- Tuve un precio en su día, Noxais… - Dijo Ediberto muy convencido de sus palabras.
Fue entonces cuando cortó la frase y miró hacia la mesa llevándose la mano al mentón y permaneciendo unos segundos en silencio. El Escuadron Humeante, Gndruic y el propio Noxais se miraron extrañados ante la actitud del antiguo monarca. Noxais buscó una explicación a su repentino silencio en Gndruic, pues de todos los presentes, sin duda era quien mejor conocía a Dolfini, pero sólo halló un gesto torcido en su rostro y un encogimiento de hombros.
- ¿Crees que puede pagar mis servicios? – Dijo al fin Ediberto. - ¿Todo el mundo tiene un precio, verdad? ¡Lo que no sé es si querrá reclutar a alguien como yo! – Sonrió para acto seguido dar un buen trago a su jarra de cerveza.
—Chcath recluta a todo aquel que está dispuesto a servirle y le sirve bien—dijo el gnomo vaciando otra jarra de cerveza.
Noxais dejó de beber y encendió su puro. Se tomó su tiempo hasta asegurarse que tirase bien. Odiaba estar encendiéndolo cada dos por tres. Así no había quién lo disfrutase.
—Si él no te quisiera para algo no te hubiese mantenido con vida, ¿no crees? Aunque igual es que yo soy demasiado simple. Todo puede ser.
- Me temo que lo que Chcath quiere de mi es mi arrepentimiento. – Ediberto sonrió ante aquella afirmación, pues acababa de ver claro que estaba en lo cierto.
Aquel ser se consideraba un dios, o al menos deducía eso de la prepotencia que demostraba al hablar y con sus actos. ¿No eran los dioses quienes perdonaban a aquellos que se arrepentían de sus pecados? Su falta había sido no querer aceptar la imposición que aquel poderoso ser le ofrecía como una oportunidad inmejorable para crecer como nación. Catán no necesitaba de sus enseñanzas para ser una gran nación, pues ya lo era y con mucha mayor historia y tradición de la que los mundos gobernados por Chcath podía gozar, por muy tecnológicos y avanzados que fueran.
- Lo único que desea tu líder es que vea lo que pudo ser y no fue. – Dolfini dio un trago a su cerveza. – No obstante, hasta que decrete mi ejecución o cambie mi suerte, nada tengo que hacer. Así que dime en que puedo ayudarte.
—Hoy puedes comer, beber, fumar y follar lo que quieras. Mañana nos internaremos en esas selvas para buscar a los rebeldes. Si todo va bien, se rendirán. Si va medio qué podremos volver y prepararnos para la batalla. Si va mal, nos caerá una lluvia de hierro y fuego. Espero que nos ayudes a sobrevivir a ella. Ya eres todo un experto en eso.
El gnomo se rió de su ocurrencia antes de gritar.
—¡MÁS CERVEZA!
Ediberto no pudo más que borrar la sonrisa de su cara así como ésta nacía. Sin duda aquel último comentario había sido muy ingenioso, pero como Rey que era o que fue, no podía darle el beneplácito de la risa. No sería decoroso reír de un hecho que había causado tanto dolor a su pueblo. No obstante, fuera por los etílicos efectos de la cerveza gnoma o por lo irreal que se había vuelto todo lo que rodeaba su vida, la presión que sentía al estar al frente de una nación tan poderosa había desaparecido por completo.
El capítulo de su vida en el que se erigió como rey de Catán parecía muy lejano. Sus responsabilidades como jefe de estado había desaparecido y tras muchos años atado a las responsabilidades que primero conllevaba su cargo nobiliar y posteriormente la corona que descansaba sobre su cabeza, se sentía libre. Libre para hacer, decir y actuar como quisiera sin preocuparse de protocolos o habladurías.
- Sé que estamos celebrando algo… - Chasqueó la lengua. – No tengo ni idea de lo que se trata, pero si te parece… cuéntame algo más de esos rebeldes. ¿Viven en la selva? ¿Qué quieren?
—Sólo celebramos que estamos vivos y tenemos oro en nuestros bolsillos. ¿Acaso es necesario algo más?
Noxais dio una larga calada a su puro, antes de responder a las preguntas de Ediberto.
—Las selvas son el mejor lugar para ocultarse. Es el único sitio del que puedes librarte del reconocimiento aéreo. Y lo que quieren está claro... derrocar a Chcath. Pero es un intento fútil, la mayoría de la población está contento con nuestro pétreo señor y ni siquiera tienen la mejor fuerza armada. Al final, con sus torpes intentos, sólo dañan a sus congéneres.
