Partida Rol por web

Avhin----Adversaria

Daeron^I----Aliado

Dennettlander---- Mundo

"No se... realmente, hacía mucho tiempo que no sentía algo así por nadie. Ya se que esto suena a tópico, pero es que realmente eres muy distinto de la gente que he conocido, sobre todo por Internet. Me han pasado tantas cosas que ya realmente había dejado de confíar en los demás para que no me hiciesen daño..."

"Si, ya veo cómo"- pensó Lotthar con una sonrisa agria. No se había esperado otra cosa, en cierto modo el sentimiento era mutuo... el propio Lotthar se mantenía expectante a ver si alguna de las moscas que se dedicaba a cazar en su red resultaba ser abeja e intentaba romper su control, pero también él había acabado acostumbrándose a la decepción en ese sentido. La diferencia es que a él eso no le preocupaba en exceso. Al fin y al cabo, esto no dejaba de ser una pequeña distracción, su pasatiempo privado de este poblacho de mierda perdido en el culo de Rusia, cerca de la base militar en la cual le habían contratado bajo mano.

"Tú me gustas realmente, aunque se que ya tienes otra mujer. No creo que sepas lo que duele decir esto, pero... te lo suplico, dímelo. ¿Hay alguna posibilidad de que lo nuestro funcione? No te pediría algo así, no te pondría en un compromiso, pero realmente necesito creer en lo nuestro, no se por que".

"Oh, no te preocupes. Basta con que uno de nosotros sí lo sepa. Y yo lo se bastante bien".

Después de todo, lo que tan bien había funcionado con su amiga la noche en que se conocieron en el bar había funcionado exactamente igual de bien con ella, aunque ninguna de las dos sabía hasta que punto las mismas estrategias de condicionamiento mental había causado efectos similares en la otra. De momento.

Amor. Decía mucho de la humanidad que en sus sueños románticos se dejase guiar por una emoción tan compleja en su percepción de ella y tan insultantemente simple y predecible en su funcionamiento. Siglos y siglos de poesía dedicados a él, y a nadie todavía se le había ocurrido decir que el amor no era un relámpago en la noche, sino simplemente química orgánica, memoria genética y programación neurolinguística.

A la gente le gustaba el engaño, sin duda. Y el dolor.

Abrio el programa de correo. Escribió la dirección de la mejor amiga de... ¿Eva?. Si. Oksana y Eva. Uno perdía la cuenta después de unas cuantas veces. Copió. Pego. Abrió la de Oksana. Cogió el último mensaje, bastante similar, de Eva. Copió. Pegó.

Envió.

Lotthar se reclinó en su asiento, cogió la taza de café y su regusto amargo le bajó por la garganta y se encontró a medio camino con otro, agrio y algo dulzón, que le subía desde el pecho. La sensación le hijo cerrar los ojos y reír secamente, sin humor. Otras dos a las que le quitaba la venda de los ojos. Ultimamente, ni siquiera hacía falta que fuera de una en una. El que es bueno, es bueno.

En fin. Parece que mañana sería noche de bares otra vez...

Y allá estaba otra vez. no podía decirse que la noche de Kemerovo fuera una explosión de variedad: a decir verdad, en aquella ciudad medio muerta el abanico de locales podía dividirse en dos clases, las discotecas repletas de larvas, jovenzuelos criados a base de la grasa de motor de las fábricas donde trabajarían posiblemente hasta morir, y los tugurios donde iban a parar las mariposas, aquellos jovenzuelos y jovenzuelas que no lhabían logrado un nidito estable donde poner sus propios huevos.

Cada una tenía sus encantos. En las discotecas solía pasar por mayor, un adulto, por lo que las niñas podían obviarlo en favor de cualquier mozo con cresta o mechas, o bien sentirse ampliamenta halagadas por las atenciones de un tipo que podía permitirse una invitación tras otra. Presa fácil. Los tugurios eran más complicados. Todas aquellas mariposas que se arrebujaban buscando el calor de la compañía y el alcohol estabn tan escarmentadas y dolidas que levantaban el vuelo al primer aviso de peligro. Pero, si se conseguía traspasar la desconfianza, encontrabas la miel: después de todo,  dañadas y temorosas, las mariposas estaban desesperadas por encontrar lo que se les había negado tantas veces.

Lotthar, paseando con viveza para matar el frío de la noche, frotaba sus manos y se calentaba los dedos con el aliento.

¿Cuántas ganas de trabajar tenía?

El cuello alto de la gabardina, desplegado para evitar que la ocasional ráfaga de viento colara nieve en el cuello, convertía la visión de Lotthar casi en un túnel.

Luz, oscuridad, luz, oscuridad... las farolas alternan las sombras de la calle ante el paso apurado del paseante. Al pasar por un umbral, aunque no veía, de entre la oscuridad  tras una columna, desde el suave capullo oscuro del anonimato, dos voces jadean suavemente y una murmura, quebrada, te amo.

