El troyano pasó el embudo pero se detuvo en un nuevo cortafuegos casi inmediatamente. Cabía la posibilidad de haber sido detectado, y de ser así el acceso remoto remoto a la consulta de nuevos datos podría ser peligroso y poco fiable.
Como verás, no tengo ni idea de Hackeo. Ni de magia negra, claro :-)
Joder.
En el mismo instante en que introduzco el comando, mi instinto me grita que he hecho algo mal. Y no tardo en percatarme de lo que es. Quizá porque me he confiado, o por el cansancio, he cometido un error de novato: me he olvidado de levantar las defensas antes de atacar. ¿Cómo he podido ser tan torpe? Apenas un segundo más tarde, cierro la tapa del portátil, como si eso pudiera solucionar algo. Mierda. Mierda, mierda, mierda. La he jodido. Ahora mismo, el troyano está atrapado y perfectamente visible en una de las cuentas electrónicas de Vendela Döbeln, con una diana pintada en el culo. Solo es cuestión de tiempo que alguien detecte algo inusual en la cuenta, momento en que mi virus será descubierto. Y lo peor de todo es que ya no puedo hacer nada por remediarlo.
—¡Hostia puta! —Doy un fuerte golpe con ambas manos en la mesa baja. Hacía mucho tiempo que no tenía que destruir un ordenador por una metedura de pata como esta. Puede que rastreen la IP si son lo bastante hábiles, pero si no quiero que la asocien con mi persona, tengo que deshacerme del trasto. Joder. Ya ni siquiera me queda de esa remesa de ácido clorhídrico que solía usar para disolver componentes electrónicos después de alguna cagada de principiante como esta, así que voy a tener que fabricar más.
Me levanto del sofá como un resorte y me dirijo a paso rápido hacia la cocina. Vale, tengo lejía y amoníaco; justo lo que necesito. Rebusco entre los cajones hasta encontrar una mascarilla para el polvo, y saco de debajo del fregadero una palangana grande de plástico: el plástico resiste el ácido clorhídrico. Recuerdo un episodio de la serie Breaking Bad en el que Jesse intentaba disolver el cadáver de un sicario en la bañera, y acababa hundiéndose el suelo del cuarto de baño. Si solo hubiese hecho caso a Walter y hubiese utilizado un bidón de plástico, eso no le habría pasado. Así que plástico se ha dicho.
Abro la ventana de la cocina para que la estancia esté ventilada. Arrodillado en el suelo, deposito cuidadosamente el ordenador portátil en el fondo de la palangana, como si me estuviese despidiendo de un hijo. Después, lo cubro completamente de agua, que reaccionará con los otros dos productos para crear clorhídrico. Cojo la mascarilla y la ajusto a mi cara, momentos antes de abrir los botes de lejía y amoníaco. Tomo una bocanada de aire, aguanto la respiración, y vierto generosamente ambas sustancias en la palangana, directamente sobre el ordenador. Rápido y sin dolor.
La reacción no se hace esperar. Una nube de gas nocivo sube desde la palangana hasta mi cara. No sé cómo, el gas encuentra la manera de entrar en mis fosas nasales, y empiezan a arderme la garganta y los ojos. Lanzo un grito sofocado. Hora de largarme de la cocina. Cubriéndome la cara con el brazo, me levanto rápidamente del suelo y salgo corriendo de la cocina, cerrando la puerta detrás de mí. Joder, cómo quema.
Adiós, ordenador. Mañana le preguntaré a Jérôme si tienen en la oficina algún portátil usado del que puedan prescindir. Si no, tendré que despedirme también de mis ahorros.
Motivo: Razón + Ciencia
Tirada: 2d6
Dificultad: 11+
Resultado: 10(+5)=15 (Exito)
Tiro Razón + Ciencia para recordar cómo elaborar ácido clorhídrico casero. Como creo que es algo que casi todo el mundo sabe (o debería saber XD), le he asignado una dificultad de 11. Saco un 15 (¡ahora sí!), así que el portátil queda destruido y más que destruido.
Por cierto, cómo me he reído escribiendo este post :D.
El aire fresco le causó un gran alivio aunque estuvo un buen rato algo mareado.
Cuando contestó a una llamada de su jefe no tenía claro si le iba a salir voz, pero su respuesta sonó con un tono sutilmente más áspero, quizá más... interesante que el habitual. Por supuesto, Jérôme no habló por teléfono nada de lo sucedido en la cabaña. Sólo le dio la “gran” noticia, con un bien fingido tono de sorpresa. En una semana tenían una cena de gala en la que recogerían un importante premio en nombre de L’Hexagone, concedido por la Asociación de Periodistas y Medios contra la Censura, una agrupación que Mats conocía y que para nada era sospechosa de estar vinculada con los medios ligados al señor Montillet. De broma, Jérôme se disculpó por haber elegido a la Hiena para salir a recoger la estatuilla, pero le dijo que tendría que asistir a la gala y la cena.
