Aquella intrusión en su mente no había modificado para nada sus planes más inmediatos. Aunque quizás aquella revelación debía ser tenida en cuenta para el futuro, pues ahora los descendientes de aquellos que le impusieron la devastadora condena de ser destruido por el fuego de Seyran, tenían ahora la certeza de su supervivencia. El descubrimiento de que aquella ancestral raza de reptilianos no le había olvidado podía llegar a ser un problema a tener en cuenta.
Chcath regresó al Puño de Acero. Sin duda una de las mejores naves de todos su Imperio. Una nave que combinaba la mayor maniobrabilidad de los artilugios gnomos y que por otra parte ostentaba la potencia armamentística de las inestables máquinas de guerra trasgas. Abordo había reunido a lo mejor de lo mejor. Los más capaces ingenieros, los más diestros pilotos, los más aguerridos y a la vez más serios guerreros al mando del almirante Gabol.
Sin duda toda la tripulación era de la máxima confianza del constructo, pues era el mismo quien elegía a todos y a cada uno de los tripulantes. No quería sorpresas que pudieran dar al traste con sus objetivos y aunque confiaba casi ciegamente en Gabol y en algunas ocasiones accedía a embarcar en el Puño a algún miembro sugerido por éste, nunca lo hacía sin realizar previamente una entrevista personal al candidato. A su lado sólo quería lo mejor de lo mejor y sólo él podía supervisar aquella selección.
- Bienvenido abordo, su magnificencia. – Dijo Gabol, quien se había apresurado a salir al encuentro del Emperador, pues sabía que gustaba de aquellas atenciones. – Usted dirá rumbo… - Habló el almirante necesitando de una respuesta para poner en funcionamiento la maquinaria de aquel enorme buque de guerra.
Chcath estaba satisfecho. Todo el sureste de Harvaka ya estaba bajo su Dominio. Sólo haría dos visitas más los Principados y Fungon. Después con un territorio estable comenzaría la conquista total. O anexión o muerte.
—A los Principados Silvanos—ordenó—. Es hora de conocer a los elfos.
Tras la orden, Chcath procedió a presentarle a Gabol al coronel Shamir.
—Quiero que le enseñes la nave. A partir de hoy él será tu mano derecha.
Gabol miró con cierta suspicacia a aquel ser humano. Sus rasgos eran gruesos y su piel, ojos y cabellos oscuro. Su físico sin duda era el de un soldado, pero la mente del trasgo no alcanzaba a entender el porqué de su presencia a bordo del Puño de Acero. No preguntaría, pues quien mandaba era Chcath y sin duda tendría una razón para introducir a un nativo de aquel mundo entre su tripulación, aunque él no la encontraba.
Lo cierto era que había aprendido de la experiencia a no contradecir las decisiones del gólem. Había visto a muchos de sus congéneres degradados o incluso ejecutados por contradecir al recién proclamado Emperador. Gabol había aprendido a callar y a obedecer, sólo así conservaría la cabeza sobre los hombros el tiempo que durase como almirante de aquel buque de guerra.
Otra cosa era que el ser humano, el tal Shamir se convirtiera de forma efectiva en su mano derecha. Ya tenía una mano derecha y varias opciones para substituirla en caso de que Boriax muriera o tuviera que ser destituido por algún motivo. No se negaría ante Chcath y si tenía que cargar con aquel humano lo haría, pero desde luego no le tendería la mano y mucho menos le pediría consejo o le haría partícipe de sus decisiones.
- Perdone mi indiscreción, Chcath. – Intervino Mehzadhus Shamir de improvisto. - ¿Entiendo que nos dirigimos a los bosques élficos? – Preguntó.
Chcath afirmó con la cabeza ante la atenta mirada de Gabol, quien entornó un ojo y apretó los músculos mostrando la gruesa vena de su cuello que se hinchaba cuando algo le irritaba.
- Sepa que se trata de seres extremadamente virulentos. – Dijo el coronel rojo. – No me extrañaría que se hubieran preparado para su llegada. Les responderán de modo hostil. Creo y espero equivocarme, que si invade su espacio aéreo, el resultado no será el mismo que en Alejandría.
