Las palabras de Arue le pillaron desprevenido, ya que la semi-drow hablaba tan poco y había estado tan ausente últimamente que no se terminaba de hacer al sonido de su voz.
- Ah... er... bueno - dijo, rascándose la nuca - No sé cómo afectará a Eralion, pero creo que es un comienzo. Al fin y al cabo, Orcus recibiría un fuerte... mazazo si esta capilla regresara a cómo era. Y el Dios-Demonio es quien convirtió a Eralion en Sombra... ¿Eso le liberaría? Hm... demasiado fácil.
Tras llegar a la capilla junto a sus compañeros y ver los destrozos ocasionados por los orcos y los símbolos demoniacos honrando a su dios Orcus, Jerinor se percató en la figura impoluta de San Cuberth, que parecía ver toda aquella blasfemia. Escucho a a la Joven Sirya y sus palabras eran acertadas sorprendiendo a Jerinor la agilidad mental de esta. Las runas y la vela con seguridad tenían algo que ver con purificar aquella capilla mancillada. Luego la teoría de Rash parecía acertada siguiendo el mismo hilo, quedando sorprendida por la maldad depravada de los orcos al dejar a la estatuilla para que el dios viera todo lo que sucedía a su alrededor. Arue pensaba igual que ella, por lo que poco podía decir la experta guerrera. Si estamos todos de acuerdo hagámoslo, Kerri sabrá como purificar la capilla. Quizás así Eralion descanse por fin. Deberiamos buscar un lugar donde encaje la tablilla de Sirya.
Mirando a Kerri, la guerrera vio que esta seguía rezando. Quizás hacía falta un acto de fe o algo similar. Hincando la rodilla rezo una plegaria a San Cuberth buscando orientación y jurando castigar a los orcos profanadores.
Las impresiones de Groland ante la sangre y la mierda no son muy diferentes a las de sus compañeros, pero además a él le indigna toda aquella impiedad. Groland es un hombre que teme a los dioses. Como decían en Vassa, de donde procedía su abuelo, el mundo es tan duro que es bueno tener el favor de tantos dioses como sea posible. Groland tenía ese dicho muy presente cada día de su vida.
Cuando el guerrero entró en la capilla, trató de encontrar algo fuera de lo normal. Para su consternación, nada allí estaba «dentro» de lo normal: los grafitis blasfemos, la basura orca, la estatua inmaculada, el altar profanado, las velas del conjuro… ¿Qué demonios debían buscar allí? ¿Y qué pasaría cuando lo encontraran: acabarían con el cutre-liche o lo liberarían al mundo? Esperaba que sus socios lo tuvieran más claro.
Mientras los demás examinaban el lugar, o rezan, Groland observaba y pensaba: «Alguien debería limpiar todo esto». Pero igual que la otra vez, sabía que no estaba en su mano: sólo un grupo de, por ejemplo, seguidores de San Cuthbert -si es que había alguno en Faerûn- podía devolver aquel lugar a la vida. Adecentar el sitio, para que luego quedara abandonado y se convirtiese de nuevo en un antro de orcos, no tenía sentido. A su mente volvió la idea de sacar la escultura de allí. «Hará falta un buen carro de bueyes… Y hombres… Y cuerda, y pieles...». Pero ya había sugerido eso a Shandrill. No podía hacer más.
La idea de Rash y Sirya le pilló en medio de estos pensamientos, así que no pudo mostrarse más conforme. Había algo que no le acababa de encajar en todo aquello, pero si consagrar de nuevo la capilla podía funcionar y sus compañeros estaban dispuestos a hacerlo, ¡él se uniría a la tarea con entusiasmo!
—¡Pongámonos manos a la obra! ¡Harán falta trapos! ¡Y cubos de agua! —proclamó sin tener muy claro realmente cómo iba la cosa.
Al hacerlo, se puso delante de la estatua y le dio un par de palmadas.
—A ti no te tendremos que limpiar, amigo —murmuró, contemplando la figura impoluta.
Sus últimas palabras la hicieron mirar a todos, uno a uno, y se quedó así hasta que otro fue el que habló. Y entonces sus ojos se abrieron de par en par, sorprendida. No lo esperaba. No algo como eso. Rashaniel, al que siempre había creído maduro y la voz de la razón, de repente, se convirtió en el más claro ejemplo de lo que sería un niño enrabietado...
Sirya aceptaba que ella no se había comportado también como la mejor compañera del mundo. También se daba cuenta de que sus acciones, más de una vez, no habían sido las adecuadas. Por su culpa podría ser que el mago hubiera caído hacia una trampa mortal de la que apenas había logrado, no más que por la más extraña de las suertes, y también podría ser que por su culpa hubieran pasado muchas otras cosas que en esos momentos no tenía ganas de recordar... Pero también había hecho cosas buenas. Algunas. Por ejemplo había evitado que el pajarraco del arcano se estrellara contra el suelo en medio de la tormenta. Y alguna más. Seguro.
... Vale, podía entender que el semielfo estuviera molesto, enfadado incluso, pero no era para tanto. Al final las cosas había salido bien, habían sobrevivido todos hasta ese momento, estaban enteros y sin nada más que malos recuerdos. Tenían una misión, y estaba segura de que no la iban a llevar a cabo si alguno optaba por hacer como que otro no existía. ¡Si hasta estaba diciendo lo mismo, pero con voz de sabiondo!
– ¡Oye! – se quejó en alto, frunciendo el ceño y poniendo los brazos en jarras –. Jum.
Se giró, reafirmando sus palabras, solo para darse la vuelta de nuevo, con la boca abierta, hacia Groland.
– Espera. ¿Qué? ¿Quieres que limpiemos todo esto? ¿Ahora? – negó –. No, no, no. Seguro que Kerri sabe otra manera mejor de que esto vuelva a su origen. Yo no toco eso – acabó sentenciando, asqueada, a la par que señalaba uno de los rincones dónde se acumulaban las heces.
La sacerdotisa se levantó tras lo que pareció una eternidad, aunque en realidad habían sido un par de breves minutos.
