Probando, provammdo... ¡Bien, vien! Parece ke fumciona... Nein, no, mlacidion. Olbide agnadir el dictionario.
¡Plaff! ¡Pof! ¡TROO--mp! ¡Wrieck!
¡Ejem! A ver... sí, ahora está bien. En fin, estas son las primeras pruebas del transcriptor-grabador de palabras en papel... Mmm, necesita un nombre mejor. ¡Dictáfono! No... aburrido. ¡Ya sé! ¡Autario! De automático y secretario.
¿¡Que cómo funciona!? Pues mira, el sonido entra por esta trompetilla y llega hasta aquí. Como ya deberías saber, los sonidos se distinguen por su frecuencia, y con este ingenioso sistema de membranas y engranajes he conseguido... ¡Pero no! ¡Aún no está patentado! ¡No intentes manipularme para que te desvele sus secretos y te lleves tú el mérito de mi invento!
Bueno, habrá que hacer una validación en regla del autario... Bueno, siempre quise llevar un diario, pero nunca me gustó escribir con esas aburridas y primitivas plumas. ¡Sí! Creo que es un buen momento para hacerlo, ¿verdad querida Sveta?... ¡Ah! ¡Ejem!
Veamos, ¿por dónde empiezo?... Por el principio, claro.
Nací hace 38 años en Waden, un pueblecito de la frontera de Prusia y Austia. Mis padres me llamaron Sven Herzog, Ingeniero del Vapor... ¡Nein! Claro... La segunda parte la añadí yo después. Es mi sloghan. ¿No sabes qué es un sloghan? Maldita sea, tengo que simplificar esa palabra, aún no es lo suficientemente pegadiza. Es como el motto del escudo de armas de los nobles. Seguro que a ellos no les preguntaban qué significa eso de "fuerte como la piedra" de sus apellidos. ¡Malditos nobles! ... No Sveta, querida, sabes que no lo digo por ti...
Como iba diciendo, nací en Prusia. Probablemente por eso siempre me gustó trabajar el metal. ¡No creeréis que a Bismarck le llaman el Canciller de Hierro por el hecho de ser un auténtico tirano! No, le llaman así porque Prusia es una nación de Hierro. Mi padre era un físico... un médico, los llaman ahora, y mi madre daba clases en la escuela de la ciudad. Todos los días me montaba con ella en ese antiguo carromato tirado por caballos para ir a sus clases. Recuerdo que ya entonces estaba seguro de que tenía que ser posible viajar más rápido que al paso de aquellos jamelgos.
Mis primeros años fueron todo lo que un niño puede desear. Jugaba con el ábaco de mi madre y experimentaba con las medicinas de mi padre. ¡Recuerdo que una vez estuve a punto de hacer saltar nuestra casa por los aires! ¡Qué inocente era! ¡A quién se le ocurre mezclar la glicerina de los ungüentos de mi padre con ácido nítrico! En fin... ¡niños!
¿Amigos? Bueno, ser el hijo de la profesora no me hacía el niño más popular... ¡Pero estaba hablando de experimentos y cosas importantes! ¡Amigos!
Bueno, así pasé los primeros años de mi vida. Feliz con mis padres, mis experimentos y mis estudios. Supongo que tuve mucha suerte, porque mis padres eran gente muy inteligente que supo educarme desde pequeño... Con tan sólo quince años, me admitieron en la universidad de Praga.
Praga es una ciudad maravillosa, con su enorme golem protector de la ciudad y su renombrada universidad… ¡Ah, sí! También tiene numerosos edificios bonitos, supongo…
Imagino que una gran ciudad como Praga puede resultar abrumadora para un joven de quince años que apenas ha salido de su provincia, especialmente siendo extranjero. Pero no fue así para mí. Ansioso por empezar mis estudios en la universidad, en la que me habían aceptado pese a mi corta edad, probablemente estaba demasiado excitado como para preocuparme por el gran cambio que estaba atravesando.
El primer lugar que visité fue, por supuesto, la biblioteca de la universidad. Allí pasaría muchas de mis horas en los siguientes años, aunque menos de las que creía en aquel momento, pues pronto los talleres se convertirían en una parte esencial de mi vida... Aunque estoy adelantando acontecimientos.
