Partida Rol por web

La criatura chilló. Un chillido que penetró en los oídos de los aventureros y finalmente se vaporizó en el aire, como si fueran cenizas. Todos los esqueletos cayeron al suelo al tiempo que la bruja había desaparecido y en cuanto se disipó la magia del conjurador todo volvió a la normalidad y quedó todo en absoluto silencio.

El cofre relucía gracias a sus gemas, colocado en aquel montículo ausente de huesos y esqueletos.

El ilusionista vio descomponerse en pedazos y ceniza a sus enemigos, suspiró. Al menos esa era una prueba menos. Miró a su compañera que estaba a su lado y dió dos palmadas en uno de sus hombros -buen trabajo-.

Giró entonces hasta dar una vuelta completa intentando ver por donde continuar su exploración, estaba confundido -¿Quién deja un maldito cofre lleno de joyas en un lugar como este?- dijo en voz baja.

Sonya parecía tener más experiencia que él, ya no temía quedar en ridículo pues, tras hacer carbón a tantos oponentes, sin dudas habría ganado cierto respeto. Señaló el alijo de donde las gemas chorreaban como espuma de una cerveza mal servida y preguntó entonces -¿Es este el final del laberinto? ¿Allí aguarda algún tesoro acaso?-.

Aunque a Sonya no le hizo ninguna gracia que el muchacho la golpeara en el hombro, cosa que se encargo de hacerle saber con una mirada cargada de veneno, tampoco dijo nada, ya que después de todo había demostrado su utilidad al deshacerse de la criatura carnívora y sus esqueletos, algo que ella posiblemente no habría logrado por su cuenta. Así que valía la pena soportarlo y tenerlo cerca, por si acaso se veían en una situación semejante.

Pero el cofre lleno de joyas parecía demasiado bueno para ser real. Sonya se encogió de hombros y dijo:

- Es tuyo si lo quieres. A fin de cuentas tu eres quien gano esta batalla. Pero a mí me huele demasiado a trampa para bobos - concluyó, recargando su arma y preparándose para continuar.

Era muy probable que ambos poseyeran la razón en esa cuestión, el regalo parecía demasiado bueno para ser verdad. Ciertamente aparentaba una trampa.

Miguel meditó unos segundos acerca de como proceder pues hasta ahora todo estaba saliendo de maravilla.

-Hagamos algo- sugirió entonces el mago -continuemos ahora y volvamos luego por el cofre una vez este lugar esté limpio de bestias terribles y plantas carnívoras-.

Un invernadero con las puertas abiertas, invitaban a los valientes aventureros a entrar. 

Como si se tratara de una recompensa por haber llegado tan lejos: Sofás, mesas, libros, e incluso una mesa con los mejores manjares y bebidas. A un lado se encuentran los platos, los cubiertos y las copas para que puedan servirse. Elevadas y atadas en gruesos árboles hay colgadas unas hamacas, y a un rincón un increíble estanque burbujeante que suelta vapores gracias al agua caliente. 

No hay peligro. Los magos, que habrían recuperado su poder, así lo percibían, y aquellos que presumían de sexto sentido también sentirían que allí realmente no había enredaderas que buscaran asesinarlos ni brujas que quisieran comerlos. 

Podían comer, beber, dormir y darse un baño, hicieran lo que hicieran sentirían que sus fuerzas volvían a ellos. 

Un remanso de paz y un lugar donde descansar, no era otra cosa que eso.

Miguel llegó entonces junto a su compañera a una sala indudablemente inofensiva por lo que negó con la cabeza y alzó sus manos en guardia.

-Esto... Parece demasiado tranquilo ¿Será una trampa?- preguntó a la mujer con la que habían ingresado.

Asegurándose de dejar la espalda a cuidado de Sonye exploró el lugar lentamente con la vista, eventualmente tocó un libro, luego lo tomó y finalmente lo ojeó con velocidad.