- Estoy de acuerdo con Sirya. Muy bien pequeña, tienes una mente aguda. - dijo, nada más levantarse. - San Cuthbert desea que éste lugar sea consagrado de nuevo a él. No puede soportar ésto. - pensó durante un instante y siguió hablando. - Tiene mucho sentido, si tenéis en cuenta lo que sucedió cuando atacamos. Él nos apoyó y nos dio su bendición y fuerzas, ¿recordáis? Lo mínimo que podemos hacer es adecentar éste lugar y devolvérselo a su legítimo dueño. - Miró a Sirya cuando ésta se negó a limpiar. - No es momento de remilgos, Sirya, uno hace lo que debe hacer. Eso es lo que distingue a un adulto responsable de un niño inmaduro. Elije qué quieres ser. - le dijo a la joven aventurera. No había ningún tipo de inflexión de burla en su voz, si no al contrario, estaba constatando un hecho. Más bien parecía una especia de clase magistral hacia la hija del magistrado.
Por extraño que parezca, se veía a Kerri más en paz y centrada que nunca, como si los últimos acontecimientos la hubieran hecho mirar en la dirección correcta y encontrar su camino.
- Realmente no sé que sucederá, pero dudo mucho que una sombra pueda entrar aquí una vez el lugar esté debidamente limpio y bendito. - contestó a las dudas de Rash. - ¿Podríamos deducir que si la sombra nos ha dejado escapar....es porque deseaba ésto también, no? Visto lo visto, nos hubiera podido matar en cualquier momento. - les dijo.
Si alguien preguntó porqué deducía esto, se limitó a señalar hacia la doble puerta abierta que nadie se había molestado en cerrar. En ningún momento había perdido la compostura ni había vacilado.
Justo al otro lado del umbral, a escasos centímetros del mismo, se hallaba suspendida la Sombra de Eralion, que los miraba flotando sin realizar ningún tipo de sonido ni gesto.
- Dadme toda el agua bendita que tengáis, y sí, Groland, hará falta agua, trapos....coged el agua del pozo, nosotros cogeremos los trapos que podamos y los haremos tiras, con ellos limpiaremos todo ésto. Sacad toda la basura fuera y la quemaremos. Luego haré la ceremonia correspondiente, aunque puede que tengamos que pasar la noche aquí. - informó al resto.
Las palabras de Kerri resonaron en la torre, pues todos permanecían callados mirando hacia la sombra.
- Venga, pongámonos en marcha. Si hubiera querido, no estaríamos aquí. No sé porqué, pero viéndolo ahí, deduzco que cuando Vortigen rompió el sello, ya había liberado a Eralion y éste no salía por propia voluntad. Puede que tu acertada conversación, Ra....Feriblan, sea lo único que ha retenido a la sombra...es posible que aún quede un pequeño resto de voluntad en él, algo de vuestro antiguo amigo, Eralion. -
Kerri comenzó a recoger trozos de madera y objetos inservibles. Caminó hacia la puerta, con la intención de salir, relentizando su paso al llegar a la oscura figura que permanecía impasible a escasos centímetros del dintel.
- Necesito pasar para limpiar ésto. - le dijo a la figura.
Poco a poco, Eralion se retiró unos metros, dejando paso libre hacia el patio. Durante un momento os miró con sus ojos rojos, y poco a poco se hundió en el suelo, desapareciendo de vuestra vista.
Sin detenerse, Kerri comenzó a amontonar la basura fuera, yendo luego a por más.
Teníais para un buen rato.
Bien, dado que la idea ha surgido de varios de vosotros, repartiré los 200 PX extra entre todos, me parece lo más justo. Felicidades.
Siguiente post del DM, Miércoles 27.
Kerri despertó de su letargo oratorio y las primeras palabras que dijo la hincharon de orgullo, literalmente, porque su pecho se llenó de aire y una sonrisa surcó su rostro. Se sentía bien formar parte de un grupo, ser parte de algo más grande que una misma, y parecía que podía conseguir que aquello durara. Solo tenía que esforzarse un poco más, seguir así y...
... Y limpiar. Mientras que lo primero que dijo la clérigo tuvo un efecto alentador en ella, lo último la desinfló por completo. El alma se le cayó –al parecer también literalmente, por como encogió los hombros– a los pies, y miró con repulsión las paredes.
– ¿Responsable o inmadura? ¿Demostrar seguir siendo una niña o crecer como la adulta que decía ser?
El pensamiento la turbó. Ella jamás, nunca, había limpiado. Ni siquiera su habitación. Eran las ventajas de pertenecer a la clase alta y tener unos padres que preferían mimarla que hacer que se esforzara. Principalmente para evitar que sus descabelladas ideas sobre marcharse como aventurera engordaran, la habían mantenido siempre entre algodones, y aunque su tío había intentado sacarla de esa burbuja, había cosas que seguía sin haber hecho. Suspiró.
– Niña o adulta. ¿Qué quiero ser?
Una parte de ella, esa que se esforzaba por alejarla de todo lo malo, horrible y duro que pasaba en su vida, esa que quería controlarla y protegerla, gritaba que se diera la vuelta y saliera corriendo, que aún estaba a tiempo. Que aún podía volver al pueblo, a casa, y ella se encargaría de olvidar todo eso. Era como un alarido continuo. No, era como una cacofonía, en un sinfín de tonos distintos, buscando que hiciera caso.
– NOOOOOOOOOO.
El grito surgió de su garganta sin darse cuenta, a la par que caía de rodillas con las manos tapándose los oídos, la cabeza tambaleándose, de manera rítmica, hacia delante y hacia atrás, movimiento que acompañaba toda la parte superior de su cuerpo.
– No, no, no, no. No – se lamentó, o tal vez se convenció –. Quiero ser una adulta. Soy una adulta – se detuvo, bajó las manos, se puso en pie, miró al resto –. Soy una adulta. Ayudaré, limpiaré – se remangó y, con un gesto duró, miró a la sombra; ya no estaba asustada. Sorprendida, si, pero no asustada –. Serás libre. Lo prometo – sacó la última botella que le quedaba de agua bendita, titubeó, dudó, y al final se la tendió a Kerri. Cuando ella la cogió, se remangó y buscó trapos con los que empezar a hacer tiras, basura que mover, lo que fuera.
Tenían para un buen rato.
Rashaniel arqueó una ceja cuando Kerri le dio todo el crédito a la niña malcriada, pero prefirió no decir nada. Estaba agotado, y había descubierto que había destinos mucho peores que simplemente no tener el reconocimiento que merecía. Así había sido desde que se había unido al grupo, y probablemente así sería hasta que se rodeara de gente con las mismas inquietudes.