Todos esos libros me maravillaron. No había dejado aún el equipaje en mis habitaciones cuando me encontraron allí, leyendo un tratado sobre química. Recuerdo que el bibliotecario se enfadó conmigo, puesto que aún no había ni siquiera rellenado los formularios de la universidad, pero creo que en el fondo le gustó ese entusiasmo que demostraba y la reverencia con la que me vio tratar a sus libros.
…¡La Biblioteca!... ¡Qué recuerdos!... La verdad es que es imposible que un espíritu inquieto no aprenda mil cosas con tanto conocimiento a su alcance. Aún lamento no haber conocido más idiomas para seguir leyendo esos libros. Matemáticas, física, medicina, química, y, sobre todo, mecánica… ¡Me encantaban! Gracias a ellos recibí una muy buena EDUCACIÓN, y conseguí una base teórica para poder realizar mis inventos.
Pese a mi gusto por los libros, mi vida de estudiante no tuvo mucho que ver con lo que mis padres y yo habíamos hablado antes de ir a la Universidad. La culpa de eso la tuvo Torvak, uno de los mejores ingenieros que jamás he conocido. Si no hubiese estado tan apegado a la cerveza, estoy seguro de que podría haber fabricado cualquier cosa que el hombre haya podido imaginar… bueno, el enano, en su caso… ¿Qué tenía que haber empezado diciendo que era un enano? ¡Ach so! Bueno, supongo que no le di tanta importancia. Además, ya he dicho que era un buen ingeniero, ¿no?
Conocí a Torvak a los pocos meses de llegar a Praga. Pasaba casi todo mi tiempo estudiando en la biblioteca, pero de vez en cuando salía a pasear por el campus para relajarme. Aquel día estuve fuera algo más de lo normal y llegué a una zona que aún desconocía. ¡Aún recuerdo el sobresalto que me produjo la explosión en una de las ventanas! ¡Y la humareda negra que salía de ellas!
Corrí hacia allí, para ver si podía echar una mano, y de repente salió... Un enano, completamente cubierto de hollín que se reía como un demonio y protestaba a partes iguales. ¡Jaja! ¡Aún no estoy seguro de qué me asustó más, si la explosión o el ver al que sería mi maestro vociferar de esa manera! Cuando le pregunté el por qué de su risa me dijo “¿Por qué me río? Si te vieses la cara ahora mismo tú también te desternillarías de risa”… Su tono de voz evitó que me sintiese ofendido y, tras pensarlo un momento, yo también solté una carcajada.
Me invitó a una cerveza, sin siquiera molestarse en cambiar su chamuscada ropa, y estuvimos hablando durante un rato. Me explicó que había estado experimentando con una nueva sustancia para generar vapor. Piedra de aceite, lo llamaba, un material negro y denso, pero altamente inflamable, por lo que no tardó en desecharlo para sus experimentos. Hablamos largo y tendido sobre la mecánica y sus aplicaciones prácticas más allá de los libros.
Al día siguiente, volví a su taller.
Siempre se me dieron bien la física y la MECÁNICA, pero Torvak consiguió que llegase a ser excepcional en esas materias. Como él decía, para entender realmente los entresijos de una ciencia hay que verla aplicada a la realidad. Y para eso, no pude tener un mejor maestro ni prepararme en un lugar mejor.
Su taller era amplio y estaba lleno de artefactos por todos lados. Diseños nuevos y antiguos, pues otra cosa que aprendí de él es que siempre todo se puede mejorar y a veces se aprende más intentándolo que creando una cosa completamente nueva. Los primeros días estuvimos arreglando los desastres de la explosión, pero pronto empezamos a trabajar en serio. No tardé en sustituir mi pluma para tomar apuntes por una llave inglesa para ajustar tuercas.
Por supuesto mis notas empezaron a resentirse, así que me dediqué a estudiar por las noches en la biblioteca para no perder horas en el taller. Supongo que fue entonces cuando me acostumbré a dormir poco, tal y como antes hiciese el mayor inventor de todos los tiempos, Leonardo da Vinci (aunque ningún enano jamás reconocería esta afirmación).
