Mire al sanador, no era un profesional tal vez pero era lo mejor que tenia ahora. Cuando me miro, no se por que me pregunto ese ¿Qué? Sobraba. Pero bueno.
Bueno como puede ver mi estado – dije señalando con una mano el ojo y el resto de mis heridas visibles – no me vendría mal un arreglo.
- ¡Bah! ¡Tu lo que tienes es una borrachera! ¡Borracho, eso es lo que eres, un sucio borracho!
El hombre se termina la soa, y, sin dejar de insultar y mascullar, se levanta. antaño quizás fue un hombre alto, pero ahora parece un árbol macilento y encorvado.
- Déja que mire...
Te restriega las heridas sin ningún tipo de delicadeza, causándote un intenso dolor.
- ¡Bah! ¡Bah! ¡Eres una mujer! ¡Te quejas por nada! ¿qué me vas a pagar, eh?
Asiento levemente y dejo unas monedas obviamente no todas las que tenía.
Haz tu trabajo – dije medio siseando por que no podía hablar demasiado. Me dolía demasiado y además no me apetecía hablar. Ya iba a haber demasiada faena con que este me curase, pero no podía hacer otra cosa.
El hombre se acerca, con la barbilla sucia de sopa todavía. Mira las monedas y de un manotazo las tira al suelo.
- ¡Pha! ¡Calderilla! ¡Sucia calderilla! ¡Con eso no pagas ni a una puta del puerto! ¡Pha! ¡Vete de aquí, pordiosero! ¡No tienes nada que me interese!
Le mire extrañado, pues había dejado bastante dinero para un curandero de pacotilla como este, no entendía su comportamiento.
Supuestamente eres un curandero y ahí hay bastante para pagarme el tratamiento, donde esta el problema? – le pregunte con calma, pues no quería espantarle, ni estaba en condiciones realmente.
- ¡Pha! ¡Chatarra! ¡Vuelvete a tu cloaca y púdrete!
El hombre vuelve a su mesa y comienza a mordisquear un trozo de pan negro. Ni siquiera se molesta en volver a mirar el dinero tirado en el suelo.
No, no es suficiente para pagar a un curandero. Y no hay "Curanderos de Pacotilla": los Maestres son los que conocen las artes de Sanar... y no son baratos.
Estaba desesperado, en mi condición no podía hacer demasiado, pero si estuviera curado… Seguramente este paleto necesitaría mi ayuda, aunque no lo supiese.
Digamos que ahora es lo único que puedo conseguir. Pero como comprenderá esto me lo han hecho por algo. Puedo ofrecerle mis servicios como pago, por la curación. Yo me ocupo de asuntos justamente contrarios a su profesión. – dije sin pensármelo demasiado. No estaba en condiciones de conseguir mas dinero.
Perdona, que estamos en navidades y trabajos finales.
El hombre te mira desde el otro lado de la sala. Casi se pueden ver las ideas formándose en su mente.
- ¿Matón, eh? ¿Un buscavidas? ¡Siéntate!
Se levanta y señala una silla sucia con correas. Se levanta lentamente y se acerca a un caldero que burbujea sobre un fuego moribundo, del que saca un cuchillo de filo curvo hecho de bronce.
- Esas heridas... Tortura. Maleante, eso eres. Un ladrón, seguramente. O un estafador. Si, eres un sucio estafador, ladrón de pacotilla, ¿eh?
Saca de debajo de un mugriento montón de platos una caja alargada de madera. Y de su interior, varios paños de lino y vendas tan limpias que parecen brillar en la penumbra.
- Átate. Esto va a dolerte como nada en el mundo, escoria.
Sigo sus instrucciones y me preparo para lo peor, estaba bastante mal así que no iba a decir nada, puesto que al fin y al cabo me hacia un favor. Me ato y me quedo mirándolo, la verdad es que las vendas me sorprendieron bastante, puede que al final no fuera un curandero de pacotilla.
El hombre exagera. Después de tu tortura, sus cuidados no son nada doloroso. Limpia, raspa, prepara una infusión de hierbas que huele a romero y empapa las vendas con ellas. Tras una hora de cuidados, te desata. Los vendajes están asegurados y las quemaduras ya no te duelen.
- Échate ahí. Mañana trabajarás para mi.
Te señala un jergón tras una cortina raída, apenas un montón de paja sucia.
Con el dolor aliviado, ya podía preocuparme de los chinches que había en ese motón de paja. No resultaba una cama adorable pero estaba muy cansado, además parecía que había hecho un trato con el diablo. Pero es lo que podía hacer en aquel momento. No era un simple bandido así que no iba a matar al viejo, me había hecho un favor. Ahora se lo pagaría. Aunque esperaba que tuviera “herramientas” puesto que mis armas habían desaparecido. Me recosté y me dormí sin darme cuenta siquiera.