Con un suspiro, dejó sus bártulos a un lado y ayudó al grupo a limpiar todo aquel lugar. Para mantenerse ocupado, murmuró una pequeña cantinela que recordaba de su infancia, cuando espiaba a las criadas lavando las ropas en el río. Tiempos más inocentes y puros, donde la muerte, la sangre y la inmundicia eran cosas muy lejanas e inalcanzables.
El halcón peregrino graznó mientras le observaba limpiar todo aquello, posado con elegancia en uno de los porta-antorchas. Parecía decirle "Yo me he librado". Cuánta razón tenía.
Para Jerinor, mujer acostumbrada a la limpieza y al orden, cosa que a menudo le había sido recordada desde su infancia por Baran, no significaba ningún tipo de drama. Remangándose la mangas de su cota de malla busco un trapo y al salir al exterior sintió un escalofrió recorrerle la medula al ver a la sombra observándolos. Envalentonándose se dispuso a mojarlo allí donde había llovido, buscando una charca de agua fresca y limpia. A continuación como si de un cabo cuartelero se tratará comenzó a impartir ordenes a diestro y sinestro. Vamos! Esto no es nada. Deberíais de ver la letrinas del cuartel! Esta mierda de orco no es nada comparado con eso. Os lo puedo asegurar. Frotando las paredes y borrando las huellas de sangre y heces.
Tal vez era el hecho de que la capilla de Fairhill era de las pocas que había visitado en mi vida, y ninguna había sido por rezar. Tal vez era el hecho de que los dioses nunca habían sido mi prioridad, mis guías o mis enemigos, sino unos entes caprichosos con los que no cruzaba caminos. Tal vez era porque no tenía ni idea de religiones, ni siquiera había asistido al funeral de mi madre.
Sea cómo fuere, la verdad era que no esperaba tener que limpiar la capilla... con mis manos. No sabía que esperaba en cuándo a lo de volver a consagrarla, pero sin duda no había pensado en mancharme de mierda. Ni por asomo.
Bajé la cabeza ligeramente hacia mis manos, en mis brazos cruzados. Ni de coña. Yo no había firmado para eso.
Cuándo Kerri señaló hacia la puerta mientras hablaba, no pude evitar ponerme en guardia, con ambas manos cogiendo mis armas. No harían nada contra ese ente, pero era instinto. Sin embargo, aprecía que no iba a ser necesario. Estaba de nuestro lado... de momento. Incluso se aprtó cuando Kerri se lo pidió. Aquella mujer estaba muy loca o sabía perfectamente lo que hacía.
Cuándo la sombra desapareció todo el mundo comenzó a ponerse manos a la obra, incluso Syria, que parecía haber tenido un pequeño ataque de ansiedad ante la idea de limpiar.
Miré a mi alrededor con cara de asco. ¿Barro, huesos, sangre? No tenía problema. ¿Tripas y otros "interiores"? En plena batalla podía bañarme en ello sin pestañear. ¿Pero mierda de orco, restos podridos, vómitos, y vete a saber qué más? No, eso no.
- Yo traigo agua y quemo cosas. - dije atropelladamente y con poca elocuencia asignándome la tarea que menos contacto con mierda tenía. Seguramente nadie se imaginaría que la tosca y ruda Arue fuese tan refinada en un caso así, pero sólo de imaginar mi piel en contacto con mierda de orco... Sólo el apretar los dientes evitaba que vomitase al imaginarlo.
Una larga hora pasó, a la que siguió otra...y otra. La primera fue necesaria para sacar toda la basura, bancos rotos, blasones sucios o basura diversa, así como restos podridos de comida y la mayor parte de las heces.
La segunda y la tercera consistieron en una limpieza más profunda del lugar, restregando trapos cada vez más ennegrecidos y sucios, aclarando sin parar y vuelta a empezar. Sin embargo, el esfuerzo tuvo su recompensa. Pronto se encontraron transpirando y resoplando, con el mal olor ya olvidado, mientras Arue y Groland se encargaban de quemar toda la basura y acarrear agua, tanto la sucia como limpia, con un par de cubos en no muy buen estado, pero aún útiles, que habían encontrado entre viaje y viaje por la fortaleza para completar las hogueras con ramas. Los mismos cadáveres de los Orcos fueron quemados, así como cualquier resto de equipo o cosa prendible al alcance de las manos de Arue, que se dedicó minuciosamente y con ardor a la tarea, como si no quisiera que le mandaran hacer algo más o algo diferente a lo que estaba haciendo. El olor a quemado, mezclado con carne y basura, impregnaba el lugar, pero pronto pasaría.
Wick, se asomaba de vez en cuando y les miraba, pero se abstenía de realizar ningún comentario, probablemente por la misma razón que Arue.
Gracias al viento que soplaba de nuevo con cierta fuerza en el exterior, pronto el olor había remitido prácticamente en su totalidad, y aunque no tenían bancos para sentarse, aunque aquello estaba ahora vacío, el lugar seguía impresionando en parte. Se notaba que Eralion se había tomado muchas molestias en decorar aquel lugar, en darle un aspecto regio e imponente, en honor al Dios que había amado, aunque no tenían para nada aquella sensación.
La puerta se podía cerrar y en lo alto de la torre, a la cual se llegaba mediante una escalera vertical de hierro que había detrás de una cortina, estaba Wick haciendo guardia. Arue se ofreció voluntaria para vigilar desde arriba, ya que sus ojos de semi-elfa le daban ventaja con la luz nocturna a su favor, y ella podía aguantar, si se lo proponía, un día sin dormir sin ningún problema, aunque no tuvo que hacerlo porque a no mucho tardar, Groland fue a sustituirla, mediada la guardia. En el interior de la Iglesia se hicieron turnos para pasar la noche. Fue una noche intranquila, pues el lugar rezumaba maldad y amenaza, como si algo estuviera observándote y no pudieras definir qué es, todos podían sentir los nervios a flor de piel y tenían deseos de salir de allí, pero era un lugar relativamente seguro y era preferible hacer noche allí.
Por la mañana, Kerri se postró delante del altar de su Dios, rezando fervorosamente, mientras Sirya, ya descansada y con energías renovadas, concentraba toda su atención en explorar los restantes lugares aún no explorados del lugar, que fueron pocos y no tenían nada de importancia. Al terminar los rezos, Kerri le pidió al resto que le ayudaran, para realizar el ritual entre todos.