Precisamente, fue intentando mejorar uno de sus inventos, el tornillo elevador, lo que me llevó a ampliar mis áreas de estudio. Da Vinci descubrió que haciendo girar a suficiente velocidad un artefacto helicoidal, desplazaría el aire hacia abajo por lo que el artefacto empezaría a ascender. Sin embargo la fuerza que necesitaba para hacerlo era superior a la que podría ejercer un cuerpo humano y el peso de nuestros motores de vapor era demasiado elevado para poder levantarlo.
(Maldita sea, si dejo este esquema aquí seguro que lo pierdo. Al menos es una copia…
Nota mental: mejorar el autario para poder transcribir imágenes).
Así fue como empecé mi investigación sobre la energía, en busca de un motor que diese más potencia para mejorar el tornillo elevador de Leonardo. Mejoré mis conocimientos de química y biología, pero al final mis estudios en esas dos materias no fueron suficientes.
Aprovechando que la biblioteca estaba vacía por las noches, cuando yo la visitaba para estudiar, empecé a investigar en libros más esotéricos. Normalmente no están accesibles a cualquiera, pero a esas horas los vigilantes suelen estar dormidos y así pude acceder a la sección de HECHICERÍA. Poco a poco empecé a comprender esa materia, e incluso llegué a ser medianamente bueno en ella. Una vez conoces las bases, no es difícil entender dónde se acumula la energía mágica y el por qué de la creación de esos nodos.
Sin embargo, no tardé mucho tiempo en recibir una visita que no había esperado.
Mientras estudiaba un antiguo tratado, una mano se apoyó en mi mesa, adornada por un anillo de oro con un sello triangular con un ojo en su interior. El extraño se presentó como miembro de la Hermandad Iluminada de Bavaria, pero yo ya había estudiado lo suficiente como para saber que se trataba de un Illuminati. Casi más que su visita me sorprendió su ofrecimiento, pues quería que me uniese a su logia. ¡Por todas las ecuaciones de Newton! ¡Yo, un mago!
Obviamente, me negué. Tengo la firme creencia de que el conocimiento debe ser público, pues sólo así se podrá seguir avanzando y mejorando. Me temo que esa opinión es completamente incompatible con el secretismo de una logia masónica (pues de allí vienen los Illuminati). El extraño desapareció y al día siguiente no quedaba ni rastro de los libros que había estado estudiando.
Así acabó mi incursión en el mundo paranormal, aunque creo que todos esos conocimientos se podrían reformular como una ciencia formal para el bien de la humanidad. ¿Qué si me arrepiento de lo que hice, Sveta? ¡Sabes que no! Si hubiese seguido por ese camino probablemente nunca te hubiese conocido… ¡Ejem! Sí, poco a poco nos acercamos a ese momento de mi historia.
Privado de mis estudios de energía mágica como alternativa a los motores convencionales de vapor tuve que replantearme mi proyecto. En ocasiones es bueno dar un paso atrás para ver las cosas en perspectiva y así lo hice. ¡Claro! ¡La solución la había tenido delante de mi todo este tiempo! Pero Torvak y yo habíamos estado demasiado cegados por el problema como para entender el conjunto…
Así volví a trabajar con la piedra de aceite, que fue lo que me llevó inicialmente al taller y lo que a la postre, me sacaría de él. Con un pequeño proceso químico, es posible extraer un tipo de aceite de esa sustancia pegajosa. Ese aceite entra en combustión con facilidad, lo que hace que libere mucho más vapor a elevada presión. Cambiando la superficie plana del disco de Leonardo por unas palas discontinuas y reconduciendo el vapor por unos conductos hasta el extremo de esas palas se podía conseguir la suficiente potencia como para elevar el aparato. Por supuesto la rotación de las palas había que compensarla para que el resto del invento no empezase a girar en dirección contraria, puesto que por la segunda ley de Newton… ¡Vaya! Ya estoy enrollándome otra vez y no entiendes nada, ¿verdad? Bueno, cualquiera que esté interesado en los pormenores mecánicos puede leerlos en mi tesis “Evolución del tornillo elevador en el ornitóptero helicoidal”.
