EPÍLOGO 1:
Nadie esperaba que Chcath llegase a pie y sin un barco, pero al golem no le importó. No se dirigió a nadie de los que le miraban asombrados. No se detuvo. Continuó su camino hasta llegar a la que estaba siendo la torre más alta de Nueva Cathonia. El constructo comenzó su ascenso por ella hasta llegar a la cima. Y entonces, usando su debilitada pero aún vasta magia, hizo crecer la torre en muchos pies de altura.
Esta vez su trono estaría al aire libre. A partir de ahora recibiría la luz de Seyram, tanto directamente de él, como por medio de la luz que se reflejaba en las lunas de Gea. Nunca conseguiría el mismo poder que tras eones de años baliando alrededor del sol. Pero sabiendo el poder que este podía darle, lo aprovecharía por mínimo que fuera.
Ahora tocaba esperar. Lo ocurrido en los principados élficos era un aviso a muchas naciones. Muchas vendrían a rendirse y el aceptaría gratamente su rendición. Si lograba controlar toda Harvaka, no necesitaría exclusivamente el ejército de Chnobium. Tendría que esperar un tiempo, pero no le importaba. Llevaba eones esperando a su venganza, así que podía hacerlo unos cuantos años más.
Esperaría.
EPÍLOGO 2:
La Cortesana Feliz había cambiado mucho. Tras acabar con la rebelión y reunir más tropas para el ejército de Chcath, Noxais recibió una generosa paga con la que hizo lo que siempre había soñado. Comprar el local. Y no sólo lo compró, sino que lo reformó. Ya no era un antro, sino que era el burdel más exquisito de toda Cathonia. Las mejores putas y los mejores licores.
Habían pasado cinco meses desde que el gólem comenzara su conquista en el mundo llamado Gea. Más de cuatro desde que el gnomo volvió a su planeta natal a acabar con la rebelión. Y dos desde que ésta acabara disuelta. Hoy re-inaugurarían La Cortesana Feliz.
Aunque Noxais y sus amigos no estarían con el resto de clientes, ellos tenían su propio reservado. Allí estaba la Escuadra Humeante, estaba Galan, Gndruic y hasta Ediberto. Parecía que de momento Chcath se había olvidado de él. El gólem dominaba todo el continente de Chardauka y de momento se había conformado con eso. La conquista no había terminado ni mucho menos, pero la flota había sufrido numerosos daños y además estaba creando un ejército de geasianos. Todo ello requería tiempo y Chcath tenía todo el tiempo del mundo.
Pero eso de momento a Noxais no le importaba. Allí estaba él, en su piscina con sus putas, su puro y su alcohol. En la piscina de la izquierda estaba Ediberto, se conocieron luchando el uno contra el otro y habían acabado siendo buenos amigos. Por su amistad el gnomo le había traído putas humanas de Gea y la verdad es que él también quería catarlas.
Esa era la buena vida. La vida que él había querido. Luchar, fumar, beber y follar. Entonces puso su mano en la cabeza de una de las prostitutas y la hundió en el agua. Ella sabía bien lo que tenía que hacer.
EPÍLOGO 3:
- ¡Qué buena vida! – Afirmó Ediberto Dolfini, octavo hijo de una familia noble de Peregasto, soldado de oficio, señor de Peregasto por obligación, amante de la matanza de trasgos, antiguo esclavista, gran anfitrión, embriagado ocasional, vicioso frecuente, rey de Catán, liberador de esclavos, rey depuesto, responsable de la destrucción de Alejandría, prisionero de guerra, negociador, político y finalmente hombre feliz que nada más le puede pedir a la vida.
Ciertamente Ediberto Dolfini había tenido una vida no demasiado larga para los parámetros humanos, pero desde luego había hecho muchas más cosas que la mayor parte de los de su raza y por supuesto más transcendentales. Ciertamente había vivido tantas experiencias como para llenar ocho vidas enteras. Tocaba ahora descansar y disfrutar de la vida que se había bien ganado.
¿Remordimientos? No, ya no. Él había hecho lo que había creído correcto en cada momento de su vida. Que ahora fuera aliado del que se convirtió en su principal enemigo durante su reinado y que sirviera a sus fines, le convertiría en casi todos los casos en traidor. Pero no en ese, pues si estaba vivo era únicamente por la gracia de Chcath.
Muy gracioso había sido el gólem en realidad. Enviarle a ese extraño lugar lleno de maravillas y con una geografía completamente diferente a la que siempre había visto en Gea, había sido un ingenioso castigo. Si el constructo pretendía torturar su alma mostrándole todo lo que su pueblo se había perdido por culpa de su ineficacia a la hora de negociar una rendición pacífica, había fracasado.
Ediberto no se sentía mal por estar disfrutando de todo lo que le rodeaba, sino más bien se sentía afortunado. Había dado su vida por su pueblo haciendo lo que realmente creía mejor para éste. Que su enemigo no la hubiera tomado no era para nada culpa suya. En un mundo tan alejado de todo lo que conocía y de todos a los que había querido u odiado, tan solo podía hacer dos cosas: deprimirse, o disfrutar de la prorroga que se le había concedido.
Viviría cada segundo de su vida al máximo, pues lo cierto era que en cualquier momento al furibundo ser de roca y fuego que gobernaba aquel mundo y parte de Gea, se le podía antojar acabar con los privilegios de los que ahora disfrutaba. No obstante, había servido bien a su causa y que demonios, se consideraba a sí mismo como a un tipo simpático y ciertamente carismático. Chcath tenía mejores cosas en las que pensar que en ese egocéntrico rey que un día se opuso a él.
- Noxais, nunca pensé que acabaría mis días rodeado de seres extrageasianos en un fantástico mundo como éste. – Ediberto aspiró una bocanada de su puro. Se había acostumbrado a esa mala mierda. – Gnomos… - Mostró su mejor sonrisa. – Me encantan los gnomos y también las gnomas, incluso me ha acabado gustando el estirado de Galan. - Soltó una risotada mientras chocaba el puño con aquel anciano gnomo sonriente, abrazado a una furcia de su raza. - No obstante, he de decir que te agradezco que hayas traído bonitas hembras humanas para mí. ¡Todo un detalle, amigo! – Suspiró realmente complacido. – Si… me he ganado este jodido paraíso. ¡Ya lo creo que sí!