- Debemos volver a consagrar ésta capilla a San Cuthbert, pues ha sido mancillada por esos execrables Orcos y su sucio clérigo - dijo, repartiendo entre ellos el contenido de una bolsa algo pesada que llevaba. - Es plata pulverizada, debéis repartirla por todo el lugar. -
Pronto el suelo brillaba merced a la luz de las velas que Sirya había encontrado tiradas en un rincón. El polvo de plata parecía extenderse por doquier y formar una constelación de estrellas a su alrederor. Kerri, de pie delante del Altar, sacó los viales de agua bendita y comenzó a salpicarlo todo mientras de sus labios salían rezos suplicando la atención de San Cuthbert, así como su poder para consagrar la capilla. Los rezos no duraron demasiado, y apenas había terminado cuando pudisteis sentir que esa extraña sensación de intranquilidad y amenaza era sustituida por reverencia y paz, la misma que uno siente al entrar en un lugar sagrado.
Apenas un minuto después, una sombra apareció por la puerta, recorriendo el suelo como un nadador recorrería la superficie de un lago, volviendo a materializarse delante del Altar.
Por espacio de unos momentos, la sombra pareció dudar, pero se postró delante del Altar y la misma voz que habíais escuchado la tarde pasada, con sus múltiples Ecos, se escuchó en el lugar - San....San Cuthbert, mi...mi señor - comenzó la voz, temblorosa pero cogiendo fuerza y confianza según avanzaba - per..perdonadme por mis pecados, que son múltiples, por mi desmedida ambición, por mis tratos con demonios, por mi orgullo...¡Salvadme, mi señor! ¡Perdonad a mi alma!¡Llevadme con vos! ¡Me arrepiento de todo lo que he hecho!¡ME ARREPIENTO! -
La congoja y el pesar teñían todas y cada una de las palabras, así como lo que a todo el mundo le pareció una brutal sinceridad, incluso algunos de vosotros no pudieron menos que solidarizarse con el dolor que ésta alma atribulada estaba revelando, desnudando sus más íntimos sentimientos y pensamientos delante vuestro...casi os sentíais mal por estar escuchando algo tan íntimo.
Durante un largo minuto no se escuchó nada, salvo las respiraciones casi contenidas de los presentes. Un suave tañido, como de una campana ligera, sonó a su alrededor, salido de ninguna parte y el ángel, brilló suavemente.
Con un repentino estallido de luz, y un grito de agonía, la sombra desapareció....y dos brazaletes plateados cayeron al suelo tintineando, quedando allí como mudos testigos de que aquel había sido el último lugar que Eralion, el mago, pisó.
Kerri suspiró y miró a todos, abriendo los brazos a ambos lados de su cuerpo. - ¡Regocijaos, pues habéis asistido a un acto divino! San Cuthbert ha hablado. Lo ha juzgado y destruído, liberándolo de su tormento y mandando su alma al Abismo, al trono de huesos de Orcus, para que reciba su eterno y justo castigo. Esto es lo que espera a los que sigan la senda del Mal....así que elegid bien, aunque sé que lo haréis. - Al ver las cariacontecidas caras de sus compañeros, añadió - ¿Qué esperabais, un final feliz? San Cuthbert es el Dios del justo castigo. Eso es lo que ha tenido. -
Ahora tocaba recuperar los tesoros que quedaran y volver a Fairhill para informar.
- Vamos, terminemos con ésto. - añadió la Aasimar, con una indefinida tristeza en su voz. Para ella, bibliotecaria de profesión pero aventurera en su interior, la vida era algo sagrado, y saber que un alma estaba condenada al sufrimiento eterno, era algo que incluso a la inconstante clériga le costaba aceptar, por maligno que fuera el ser.
Fin de la aventura.
Puntos de XP: 850 a todos, por interpretación y resolución de la aventura. Si alguien sube de nivel, que me lo indique en la sección correspondiente (creación de pj) y haga la subida correspondiente. El personaje debe quedar terminado por completo antes de subirlo a ELDG.
Dadme un par de días para abrir un epílogo y allí podréis poner un último post para indicar lo que hacéis al volver a Fairhill y hacia dónde se dirigen vuestros personajes (intenciones, destinos...etc..).
También haré una lista detallada del tesoro de Eralion, para que os lo podáis repartir (reparto en el off-topic, por favor).
Asumir que los objetos mágicos y demás cosas os serán identificados gratuitamente en recompensa por vuestra labor por Fairhill.
Sentíos libres de escribir un último post aquí para relatar los pensamientos de vuestros personaje durante éste último proceso, consagración y destrucción de la sombra que era Eralion. Como DM, os lo agradecería, así como cualquier información vital que creáis que se debería de compartir con el resto antes de terminar la partida. Contad que es posible que exista una "Segunda Temporada".
Espero que os haya gustado tanto como a mi.
El joven mago terminó sudando y pasando calor, por lo que pasada una hora se quitó la túnica de cuero, colgándola de un asidero, y permitió que su frágil y pálido cuerpo quedara más descubierto. Sólo una fina camisola y unos pantalones cubrían ahora su figura, pero sin el voluminoso manto parecía un muchacho hambriento que un mago con sangre élfica.
Apoyado en su báculo, observó la sombra de Eralion. ¿Cuánto de lo que había vivido en aquella tumba - o prisión - era como él recordaba? ¿Había conseguido realmente engañar al difunto en vida, o todo había sido una artimaña de Eralion para que saliera con sus compañeros y limpiase aquel lugar? Claro estaba, si ese era su objetivo, que aún no lo tenía demasiado claro. ¿Podría haber terminado como Vortigern, una peligrosa e insaciable sombra? ¿Había estado su vida realmente en peligro? ¿Y qué habría sucedido si Groland, Kerri o Arue hubieran sido quiénes cayeran?
Un toquecito de la semidrow en su hombro le recordó que aún quedaba mucho que hacer, sonrió tímidamente y siguió con la limpieza.