El paso de Lotthar se frenó de golpe.  

El Protagonista siempre tira antes que el Adversario. Los único que tienen total libertad para meter su turno cuando quieran son el Aliado y el Mundo.

El cuello alto de la gabardina, desplegado para evitar que la ocasional ráfaga de viento colara nieve en el cuello, convertía la visión de Lotthar casi en un túnel.

Luz, oscuridad, luz, oscuridad... las farolas alternan las sombras de la calle ante el paso apurado del paseante. Al pasar por un umbral, aunque no veía, de entre la oscuridad tras una columna, desde el suave capullo oscuro del anonimato, dos voces jadean suavemente y una murmura, quebrada, te amo.

El paso de Lotthar se frenó de golpe. Qué sabían ellos de amor? Qué sabían esos dos adolescentes, en la nube de idiotez de sus cortos años y más cortas aspiraciones, lo que era el amor?

Imaginó a ella gimiendo, llamando a eso amor. Imaginó a él mirando el culo de otra muchacha, y decir que era amor. Besar a su abuelita, y llamarlo amor. El amor... una máscara para justificar lo que no entendemos, tan fácil como que nadie puede reprocharnos que estamos equivocados, porque cuando decimos amar nunca decimos que la suma de dos impares siempre da un número par.

Metió la mano en el bolsillo, rebuscando. Un par de monedas; tres billetes arrugados, un papel. Tomó el billete de mayor denominación y se volvió hacia el hueco.

- Disculpa, amigo... ensayó una sonrisa. Estoy buscando un bar, el Buenaventura... me dijeron que está por aquí.
 

El muchacho no tendría más de 20 años, la chica parecía menor. No era muy brillante, los ojos del chico bizquearon al ajustarse a la cara de Lotthar. Eh -sí, sí, está dos cuadras más allá, hasta el kiosko y girando a la derecha. Señaló con la mano, agitando los dedos.

- Ya me dieron indicaciones y no lo encontré... si me muestras la puerta les invito el trago, que opinas? Le mostró el billete, poniendo su mejor cara de intelectualoide inocente.
 

Y fue el aletear del dinero frente a sus ojos lo que apartó la deliciosa lujuria de la mente y la piel de aquel muchacho: posiblemente en su trabajo de operario, o de dependiente, o de repartidor no solía ver billetes de aquel tamaño. Cierto que el propio Lotthar tampoco podía enseñar muchos más, pero el modo como se movió a nuez en la garganta al tragar saliva, como los ojos se desplazaron del papel a los ojos, reflejando sorpresa, suspicacia y deseo… Todo aquello fue delicioso néctar para los labios de Lotthar.

-Bueno, muchachos, ¿os animáis, entonces?

Aquel chico volvió presto la vista hacia la joven, más suplicante que otra cosa, a lo que ella respondió con una mueca de fastidio. Así que se reveló como el eslabón fuerte de la cadena, aquel más esfuerzo costaría doblegar, pero más placer reportaría.

- Je, veo que a ella le sobra el dinero, socio- concluyó el profesor con un teatral gesto de resignación, mientras hacía desaparecer el dinero en el bolsillo de su abrigo-. Nos vemos.

Pero antes de que se volviera el joven ya estaba tomándolo del brazo.

- Pero hombre, no se vaya, no vamos a dejarle solo por la calle a estas horas, que se va a perder…

- Eso es cosa de tu chica-, respondió, dirigiéndole la humillante mirada que se dirige al cornudo.

- No… eso es cosa mía también-, repuso, clavando una mirada en la joven, que se vio súbitamente abrumada por el lazo de machismo tácito compartido entre los dos hombres y dio unos cortos y rápidos pasos antes de ponerse a la altura de su novio y cogerlo por la cintura, arrebujándose.

Caminaron hasta el local, los tres, con la conversación fluyendo animadamente entre los dos varones. Tocaron todos los temas-relámpago: coches, futbol, tías y drogas, unidos casi fraternalmente. Así que no fue extraño que el hermano mayor  palmeara entre sonrisas a su hermano pequeño y lo invitase a beber. Ni fue raro que, cuarenta minutos después, beodos, compartieran confidencias acodados en la alta mesita de una discoteca, ella parcialmente olvidada. Lotthar fue atento e impidió que en algún instante pudiera vaciarse vaso alguno, mientras poco a poco ella iba cayendo presa de la somnolencia. Fue al baño, seguro de que aquel muchacho esperaría impaciente el regreso de su hermano mayor, sin prestar excesiva atención a la modorra de la chica. Y, tras remojarse el rostro, Lotthar decidió que era el momento de pasar a la segunda parte del plan.