Para ese entonces la ira que albergaba el almirante trasgo estaba a punto de rebosar. Él que tanto tiempo llevaba al servicio del constructo no se atrevía a hablarle así a su amo y aquel recién llegado que poco o nada sabía de la descomunal potencia ofensiva que poseía la armada de Chnobium, ponía en duda su capacidad de disuasión ante un atajo de salvajes moradores de los bosques. Gabol gruñó irritado, aquel humano se comería sus palabras una vez aquel bosque quedase reducido a cenizas, si es que los elfos se atrevían a enfrentarse a su amo y señor.
- ¡No sabes lo que dices! - Intervino Gabol alzando la voz. - ¿Qué sabes tú, escoria humana, de lo que puede o no puede hacer mi señor y esta armada?
Gábol no era un trasgo caótico y desenfrenado como Nagaz, pero era evidente que la presencia del coronel no le gustaba. Era comprensible, pero ese humano valía más que muchos de sus hombres y podía prestarle un buen servicio. De hecho no tardo en mostrar de lo que era capaz.
—Silencio—ordenó el golem al trasgo mirando después a Shamir—. Cuéntame. ¿Qué defensas tienen esos elfos y como pueden acaso luchar sobre los vientos como lo haremos nosotros?
- No son unos salvajes como muchos los quieren pintar. – Dijo el coronel Shamir. – Viven en los bosques pero no cuelgan de los árboles como se dice. Tienen esplendorosas ciudades, mucho más bellas que Duartala. Pero no es la belleza de su arquitectura lo que me preocupa. Desde que los humanos del bosque les hicieran retroceder siglos atrás, nadie más les ha vuelto a vencer en su propio terreno. Todo ser que pisa sus bosques sin su autorización, no vuelven a salir de éste.
Gabol no dijo nada pero resopló ante lo que estaba escuchando. Podía ser que aquel humano conociera mejor que él a los elfos del bosque, pero desde luego no sabía muy bien con quien estaba hablando. Su poder de destrucción era sin duda muy superior a toda resistencia que pudieran oponer aquellos orejas puntiagudas, enemigos acérrimos de los primeros trasgos que poblaron Patark procedentes de Gea. Sin duda ese coronel no sabía lo que estaba diciendo.
- Se mimetizan con la naturaleza. – Continuó hablando Mehzadhus. – La utilizan en sui favor. Ellos y el bosque son un único elemento. Son seres mágicos y poderosos Chcath. No se rendirán ante nadie, nunca lo han hecho. Y su resistencia no será tan pasiva como la de Alejandría. Eso os lo aseguro…
—En ese caso sus bosques arderán—terció el golem—Gábol, convoca a la tercera parte de la flota aérea. Inundaremos sus bosques y esperaremos a que hagan acto de presencia.
Parecía muy posible que la visita a los principados acabase en guerra. El golem preferia la sumisión, porque así evitaba la pérdida de efectivos, pero cierto era que de cara a futuras anexiones, el miedo por el potencial esgrimido facilitaba las cosas. Destruir a esos elfos podía ser una buena oportunidad para mostrar su fuerza.
El coronel Shamir cambió su gesto a uno mucho más severo tras escuchar la determinación tomada por el ser que había solicitado su presencia a bordo de aquella nave voladora. Chcath estaba determinado a arrasar con todo si era necesario. Él había tratado de advertirle de las consecuencias que podría conllevar un ataque sobre el territorio élfico nunca antes conquistado. Si desoía sus advertencias no era problema suyo. Tampoco le gustaba demasiado la idea de servirle y si atacaba los Principados, era posible que su servidumbre acabara mucho antes de lo previsto.
Gabol puso rumbo a los Principados Silvanos. Lo que sabían de ellos era más bien poco. Se trataba de una zona gobernada por la raza élifca. Ocho eran las ciudades principales de aquel territorio y ocho los príncipes que gobernaban sobre ellas. Se trataba de unos seres aguerridos, buenos guerreros y con fama de fieros y despiadados con todo aquel que tratara de adentrarse en su territorio sin autorización o que atentara contra éste.
Fuera como fuera ese no era un problema para Chcath, pues no le preocupaba sabiéndose superior en tecnología y armamento. Posiblemente ni con todo su arsenal podrían hacerles frente y derribar una sola de sus naves de guerra. Sólo les quedaba negociar la rendición y sumarse a la causa que llevaba por estandarte el gólem de fuero y roca.