Horas más tarde, con todo limpio y un olor fresco en el ambiente, observó con la garganta seca cómo la Sombra de Eralion se postraba ante San Cuthbert. ¿Cuántos siglos lamentándose había pasado en su mazmorra? No imaginaba peor castigo para un estudioso de la magia que algo así, pero cuando su cuerpo se desvaneció, quedando sólo la nada, una lágrima corrió por su mejilla. Aunque era una Sombra no muerta, una abominación a la vida, no podía olvidar que durante unos breves segundos, ahí estaba Eralion, el mago. Un hombre que había amado, había tenido amigos y había influido en el mundo aunque fuera una mínima parte. Y ahora... no quedaba nada. Ni una lápida, ni unos restos. Incluso el castillo probablemente se reconstruiría y renombraría, quedando sólo el recuerdo de un puñado de héroes que sólo pasaban por allí.
Rashaniel suspiró, se limpió la mejilla con la manga, se vistió de nuevo y salió al exterior.
¡Yey! No sabía si era la buena! :D
¿Nos pones tú qué había? Porque tengo apuntadas alguna cosilla que he visto en la tumba que a lo mejor le vendría bien a Rash :P
Durante horas, el silencio solo fue roto por el rozar de los paños en las paredes y suelos, por el crepitar de la madera y las telas en las higueras improvisadas, por los suspiros de los que allí, secándose el sudor de la frente, limpiaban y purificaban el lugar. A medida que pasaba el tiempo, la habitación iba pareciendo más un santuario que un vertedero, poco a poco se iban observando regios detalles que, bajo la basura y la mierda, antes habrían sido imposibles de apreciar. Aquella capilla había sido a, en otra época, un lugar de culto espléndido, sin duda alguna el orgullo del señor del castillo que la había mandado construir. Era difícil pensar que la misma sombra que de vez en cuando se asomaba envuelta en oscuridad hubiera sido un hombre una vez, un fiel devoto de San Cuthbert y alguien capaz de amar, de ser honorable, de alcanzar los justos valores que se requieren de un seguidor del dios del castigo. Pero lo había sido, hacía mucho, mucho tiempo, ese había sido Eralion, y no aquél espectro cuya mera presencia causaba escalofríos incluso en la noche más fría.
Sirya, mientras fregaba las losas y eliminaba una a una las sacrílegas runas que adornaban cada muro, pensaba en que llevaba a alguien que tenía una vida como la que habría tenido aquél mago a arriesgarlo todo por la vida eterna. Lo siguió pensando, después, cuando el olor de la podredumbre había desaparecido y ella estaba descansada, mientras recorría los fríos y silenciosos pasillos del castillo en busca de algo que poder llevarse de allí. Tal vez aquél no saber, aquellas preguntas sobre el engañado arcano, guiaron inconscientemente sus pasos hasta el pozo de negrura que marcaba el descenso hacia la guarida de la sombra. Durante un buen rato, sabiendo que Kerri debía rezar, permaneció allí, observando, sin atreverse a bajar pese a que sabía que allí podía haber cosas de interés, y pensando, sobre todo, siguiendo pensando.
Ella era una chica joven y despreocupada por muchas cosas; el futuro, entre ellas. Su poca edad la hacía no plantearse cosas como el paso de los años, la vejez, la muerte... Y tal vez por eso era incapaz de ponerse en la situación del hechicero, incapaz de entrar en su piel y su mente y descubrir la razón por la que alguien sacrificaría su alma a cambio de la eternidad. Para ella, que tenía toda la vida por delante, no era siquiera una opción. ¿Qué gracia tendría vivir para siempre? ¿Qué sentiría alguien cuando todos a los que conociera y quisiera, todos sin excepción, no fueran más que un suspiro en su camino? ¿Qué haría que una vida de soledad y aislamiento mereciera la pena durante siglos? Tal vez era incapaz de entender porque alguien buscaba aquella inmortalidad, pero allí, al borde del agujero que se habría en la torre en ruinas, pudo sentir el vacío que tenía que vivir cada día Eralion, y empezó a preguntarse si de haber logrado su objetivo, de haber logrado alcanzar el estado de liche, no habría buscado de igual manera la expiación y el fin de aquella existencia.
Cuando regresó al sagrario y vio las hebras de oscuridad que aguardaban en el pasillo, ya no miró con miedo al ser, sino que lo hizo con lástima, con la seguridad de que aquello ya no solo era por el bien de su hogar, sino también por él. Pese al dolor que pudiera haber causado, pese al mal que se hubiera asentado en su emponzoñada alma, merecía una segunda oportunidad, un cierre, todos merecían algo así, todos tenían derecho al arrepentimiento, incluso el más terrible de los monstruos. Sirya, de repente, recordó el motivo por el que había, hace tanto, decidido que quería ser una aventurera. Era por algo más que los tesoros que podía encontrar –una avaricia que más que suya había sido inculcada por Lannet–, por algo más que la emoción de recorrer tierras inexploradas y peligrosas poniendo en riesgo la vida a cambio de la adrenalina que eso bombeaba por sus venas –ideas basadas en las historias que se contaban de su padre y de otros héroes de cuento que narraban los juglares que pasaban por Fairhill–, por algo más que el gusto de viajar. No, lo acababa de recordad, se acababa de dar cuenta del momento en que, sin saberlo hasta ahora, había decidido que su vida debía ser mejor que el de una dama consentida por unos padres sobreprotectores.
