Barcelona, 2 de Mayo de 2013. 22:15
La luz brillaba tenuemente en la sala privada de la Biblioteca de los Secretos, el lugar donde los Cortesanos Cenicientos que habían pasado las pruebas de seleccion se reunian a petición de la Reina de Otoño. La sala era agradable sin resultar excesiva; unos cuantos sillones mullidos para acomodar a la gente, una mesita central con unas cuantas bebidas y aperitivos servidos, y un pequeño escritorio. La Biblioteca se encontraba cerca del mar, y un gran ventanal permitía observar el horizonte marino. La contaminación lumínica ahogaba la luz de las estrellas, pero la Luna brillaba en el cielo. Se encontraba en fase menguante, con una de sus mitades ligeramente más oscurecida que la otra, y los allí presentes sabía lo que eso significaba. Su Reina se encontraba... creativa.
Selene contemplaba la Luna desde la ventana, con la mirada perdida en el cielo nocturno y una sonrisa entre el embeleso y la picardía, como pensando en alguna travesura.
Hyeronimus, el "hombre pantera" dueño de aquel tétrico circo, se encontraba en uno de los sillones, bebiendo distraidamente mientras contemplaba la figura de su Reina recortada contra el ventanal. Cerca de él, en otro sillón, se sentaba el decrépito Benedictus, leyendo un viejo libro con esos ojos que parecían ciegos.
Salazar, el leal mayordomo y notario de la Corte, estaba sentado tras el escritorio, con un portatil a la espera de tomar nota de la reunión y manteniendo su serena expresión de muñeco de cera.
Desde una esquina de la sala se escuchó una tos áspera, delatando la presencia de Jhon Smog, que para variar estaba fumando uno de sus cigarrillos. Le habían recordado mil veces que no fumara en esa sala, pero no servía de nada; tanto si fumaba como si no, el olor acre del tabaco siempre le acompañaba.
Faltaban unos cuantos Cortesanos en la reunión, como por ejemplo Mar Albós, la Voz de la Escarcha, pero ya pasaban quince minutos de la hora acordada y todos esperaban que la Reina saliese de sus ensoñaciones y les dijera que hacían allí
Aquel día, la Reina de Otoño no vestía con uno de sus habituales y elegantes vestidos blancos; había optado por unos pantalones de cuero y un ceñido corsé negro con puntillas del mismo color, y botas con tachuelas metálicas. La ropa se ceñía a la perfección a su delgado y esbelto cuerpo, sin perder por ello ni un ápice de la elegancia sensual que irradiaba su figura; aquella ropa indicaba que tenía planes después de la reunión. La bocina de un barco la sacó de su ensoñación; volvió a contemplar la Luna gibosa con mirada traviesa, y habló por fin, sin girarse.
- Esta promete ser una gran noche -su voz sonaba suave y sensual
Benedictus cerró el libro que estaba leyendo cuando la Reina habló, y lo dejó sobre la mesa. Llevaba sus habituales ropas de reverendo, aunque hacía bastante tiempo que no ejercía como tal; cuando has visto los horrores y maravillas de Arcadia, la fe cristiana se queda bastante corta. Ahora profesaba otro tipo de fe.
- Ciertamente, mi reina.
Fue una afirmación sincera y categórica; no había ápice de sarcasmo en su voz
Salazar no dijo nada; con su habitual gesto indescifrable, se limitó a comenzar a redactar lo que se decía en aquella reunión, aunque de momento solo fuesen divagaciones de la Reina y Benedictus. Si aquello le resultaba molesto o inútil, no hizo ningún gesto para demostrarlo.
Aquella noche el Circo de Namtas debería continuar con su función sin él, una pieza fundamental para el espectáculo, sin embargo las obligaciones para con Su Reina estaban primero. Había llegado a la biblioteca relativamente temprano, vestía su tan característico traje y su rostro se encontraba cubierto por el tétrico maquillaje ya que para él, para Hyeronymus, la vida era también una puesta en escena y tenía un importante papel que desempeñar.
Se encontraba reclinado sobre una silla, con las piernas abiertas reposando sobre una mesilla baja y bebiendo una cerveza. No era muy amigo de aquellas reuniones, de algún modo le aburrían, allí había algunos, como la propia reina, que obraban de formas que él no comprendía y que hasta, en ocasiones, despreciaba. Sintió el hedor de Smog y lo miró con disgusto, luego se encogió de hombros y exhaló con fuerza por la nariz para despejarla de tan despreciable aroma. Selene hizo su aparición, vestía aquellas ropas que tanto lo calentaban y sabía perfectamente lo que quería decir. Sin siquiera pensarlo llevó su mano a la entrepierna y acarició su miembro que había palpitado ante semejante mujer, quizás rememorando algún sueño o situación del pasado.
-Eso espero- dijo guiñando el ojo izquierdo a una Selene que continuaba dándole la espalda. –Uf. Si que te gusta calentar a tus... súbditos. Eres bien puta reina mía, ojalá la luna nunca dejase de estar gibosa- pensó imaginando su cuerpo liberado de aquellas ropas mientras sus ojos chispeaban revelando la lujuriosa perversión que invadía su alma.
Una tos áspera interrumpió aquella conversación de frases cortas. Encendiendo un cigarrillo con el que ya se le estaba apagando, Jhon abandonó la esquina sobre la que estaba apoyado, apagó el cigarro que ya había consumido en el cenicero, y exhaló una nube de humo antes de dirigirse a los presentes
- Lo que digais, pero supongo que hemos venido aquí a hablar de algo más que divagaciones, ¿no?