Tras consultar con sus asesores, el constructo ordenó que un tercio de la flota pusiera rumbo en dirección a Givarduil. Era una de las ciudades más australes gobernadas por y para elfos de toda Gea. La más cercana a su posición actual junto con Vil-Eredian. La decisión fue sencilla, pues ésta segunda ciudad se encontraba al lado este de la orilla del río Kakj, en el interior del bosque Fungon. Chcath no quería despertar a los hombres salvajes que moraban muy cerca de esas tierras, no todavía.
Sus consejeros le informaron que dicha ciudad estaba gobernada desde hacía más de tres siglos por una princesa y no un príncipe. Su nombre era Ieacuril Enrohir y nunca bajo su gobierno Givarduil había sufrido derrota alguna en su terreno. Sin embargo, la última derrota sufrida por dicho principado se remontaba a una era pasada, en la que gobernaba el tatarabuelo de la actual princesa. Fue Nemrahir Enrohir quien perdió la última batalla contra los hombres salvajes casi mil quinientos años atrás, cuando los cimientos de la ciudad todavía no se habían construido.
Tras varios días de vuelo vislumbraron al fin en la lejanía, las interminables hectáreas de bosque ancestral que cubrían todo cuanto alcanzaba la vista. Desde el cielo se apreciaba el lindero del bosque. Un bosque compuesto por altísimos árboles cubiertos por una maraña de musgo y plantas trepadoras, así como lianas que colgaban hacia el suelo, todo ello impidiendo el paso de la luz al interior de la frondosidad de aquella selva. Árboles cuyas hojas grandes y alargadas eran de una tonalidad verde oscura y reluciente.
Fue al observar la hostilidad con la que aquella muralla vegetal les recibía, cuando Chcath comprendió el porqué del recelo de Mezadhuss a la hora de invadir aquella extraña nación de naciones. Las tropas que se adentraran en aquel terreno extraño y en cierta manera tenebroso, tendrían pocas posibilidades de éxito, pues sus moradores sin duda sabrían cómo utilizar el terreno en su favor, cómo emboscar a las tropas extranjeras y acorralarlas para con pocos efectivos causar el máximo de bajas.
No obstante Chcath confiaba en su poder ofensivo, pues desde el aire sus artimañas no surtirían el efecto deseado. Ahora sólo quedaba encontrar en medio de toda aquella maraña vegetal, la ciudad a la que se dirigían para de esa manera descubrir de una vez por todas la disposición a negociar que tenían esos orgullosos elfos y someterlos a la fuerza en caso de ser necesario.
Desde el aire trataron de encontrar algún camino que se adentrase en la arbolada sin éxito, pues tras sobrevolar durante casi medio día de este a oeste el lindero del bosque no hallaron un solo claro, una sola zona arquitectónica que les pudiera dar pista alguna acerca de dónde dirigirse para encontrar la ciudad élfica. Según habían sido informados, el principado de Givarduil tenía su capital en un lugar muy cercano al lindero del bosque, pero su estructura estaba tan mimetizada con la naturaleza que se hacía imposible detectarla desde el exterior.
Chcath exasperado con la ineficacia de sus exploradores convocó a Gabol y a Shamir junto al resto de consejeros a bordo del Puño de Acero. En pocos minutos todos ellos se reunieron en la sala de mando de la nave, pues por primera vez desde su llegada a Gea, una ciudad se le resistía, aunque sería por poco tiempo.
Chcath estaba furioso. Sus hombres, los que se consideraban sus mejores hombre habían fracasado. La cosa no acabaría así, un sólo reino, en un ataque frontal, no podía oponer resistencia. El golem ardía por dentró y estaba a poco para hacerlo por fuera.
—Años, años de preparación para esto—dijo con una fría cólera—. Esto. Y nadie tiene una respuesta. Podéis considerados todos destituidos de vuestros puestos. Gábol os reubicará y buscará sustitutos. Y ahora, haremos las cosas, de la única forma en la que sin duda alguna acaban saliendo bien. Por mi mano.
El constructó abandonó la sala y salió a la cubierta de su nave. El fuego de su interior empezó a liberarse y la piedra se torno rojiza. Esos bosques iban a arder. Primero por su mano. Y después por el fuego de sus naves.
