Partida Rol por web

Con una media sonrisa, Carla se miró frente al espejo del armario, con el vestuario que había conseguido de Nacho. Tras rebuscar entre los cajones, pudo conseguir una sudadera de color azul, unos tejanos algo desgastados y una gorra con el escudo de algún equipo de béisbol norteamericano . Todo varias tallas más grandes que la suya, cosa que le daba una imagen de muchacha rapera, pero suficiente para cambiar por completo con la imagen que tenía el día anterior.

En su memoria se grabaron las imágenes que había visto por internet de aquellos Tornado y Llamarada. Se sentía tan lejos de ellos... o puede que no tanto? Era todo aquello que le estaba sucediendo el prólogo de una vida como... súper-heroe? Sonrió al imaginarse en mallas y con una capa plateada, salvando vidas de aquí para allí. Sonriendo... hacía mucho que no lo hacía...

Mientras escondía su melena dentro de la gorra, intentó escuchar la conversación que realizaba Nacho por su móvil. No era que desconfiara de él, pero la duración de la llamada era algo excesiva y eso la intrigaba. De echo, todo le intrigaba.

-Ajá –está murmurando. –Sí. De acuerdo, Carm… Ok, sí, no os preocupéis. La retendré aquí, sí.

“Noo, Carmen, es que no quería… fallarle. Bueno, traicionar la confianza de su hija. Pero si la cosa es tan grave… Oiga, cuelgo. Voy a ver si necesita algo. Hasta ahora.

Tu madre se llama Carmen.

Cuando sale de cocina segundos después, golpeándose la barbilla con el móvil, con aire pensativo, tienes la convicción de que no tiene la más mínima idea de que estabas espiando.

-Eh, Carla –expresa la ocurrencia. –Es muy temprano, pero me ha entrado el antojo. ¿Qué te parece si te ayudo a preparar tus riquísimos espaguetis a la carbonara? Hoy no iré a la agencia.

Nacho es subalterno en una agencia de publicidad.

-Gracias Nacho, pero ya has hecho suficiente. No me gustaría ser un incordio y molestar más de lo que es necesario. No te preocupes... estaré bien! Ves al trabajo y te esperaré aquí para cenar.

Carla intentaba parecer el máximo de tranquila y segura posible. Pero aquella frase de “la retendré aquí” no le había gustado demasiado.
Por lo que había podido suponer en la conversación telefónica de Nacho, estaba hablando con Carmen, su madre. Y no era que no quisiera ver a su madre, pero estaba convencida que si le explicaba todo lo que había vivido en los últimos días, lo primero que pensaría sería que su pobre hija se había vuelto loca, drogadicta o algo peor. Estab convencida que no le ayudaría lo más mínimo...

-Además, seguro que esa llamada tan larga era de la agencia. Seguro que reclaman tus “fantásticas dotes publicitarias”, verdad? -dijo la muchacha intentando hacer broma sobre el asunto. -Qué querían? Tenéis un encargo importante entre manos?

Carla intentaba saber si Nacho le ocultaba algo. Su respuesta inclinaría la balanza hacia una acción u otra. Solo deseaba que le dijera la verdad... algo a lo que aferrarse en toda aquella pesadilla surrealista.

Nacho resopla y pasa la mano por el cabello lacio, agobiado.

-No puedo mentirte –termina confesando.

Con un gesto te pide que lo acompañes a tomar asiento en el sofá, frente al televisor. Intenta transmitirte aplomo mientras te cuenta:

-Debes ser fuerte, Carla. Yo estaré contigo. Y tus padres. Acabo de hablar con tu madre. Le he dicho que estabas conmigo. Está muy preocupada. La policía fue anoche a interrogarlos. Pero no los detuvieron. En realidad, no tenían ningún cargo que presentar contra ti. Hicieron alusión a un crimen en el parque que queda cerca de tu piso. Un acosado, un maleante, al que le reventaron el cráneo, o algo así.

