Partida Rol por web

 El hombre resopla mientras enciende una lámpara.

- El señor no desea que el vean reunirse contigo. Si no quieres hablar con él, vuelvete por donde has venido y sigue pidiendo limosna por los portales del septon.

Desconfiaba bastante, pues ello me había salvado el pellejo en múltiples ocasiones. Pero esta vez me tenia que arriesgar. vi las posibles salidas al llegar aquí. Y además dudaba de la capacidad de atacarme de esta chusma.

Bueno, de acuerdo si es asi, le esperare abajo – dije bajando a donde me señalaba. Mirando por si veía algo sospechoso.

El interior del sótano era un espacio bastante abarrotado de barriles que olía fuertemente a aceite rancio. El hombre tatuado te entregó la lámpara. Al fondo, cerca de uno de los barriles más grandes, se veía una pequeña mesa y un taburete. El lugar era estrecho y agobiante, pero no parecía haber espacio para una emboscada.

La trampilla se cerró sobre su cabeza, dejándole a solas con los ruidos apagados del almaacén como única compañía.

Mire donde me metía, examinando con la luz el lugar. No era una gran sala de recepción la verdad, pero era lo que se podía esperar. Además era bastante normal que la gente no quisiera verse conmigo en publico. Estaba acostumbrado. Me estire y comprobé las armas por se acaso. Quien sabe lo que podría pasar. Luego me apoye en una pared cercana, siempre era bueno tener algo solido por detrás y espere.

En la soledad del pequeño sótano, el tiempo pasa. Los ruidos sobre tu cabeza son constantes: Pasos, cargas que se mueven de un sitio a otro, el pesado rodar de una carreta.

Algo pesado que dejan caer sobre la trampilla, haciendo que las tablas del suelo se quejen. 

- Idioooootaaaaa... 

Se escucha de nuevo el ruido de un gran peso moverse sobre tu cabeza. Y entonces escuchas pasos. Pasos pesados de botas recias, y el ruido del metal y cuero de hombres armados.

La trampilla se abre, cegándote un instante la luz que entra desde arriba, y una voz te increpa.

- ¡Alto a los Hombres del Rey! ¡Arroja tus armas, asesino, y entrégate a la Justicia del Rey Robert I!

Miro sorprendido a los recién llegados. Eran varios y no podría huir. Esto seria complicado. No me quedaba otra, luego simplemente solté la cimitarra y la daga que llevaba levantando las manos. No es que me apeteciera entregarme. Pero seguramente solo era una acusación falsa que podría manipular. Veríamos a ver como se resolvía esto.

No llevo nada mas, pero creo que os equivocáis de persona. Soy guardia de caravanas. Simplemente. – dije con tono neutral.

 Un hombre bajo y corpulento desciende la escalera, con la espada bien apretada en el puño y la armadura refulgiendo con la luz de las antorchas. La capa que le cubría los hombros era inconfundible: Completamente blanca. Los Guardias que bajaron tras él también llevaban las armas preparadas.

El Capa Blanca se acercó un par de pasos.

- Eso no es lo que dice este hombre, así que voy a llevarte a la Torre y allí aclararé este asunto... de una manera u otra. Tírate al suelo. Atádle las manos a la espalda.

No podía resistirme, ni tampoco serviría de nada hablar con el Capa Blanca. Así que seguí las ordenes. Me puse de rodillas y puse las manos en la espalda. Seria mi palabra contra la de guardia. Seguramente saldría ganando yo, no seria la primera vez que tenia que engañar a la justicia de un país. No es que fuera un maestro de engaños. Pero seria fácil justificarme, si me han encontrado en una bodega comercial. Diría que soy un guardia de caravanas en busca del trabajo.

De acuerdo - dije acostandome apra que pudieran atarme.

Los guardias te atan rudamente y sin miramientos, retorciéndote los brazos y apartando tus armas de una patada. Te levantan sin ceremonia, te registran las ropas y las botas en busca de más armas, y siempre hay alguien que no aparta de tu cuello la hoja de una espada corta bien afilada.

Cuando parecen estar seguros de tenerte bien atado, el Capa Blanca se acerca con dos rápidos pasos, y lo siguiente que ves es el destello metálico de su guantelete al chocar contra tu cara.

Todo se vuelve negro.

El agua fría te despierta. A tu alrededor, los gritos y los ruidos de la madera contra el metal, del metal contra la carne, de la carne contra la piedra...

Pero no tienes oportunidad de fijarte: Una mano ruda y áspera te levanta la cabeza sujetándote por el pelo. 

 - Despierta. Responde: ¿Quién te pagó? ¿A quién venías a matar?

Miro al Capa Blanca, aun no veo muy claro pues me había dado un buen golpe. Tal vez por eso no pude sonreír con desprecio como haría normalmente. Parece que mi fama me precedía.

Aun nadie, solo estaba buscando trabajo. Supongo que el del almacén te lo dijo, no? Acabo de venir a vuestra ciudad, hay gente que puede confirmártelo. Como el barco en el que vine o la posadera. – dije escupiendo sangre.

- No, no lo has entendido. - Se acerca y te agarra por el pelo, levantándote la cabeza. - O confiesas, o no saldrás de esta mazmorra.

Señala un agujero en el suelo de piedra. Dos hombres vestidos de negro arrastran un cadáver al que le han cortado los pies y lo dejan caer dentro sin ninguna ceremonia.

- Voy a darte una oportunidad: ¿A quién venías a matar? ¿Quién te paga?

Te deja caer la cabeza y se acerca a un brasero, removiendo los carbones con un hierro.

Mire al individuo de nuevo, entendía este procedimiento perfectamente. Mejor seria seguirle la corriente. Pero no sabia quien podría estar interesado en matar a aquel mercader…Tendría que improvisar.

Me enviaron para encargarme del jefe de ese almacén. Se ve que ha robado demasiado a unos mercaderes. El que me contrato iba oculto por una capucha. No se su nombre, se me pago la mitad y se me entregaría otra al finalizar el trabajo. – dije con tos.

Tira [Mentir], CD 16

 Ser Boros coge el hierro del brasero casi antes de que termines de hablar y sin mucha ceremonia lo presiona con fuerza contra tu rostro, justo debajo del ojo derecho. Sabes que te está hablando mientras lo hace, pero lo único que puedes sentir es el agónico dolor cuando tu carne comienza a quemarse. Tu mente se llena de un rojo abismo de agonía mientras tu nariz se satura con el olor de la carne quemada. Tu propia carne quemada.

Sin embargo, no escuchas al Capa Blanca...