Y una vez más, Chcath saltó.
Chcath comenzó a descender y ganar velocidad a medida que se acercaba a tierra firme. Aquella pesada masa de roca se había tornado una bola de fuego incandescente que bien representaba el estado de ánimo que en esos momentos sentía. Ira era el sentimiento que había invadido todo su ser. Ira por la incompetencia de aquellos en los que había depositado su confianza y que se la devolvían con una terrible pérdida de tiempo. Él mismo se encargaría de que su plan llegase a buen puerto, pues al final le habían demostrado que sólo podía confiar en sí mismo.
En su pesado descenso hacia la tierra firme, algo cuya naturaleza no pudo determinar en una primera instancia llamó la atención del gólem. Se trataba de algo que pudo intuir que se movía muy rápido procedente de la arbolada. Sin embargo, abstraído del mundo que le rodeaba posiblemente por su ciega ira, no puso la atención debida a su entorno y para cuando sintió un poderoso golpe desde el abajo y al costado, estaba totalmente desprevenido.
Para cuando comenzaron a tronar los cañones de los buques de guerra Chcath ya había posado los pies sobre tierra firme. No obstante no se encontraba en el interior del bosque sino a casi cien metros de su linde. El gólem alzó su mirada y fue entonces cuando observó como un enorme ser alado, con cabeza de halcón y cuartos traseros de caballo se acercaba en picado hacia su dirección. Sobre su lomo montaba un ser humanoide de orejas puntiagudas armado con una reluciente lanza de caballería y tanto el ser mágico como su jinete le miraban con odio y con rencor a medida que ganaban metros sobre él.
En el cielo se había desatado el combate, pues aquella bestia guiada por uno de los pobladores de aquel bosque no estaba sola. Muchas como ella surcaban los cielos golpeando contra los buques de su armada, pero no sólo sobrevolaban los cielos seres similares al que se había enfrentado al todopoderoso Chcath, sino que también había otro tipo de bestias aladas. Unos muy similares al primero pero con poderosas partas y garras felinas, águilas de gigantesco tamaño, caballos alados con jinetes elfos, aves de plumaje rojo anaranjado envueltas en llamas, seres similares a toros alados que golpeaban con sus cornamentas los cascos de las naves.
Pero la respuesta no solo tuvo lugar desde el aire, pues infinidad de rocas surgieron de la espesura del bosque lanzadas con virulencia inusitada contra la armada de chnobium. Chcath pudo fijarse antes de ser golpeado de nuevo por aquel ser, que eran los mismo árboles que hasta ese momento parecían inertes quienes agarraban las rocas y las lanzaban hacia sus naves que con tanto esmero se había empeñado en construir.
No era mejor lo que le esperaba en interior de la espesura, pues ésta se movía como si una estampida estuviera teniendo lugar en su interior y de pronto Chcath fue consciente de que centenares sino miles de elfos esperaban en el interior de la maleza para acabar con cualquier ser que osara adentrarse en su amado bosque. Fue entonces cuando poderosos rayos de energía surgieron de las arcanas manos de alguno de los hechiceros de aquel bosque y fue así como algunas de las naves comenzaron a tener serios problemas de estabilidad.
El bosque ardía, pero gran parte de las naves también. Le habían tomado por sorpresa y ya eran algunos los buques que comenzaban a perder altitud precipitándose de forma vertiginosa hacia el suelo. Los enemigos eran muchos y de diversa índole. Como Mezadhuss había anunciado, las cosas no iban a ser tan fáciles con aquella aguerrida y orgullosa raza que con los humanos de Alejandría que tan fácil había sido aniquilar y mientras recordaba las palabras del coronel Shamir llegó la nueva embestida de aquel ser alado. El golpe fue duro y le hizo salir despedido varios metros hacia atrás. Tampoco se fue de rositas su enemigo, pues el golpe contra su duro cuerpo provocó que se precipitara y aterrizara de forma poco ortodoxa a escasos metros de su posición habiendo salido su jinete despedido y quedando inerte sobre el frío suelo de aquella llanura previa al bosque.
Chcath sonrió. O habría sonreído de haber podido. Por fin un desafío. Eran muchas las naves que surcaban los cielos de ese bosque. Que cayeran dos o tres no era un problema. Incluso podía permitirse el lujo de perder veinte. Pero no iba a desperdiciar su flota. El golem era lo suficientemente inteligente como para reaccionar rápidamente ante cualquier ataque.