Era una niña todavía, traviesa como ella siempre había sido y como en realidad lo eran todos los mocosos. Se había escapado de casa otra noche más, saliendo por la ventana de su habitación y bajando por el nudoso árbol cuyas ramas alcanzaban casi el alfeizar y que soportaban su peso sin problema alguno, y se había ido a la taberna, esquivando a los guardias que de haberla visto no habrían dudado ni un segundo en arrastrarla de vuelta a la mansión y despertar a toda su familia para informar de sus paseos. Ese día había decidido que su destino sería El Barril y la Jarra, dónde podría ver a su tío, que por aquél entonces ya la estaba instruyendo, y dónde normalmente Tarnen hacía como que no la había visto. El anciano y sus perros la caían bien, siempre que podía se gastaba algo del oro que conseguía en comprarle algún trozo de pastel que luego daba a los chuchos –en gran parte porque no estaba muy bueno y quitando a los hambrientos canes no sabía de otro que pudiera comerse eso–, y a cambio el viejo solía dejarla tranquila e incluso la dejaba, muy de vez en cuando, probar la cerveza y el vino, ambas bebidas aguadas y sin apenas sabor, que caracterizaban al local. Era un buen tipo, y pese a que el sitio era necesitaba una buena limpieza y una mejor reforma, el ambiente que se respiraba la gustaba. Los parroquianos habituales eran gente sin mucho dinero, la mayoría trabajadores de los campos cercanos que buscaban relajarse tras la dura jornada de trabajo pero que no podían permitirse algo más caro, y algún que otro viajero cansado, sin monedas en el bolsillo, cuyos huesos solo necesitaban quitarse el polvo del camino y un caldo o unas gachas que con que estuvieran caliente ya les alegraba el cuerpo, más aún si encontraban rebuscando bien algún trozo de cerdo o una verdura cocida. Cuando ella llegó ya era tarde, y quitando al borracho del pueblo, no había apenas nadie más. Su tío, por supuesto, la esperaba mientras charlaba animadamente con otro tipo al que no conocía, y ahí acababan los bebedores menos madrugadores que se habían quedado hasta tarde. Para resumir, tras el paso de un par de horas habían acabado los cuatro sentados en una mesa del gran salón y el desconocido, un tipo otrora guapo y ahora desaliñado que sin embargo no había perdido del todo –y no lograba ocultarlo pese a que lo intentara– su aspecto aristócrata, contaba historias sobre como había logrado escapar de una peligrosa banda de salteadores, llevándoles hasta una cueva de la que se decía habitaban unas peligrosas criaturas –aunque seguramente fuera un oso y nada más, ¡a saber!–, y dándoles allí esquinazo gracias a su gran genio. Ni Lannet ni ella se creían una palabra de todo aquello, y al borracho no le importaba ni un poco ni aunque hubiera hablado sobre un dragón que se dirigía allí, excepto si el dragón traía alcohol consigo, pero quiso la mala fortuna que verdad o mentira toda la aventura, si fuera cierto el que le habían perseguido unos bandoleros.
La guardia encontró al fulano al día siguiente en el camino que salía de Fairhill. Estaba tendido en el suelo y moribundo, sangraba por una decena de cortes, y los moratones y cicatrices iban a ser el menor de sus problemas si lograba sobrevivir a las heridas; la paliza había dejado tullido al hombre, que jamás volvería a caminar sin ayuda de una muleta, y sin el poco dinero que tenía. Cuando Sirya le vio, tumbado en una camilla en el Templo de Freya, al cuidado de una siempre amable y atenta Shandrill, supo que jamás iba a poder volver a hacer nada que no fuera mendigar en la calle de alguna ciudad dónde seguramente le molerían a palos cada poco tiempo, todo a cambio de lo necesario para una comida cada cierto tiempo. El hombre había cometido un error, o había tenido mala suerte a lo mejor, pero las consecuencias serían para siempre. El vagabundo, del que no recordaba su nombre pero si su aspecto maltrecho y sus ojos vacíos cuando se marchó de allí por su propio pié, la marcó. El día que le vio alejarse, no hablaron, no dijeron nada, pero intercambiaron una mirada y le vio alejarse tambaleante hacia un destino que no aguardaba ninguna felicidad pero ante el que no se rendía. Ese día, Sirya decidió que quería hacer del mundo un lugar mejor, que quería marcar una diferencia, por pequeña que fuera. Y al fin tenía la oportunidad, la oportunidad de dar a alguien un nuevo futuro.
Pronto el suelo brillaba merced a la luz de las velas. El polvo de plata parecía extenderse por doquier y formar una constelación de estrellas a su alrederor. Kerri, de pie delante del Altar, sacó los viales de agua bendita y comenzó a salpicarlo todo mientras de sus labios salían rezos suplicando la atención de San Cuthbert, así como su poder para consagrar la capilla. Los rezos no duraron demasiado, y apenas había terminado cuando pudisteis sentir que esa extraña sensación de intranquilidad y amenaza era sustituida por reverencia y paz, la misma que uno siente al entrar en un lugar sagrado.
Todo acabó poco después, rápido, demasiado rápido. La sombra se materializó junto a ellos, que dejaron espacio para ella, y tras un minuto, una luz cegadora inundó la habitación, cegándola. Dónde había estado Eralion, no quedaban más que un par de brazales de plata, de la presencia del mago se esfumaron hasta los ecos de su último grito de agonía. La clérigo explicó, con voz monótona y presa de un furor religioso, lo sucedido; la respuesta de Sirya fue una larga mirada de odio hacia la mujer. Todos merecían una segunda oportunidad.
No medió palabra con ninguno. Incluso su voz interior, la otra, se mantenía en silencio. La joven ladrona de alta cuna se dio la vuelta y salio de aquél lugar maldito, encaminó sus pasos hacia el hueco que había servido de laboratorio y prisión para Eralion, y se abrazó mientras un terrible escalofrío recorría su columna. Pese a su ropa desgarrada, pese al fuerte viento que soplaba por los corredores, no era el frío la que causó aquél estremecimiento, sino la sensación de que había fallado. La mirada de aquél viejo vagabundo que había conocido se clavaron en su mente mientras repetía una y otra vez las últimas palabras del hechicero, cargadas de tristeza y arrepentimiento. Mientras caminaba sola, por delante de cualquier otro que quisiera seguirla, una lágrima cayó de sus ojos...
*****
Horas después.
La vuelta al pueblo fue tal como se esperaba. La tormenta había desaparecido y el hecho no había pasado desapercibido para los habitantes de Fairhill. Muchos esperaban el regreso de los héroes, entre ellos su padre y su hermano, que la abrazaron en cuanto la vieron sana y salva. Los tres lloraron, de felicidad, al ver a los seres queridos; también lo hizo su madre cuando se despidió de los compañeros y fue a casa, dónde la mujer la esperaba, preocupada y aliviada de que estuviera viva. Habían sido unos días difíciles para la familia, pero habían pasado... Por el momento. Aunque ahora estuviera allí, los cuatro sabían que Sirya ya no era la misma, que no se quedaría demasiado. Aquello la había cambiado, y ahora estaba dispuesta a seguir con aquello que se había propuesto; nada importaban las palabras que pudieran decirse, nada importaban esas promesas hechas sin una pizca de verdad sobre que no volvería a hacerlo, que no volvería a preocuparles, y todas aquellas mentiras que se solían decir.