Ediberto asintió con la cabeza ante todo lo que Noxais le contaba. Dio un tragó más a su cerveza hasta agotar las últimas gotas. Fue entonces cuando uno de aquellos simpáticos y juerguistas gnomos, no pudo saber cuál, le ofreció una calada de su humeante puro. El derrocado rey había fumado alguna vez en pipa estando en Gea y en sus tiempos de juventud, cuando aún se dedicaba en cuerpo y alma a la guerra, pero nunca había probado esa modalidad.
Cuando el señor Dolfini aceptó probar el tabaco gnomo y tras una profunda calada, se introdujo aquel humo a través de su garganta una arcada le sobrevino. Empezó a toser como si se tratara de un niño ahogándose con su primera calada. No esperaba ese efecto para nada, pues no era virgen en aquella costumbre, sin embargo, el aroma y el sabor de aquel puro era sin duda mucho más fuerte que el tabaco más pesado de los que se podían encontrar en toda Gea.
Las risas de los gnomos contrastaban con el enrojecimiento facial de Dolfini, sus toses y los gargajos con los que redecoraba el suelo del establecimiento. Se puso en pie tirando la silla del mismo impulso y comenzó a golpear su pecho con la esperanza de que todo ese humo negro abandonara sus pulmones. Aquello provocó que las risas del Escuadrón Humeante se contagiaran al resto de los asistentes de la sala y solo cesaron cuando por fin Ediberto recuperó su color y volvió a tomar asiento.
- ¡Uf! ¡Qué fuerte es! – Carraspeó mostrando media sonrisa. - ¡No os andáis con chiquitas! ¡Recordadme que no vuelva a probar esa cosa! - Bromeó.
Minutos después el mozo les obsequió con más cerveza y unas manitas de cerdo aderezadas con una salsa de dudosa procedencia que les daba un aspecto acaramelado. Los gnomos no tardaron en hacerse con su parte y devorar el que para ellos parecía ser un manjar en toda regla. Dolfini tuvo sus reparos a probar la gastronomía de aquel lugar, pero finalmente y tras la insistencia hincó el diente a uno de los caminantes con una grata sorpresa por su sabor dulzón.
- Entonces el problema son los rebeldes de las selvas. – Ediberto regresó al tema que les atañía. – Quieres que os ayude… - Ediberto guardó silencio un instante. - …bueno, lo que querías era fastidiar al otro gnomo, a aquel pedante de la barba blanca. – Sonrió. – En el caso de que finalmente quieras mi ayuda y yo acepte. ¿Qué tienes pensado? ¿Sabes dónde se esconden? ¿En qué isla? ¡Esto es inmenso, podrían estar en cualquier parte!
—No sé dónde están, pero no me va a hacer falta. Ellos vendrán a mí.
El gnomo vació otra jarra más mirando con chulería a Ediberto. Se le veía realmente confiado en su plan y se notaba que disfrutaba de su ufana declaración sobre qué los rebeldes irían a él. Tan convencido estaba que parecía incluso tener un gran plan. Las dudas se despejaron cuando volvió a hablar.
—Voy a dejar que me capturen.
Toda la Escuadra Humeante rompió a reír cuando escucharon a su comandante. Noxais rió con sus compañeros divertido, pues su plan maestro sería calificado de inútil por cualquiera. Sobretodo por tipos como Galan.
—Pero no nos van a capturar a todos. Lo bueno de servir a Chcath es que uno tiene montones de recursos para usar, tanto tecnológicos como mágicos. Así que cuando nos capturen, Gnash que tiene buen ojo desaparecerá y movilizará la flota. Y si no me liberan pronto.... ¡BOOOOOOOM! Chcath tiene fuego para quemar este planeta tres veces.
- ¡Éstas loco, Noxais! – Afirmó Ediberto con una sonrisa en los labios. Actó seguido alzó su copa. - ¡Brindo por esa locura! – Declaró alegremente.
Tras el brindis los temas de conversación derivaron a otros mucho más relajados que nada tenían que ver, con la guerra, la rebelión, Chcath o las armas. Edibertio encajó bien entre aquellos beodos gnomos. Gndruic no tanto, pero también acabó por sumarse a las celebraciones. Horas después la conversación se había tornado en una sarta de insultos, maldiciones, comentarios obscenos y amor fraternal.
La cordura acabó por abandonar a todos los miembros de aquella mesa, que junto a otros parroquianos o en compañía de algunos de los miembros de la Escuadra Humeante, acabaron unidos por lazos de amistad etílica y en extrañas pero agradables compañías. Incluso el bueno de Ediberto probó las mieles que las menudas furcias gnomas le tenían destinadas y como no fue Noxais, quien gustoso acabó pagando el importe a satisfacer con los inagotables fondos del dios de piedra y fuego.
Fin de capitulo!