“Verás, no estoy diciendo que sea culpa tuya, es sólo que… Mientras estabas en el hospital apareció un individuo. Dijo que trabajaba para el ministerio de Sanidad, se apellidaba Bejar. Tus padres me pidieron que estuviese presente, ellos pensaban que… Bueno, que éramos novios, y yo no quise… En fin. Necesitaban todo el apoyo del mundo. Nos dijo que la autopsia había revelado en el cadáver de Isabel algo extraño: su cerebro… Aparecía constreñido. Como si un puño lo hubiese chafado. Lo siento.

Con apuro, hace una pausa para que vayas digiriendo la macabra información. Ahora vendrá lo peor:

-Nos dijo que el ministerio estaba rastreando unas vacunas en mal estado. Sospechaban que, administradas a principios de los noventa, habrían mutado a algunos niños. No, no dijo en “mal estado”; dijo: “vacunas experimentales”.

“Barajaba la posibilidad de que tú fueses una mutante, a pesar de que tus padres, y yo mismo, insistiésemos en que siempre habías sido una chica completamente mortal. Pero nos dijo que en muchas ocasiones, la mutación permanecía latente, hasta que algo la activaba: un estado emocional, un accidente de tráfico… Y que todo indicaba que tu mutación podría ser muy peligrosa. Insistió en que firmasen unos papeles para que te trasladasen a no sé qué lugar, pero los disuadí con el argumento de que las autoridades sanitarias lo habrían hecho por la fuerza, sin dar explicaciones, si hubiesen tenido pruebas.

“Se marchó profiriendo amenazas. Amenazas vanas, según parecía, hasta el día de hoy. Vi bien sus documentos. Provenía de un centro médico en Los Molinos.

“El caso es que tus padres piensan que puedes necesitar ayuda. Que estés… haciendo algo, sin querer, sin pretenderlo. Quieren que vayas a la policía.

El parte meteorológico anuncia para el día de hoy cielos nublados con probabilidad de lluvia.

Notaba un ligero mareo, junto con el fuerte latir de su corazón. No sabía si vomitar en el comedor de Nacho o dejar que las palabras que estaba escuchando acabaran de destrozar lo poco que le quedaba.
La noticia de la autopsia de su amiga Isabel le provocó un estallido interior. “El cerebro constreñido”... como el hombre que le había intentado violar, aquel a quién Carla acabo con su vida...

“Isabel... fui yo la culpable del accidente?... Fui yo la responsable de toda esta pesadilla?... Yo te maté??...”.

Unos pensamientos que provocaron en Carla un enorme sentimiento de culpabilidad, un dolor que poco o nada podría calmar.
Asimiló como pudo la información de la visita inesperada de aquel tal Bejar, la vacuna experimental, la mutación, el centro de Los Molinos... y maldijo todo lo que le estaba sucediendo. Una vez más deseo haber muerto en el accidente de coche, 3 meses antes, ahorrándose toda aquella situación que no sabía controlar, que se le escapaba de las manos y que le estaba superando poco a poco.
Necesitaba respuestas, alguien que le diera la ayuda para sobreponerse... y esa ayuda no vendría de sus padres. Ni, ahora, tampoco de Nacho. Había provocado demasiado dolor. Dolor y muerte. No quería volver a provocar, sin querer, la muerte de alguien querido, cercano a ella. Qué pasaría si se descontrolaba y su mutación originaba nuevas muertes? La de sus padres, la de Nacho... no, no lo podría soportar. Tenía que escapar y estar sola, era la única forma de no provocar más daño.

Pero tenía un problema: como escapar del apartamento? Debía encontrar la manera de quedarse sola... tenía que engañar a Nacho.
Una vez más, intentó mostrar la calma que interiormente no existía, y parecer comprensiva con lo que su amigo le estaba explicando.

-Creo que tienes razón, Nacho, esto es demasiado para mí e ir a la policía parece la mejor opción... Pero todo lo que me has dicho... es muy difícil de digerir... Isabel... el accidente... Por dios Nacho, qué he hecho?...- Carla se frotó la cara con sus manos temblorosas- Necesito descansar antes que lleguen mis padres, no quiero que me vean así... Nacho, por favor, ve a la farmacia y traeme algo que me pueda calmar, no quiero parecer una loca frente a mis padres. No quiero que sufran más de lo que lo han hecho ya... Yo... me iré a estirar hasta que vuelvas. Me harás ese favor?