Cuando esa misma noche Sirya visitó El Barril y la Jarra también la estaba esperando su tío Lannet. Tarnen y sus cuatro perros la saludaron como siempre habían hecho, como la niña que siempre había sido. El borracho del pueblo, bebía en la barra, cabeceando de vez en cuando. El tiempo, se dio cuenta, había pasado desde la última vez que había pisado aquella taberna, pero todo seguía igual. Durante demasiado se había sentido incapaz de ir allí, o al menos no recordaba haberlo hecho, seguramente por culpa de que había sido la otra quien tomaba el control, pero ahora se sentía con derecho a estar allí, ella misma, sin barreras.
– Necesito aprender más – le dijo al mediano, con el rostro serio y sin un temblor en su voz.
Él, que la conocía bien, se dio cuenta de quien era quien hablaba. Se dio cuenta de que, al fin, era lo que debía ser.
– Me preguntaba cuando me lo pedirías – respondió con una sonrisa.
Groland había soltado una breve carcajada al ver a Sirya lloriquear por tener que limpiar, pero luego supo apreciar el comportamiento maduro de la chica, e incluso le dio una palmada en la espalda. Cuando Kerri habló, él puso toda su atención en lo que decía. Algún tipo de paz interior se había abierto paso en el alma de la clériga de Tyr (¿o Freya?) y su mirada era más clara y más penetrante. Luego, cuando la sombra apareció, el guerrero había reaccionado agarrando rápidamente su arma y, aunque no la llegó a blandir, no bajó la guardia del todo durante las horas siguientes, pues no confiaba en el espectro.
Lo primero que hizo antes de ponerse a limpiar fue desprenderse de todo lo que no le haría falta: las armas, la mochila, el cinto cargado, la capa… Quería estar cómodo, y sólo se quedó con el camisote de mallas para no quedarse indefenso. También dio todos sus frascos de agua sagrada (cinco eran) a su compañera aasimar, que los usaría en el ritual. Trabajo duro durante esas horas que siguieron: sacó mierda, frotó, barrió, cargó barreños de agua… Al principio, muy ceñudo, pero luego entonando la misma tonada que Rash, pues resultó ser una canción bastante difundida por los reinos occidentales de Faerûn. Groland no tenía una bonita voz, pero la canción en cormyriense tenía una sonoridad, una musicalidad, que compensaba la ejecución.
Cada vez que veía a Rash, y especialmente al ver su torso desnudo, Groland pensaba en lo enclenque y frágil que parecía, y lo fuerte que podía llegar a ser. El mestizo había estado en primera en casi todas las batallas que habían librado en los últimos días: contra el ogro, las mantícoras, el gigante, y contra la sombra. Y ahí seguía. Cruzándose con él de vez en cuando, Arue evitaba por todos los medios tocar la mierda de los orcos. El guerrero le lanzaba miradas, divertido de haber descubierto una debilidad tan tonta debajo de la coraza fría y dura de su compañera. En el otro lado del espectro estaba Jerinor, a la que no parecía importarle en absoluto mancharse las manos con lo que fuera, y fanfarronear de ello. ¡Una mujer como los dioses mandaban, vaya que sí! Groland también frotó codo con codo con Sirya, a la que vio más centrada que nunca, a pesar de que a veces hablase con sí misma. (Cosa a la que el hombretón no hizo ningún comentario: mejor eso que tenerla saltando sobre él para besuquearle.) Y finalmente, Kerri. Kerri, que parecía mantenerse al margen de todos y todo, concentrada en su tarea, más callada que nunca. Una cierta tristeza se desprendía de ella, pero Groland no quiso preguntarle nada, y puede que no hubiera sido capaz.
A la mañana siguiente, Groland se reunió con los demás frente al altar e inclinó la cabeza, como hombre temeroso de los dioses que era, mientras Kerri pronunciaba las oraciones. Luego, tomó su parte del polvo de plata y -CON MUY MUCHO CUIDADO DE NO INHALAR NADA- comenzó a esparcirlo por el templete. Lo hizo en silencio, preocupado de perturbar la atmósfera mística que había creado la clériga con su voz. Apenas había terminada, las miradas de todos se dirigieron hacia el umbral cuando apareció el espectro que había sido Eralion, ahora suplicante, arrastrándose. Groland contuvo la respiración desde ese momento hasta que se desvaneció, los ojos como platos, y una gota de sudor cayendo por su frente. No se dio ni cuenta cuando cogió la empuñadura de su arma. Entendía el sufrimiento del difunto mago, pero su naturaleza no-muerta le asustaba, y suspiró aliviado cuando lo vio desaparecer en el fulgor de su condena. También se hizo aspas para no cruzarse nunca en los designios de San Cuthbert.
Me quito 5 frascos de agua sagrada.
Subo nivel. Nos vemos en la escena correspondiente.
Jerinor se afano en la tarea de adecentar aquella capilla limpiando y sacando basura al exterior donde iban creciendo una montaña de despojos. Tras horas de duro trabajo habían culminado con éxito, atrás quedaba el hedor de los orcos mientras ardían los restos de muebles y enseres en una gran pira. Con cierto cansancio se aseo como mejor pudo con la poca agua limpia que quedaba y ceno una de las raciones de viaje a las que estaba acostumbrada, gracias a su vida militar.
Aquella noche Jerinor durmió intranquila al igual que sus compañeros, a pesar de haber dejado aquella capilla pulcra, aún notaban un cierto resquemor, algo maligno que no se rendía a abandonar aquel lugar consagrado otrora a San Cuthbert. Las horas pasaron y la desconfiada guerrera intento dormir como mejor pudo - con su puñal cerca de la mochila, la cual usaba de almohada-. El frio suelo no era nada para la aguerrida guerrera, sin embargo llevaba mal los ronquidos de Groland, el cual al igual que ella dormía a intervalos, haciendo que todos estuvieran en un duermevela. Que le iba a hacer, en cierto modo el gigantón tenía muchas virtudes, algún defectillo tenía que tener. A la mañana siguiente observo el ritual junto a sus compañeros. Kerri les indico lo que tenían que hacer con el polvo de plata y como debían espolvorearlo. A su señal comenzaron a hacer lo que la clériga les indicaba, viendo con asombro como poco a poco el mal que había allí desaparecía para dar paso a un poder inmenso. Abrumada por la conexión divina que Kerri había establecido con aquella antigua deidad, se sintió impulsada a servir a los dioses del Bien. -Jerinor desde su juventud había sentido admiración por Shandril y su devoción a la diosa Freya.- Ahora entendía lo que significaba estar rodeada de esa aura y se prometió dedicarse a servir a Freya como devota de ésta.