Como decía, tras varios años trabajando en el taller, por fin estaba a punto de graduarme en la Universidad, así que hice de ese invento mi tesis final. Creo que Torvak estaba molesto conmigo por haber encontrado la utilidad de la piedra de aceite antes que él, así que poco a poco nos fuimos distanciando. Sin discusiones ni rencores. Trabajábamos en el mismo taller, pero nuestra relación se enfrió poco a poco. Una pena, pero a veces ocurre. Un día de estos tendré que ponerme en contacto con él, a ver qué ha sido de su vida.
Se acercaba el día de la presentación de mi tesis y con ello mis nervios subían incluso más deprisa que mi nuevo invento. A ver si me explico, muchos de mis conocidos dicen que soy una persona con un CARISMA bastante bueno, pero cuando tengo que hablar en público, o hacer cualquier cosa en la que crea que me pueden estar observando me pongo tan nervioso que me bloqueo. Se puede decir que mis dotes de INTERPRETACIÓN son bastante malas, por no decir que soy nefasto en cualquier tema en el que tenga un público.
Pese a todo, mi invento habló por sí mismo, y me licencié con honores en la Universidad. Ahora el mundo exterior me esperaba, y yo estaba preparado para lo que había en él, o eso creía.
Durante varios meses trabajé en mis inventos, como siempre había hecho en los talleres de la Universidad con Torvak. Sin embargo pronto me di cuenta de los problemas de ese trabajo. Los materiales que utilizo no son baratos y, aunque trabajes por encargo, muchas veces necesitas adelantar su coste para poder completar los trabajos. Al final tuve que buscar alguien que me financiase, un inversor, como yo llamé a mi mecenas.
Nunca me ha gustado la nobleza. Despilfarran en fiestas inútiles y en bailes de sociedad los recursos que serían tan necesarios en la investigación. Sin embargo fue mi primera opción para conseguir dinero por adelantado. Conseguí una cita con la familia Blaskowicz para presentarles mis proyectos. Ya os he hablado de mis problemas para hablar en público. Juntad eso con una educación mala en cuanto a GRACIAS SOCIALES se refiere y os podréis imaginar el fiasco de mi presentación en sociedad. Desde luego, no conseguí que invirtiesen en mi trabajo, pero no me importó, pues conseguí algo mucho mejor que cualquier tesoro.
Svetlana era la hija menor de la familia y, por algún azar del destino, se fijó en mí y vino a hablarme tras mi desastroso intento de recaudar fondos. ¿Cómo describirla? ¡Era más bella que cualquier motor jamás inventado! ¡No! ¡Más hermosa que todas las ecuaciones del mundo! ¡Tampoco! Verdammt noch mal! ¡No se puede comparar a nada jamás hecho o escrito por el hombre! ¡Era como la armonía de una noche estrellada, como el brillo de la Luna que ilumina un camino de noche!
Hablamos durante horas, hasta que el mayordomo de la familia nos encontró y me echó del palacio. A los dos días fui a visitarla a la iglesia (creo que fue la primera vez que fui a una de forma voluntaria) y a la semana siguiente forcé un encuentro “casual” mientras ella iba de compras.
Para mi sorpresa, ella esperaba tanto esos momentos juntos como lo hacía yo. Estábamos enamorados, para disgusto de su noble padre. Sin embargo Sveta tenía una fuerte personalidad y jamás soportó que nadie le dijese lo que debía hacer. Era un espíritu libre… y aventurero, así que no dudó en escaparse de su casa para casarse conmigo.
Los primeros años con Sveta fueron maravillosos. La felicidad que había encontrado trabajando con mis máquinas no era nada en comparación al tiempo que pasaba con ella. Tenía un carácter dulce pero eso no disminuía su tremenda personalidad, capaz de enfrentarse al mundo entero por sus creencias.
Con sus conexiones en la alta sociedad y mi talento como ingeniero no nos era difícil seguir adelante, y ella me enseñó cómo mantener un nivel de INGRESOS bueno para no volver a encontrarme en la penosa situación en la que nos habíamos conocido. Formábamos una pareja bastante peculiar, pues a simple vista no teníamos muchas cosas en común, pero eso hacía que nos complementásemos a la perfección.