Nacho, después de pensarlo a fondo, desliza un beso en tu mejilla y te hace caso.

Acaba de cerrar la puerta tras de sí cuando la televisión ofrece un avance informativo. Si consultas la hora, sabrás que son las doce y veinte y uno.

“Nos llegan noticias de una… de dos explosiones en Madrid. La primera se ha producido en la plaza Dos de Mayo, en el corazón del barrio de Malasaña. La zona es un caos, no sabemos si hay muertos. Tenemos un reportero en la zona, sí, no, hay problemas de conexión.

La segunda explosión ha ocasionado un socavón en la M-50 a la salida de Alcorcón. Hay muertos. El tráfico en dirección a Boadilla ha sido cortado. En breve podremos ofrecerles imágenes aéreas.”

Un comentarista de programas matinales interviene:

“A la espera de tener más información, sin ánimo de ser alarmistas… Esto nos toca la fibra a todos los madrileños, que tenemos en el recuerdo la herida irrestañable de los atentados de hace siete años a manos de mutantes integristas.”

La presentadora replica:

“Como tú mismo has dicho, no tenemos más información. Así que nos toca ser prudentes. Estábamos hablando de la futura boda de la duquesa de Alba…”

La interrumpe el anterior sujeto:

“¿Pero qué duquesa de Alba ni qué niño muerto? ¡La culpa de esto la tiene Zapatero, con su política de tolerancia con los mutantes!”

El guirigay subsiguiente entre oradores marea y carece de interés.

Carla calculó que tenía una media hora antes que Nacho volviera al piso. No era mucho, pero suficiente para lo que tenía en mente.
Primero, se situó delante del ordenador y buscó en la red toda la información que pudo sobre algún centro médico en Los Molinos, las vacunas experimentales sobre mutaciones y... como se llamaba aquel hombre... Bejar!
No sabía si obtendría mucho, pero conocía el dicho que internet era un “baúl lleno de sorpresas” y que podría encontrar más de lo que esperaba.

Una vez anotó, en el primer papel que había encontrado, todo lo que había sacado de la red, comenzó a buscar entre las cosas de Nacho cualquier cosa que le fuera de utilidad: dinero, un móvil, alguna ropa de recambio, unas tijeras, unas gafas de sol... Lo metió todo en una mochila que encontró en el armario de la habitación y, sin perder tiempo, se dirigió a la puerta de salida.

“No puedo irme así, sin decirle nada...”

Agarró de nuevo el bolígrafo y garabateó unas palabras para Nacho:

Lo siento. No puedo permitir que vuelva a suceder. Os quiero demasiado para haceros daño... como a Isabel. Es mejor que esté sola. No me busquéis, por favor. Dile a mis padres que los quiero.

Carla

Y con lágrimas en los ojos, dejó la nota en la mesa del comedor y salió del piso. Donde iría... de momento a la estación de autobús o ferrocarril más cercana. Antes pasaría por un supermercado... era momento de cambiar de imagen.

Has encontrado referencias a un hospital abandonado en Los Molinos: el Sanatorio de Marina.

El municipio de Los Molinos está situado en la Sierra de Guadarrama a, aproximadamente, 52 kilómetros de Madrid.

Con el tiempo en los talones, no apuraste de Internet sino el hallazgo de las fotografías en este enlace:

http://www.taringa.net/posts/info/10703219/Otro-Tenebroso-Sanatorio-Abandonado-en-Madrid.html

Suficientemente pertrechada, emprendes la huida.

Con algún cabo donde aferrarse (la información sobre el sanatorio de Marina, en Los Molinos), Carla parecía tener ya un objetivo donde iniciar su búsqueda de respuestas. Antes, tenía que conseguir ser una Carla diferente.
Con la mochila cargada con lo que había conseguido de casa de Nacho y su indumentaria rapera, ya parecía alguien distinto. Pero aún quería “tunear” más su imagen.
Se dirigió a uno de los muchos comercios chinos que existían por la ciudad, y rebuscó entre las sección de cosmética hasta encontrar con los tintes de cabello y algo de maquillaje. Eligió el color negro... el rubio era demasiado llamativo.
Pagó y fue directamente hasta la estación central de autobuses.

