derecho de la cara y sentiste como si de su mano surgieran un puñado de agujas incandescentes. Sentiste una punzada de dolor terrible en el ojo derecho un instante antes de que todo se volviera negro a tu alrededor...
Tirada: 1d20(+6)
Motivo: Atq Toque
Dificultad: 12+
Resultado: 16(+6)=22 (Exito)
Tirada: 3d8(+7)
Motivo: Infligir Heridas Graves
Resultados: 1(+7)=8, 2(+7)=9, 2(+7)=9
Tirada: 3d8(+7)
Motivo: Infligir Heridas Graves
Resultado: 16(+7)=23
Recibes otros 23 puntos de daño y quedas inconsciente y moribunda.
Aimée escuchó un zumbido como el de una jabalina atravesando el aire. Su hermano Bernard había cazado conejos y pavos así, cuando era pequeña. Todavía lo recordaba, a pesar de que había olvidado casi todo lo demás. Pero no había duda. La habían disparado. No sólo eso. La habían cazado.
Miró hacia abajo. Entre la seda de su túnica, las lentejuelas y los brillantes surgían los virotes de madera medio clavados en su cuerpo. De no ser por el color cálido de su ropa, habría visto la sangre. Pero no necesitaba verla para saber que se estaba desangrando, como no necesitaba que le explicasen que la habían derrotado para saber que se estaba muriendo.
Notó cómo el líquido caliente manaba de todas sus heridas y se preguntó por qué podía pensar todavía. Tendría que haber muerto. Tenía demasiada madera en el cuerpo como para tener posibilidades de vivir. Sólo un seguidor de Celestar podría ayudarla, y después de haber insultado a la ultrajada doncella dudaba que alguien fuese a hacerlo.
Así que en su mente se formuló la idea que sabía que acabaría ocurriendo. Había estado buscándolo activamente. Pero no había otro modo. Iba a morir. Pero sus hijos estarían a estas alturas ya en el suelo, corriendo hacia el bosque. Claire cuidaría de ambos. Y eso era lo único que necesitaba saber antes de marcharse.
Estuvo a punto de sonreir, aunque el cazador dio un paso adelante y le dijo aquello. Aimée abrió los ojos desmesuradamente. Intentó maldecirlo, pero uno de los virotes se le había clavado en el pulmón y no podía hablar. El cazador cubrió su cara con la mano y entonces sí, gritó con el breve hilo de voz que aún mantenía. Cayó hacia atrás inconsciente, casi muerta y con la cuenca de su ojo derecho vacía y quemada.