Con la llegada de la noche, tocó despedirse no solo de uno de ellos, sino de dos. Ante la igualdad de votos por parte de sus compañeros, tanto Juliette Dubois como Alice Miracle fueron elegidas para acompañar a Paedyn en su travesía por el extenso desierto de Las Brasas.
Al tiempo de partir y abandonar las instalaciones, ambas chicas fueron encadenadas. Alice, temerosa pero servicial, extendió sus manos frente a su cuerpo, con ambas muñecas juntas, dispuesta a dejarse atar.
Sin embargo, cuando le tocó el turno a la otra chica, mientras extendía sus manos, algo cayó al suelo, repiqueteando sonoramente ante el sepulcral silencio. Era un pequeño frasco.
Agachándose, veloz como una flecha, alzó el frasquito entre sus manos.
—¿Qué tenemos aquí, señorita Dubois? —preguntó Paedyn, mirando a la mencionada desde abajo. Descorchando el frasco, se lo acerca a la nariz para olerlo. Al instante, se rostro se arruga y aleja rápidamente el recipiente de su rostro. —Beleño negro. En grandes dosis es mortal, pero unas cuantas gotas pueden tener efectos hipnóticos y psicodélicos.
Levantándose, se apresura a encadenar a Juliette y, acercándole su daga al cuello, añade.
—Más vale que me digas qué información has estado recaudando, y para quién.
Tras decir esto, agarra con brusquedad a la joven y, llevándola casi a rastras, abandonan el lugar.
El silencio se mantenía imperturbable, nadie se atrevía a hablar.
Todo lo que acababa de ocurrir, tan precipitadamente, les había dejado a todos enmudecidos, sin palabras. Sin embargo, una certeza creció con fuerza en sus corazones: estaban, por fin, a salvo.
—Lo habéis conseguido, chicos —murmuró Adena, con sus ojos marrones llenos de lágrimas. —Estamos a salvo, se acabó la incertidumbre. Se acabó.
Acercándose a los que aún permanecían allí, fue estrechando sus manos, de uno en uno, hasta acabar con todos.
—Habéis sido muy valientes, y lo habéis hecho genial. Ahora, la paz volverá a este lugar. Todo ha terminado. Gracias.