Algo le decía que tenía que ir con mucho cuidado, ya que sabía que la estaban buscando y pudiera ser que en la estación hubiera la policía con los ojos bien alerta.
Con toda la precaución que pudo, se dirigió a los lavabos públicos y, tras encerrarse en el lavabo, sacó las tijeras que había conseguido en el piso y se cortó el pelo a media melena. Buscarían a una chica con el pelo largo y aquel era el primer cambio. Tras el corte desigual, salió y comenzó el proceso de tintarse el pelo.
Alguna mujer que entraba la miraba con cara desagradable, pero solo fueron los primeros minutos, ya que después volvió a encerrase en uno de los lavabos para evitar las miradas sospechosas.
Tras unos minutos, se lavó el pelo como pudo y volvió a mirarse al espejo. Con algo maquillaje, la transformación estaba conseguida. Ahora parecía una chica alternativa, rebelde, algo anti-sistema que no la Carla que todos estarían buscando.

Acto seguido, miró los horarios y los destinos buscando el más adecuado para ella. “Sierra de Guadarrama...” pensó ella. Encontró una línea que parecía irle bien. Compró su billete y, antes de subir al autobús, compró algo de comer. No sabía qué encontraría en aquel lugar ni lo apartada que estaría de la última ciudad.

Las calles de Getafe estaban ominosamente vacías. La gente estaba en sus casas, pendiente de las noticias sobre los dos presuntos atentados. Tú estabas más pendiente de los coches de policía que pasaban a toda velocidad. Sirenas y sirenas.

La central de autobuses es un caos, está a punto de colapsar. Es la una de la tarde. Los retrasos están provocando unas colas enormes. Has comprado tu billete (reuniste unos cuatrocientos euros en la casa de tu amigo), pero no tienes ni idea de cuándo vas a poder salir de aquí. Los controles son férreos. Los ánimos se calientan. Un señor se enzarza con otro en una pelea a puñetazos porque estima que ha querido colarse. Un guardia de seguridad te empuja al venir corriendo para intervenir.

¿No es para asustarse, de ser verdad lo que les contó aquel extraño a tus padres y a Nacho; que tengas ese poder letal e incontrolable; que la más leve alteración pudiera activarte como una bomba mental que arrasase, en este justo instante, a todos cuantos te rodean?

Comenzó a dudar si la idea de ir hasta el sanatorio había sido la correcta. La cantidad de gente que abarrotaba los andenes de la estación de autobús, hacía que Carla tuviera cierta sensación de ahogo. No soportaba las aglomeraciones y menos aquella sensación de que alguien la estaba mirando, la estaba siguiendo. Constantemente miraba aquí y allá, buscando el responsable de aquella mirada inquisidora... pero llegó a la conclusión que eran imaginaciones suyas y que era producto de la tensión de las últimas horas.
Valoró la posibilidad de abandonar la estación o esperar la salida de su autobús. Un frío miedo le recorría el cuerpo al pensar si volvía a suceder lo que le pasó con aquel hombre. Si se desataba su descontrolada habilidad y hacía daño a alguien... pero necesitaba salir de Getafe cuando antes mejor. Necesitaba respuestas.
Decidió situarse en un lugar, alejado del gran grupo de gente, alejada del barullo, medio escondida pero sin llamar en absoluto la atención. Esperaría la llamada de su salida por megafonía y entonces acudiría al andén respectivo.

Presa del nerviosismo, has ido dudando entre la discreción de un rincón o de otro, tan atenta a los guardias de seguridad, que abandonas el costado de una máquina de chocolatinas para acabar tropezando con una chica enfrascada en su móvil. Los relojes de la estación marcan las dos de la tarde. Quieres disculparte, pero te llevas una sorpresa morrocotuda al reconocerla como uno de los sujetos que examinaban el libro junto a ti en el sueño misterioso.