El anciano hombre agachó la cabeza cuando Edrran se refirió a su visión. Su orgullo seguramente, había resultado herido en aquel momento, aunque no se lo tenía en cuenta a su vieja amistad y finalmente le sonrió con cariño.
-Esperaba que no te dieras cuenta... Pero supongo que ya es demasiado evidente -Dijo finalmente con una sonrisa algo triste. -Debo ir a Rohan primero. Hay un curandero del que dicen que es capaz de arreglar este tipo de dolencias. Mi viejo amigo Timorothy, -dijo señalando al tío de Tim, del mismo nombre que él, -ha sido mis ojos durante todo este camino.
- A roham..., bueno, supongo que podríamos desviarnos un poco. Seguro que sidfrutaremos de buena compañía. - dijo mirando a la rohirrim, y después a Fhengel.
- Agradezo tu ayuda, te será recompensada maese Timorothy, yo mismo me encargare de ello - agradeció al hobbit.
Su agotado y maltratado cuerpo no sentía ya su propio dolor. La idea de alargar su camino resultaba un bálsamo con tal de poder ayudar a su amigo. Lo había encontrado, y no lo dejaría marchar. ¿Acaso su seguera fue la causa de su marcha? Lo averiguaría en los siguientes días.
Al finalizar la jornada se encontraban en Dol Baran, la colina que se podía considerar como la estribación más al sur de las Montañas Nubladas. De cima suavemente redondeada y cubierta por un brezal, sus laderas estaban tapizadas de hierba verde que serviría sin duda para el descanso del grupo y el alimento de los animales. Al sur de la montaña, el ancho valle que se abría hacia el oeste era conocido como el Paso de Rohan. Apenas les quedaban unas pocas millas para llegar.
Una jornada tranquila, precedia a un descanso placentero. El lugar elegido era hermoso, las montañas se veían magnificas, cercanas; y sin embargo, con la planicie de hierba, daban una sensación de muy lejos.
El gondoriano ayudo a sentarse a su amigo y a sus compañeros, era el momento de tomarse un descanso, de sentir entre sus dedos la frescura del terreno. Luego comerían, reirían y pensarían en los días venideros
- Amigo, ¿estas seguro de querer ir hasta Rohan? - Pregunto viendo que se acercaba el momento de separarse - Esta lejos y llevas mucho tiempo lejos del hogar, allí te estarán echando de menos...
Tras un par de jornadas de viaje cruzaron el Paso de Rohan, el punto más importante y estratégico que unía las tierras al Este y Oeste de las Montañas Nubladas a través de la principal vía de comunicación al noroeste de la Tierra Media. Aquella tierra era antiguamente conocida como Calenardhon y el paso era antiguamente conocido por ese nombre.
Desde allí apenas les quedaban cuatro jornadas de viaje hasta Edoras, el destino de todos ellos aunque difirieran en los motivos que les habían llevado hasta allí. Leowyn estaba contenta tras poner los pies en su tierra y ya no ocultaba su rostro, pese a las recientes horribles marcas que había recibido. Saludaba abiertamente a todos aquellos con los que se cruzaban en el camino y se mostró muy animada y afectuosa con el grupo. Les contó historias de su pueblo, como la historia del Abismo de Helm cuando pasaron cerca del lugar.
Cruzaron el Folde Oeste de Rohan en tres días durante los cuales pudieron dormir en aldeas y pueblos de los rohirrim. Hasta que finalmente llegaron a Edoras. La capital del reino de Rohan se alzaba sobre una colina verde al pie de la vertiente norte de las montañas Ered Nimrails, en la entrada del Valle Sagrado. En las laderas de la colina se apretaban numerosas casas de madera y en la cima destacaba la Ciudadela de Edoras, una terraza tapizada de hierba sobre la que se elevaba una plataforma pavimentada y donde el brillante Meduseld, el castillo dorado de los Reyes, se erigía orgulloso en su centro.
Durante los días de viaje fueron cumpliendo los propósitos que les habían llevado hasta allí. Tim, el hobbit, descubrió que su tío se había marchado de La Comarca para acompañar a Bolgen, su viejo amigo hasta el sanador de ojos de Edoras. Las piedras que su tío le había dejado a Tim junto al misterioso acertijo que el hobbit no había logrado resolver eran mágicas, y lo único que tenía que haber hecho era lanzarlas para descifrar el enigma; pues, tal y como le explicó su tío provenían del lejano Mûmakan, y al lanzarlas provocaban una tormenta en el lugar donde caían. De haberlo sabido antes, les hubiera venido muy bien contra los dunlendinos.
Bolgen y Edrran llegaron hasta el sanador de ojos para que aplicase una operación al anciano hombre quien recuperó la vista y rompió a llorar al ver de nuevo el rostro de su pupilo, Edrran. El comandante tuvo unos días para descansar y preparar el viaje de vuelta a su hogar junto con el anciano, quien ahora sí ya estaba listo para regresar.
Leowyn pudo reclamar justicia por su amado asesinado y por la trampa que le habían tendido cuando partió de su hogar mucho tiempo atrás. Agradeció a todos ellos su compañía y protección, y todo lo que habían hecho por ella. Les aseguró que no tenía palabras para describir el agradecimiento que sentía hacía todos ellos por haberla salvado de las garras de los dunlendinos. Les invitó a pasar unos días en su casa, y les hizo numerosos presentes. Consiguió varios caballos para que los enanos pudieran viajar hasta las Montañas Azules y les pidió que los aceptaran como agradecimiento por el gasto de hierbas medicinales que habían sufrido por su cura, y por todas las molestias causadas.
Aquella larga aventura había llegado a su fin. Habían perdido amigos por el camino y habían sufrido más de la cuenta para llegar hasta Edoras. Muchos de ellos habían recibido heridas que tardarían tiempo en sanar y otros habían sufrido como nunca para rescatar a Leowyn, pero finalmente lo habían conseguido. Nunca más supieron de los hermanos Dunlen que manejaban con mano de hierro la ciudad que tantas desgracias les había causado. Pero al menos tampoco tuvieron que volver a enfrentarse a ellos. Pronto, los dunlendinos posarían su mirada en el campamento de los enanos, pero para entonces estos ya estarían lejos de allí, camino a las Montañas Azules, y Leowyn reposaría de sus heridas en casa, buscando al asesino de su esposo, a quien todavía no había olvidado.