Lotthar volvió del baño, recompuesto, sereno... sobrio. El muchacho evidenciaba las mejillas arroboladas por el alcohol; por suerte estaba a punto, a Lotthar no le quedaba mucho más dinero. La muchacha tal vez esta dormida ya: con los ojos cerrados, la cabeza apoyada sobre un brazo, realmente no parecía encontrarse en este lugar.

- Entonces, ahora que no nos escucha, le dijo al muchacho con tono cómplice, sus caras cercanas. Es tu novia? Ya has tenido relaciones con ella?

El muchacho se sonrojó todavía más. Bueno, sí, claro, claro... Lotthar suponía que no habían pasado mucho más allá de los besos y manoseos que había interrumpido en la calle.

- En mi experiencia, las mujeres se niegan por principios. Por eso quieren que uno las tome, las guíe... les ordene lo que tienen que hacer. Prendió un cigarrillo. Gritan como diciendo, "no, no!" pero en realidad les encanta eso, la fuerza, el arrojo, el valor.

El muchacho asentía pero no sabía bien qué decir. Era un giro demasiado personal con respecto a los temas (genéricos, prohibidos, pero lejanos y seguros) que habían usado en la charla hasta ahora.

- Después de todo, a ninguna le gusta un cobarde, verdad? Y nada se pierde si se juega a ganar... y esta noche no hay nada que perder. La sonrisa de Lotthar se ensanchó.

La mezcla de alcohol, luces, ritmos salvajes, drogas y cansancio había formado una neblina que embotada todas las mentes del local a excepción de una que se abría paso luminosa e imparable, la de Lotthar. Sus ojos brillaban, exultantes, paladeando su propio poder, más agresivo y temerario.

Cuando volvió la chica encontró a su pareja y al extraño profesor rodeados por un grupo de jóvenes: ambos se codeaban entre aquellos agregados como un par de relaciones públicas, y las risas y copas no dejaban de circular. Pronto llegaron las invitaciones y, con ellas, las rayas, las pastillas, los tubos fosforescentes… Un frenesí dionisíaco en el que todos los cuerpos danzaban sudorosos y entregados al placer de las caricias urgentes, la seducción torpe y desaliñada, la competencia sexual…

El chico tomó a una por la cintura y se adhirieron las pieles; con la alquimia que resulta de los celos y la decepción la chica halló ánimos para colgarse del cuello de otro extraño, y Lotthar sonrió al prever una contienda en la que la sensualidad y el uso de terceras personas serían las armas. El chico mordió un cuello sin dejar de mirar a la chica, y ella restregó un muslo entre dos piernas; una mano acarició un pecho bajo la ropa, una lengua rozó otras dos y, al fin, llegó el momento. El chico, furioso, agarró a la chica del brazo y susurró algo a su oído señalando con la cabeza a Lotthar, el titiritero, proponiendo un trato que no quería pero con el que pretendía zaherir; la chica, para ocultar la humillación, se defendió fingiendo más fuerza de la que realmente tenía, y aceptó…

El frescor de la calle les azotaba el rostro con ráfagas de viento mientras iban hacia el hotel. El chico no quería arrepentirse, la chica con acero en la mirada se preparaba para usar su sexo como castigo y Lotthar se sabía victorioso…

Por fin llegaron a una extraña garita; medio hotel por hora, medio refugio de ladrones de poca monta, a Lotthar le pareció adecuado. Los dejaría allí, luego de regodearse en la verdad, y llamaría a la policia luego. A ver como la humillación de la joven pareja hacía evolucionar su forma de pensar!

El lugar era frío, viejo y polvoriento. En la recepción una vieja con aspecto de fósil, tras un mostrador, los desafió a pedirles una habitación. En un rincón un borracho canturrea por lo bajo una canción que aparentemente tiene que ver con pollas, serpientes y un elefante manco. El tapete muestra tantas manchas que es imposible determinar su color original... y de la ancha escalera en caracol descienden unos gemidos brutales como de película porno:

- Oh sí, Pavlo, sí! SI!

Todo el ambiente excitó al muchacho, que no dejó bajar su mano hasta el trasero de la chica, por dentro de sus pantalones. Ella lo dejó hacer, las líneas no existían ya, no esa noche.

Lotthar deslizó un billete a la vieja, y ella le indicó arriba con unas palabras que habrían podido ser emitidas por un caniche toy.

Subieron.

La noche transcurrió como Lotthar lo esperaba. El hábil manipulador puso las piezas en posición, entregadas a él como peones de ajedrez gastados. 

Los hilos se movieron, las bocas se buscaron, los cuerpos se sintieron. Tras las sucias ventanas el mundo siguió girando, aún cuando los cuerpos quedaron inmóviles, avergonzados, muertos en la contemplación de una verdad que negarán durante mucho tiempo. Pero no dejará de ser verdad.