Selene se giró, haciendo brillar las motas de luz blanca que adornaban su pelo como estrellas. En ese momento sus ojos también se hicieron visibles; eran dos esferas de luz plateada, pero por el lado derecho estaban más oscurecidas. Hizo un pequeño mohín e inclinó ligeramente la cabeza a un lado, reprobando la actitud de Jhon, pero ya estaba acostumbrada a ello. Sonrió de nuevo y retomó la conversación
- Si, así es. He estado siguiendo el flujo de los sueños, y he visto que va a ocurrir algo inusual esta noche. Seguro que nuestro buen Cardenal también lo ha presentido, ¿no es así? -a pesar de que estaba hablando en serio, su voz seguía teniendo un tono ronroneante; simplemente no podía evitar ser así cuando la luna estaba en esa fase
El Cardenal asintió levemente
- Así es. Tras consultar las hebras del Wyrd, solo puedo decir que esta noche va a ser especialmente significativa para toda criatura atada a los hilos del Destino. No se que va a ocurrir exactamente, pero puedo sentir su peso.
Salazar seguía tomando notas, pero aquello no llevaba a ninguna parte; seguian siendo meras divagaciones
- ¿Podrían ser más precisos, por favor?
- Un sueño. Un sueño cargado de gran poder; es tan intenso que sus vibraciones ya se sienten en la Madeja. Siento escalofríos solo con cerrar los ojos -dijo al tiempo que se frotaba los hombros- Debeis preparaos esta noche; aceptad el sueño, no lucheis contra él. Y estad muy atentos; cada gesto, palabra o símbolo que veais en el sueño puede tener un significado enorme.
- ¿Y ya está? ¿Solo esa advertencia?
Jhon se levantó de su asiento y se puso su sucia y raída gabardina marrón
- Pues si me disculpan, creo que iré a prepararme para ese sueño. Un poco whisky barato será ideal
Jhon abandonó la sala, sin despedirse de nadie. Ese era su estilo, a fin de cuentas
Selene se rio suavemente y negó con la cabeza
- Este Jhon... No tiene remedio. Bien, eso es todo, aunque tengo un par de encargos especiales para Salazar y Hieronymus.
Primero se acercó al notario y le entregó un sobre lacrado
- Salazar, la Reina de Primavera da una fiesta esta noche en el casino de El Dorado; quiero que uses tus contactos como Magistrado para entrar en la fiesta y tomar nota de lo que allí ocurra.
Salazar cogió el sobre, lo guardó en su anticuada chaqueta, y asintió
- Si, mi Reina. Veré que puedo hacer
Terminó de tomar notas en el ordenador, lo cerró y abandonó la sala
Se mantuvo en silencio, atento a las palabras de cada uno de los presentes pues no entendía nada de sueños y destino, para él todo ocurría ahora, era lo único que tenía sentido en su mente. El ayer ya había ocurrido y no se podía cambiar y el mañana le resultaba un concepto insondable al que ni siquiera aquellos con esos extraños dones predictivos podían comprender completamente. No entendió que quiso decir su reina con “entregarse al sueño” pero recordó aquellas palabras como una seria advertencia.
La peste de smog se retiró del lugar permitiéndole respirar con gusto y Selene habló a cerca de una tarea para él. Deseó que aquella encomienda los incluya a él y ella despojados de ropa y ardiendo de deseo mientras se preparaban para entregarse al desenfreno animal de su sexualidad, luego, extenuados y cubiertos de sudor se entregarían al sueño de su reina.
-¿Qué puedo hacer por ti? Reina mía- respondió a la mujer mientras la recorría con libidinosa mirada
- Esta noche hay una rave en un local de El Rabal y me gustaría asistir. Punk, industrial... música dura. Pero sería muy irresponsable por parte de un caballero el dejar que una dama vaya sola a un lugar así, ¿no crees?
La Reina sonreía de forma pícara; era una indirecta de esas que no se dejan pasar
-No sería sólo irresponsable sino también una conducta detestable e imperdonable. Una dama siempre debe estar secundada por su caballero y yo estoy dispuesto a apoyarla todo cuanto me sea posible.- remarcó la palabra apoyarla denotando así que estaba usando un doble sentido. –También sería una conducta reprochable si tan hermosa dama no premia al galante caballero con la miel de sus labios y la dulzura de su sex... cuerpo- hizo un segundo de silencio y agregó con presteza -¿Cree mi reina que con estas ropas seré digno de acompañarla o prefiere que las cambie por otra?-
Selene volvió a reirse suavemente, y se mordió ligeramente la punta del dedo índice. Era obvio que estaban flirteando
- Claro, toda dama que se precie debe corresponder a su caballero. En cuanto a la ropa, así vas bien. No es una fiesta de etiqueta, precisamente
Azacinto respondió a Selene con una sonrisa. -Imagino que hubiese sido otro el caballero elegido si la fiesta requiriese de etiqueta y protocolo.- se enderezó en su asiento y dejó la botella sobre el escritorio en el que antes reposaban sus piernas -Cuando digas... mi reina- agregó indicando que se encontraba listo para partir
El Cardenal suspiró por lo bajo; la actitud lasciva de la Reina en un momento tan delicado le incomodaba, pero así era Selene y no podía hacer nada por corregirla.
- Disfruten de su fiesta -dijo antes de abandonar la sala
- Bien, en marcha mi caballero - y dicho esto Selene cogió por el brazo a Hieronymus y abandonó la Biblioteca
Fin de escena