La destrucción de la sombra sorprendió a Jerinor- en cierto modo esta había sido liberada pero la parte en la que su alma era enviada al abismo para sufrir a manos de Orcus, no fue de su agrado. Pero quien era ella para opinar sobre eso, se dijo. Manteniéndose en silencio. Tras desaparecer aquella fuerza divina y liberar aquella tierra del mal que allí habitaba, empezaron a investigar en las catacumbas encontrando varios objetos de poder y algo de oro - lo cual no venía mal para estos advenedizos aventureros en ciernes.
Una espada larga de empuñadura singular atrajo su atención, esgrimiéndola y realizando giros y estocadas con esta, observo que era de una calidad excepcional. Entre todos sacaron todo lo que había de valor repartiéndose algunos objetos y amontonando el resto en alforjas para el tesoro común. Saliendo a lomos de sus caballos tomaron rumbo hacia Fairhaill para comunicar la buena nueva – el mal había sido destruido- La tormenta había cesado y ya apenas se percibían las nubes negras que horas antes amenazaban aquella tierra- Este año la cosecha sería buena.
*************************************************************************************************
El viaje de regreso fue cómodo, siendo recibidos por el sonido del cuerno del vigía de la torre de guardia, cuando llegaron a la entrada de la villa. Las gentes del lugar dejaron de hacer sus quehaceres para salir en dirección a la avenida principal para recibir a los héroes.- Los héroes, son ellos. Ellos nos salvaron, acabaron con la maldición. Alabados sean.- Shandril en persona los recibió junto al alcalde y demás autoridades felicitándoles por su heroica gesta.
Jerinor se sentía radiante. Su sueño de salir de Fairhill comenzaba a hacerse realidad.
¿Y ahora qué? Adonde iremos amigos? Exclamo la guerrera, tras compartir una buena cena aquel día lleno de emociones y sentimientos.
La limpieza de la capilla fue de todo menos rápida o agradable. A pesar de no frotar heces secas, vómitos y véte tú a saber que más, traía agua y quemaba toda clase de muebes, basura y cadáveres. Eso era mejor a pesar del olor putrefacto de la muerte mezclada con el olor de carne y basura quemados. Yo no era y nunca habíasido una persona religiosa, así que no podía evitar pensar en que aquella tarea no era para mí. Si los dioses eran tan poderosos, deberían limpiar su propia mierda...
Por otro lado, deshacernos de la sombra del mago sí que era una tarea importante, y si Rash y Kerri creían que esa era la manera, teníamos que hacerlo. Ellos eran los que habían leído cientos de libros y pergaminos, no yo.
Intentaba no pensar en lo que hacía, ni tampoco en lo ocurrido aquella noche, pero ambos eran difíciles. La verdad era que ya no marcaba la diferencia unas horas más o menos, pero aún así aquél asunto seguía preocupándome. Todo había sido demasiado... prematuro. No había tenido tiempo de nada...
Levanté la vista del cubo de agua que traía para ver a Rash ensimismado también en sus pensamientos. Dejé el cubo al lado del mago dándole un ligero toque en el hombro con las puntas de los dedos, devolviéndole a la realidad. No sabía en qué pensaba, pero en aquellos momentos lo mejor era que ninguno lo hiciese.
A pesar del calor de las hogueras, al contrario que por ejemplo el semielfo, yo mantuve mi armadura puesta. La capa sí que la aparté con el resto de posesiones excepto mi espada. Quién sabía que podía ocurrir en cuánto bajasemos la guardia.
A pesar de saber que aquél viejo se había largado, no podía evitar seguir buscando en los rincones a ese hermitaño que me había metido en aquél embrollo. Maldito fuere.
Las horas pasaron, la noche llegó, y la capilla volvió a ser un lugar que no provocaba arcadas al entrar (aunque aquella sensación de maldad se mantenía). No me importó montar guardia, de hecho, lo agradecí. No podía dormir en aquellos instantes, pensando en todo lo que había ocurrido en las ultimas...¿48 horas? Ni siquera estaba segura de aquello. Los días y las noches se habían mezclado para mí. Una pequeña y minúscula llama de esperanza esperba ver una hoguera en la lejanía; una sombra conocida acercarse, o una voz conocida hablarme. Pero por supuesto aquello no iba a ocurrir.
Cuándo Groland vino a cambiar guardias, asentí con un ligero movimiento de cabeza, pero aún así me quedé allí mirando al horizonte en silencio por quién sabe cuánto tiempo más antes de finalmente abandonar la torre.
Finalmente el nueva día llegó y Kerri empezó su ritual. Me mantuve distante, sin querer entrar en la capilla. Los dioses y yo no nos entendíamos y prefería que nuestra relación siguiese siendo inexistente. Lo último que me apetecía era estropear el ritual después de tanto trabajo, o quien sabe, ser condenada por cínica.
Cuándo el ritual lelgó a su punto máximo y la sombra de Eralion pidió clemencia, no pude evitar apartar la mirada. Aquello era patético. ¿Cuánto podría haber sufrido la sombra para llegar a aquél extremo de humillación? Todos cometíamos errores, y se arrepentía de los suyos. ¿Era eso suficiente para los dioses? ¿Qué clase de justicia se merecían sus actos? ¿había su no-vide sido suficiente castigo?
Mis preguntas se vieron rápidamente contestadas por al parecer San Cuberth, quién según las explicaciones de Kerri, no era alguien con quien quisieras un enfrentamiento. ¿Era de verdad aquello justicia divina? A mí me parecía más bien un acto caprichoso, cómo todos los dioses eran. Un escalofrío recorrió mi espalda y me puso el vello de los brazos de punta. ¿Sería esa clase de destino también el que reservaban para mi? ¿Qué clase de justicia iban a decidir el día que llegase mi hora? ¿Qué merecía una persona cómo yo, sin fe ni religión, que decidía en base a su propia opinión y decisión qué era lo que debía hacer en cada momento?
La nada. - me dije a mí misma, sorprendiéndome por lo lúgubres que resonaron aquellas dos palabras en mi cabeza.
Sólo cuando el resto se movió, me moví yo también. Quería dejar aquél lugar lo antes posible. Y tenía cosas que hacer.