Por supuesto esa era la confirmación de que ya habían cobrado lo acordado.
A las ocho de la mañana del día siguiente le despertó un número de teléfono desconocido.
Su voz en el auricular sonaba un poco chillona.
-Hola Mats, soy… el recepcionista del Hospital. He confirmado yo mismo que en efecto la autorización está en trámite. Bueno, llamo... para contarte que… Eh, tú ¿Tienes sangre de la realeza o qué? ¡Porque la Bella Durmiente ha despertado! ¡Despertó anoche! ¡Uy, qué emoción! ¡No veas la que montamos por aquí!
Respiro profundamente el aire limpio de la sala de estar. Coño, siempre me pasa lo mismo, y mira que intento evitarlo por todos los medios, pero nada. En presencia de agua, la cloramina gaseosa que se desprende de la mezcla de lejía y amoníaco da lugar a ácido clorhídrico. Y resulta que en los ojos y mucosas del aparato respiratorio humano hay agua. Afortunadamente la exposición ha sido muy breve, pero la dolorosa sensación de abrasión permanecerá el resto de la tarde. Me retiro la mascarilla y toso un par de veces, intentando recuperar el aliento. Justo entonces suena mi teléfono. Es Jérôme.
Qué oportuno.
Mi jefe está eufórico. Me anuncia que en una semana seremos obsequiados con un generoso premio por parte de la Asociación de Periodistas y Medios contra la Censura. No hace falta ser un genio para leer entre líneas y ver la mano de David Montillet detrás de este fortuito giro del destino. Parece que el hombre es de fiar, después de todo, y que ha cumplido su parte. Cuando Jérôme me pregunta qué le pasa a mi voz, aprovecho la coyuntura para explicarle muy sucintamente que he tenido una pequeña cagada y que necesitaré un portátil nuevo. No es necesario decir más para que mi jefe entienda exactamente lo que ha pasado. Dada su alegría, es un buen momento para pedirle el favor. Al fin y al cabo, ¿qué es un ordenador de segunda mano frente a los doscientos mil euros que está a punto de recibir?
Después de colgar el teléfono, cojo bolígrafo y papel, una sensación de lo más desacostumbrada, y empiezo a anotar lo que voy a hacer mañana. Quizá sea demasiado pronto aún para ir a ver a Vendela, pero hay muchas otras cosas que puedo ir haciendo, como investigar acerca del accidente sufrido por la periodista Sophie Taylor o del intento de asesinato sufrido por Montillet.
Esta noche, mi sueño es inquieto. A pesar de que me he ido a la cama relativamente pronto, pasan las horas y no dejo de dar vueltas. Más de una vez pienso en Ada Bytnar y en la fuerte impresión que me ha causado, así como en el misterio de su relación con Vendela Döbeln. ¿Qué ocultará el caso que estoy investigando? ¿Cuál será la verdad última? ¿Existirán realmente los sonámbulos mencionados por Montillet, o será todo una hipótesis delirante nacida de casualidades entendidas a medias? Finalmente, después de hacerse innumerables preguntas, mi mente empieza a divagar y acaba por rendirse al sueño.
Los primeros acordes de guitarra eléctrica de Ziggy Stardust me hacen despertarme sobresaltado. Es mi teléfono móvil, sonando. Parece que solo haga un rato que me he acostado, y odio despertarme con esa sensación. Y odio a David Bowie y su puto Ziggy Stardust. Después de pasarme las manos por la cara, alargo el brazo hasta mi mesita de noche para coger el teléfono, y respondo intentando que no se me note en la voz que acaban de despertarme. Es Ernest Taverner, el recepcionista de Saint Jean de Dieu. Al principio me quedo un poco extrañado por recibir su llamada, pero Ernest me explica que mi autorización en curso ha sido comprobada, y algo mucho más importante.
Sophie acaba de despertar esta pasada noche.
—¡No me digas! —exclamo, sorprendido y repentinamente espabilado—. ¿Y cómo está? ¿Puedo ir a verla?
Tras colgar el teléfono, me aseo a toda prisa, me visto y salgo de casa en ayunas. La verdad es que estoy inexplicablemente alegre ante la noticia, pero también algo nervioso. No sé cuánto sabe Sophie de todo este asunto, así que quizá no pueda ponerme al corriente tanto como a mí me gustaría. Además, ¿cómo se sentirá cuando sepa que ha perdido tres años y medio de su vida? Yo en su lugar estaría completamente horrorizado. Aun así, estoy convencido de que este es un gran paso adelante para los dos.
Cuando llego al mostrador de recepción de la clínica, saludo a Taverner, algo acalorado por la rápida caminata.
—Buenos días. Ya estoy aquí. ¿Cómo está Sophie?
Wiiiiiii... Que emoción, qué emoción... ^^
A partir de aquí Mats pasa a la escena "El sitio más lejano"
http://www.comunidadumbria.com/partida/el-eco-del-...