—Ganad toda la altura posible y acabad con esos jinetes alados—Chcath ordenó telepáticamente a toda su flota que se alejase del ataque de los árboles. No podrían soltar buena parte de su armamento.
Hacia mucho tiempo que el constructo no usaba tanta magia pero en lugar de sentirse extenuado se sentía estimulado. El bosque tenía una debilidad, el fuego. Y eso era lo que iba a hacer. Lo iba a atacar hast que él fuese el único objetivo de todo el bosque, y entonces su flota volvería a atacar.
—Mereces mis respeto mortal—le reconoció al elfo que había detenido su avance—, pocos tienen el poder de detener mi avance. Pero la distancia entre tu y yo sigue siendo inalcanzable.
La gema que Chcath tenía en el pecho comenzó a brillar con tal fulgor que parecía una versión en miniatura de Seyram. El calor acumulado era tal que la temperatura alrededor del golem comenzó a aumentar notablemente. A su alrededor todo lo orgánico comenzó a arder, incapaz de soportar tan altas temperaturas.
—¡ARDED!
Y entonces el fuego se hizo verbo.
Todo alrededor del gólem se consumió debido al infernar calor que desprendía su cuerpo. Una amplia zona de devastación se desintegró en cenizas dejando únicamente los restos carbonizados de plantas y los seres orgánicos que instantes atrás rebosaban vida. El gesto desafiante del elfo que osó enfrentarse a él, un dios sobre Gea, no varió ni un ápice cuando el fuego consumió su piel, su carne y hasta sus huesos. No tuvo tiempo ni de gesticular, pues el calor desprendido lo desintegró en un abrir y cerrar de ojos al igual que hizo con su montura.
Lo cierto era que Chcath desprendía ira asesina tras comprobar la incompetencia de sus vasallos y la arrogancia de sus enemigos. Por otra parte de poco les serviría. Arrasaría con todos aquellos bosques si hacía falta con tal de demostrar su supremacía. Sólo de esa forma se ganaría el respeto de los geasianos. Siendo infalible y consecuente consigo mismo y con su plan hasta el final.
Mientras el constructo de roca y fuego desolaba todo aquello que pisaba su armada comenzaba a retroceder por primera vez desde su llegada a Gea. Ya antes de que diera la orden de elevarse habían caído algunas naves estrellándose contra la superficie geasiana. Los seres del bosque eran también muchos y se trataba de unos enemigos muy diferentes a los que aquellas naves se habían enfrentado hasta el momento.
Seres fuertes y rápidos que se movían por el cielo con suma destreza. Sus jinetes poseían el donde la magia y respondían al fuego enemigo con toda la energía del bosque concentrada en sus poderosas manos. Haces de luz y de energía impactaban contra los cascos de las naves abriendo boquetes y haciendo estallar los explosivos almacenados en su interior.
Las rocas lanzadas por los árboles también habían causado estragos, pero ahora que se habían elevado el combate se había igualado. No obstante, las poderosas patas de los más grandes seres agarraban los buques proyectándolos los unos contra los otros y provocando colisiones que causaban serios problemas de estabilidad en las maquinas.
No todo eran buenas noticias para el pueblo élfico del bosque. Sus guerreros también morían en cantidad al igual que sus monturas. La mayor desgracia era que su sacrificio no estaba siendo del todo fructuoso. El bosque ardía en el lindero con los prados. Los hombres árbol ardían también en una pira que se veía a diversas leguas en la lejanía. La nube de humo se elevaba en el firmamento siendo visible a muchos kilómetros en la redonda.
Muchos eran los que trataron de detener a Chcath. Muchos los que perecieron calcinados por las llamas en su incesante avance. Héroes que sólo serían recordados por sus desgarradas madres y esposas, que con su sacrificio poco lograron conseguir más que ganar unos escasos segundos al reloj que marcaba la inevitable muerte de su amado bosque.
