Camina con su vagoneta hasta la puerta del compartimento. No necesita llamar, el señor Stinson sale del compartimento por su propio pié y, al montar en la vagoneta, mira a los pasajeros y estalla en una carcajada macabra.
El Carbonero no hace más que un gesto en respuesta, alza la ceja izquierda y relaja un poco su sonrisa, aunque no deja de ser una sonrisa en ningún momento.
Cambia de lugar y vuelve de regreso con la vagoneta al lugar de donde ha salido, con la inquietante carcajada de Jhon Stinson como banda sonora que, esta vez, apaga el chirriar de las ruedas. Aunque nadie sabe realmente qué es peor.
Acaba aquí el turno diurno...
Con un suspiro, Richard negó para sí mientras el elegido de aquel día se marchaba en dirección a las llamas purificadoras. Cada uno afrontaba la muerte a su manera, y Stinson había decidido que fuera con amenazas. Al menos no se había echado a llorar.
- En teoría esto ha acabado, señores - dijo, mirando al caballero americano - A no ser que esta noche la guadaña caiga sobre uno de nosotros. En ese caso, será usted, señor Carmichael, quien sea elegido mañana. Buenas noches a todos.
Miró al inglés sin ningún temor.
-Pues entonces todo habrá acabado esta noche. Si la cosa sigue solo sobrevivirá el asesino. Esperemos que no.
Con esas crípticas palabras se despidió y se fue a su cuarto. No quería pensar en qué pasaría si Poirot había sido engañado con respecto a Heath.
Al cabo de un rato, entró el revisor en el compartimento de Stinson y llamó a los pasajeros con urgencia, cuando algunos ya se disponían a encerrarse en sus compartimentos, y les enseña una nota que ha dejado Stinson, sin duda dirigida al pasaje:
Enhorabuena, habeis acabado con todos los asesinos, pero no sin convertirse ustedes mismos en asesinos. Recapitulemos: Sor Lorenza, Lorens Stiltoon III, Elga Von Hollard, Elleanor Bow,, James R.Otterbpurne, Andrew Lowell e Ivan McGregor. Ni más ni menos que siete personas que serán ocho conmigo, curioso, han matado el doble de personas que nosotros, los asesinos, bravo, se han convertido en lo que querían evitar. Si quieren guardar como recuerso las armas de los asesinatos las encontrarán bajo mi colchon. Para despedirme he de decirles que disfrute todas y cada una de las muertes sobre todo la de la niñita, fue un espectáculo digno de ver.
Bajo el colchón, efectivamente, se encontraban cuatro puñales de extraña factura. Eran de fabricación artesana y sus empuñaduras estaban rematadas con el signo de un partido político que desde que acabó la guerra estaba haciendo bastante ruido en Europa.
Ninguno de los pasajeros sabría decir porqué un partido político debería tener intenciones de asesinar a los integrantes del pasaje del Orient Express. Con aquella extraña idea en la cabeza, pasó la noche y regresó un nuevo día, donde no hubo de lamentarse ninguna nueva muerte. Parecía que con el ajusticiamiento de Stinson, todo había acabado.
Fue a la hora del almuerzo cuando el tren estalló en júbilo, pues la locomotora quitanieves había llegado y había conseguido abrir el camino para permitir al tren más lujoso de Europa y, probablemente, del mundo, continuar su trayecto.
Todo pareció quedar atrás... muchas cosas, demasiadas.
Lo que ninguno de los pasajeros llegó jamás a saber era qué buscaban los asesinos. Pues bien, buscaban una carta. Un sobre que contenía información de suma importancia y que, sospechaban, alguno de los pasajeros del vagón de Calais llevaba consigo para ser entregado en Inglaterra.
Lástima que el aparato de inteligencia del partido no afinara mejor en sus pesquisas, pues no era un pasajero quien portaba el documento, el portador de semejante carta era Françoise du Vermont, el maître.
Así, con aquel documento, la Inteligencia Británica fue capaz de dar con la organización que manejaba los entresijos del Partido y acabar con todos sus cabecillas en pocos meses. Fue una operación silenciosa y encubierta, que no salió a la luz de los medios. El Partido, auspiciado por una organización de corte pseudo-masónico, decía tener en sus manos información veraz e inquietante sobre la peligrosidad de otro partido que se estaba gestando en Alemania, un partido que estaba liderado por un ex-combatiente alemán de la Gran Guerra, de origen austriaco, y que, recientemente, había salido de la cárcel tras un intento fallido de golpe de estado, que había llevado a cabo junto con otros partidos nacionalistas alemanes.
Por desgracia, el Partido de los asesinos del Orient Express, fue desmantelado mucho antes que pudieran conseguir montar una operativa para acabar con Hitler, pues este era su objetivo final, que se vio frustrado por la carta que Françoise du Vermont entregó en Londres al finalizar aquel truculento viaje.
¡Esto es to.. esto es to.. esto es todo amigos!