Viajamos a lo largo y ancho de Nueva Europa e incluso hicimos algún viaje a América. En esa época me acostumbré a llevar encima mis herramientas básicas para trabajar, que escondía en los numerosos bolsillos de mi abrigo, así como una buena dosis de materiales y químicos varios que llevo en mi maletín. Sveta se reía y me decía con ternura que con tanta cacharrería encima era completamente imposible no oírme llegar, pero de todas formas siempre se me dio mal andar con SIGILO, ya que soy de la opinión de que las cosas hay que hacerlas de frente y dando la cara, por muchos palos que eso pueda suponer.
Creía que esos años iban a ser los mejores de mi vida, pero me equivocaba. Dos años después Svetlana me dio una noticia que me dejó tan petrificado como los aluminosilicatos de calcio al hidratarse... ¡Iba a ser padre!
Por supuesto, nuestros viajes no podían proseguir al mismo ritmo que antes de que Sveta se quedase embarazada, así que decidimos asentarnos. Así llegamos a Wein… Viena y compramos una casa con un gran garaje para poder usar de taller y un pequeño terreno alrededor, situada junto al Danubio, pues a Sveta siempre le había maravillado ese río.
Unos meses después nació Hannah.
Durante años vivimos felices en nuestra casa. Yo me desvivía por mi familia y mi trabajo, pues ambas cosas son lo que siempre me ha hecho sentir más realizado. A menudo Svetlana venía al taller a hacerme compañía mientras trabajaba. Supongo que fue entonces cuando me acostumbré a hablar con ella al mismo tiempo que ajustaba unas tuercas o repasaba unos planos. Y hasta hoy sigo comentándote mis cosas, ¿verdad querida?
Los mejores días, Sveta venía con Hannah. La pequeña era igual que su madre, un espíritu inquieto con una tremenda curiosidad por todo. A menudo se ponía a jugar con mis herramientas y siempre preguntaba para qué servía esto o aquello. Por las noches, mi esposa le leía cuentos sobre tierras lejanas, exploradores y aventureros. Atesoro aquellos recuerdos, escuchando la dulce voz de mi amada y viendo los ojos de mi niña resplandecer como el metal pulido cuando el protagonista de sus historias rescataba a su princesa.
Sin embargo pronto comprobé que, al igual que mi ornitóptero helicoidal cuando se queda sin combustible, todo lo que sube debe bajar y la felicidad nunca es eterna. Cuando Hannah aún no había cumplido cuatro años, Svetlana cayó enferma. Al principio no nos preocupamos pensando que serían unas fiebres normales, pero cuando vimos que no mejoraba con el paso del tiempo empezamos a ponernos nerviosos.
Los mejores médicos de Viena vinieron a nuestra casa, pero Sveta seguía empeorando. A los pocos meses apenas era capaz de levantarse de la cama. Yo no abandonaba la habitación y retomé mis estudios de MEDICINA, buscando alguna posible solución. Pese a que llegué a ser muy bueno en la materia, ninguno de los medicamentos ni curas que probamos surtió efecto.
Alrededor de un año después de caer enferma, Svetlana falleció… Yo estaba a su lado y sin perder la sonrisa me dirigió sus últimas palabras. Pero eso es algo que me guardo para mí y no pondré por escrito ni siquiera en este diario.
…
No quiero seguir con esto por hoy.
*Ejem* Sí, parece que sigue funcionando… Llevo varios días sin escribir en el diario, pero tras la última entrada no tenía muchas ganas. Aber natürlich, Sveta, claro que voy a continuar con esto. Ahora que estoy llegando al final no voy a abandonar el diario...
El trabajo se convirtió en mi vía de escape. Pasaba la mayor parte de mi tiempo en el taller, construyendo nuevos artefactos de diversas funcionalidades. Incluso por las noches se podía escuchar los ruidos de mis motores, pues desde la universidad me había acostumbrado a dormir poco y la soledad de mi dormitorio me mantenía aún más alejado del lecho.