Fue entonces cuando algo diferente sucedió. De la frondosidad del bosque se elevó una figura rodeada por un halo de luz verdusca. Se trataba de una figura femenina que parecía poder dominar el arte del vuelo aun estando desprovista de alas. Se trataba de una elfa de piel clara y cabellos oscuros. Con una poderosa mirada verde clavada sobre el ardiente gólem. Una mujer que por su expresión desprendía la misma determinación con la Chcath les había obsequiado a los suyos.
Frunció el ceño más aun de lo que ya lo tenía. Arrugó los labios mostrando sus apretados dientes producto de la rabia y la ira. Entonces alzó los brazos y el halo de energía que parecía rodearle se iluminó con un reluciente fulgor que casi cegó a aquellos cuya visión se basaba en lo orgánico, que no a Chcath y apuntó con las puntas de sus dedos hacia el gólem descargando una poderosísima fuente de energía que arrasó con lo ya arrasado haciendo volar ceniza, rocas y el carbón producto de la reciente exposición al calor de cuerpos y plantas.
- ¡Muere! - Gritó aquella elfa haciendo retumbar los oídos de todo ser viviente a su alrededor. - ¡Muere! - Volvió a aullar aquel poderosísimo ser y haciendo palpable la honda expansiva de aquel grito en las estructura pétrea de Chcath.
El impacto que el gólem recibió fue brutal. Chcath salió despedido hacia atrás a una gran velocidad y golpeó varias veces contra el suelo arrancando árboles de cuajo y quebrando poderosas rocas contra las que su cuerpo chocó. Para cuando pudo reaccionar se percató de que su fuego, el fuego que le rodeaba, prácticamente se había extinguido alcanzando el color de las simples ascuas de una hoguera al final de la noche.
Notó entonces Chcath algo que nunca antes había notado. No era dolor, pues él no sentía dolor. Sus creadores se encargaron de que no gozara de dicha debilidad. Pero notó como si algo se hubiera roto en su interior y se miró hacia el hombro derecho. Una fisura había surgido en su estructura pétrea. Una tara en su armazón que le conducía a una verdad nunca antes pensada por su mente artificial. Si se podía romper, podía ser destruido.
Chcath abrió los ojos sorprendido. O los habría abierto de haber podido. Su roca se habría quebrado. Ni siquiera los antiguos en su día obraron tal ofensa para reducirlo. Algo extraño debía haber ocurrido. Esa mujer no era tan poderosa como lo eran los antiguos. Quizás el fuego que le había cubierto había debilitado su carcasa. Quizás eso lo había hecho vulnerable.
El golem estaba furioso, furioso como hacía eones que no lo estaba. Sólo había mostrado una furia así el día que los antiguos lo redujeron. Hasta ahora se había contenido. Ya no lo haría. Esos elfos iban a conocer el terror. Iban a enfrentarse a aquello que los hombres serpiente temían. Había dicho que quemaría el bosque y lo haría realidad con un poder que ese mundo no había conocido antes.
Él conocía el fuego, no sólo por ser una criatura de piedra y fuego, no. Chcath había sido bañado por el fuego de Seyran durante eones. Su dominio sobre éste, si ya de por sí era amplio había crecido bañado por esa energía. Tal vez su cuerpo se calentase más y se volviera vulnerable, pero no le importaba. En esta ocasión no iba a permitir que volvieran a dañarle.
—Alejáos de mí todo lo posible—ordenó a sus naves.
Su cuerpo volvió a verse rodeado de fuego que le cubría con una forma esférica. Pero esta vez era distinto. No eran un simple fuego muy caliente, no. Las llamas parecían una especie de fluido. Nunca en la creación de Gea había habido un fuego tan intenso sobre su superficie. Chcath era una pequeña estrella. El bailarín de Seryan.
Ieacuril Enrohir iba a ser testigo de uno de los mayores prodigios de la creación. Ver a una estrella cargar contra un bosque.
A medida que el gólem iba aumentando su temperatura más altas y feroces se tornaban las llamas que lo envolvían mientras emitían un crepitar similar a un aullido. Todo a su alrededor quedaba abrasado al instante, de hecho no era necesario que tocara los objetos con los que se encontraba para que éstos comenzaran a arder. Era tal su temperatura que los elementos que se encontraban a mucho metros de distancia de Chcath comenzaban a arder como por iniciativa propia.
