Asiento con la cabeza con mi porte aristocrático
- Te presento a Sav y Bernini.
Aunque algo me hace sospechar que ya se conocen, hago un ademán con la mano haciéndolo oficial.
- Sav es un viejo conocido, y Bernini aquí presente es el pupilo de Giani.
Bernini siguió a todos hacia las habitaciones arrastrando los pies, con la espalda encorvada hacia adelante y con la jeta fruncida.
Solo le faltaba el garrote de madera y una vestimenta rustica de pieles y era la estampa perfecta de un cavernícola.
Iba cabreado, mucho. Con Sav por que se había alejado para hablar con otros, con Giani porque era evasivo y con la última rata que había visto la cual, asomando la trompa desde un hueco en el piso, le había sacado la lengua burlona antes de huir. - O eso le había parecido a él -.
Una vez en la habitación escucho las presentaciones que hacia la muchacha sin cambiar ni un ápice su careto de mal follado y cuando mencionaron su nombre gruño por lo bajo algo que podía asemejarse, no sin esfuerzo, a un “hola”.
Por ahí se quedo, dando vueltas en aquella pequeña habitación mientras lo toqueteaba todo, y sin darles mucha importancia a los que les rodeaba. Sin embargo, le lanzaba fieras miradas hacia Giani cuando este le veía. Como un niño ofendido con su padre.
La mirada de la mujer no era muy amistosa, a Sav tampoco le sorprendió pues no habían comenzado con buen piea, aunque tampoco le importara demasiado Sav se forzó a ser algo más amable.
Sin rencores
Acertó a decir mientras esbozaba algo parecido a una leve sonrisa
Móvil, estoy de viaje hasta el martes
Subo a la habitación con los demás cuando veo que el propietario del establecimiento ya está más calmado.
- Gaiman no está enfadado, pero quiere que nos vayamos a descansar a otro sitio.
Digo saludando a Darla con un movimiento seco de cabeza.
Manteniendome firme, aprieto con fuerza el tejido de mi falda entre los dedos y asiento con la cabeza.
Miro un momento al vampiro de las ratas y un escalofrío me recorre la espalda al pensar en aquellas sucias alimañas. Luego vuelvo a mirar a Aricia. Al fin y al cabo no eran tan diferentes entre sí. Mi señora también era un monstruo. Con más porte y glamour, pero un monstruo a fin de cuentas.
Voy con los demás a las habitaciones, de nuevo mas atento a las sombras en los rincones que al grupo o a la gente que nos encontramos, e ignorando las miradas furiosas de Bernini
"ya habrá tiempo para hablar"
Cuando Jäger dice lo de irnos asiento
-si, mejor vamonos sin perder tiempo, ya hemos llamado bastante la atención aquí-
Tras decir esto miro bajo la cama de la habitación un momento, luego vuelvo a salir a la calle confiando que los demás me seguiran
También Bernini se largo de aquella cochambrosa habitación. Había dicho cuanto había por decir y el tiempo de ser complaciente se le había acabado.
Estaba cabreado pero aun podía estarlo más.
¡Nadie!, ni siquiera Giani, conocía lo malo que podía volverse todo si Bernini finalmente se salía de sus casillas.
Pues el hombre había sido criado en la violencia, había vivido por y para ella haciéndose MUY BUENO en el dolor – propio y ajeno -, y ahora, ahora que finalmente se había vuelto una criatura de la noche, aquel instinto asesino y malévolo que siempre había anidado en su alma como un polluelo indefenso, finalmente había cobrado fuerzas y abriendo sus horribles alas de muerte, estaba listo para alzar el vuelo.
Y volar.
Para matar.
Sav asintió a las palabras de Giani, sin duda habían llamado la atención de aquel hombre y sus hombres, sería mejor que buscaran otro sitio. Lo importante es que ahora estaban de nuevo reunidos y Sav ya no tendría que seguir buscando un rastro entre las mugrientas calles de aquella ciudad.
Tras el esperado reencuentro, resuena en vuestros corazones fríos el eco de un viejo sentimiento de fraternidad ahora que volvéis a estar juntos.
Retomáis la marcha como si nunca hubierais parado en realidad ¿lo habíais hecho a caso?
Después de recoger las pocas pertenencias que el grupo había dejado en la habitación de la posada, Gaiman os despide del Palisandro con un militar movimiento de cabeza y notáis como el posadero, Charles Robin, respira aliviado finalmente.
Algunos miembros del grupo en seguida reconocen en la verja de un señorío cercano, la marca que identifica la propiedad como uno de los refugios francos del príncipe.
Os aseguráis de que no hay otros inquilinos en la pequeña mansión y os acomodáis para pasar la vigilia.
Fin de la escena 6
seguimos en la Escena 7: La Bacanal Carmesí