El poco tiempo que no estaba trabajando se lo dedicaba por completo a mi hija. Hannah siempre había sido la niña de mis ojos y, con la ausencia de su madre, la responsabilidad de su educación recaía sobre mí. A menudo venía a visitarme al taller, sentándose donde antes lo hacía Sveta y escuchaba mis explicaciones sobre el movimiento de los engranajes, la combustión de productos químicos y la conservación de la energía.
Al principio intentaba leerle los mismos cuentos que le contaba su madre todas las noches, pero incluso entonces, mi capacidad para interpretar las voces de los distintos personajes era nefasta. Pronto la enseñé a leer para que pudiese dedicarse ella misma a sus novelas y a los numerosos libros de ciencia que he ido acumulando a lo largo de los años.
Sé que echaba de menos a su madre, pero pocas veces hablábamos de ello. En vez de eso nos consolábamos con nuestra mutua compañía y yo le dedicaba todo el cariño que un padre puede sentir por su hija. Pese a todo, ella sabía reconocer cuándo mi estado de ánimo era más sombrío de lo habitual y conseguía animarme con un infantil beso en la mejilla o un simple abrazo.
Pero el tiempo pasa inexorablemente, por mucho que yo me empeñe en investigar alguna forma de que vuelva atrás (¡con la termodinámica me he topado!) y Hannah creció para convertirse en una hermosa joven, la viva imagen de su madre. Se parecen tanto que en ocasiones me resulta incluso doloroso mirarla.
Cuando cumplió los doce años eché de menos mucho más de lo normal a Sveta. Hay cosas que una niña debe escuchar de labios de su madre, y por mucho que yo le explicase los mecanismos biológicos de los cambios que estaban ocurriendo en su cuerpo, creo que mi discurso carecía del tacto que la situación requería. Muchas veces se escucha que con la primera menstruación una niña se convierte en mujer, pero no es cierto. Hannah sigue siendo mi pequeña niña.
Tampoco estaba preparado para los súbitos cambios de humor, puesto que la medicina aún carece de las fórmulas que expliquen cómo afectan las hormonas de los adolescentes a si carácter. En estos últimos años nos hemos distanciado ligeramente, pero pese a todo seguimos siendo una familia y el cariño que nos profesamos mutuamente no ha disminuido ni un ápice.
Hace unos meses me desperté en la noche. Siempre he tenido unas buenas habilidades de PERCEPCIÓN, las cuales he podido utilizar tanto en mi trabajo como fuera de él, y mi oído es bastante fino. Un ruido proveniente del dormitorio de Hannah me sobresaltó y corrí hacia allí. No estaba en la cama y la ventana de su habitación estaba abierta. Supongo que serán cosas de críos, yo a su edad también me escapaba para leer los libros de mi padre o para fisgar en la forja del pueblo, pero aún así me dejó un poco preocupado.
Al día siguiente, mientras ella no estaba en casa, estuve revolviendo en su habitación. En un baúl guardado bajo su cama encontré una espada. ¡Una espada! Desde luego yo no le he enseñado nunca a usarla, pues mis conocimientos de ESGRIMA son, cuanto menos, malos (no sé a quién le puede interesar utilizar esos artefactos primitivos que sólo sirven para matarse unos a otros). ¡En fin! Supongo que ha preferido seguir el camino de los héroes de sus novelas al de los libros de texto… ¡Ya se le pasará! Son cosas de críos…
Bueno, parece que el autario funciona bien. Eso sí, releo mis entradas al diario y tengo que asegurarme de que Hannah no lea esta última. No le gustaría enterarse que entré en su habitación, aunque lo hiciese sólo porque estaba preocupado por ella.
- ¡Papá, papá!
- ¡Hannah! Me alegro que vengas a verme.
- ¿Qué pasa, padre? ¿Qué tienes detrás?