Se trataba de un fenómeno muy vistoso, pues tras horas de combates que a Chcath le parecieron unos pocos minutos, ya había anochecido y eran Maahn y las estrellas las espectadoras de lujo que observan aquel espectáculo de fuego y destrucción.
Las naves que surcaban el cielo comenzaron a ganar altura. Los incesantes ataques de las bestias mágicas que poblaban aquel bosque y que estaban a las órdenes de la raza élfica comenzaron a disminuir. Muchas eran las naves que habían perdido el control chocando contra el duro suelo, pero también eran numerosas las bajas entre los defensores de la arbolada. El cansancio de los seres del bosque, el repliegue de las tropas invasoras y la llegada fulgurante de la princesa Ieacuril Enrohir, habían provocado que la batalla se suavizara.
Sin embargo, era Chcath el que había ganado la atención de la mayor parte de los presentes, pues su brillo ahora era superior al de la princesa élfica de Givarduil. Si bien la aparición de Ieacuril había sembrado de esperanza el corazón de sus vasallos tras el despliegue de energía liberado contra el ser de roca y fuego, al no haber sido éste destruido la euforia prácticamente de esfumó de las mentes de los defensores del bosque.
Gabol había logrado esquivar a la mayor parte de los enemigos que se abalanzaron sobre el buque Puño de Acero. Por alguna razón aquella nave había sido el principal blanco de la ira de los nativos de aquel lugar. Parecía como si alguien les hubiera indicado donde atacar, como si supieran que esa nave era la del principal causante de aquella batalla que acabaría con un demoledor saldo de vidas perdidas.
Ahora que parecía que el tiempo se había detenido, al igual que el combate a expensas de la respuesta que Chcath estaba preparando a la agresión sufrida, el almirante trasgo sonreía confiado de que su señor pusiera fin a aquella batalla con el sutil y demoledor toque que le caracterizaba y que sembraba la destrucción a su paso contra aquellos que no capitulaban ante él y le rendían pleitesía.
Ieacuril notó una perturbación de energía. Lo notó en lo más profundo de su vetusto ser y supo entonces que aquel muy posiblemente sería su final. No moriría sola, pues millares de aguerridos guerreros elfos, y centenares de seres mágicos que habían acudido a su llamada serían destruidos junto a ella. La elfa en un último intento desesperado, trató de recurrir de nuevo al poder arcano heredado de sus ancestros y en un despliegue mágico sin precedentes trató de crear una defensa mágica que protegiera la vida de aquellos que le eran fieles.
Una cúpula de energía empezó a crecer entorno a ella. Una cúpula que debía proteger a todo aquel que quedara en su interior. Dicha cúpula tenía la apariencia de un campo de fuerza que desprendía una verdosa luminosidad de una intensidad cegadora, incrementada por la oscuridad de la noche. Muchos fueron los seres que recibieron cobijo bajo el amparo de aquel campo mágico.
Los esfuerzos con los que Ieacuril agrandaba aquella defensa, le estaban saliendo muy caros. Su rostro y su cuerpo se veían consumido por tal despliegue de poder. Sus energías se agotaban y las fuerzas le flaqueaban. Resistiría el tiempo necesario para proteger a los suyos y luego morir. Sabía que aquella acción le conduciría de forma irremediable al juicio con su dios patrón. Pero también sabía que Elvander, dios élfico de los bosques la acogería en su seno, gracias a la servidumbre que siempre había demostrado con su nación y al sacrificio que acababa de hacer por su pueblo y por su amado bosque.
El aullido del crepitar de las llamas fue subiendo de intensidad hasta que fue audible a muchas leguas de distancia. Para los que estaba allí reunidos se tornó en algo insoportable. Los tímpanos de muchos de aquellos elfos comenzaron a sangrar, los seres alados se desorientaron y muchos acabaron por estrellarse contra el suelo. Los cristales de los buques de guerra estallaron uno detrás de otro. Pasó que algunos de los presentes perdieron incluso la consciencia incluidos muchos de los pilotos de las naves de guerra de Chnobium.
Muchas fueron las explosiones causadas por la colisión de los buques de guerra en el cielo de Gea, que precedieron al desenlace que ni el mismo Chcath podía haber predicho. El fuego ya no sólo se extendía sobre la superficie, sino que el infierno se trasladó a los cielos cuando la bola de fuego que se creó a raíz de las explosiones iluminó todo el firmamento nocturno.