Dos patadas poco amistosas te despertaron.
- Arriba. Eres un vago y un maleante. ¡Pah! ¡Debería dejarte morir y desentenderme!
El hombre se volvió a la mesa, a comer de su tazón de madera. Pero esta vez, había otro tazón en la mesa, y una olla sobre las brasas en la que borboteaba una pasta de avena de aspecto poco agradable, pero cuyo olor era mucho más revitalizante.
- ¡Levanta! Tienes trabajo. Tengo deudas que cobrar. Y tu vas a cobrarlas por mi.
Me desperezo antes de levantarme. Luego me acerco a la mesa y asiento levemente a modo de agradecimiento. No digo nada mientras como lo que me puso, la verdad es que estaba hambriento. Después de acabar me doy cuenta de un detalle muy importante, es que no tenia “herramientas”.
Hay otro pequeño problema – digo mientras me toco la cara, como cualquiera que haya sufrido una lesión – Me robaron mis armas mientras estaba inconsciente. Tienes algún puñal o espada que pueda usar?
El hombre come sin prisa. Cuando termina, eructa sonoramente y se limpia la barba rala con la manga de la túnica.
- ¡Bah! Armas, armas... Un hombre muere de muchas formas. Veneno. Un golpe. Un mal aire. Los hombres son frágiles. Los Dioses nos hicieron débiles para poder doblegarnos. Armas...
El hombre saca de un pequeño arcón un cuchillo. Es una pieza fea, mate, rallada y manchada. La hoja es recta y fina, la guarda, basta y simple. La empuñadura está cubierta con áspera piel de tiburón. Lo deja sobre la mesa, la hoja de un palmo apuntando hacia ti.
- Esto es más que suficiente. Las espadas no matan siempre. Son traicioneras. Los venenos no siempre funcionan, demasiado imprevisibles. Las manos siempre aciertan. Sólo las manos matan de verdad.
El hombre se desviste, se cambia la túnica y se pone ropajes más normales y humildes, escondiendo la cadena bajo una camisa basta y un capote pesado.
- Vamos al mercado. Eres mi criado. Trabajarás para mi, ladrón de pollos, maleante de poca monta.
Sale con paso lento del sótano, subiendo con trabajo la escalera, arrastrando una pierna.
El paseo es corto, hasta un callejón con algunas tiendas y algunos toldos y puestecillos sobre cajas. La mayoría de los productos son hierbas, raíces, elixires. Telas de gasa. Instrumentos de bronce afilados como navajas. El sanador trastea entre los puestos, abarrotados de mujeres de aspecto arrugado y unos pocos hombres de vestimenta limpia y porte digno que lanzan miradas de desprecio a tu acompañante.
Tras unas pocas compras y mucho caminar, acaba guiándote hasta las cercanías de una calle algo más iluminada, flanqueada por edificios de piedra. El hombre te detiene con un gesto y señala al final de la calle.
- El dueño de esa casa me debe dinero. Recuérdaselo.
Y se da la vuelta, renqueando, en dirección a su sótano.
Asiento levemente cuando se va y me fijo en la casa evaluando a su dueño por el poder adquisitivo, luego doy un rodeo viendo las posibles entradas y salidas que hay, siempre había que estar al loro. No quería que me volvieran a apresar para torturarme, instintivamente me rasque el ojo.
Luego me acerque a la puerta de la casa y llame a la puerta. Poniendo una amplia sonrisa para en un primer momento parecer amistoso, tal vez no haya que recurrir a la violencia. Algo poco probable.
Toy de examenes x eso tardo >.<
La puerta se abre enseguida. Un joven bien vestido da un paso para salir cuando se percata de tu presencia.
- ¿Quién...? ¿Quién es usted?
Miro al hombre examinándole. No parecía de los que se tuvieran que preocupar por dinero, pero aun así…
Un amigo dice que usted e debe dinero, tal vez debería pagar… - dije con voz calmada sin pretender ser peligroso. Aunque era difícil puesto que estaba medio herido aun.
- ¿Quién es usted? ¡Marchese!
El hombre intenta cerrar la puerta en tus narices.
Pongo el pie rápidamente entre la puerta y el marco para evitar que la cierre.
Soy una persona que sugiere amistosamente que pague lo que debe sin conllevar demás consecuencias, no se si entiende esto. – dije con voz calmada – así que por favor sea civilizado usted también.