- Mi nuevo invento, el autario. Mira, ¿quieres que te explique cómo funciona? El sonido entra por aquí, y…
- No, papá. Ahora no... ¡Mira lo que ha llegado al correo! ¡Una invitación para visitar a un Señor Dragón!... Ofrece trabajo, y dice que pagan bien…
- ¿Un señor dragón? Mmm, suena peligroso…
- Pero papaíto, ¡piensa todas las cosas que podría aprender en ese viaje! Además, así podrías conocer nuevos clientes. Hace mucho que no viene por aquí nadie nuevo y seguro que en la corte de un dragón habrá gente interesante, digoooo… interesada en contratar a un talentoso ingeniero.
- Hannah, ¿estás intentando camelarme?
- No papá, pero hace mucho que no hacemos un viaje juntos… ¡Además he mirado los precios del tren a Toulouse y ahora no están muy caros!
- Bueno Hannah, déjame consultarlo con la almohada y mañana hablamos en el desayuno.
- ¡Gracias papá! ¡Sabía que podía contar contigo!
¿Tú qué piensas Sveta? Sí, no sería malo para el negocio y Hannah estaría encantada de conocer tierras nuevas… ¡Y el castillo de un Señor Dragón! ¡Qué maravillas podremos aprender allí!
Sí, tienes razón, tenemos que ir. Además, un viaje juntos nos serviría para reforzar nuestra relación, que últimamente no está en su mejor momento.
¡La verdad es que estoy excitado con la idea! Será como en los viejos tiempos, cuando salíamos tú y yo a recorrer toda Nueva Europa, ¿te acuerdas?... Claro que tú no vendrás. ¡Pero me estarás esperando en el taller!, ¿verdad? Como siempre. Además, me llevaré el autario para que puedas leer el diario.
Bueno querida, tengo que darle la buena noticia a Hannah… ¡Y hay muchísimas cosas que preparar! ¿Qué me voy a llevar? Hace mucho que no preparo la maleta para un viaje tan largo…
Hallo? Bien, parece que no se ha desajustado mucho durante el viaje. La verdad es que no he tenido demasiado tiempo para actualizar el diario desde que decidimos emprender el viaje. Tuve que comprobar mi equipaje varias veces para asegurarme de que no se me olvidaba nada, y aún así sigo con esa sensación de que me he dejado algo importante. Pero aprovecharé ahora este momento de descanso en las habitaciones del señor Draconis para continuar con mi diario.
¡Ay! Sveta ¡Te he echado tanto de menos! ¡Nunca había hecho un viaje tan largo sin ti! ¡Estarías orgullosa de Hannah! Ella no había salido de Viena desde que era apenas un bebé y se la veía disfrutar del viaje, emocionándose con cada pequeño detalle.
Fuimos en tren hasta Toulouse, ya que, como Hannah había dicho, había billetes bastante baratos. Es un viaje largo y pronto empecé a echar de menos la seguridad de mi taller. Sin embargo Hannah estaba encantada con el tren y apenas dejaba de mirar la ventanilla para investigar por los vagones. Estoy seguro de que sin ella no habría soportado en incesante traqueteo del tren. Probablemente haya formas de mejorar ese medio de transporte, para hacerlo más rápido y silencioso… Tal vez manteniéndolo elevado por medio de fuerzas magnéticas en vez de con esas ruedas… ¡Pero no! La energía necesaria para elevarlo sería demasiado elevada…
Cuando llegamos a Toulouse apenas tuvimos tiempo para ver la ciudad. Fuimos directamente a una hostería donde teníamos pensado pasar la noche. Hannah me sorprendió con un acento francés mucho mejor que aceptable, lo que en cierto modo me hizo sentirme orgulloso de la educación que ha recibido.
A la mañana siguiente, cogimos una diligencia hacia los Pirineos. Ese tramo del viaje se hizo incluso más largo que el anterior. Pese a los impresionantes parajes que cruzamos, he de confesar que los vaivenes del carruaje por esos caminos de montaña hicieron que me marease ligeramente. ¡Estoy seguro de que no se tardará en encontrar un medio de transporte más cómodo para llegar a estos sitios! Incluso Hannah pareció desanimarse ligeramente al final del viaje, sin duda cansada de estar encerrada en la diligencia.
Pero, ¡por fin!, vimos que nos aproximábamos a nuestro destino. El castillo de Everard Draconis.