Los cascotes caían sobre la superficie acompañados por centenares de guerreros que habían dado su vida por el bosque. El campo de combate se había convertido ya para ese entonces en un cementerio e artilugios mecánicos retorcidos por las llamas de las que habían sido presa. Un campo bañado por la sangre de los defensores el bosque sobre el que yacían los héroes anónimos de los que nada quedaría minutos después.
Cuando el aullido de las llamas llegó a su cénit pareció reinar el silencio por un instante. Una circunstancia que se asemejó al momento en que el ojo de un huracán se posa sobre la superficie, para poco después arrasar con todo. La desolación que aquella explosión supuso fue algo nunca antes visto sobre Gea, pero tampoco imaginado.
La energía liberada se disparó en todas direcciones a velocidades inimaginables. La expansión en forma de esfera emitió radiación en todas direcciones. Una terrible explosión que causaba lesiones por calor a todo aquel o todo aquello con lo que se topase. Los primeros en sufrir los efectos de aquella desolación fueron quienes se encontraban más cerca del gólem. Sus cuerpos se carbonizaron antes de tener tiempo a saber lo que estaba a punto de sucederles y sin llegar a sentir dolor alguno.
No fue más que segundos después cuando la onda expansiva impactó contra el campo de fuerza creado mágicamente por la elfa fue totalmente desarmado ante la brutalidad de aquel poder desplegado. El mismo resultado fue el que encontraron los que se creían a salvo tras el campo de fuerza. El fuego y el calor penetró en sus cuerpos abrasándolos desde dentro hacia fuera y desde fuera hacia dentro. Tras la explosión tan sólo quedaron estatuas de carbón como recuerdo de los que osaron enfrentarse a Chcath.
No fue diferente el destino de la princesa Ieacuril Enrohir. Para cuando percibió el tacto abrasador de aquella honda expansiva, ya se sabía muerta y por desgracia para ella supo también que su sacrificio para nada había servido. Cuando su cuerpo ya sin vida golpeó contra el suelo totalmente ennegrecido, su cabeza se deshizo en millones de partículas de polvo y cenizas.
Todo en un centenar de kilómetros a la redonda quedó totalmente abrasado. Árboles, tierra, roca y seres vivos mutaron en lo que se convirtió en un inmenso cráter donde nada volvería a crecer en las subsiguientes edades de Gea. Un valle negro donde hasta la roca acabó por fundirse creando extrañas y nunca antes vistas formas.
El destino no fue muy diferente para Gabol y el resto de la flota al servicio de Chcath. El trasgo sonreía ante el espectáculo que se estaba desatando sobre la superficie de Gea. Gritaba eufórico ante la victoria que iban a conseguir en esa aciaga noche. Supo entonces que Chcath era realmente un dios con un poder inimaginable y supo ganada la guerra. Para su desgracia esas no fueron las últimas certezas que tuvo antes de su muerte. Pues a medida que la honda expansiva se acercaba hacia su nave, su euforia, sus vítores y su sonrisa cesaban.
Si, la explosión acabó con toda la vida en kilómetros a la redonda, pero tampoco se salvó ni una sola de las naves que acompañaron a Chcath en aquella batalla contra las fuerzas élficas lideradas por la difunta princesa Ieacuril Enrohir. Nada sobrevivió salvo un ser que en esos momentos se sentía sin fuerza ni vigor alguno tras desatar toda aquella energía acumulada durante eones. La radiación de Seyran sirvió para darles la mayor lección de humildad a los geasianos, pero por desgracia, Chcath sabía que una devastación así, nunca más la podría reproducir.
Gea entera se estremeció. Temblores de tierra se notaron en las selvas ancestrales gobernadas por los temibles salvajes humanos. Muchos fueron los edificios que se derrumbaron en los principados élficos, pero también se notaron los temblores en el reino de Mariendul, el imperio del Sol, Amaranth o Gaizkan. Incluso al otro lado del mar, en Arthanis fueron conscientes de que algo había golpeado con fuerza sobre Gea. Para nadie pasó desapercibido aquel hecho y los que no sintieron el golpe de primera mano, si notaron cierta perturbación que más tarde al tener noticias de lo sucedido, asociaron de forma inmediata con la explosión provocada por el invasor.