Partida Rol por web

El joven montaraz, contento por haber llegado tan lejos pero con un nudo en el corazón por haber roto la espada de su padre, quiso darle remedio caminando por la vasta Minas Tirith en busca de un herrero. Su aspecto, a pesar de no ser conocido en la ciudad, no se alejaba mucho de lo que un aventurero o viajero podría ser y no llamaba en exceso la atención.

Brecca recorría las calles de la ciudad con genuina curiosidad, asombrado por la magnitud de las construcciones, por la cantidad de gente en el camino, y por la diversidad de negocios del mismo tipo que se encontraba en una misma calle. Generalmente, en los pueblos y aldeas que visitaba había una tienda de ramos generales, una herrería, la taberna que hacía a la vez de posada, y con suerte uno o dos negocios especializados en vender los productos estrella de la región, ya fuera miel, licores, o verduras.

Aquí había llegado a ver hasta dos panaderías par a par, una ofrecía más confituras que la otra, y la otra parecía hacer su fuerte en diversidad de galletas saladas y dulces. Como fuera ambas tenían clientela dentro y un poar fuera esperando su turno de entrar y ser atendidos. Intentó guiarse a la herrería por el sonido de los martillazos, algo infalible en las poblaciones pequeñas, pero aquí la cacofonía era tal que no era posible guiarse. Finalmente decidió hacer lo más sensato, preguntar a los viandantes, aunque se encontró conque los citadinos eran menos propensos a frenarse y hablar con un extraño... así que su siguiente movida fue preguntar a un tendero. - Mis disculpas buen hombre ¿Podríais indicarme cómo llegar a una buena herrería? debo reparar una espada.

Aquel hombre no se giró al instante de escuchar la voz del montaraz. Colocaba varios cestos de fruta y de verdad. Tras unos segundos, se limpió las manos en un paño de tela algo estropeado por el uso e hizo caso a Brecca. Su gesto no era muy amable y amistoso. El montaraz notó que no había empezado con buen pie su andadura por la capital de Gondor.

- ¿Has entrado por la puerta principal, supongo, no? ¿No has visto la herrería un nivel más abajo? 

Un silencio incómodo se hizo en el ambiente, solo interrumpido por el gentío y el tránsito de la ciudad.

Brecca sonrió, y le dedicó al hombre una inclinación de cabeza, por muchas ganas que tuviera de responder sarcásticamente sabía que no ganaría nada, de hecho probablemente escalaría el asunto por nada, si el hombre estaba de malas no podía darle motivo para empeorarlo. - Gracias, no la ví al ingresar, pero ahora sé por donde buscar, que tengáis un buen dia... por cierto - dijo sacando unas monedas del bolsillo - ¿Cuanto por un par de esas hermosas manzanas?.

El tendero seguía limpiando sus manos en el trapo. Las palabras del montaraz hicieron que su rostro se relajara, pues la actitud de Brecca fue la correcta. El tendero se colocó el pañuelo en el cinturón del delantal y se sacudió las manos para coger unos buenos ejemplares de manzanas.

De repente, un muchacho de unos quince con una camisa de lino y un chaleco interrumpió la conversación.

- ¡No, no! Cóbreme a mí, esta buen señor es un gran aventurero al servicio del Senescal que viene para luchar contra Mordor y salvar a los pueblos libres.

El tendero se quedó perplejo.

- ¿Qué hablas, Robin?

- No en serio, acepte estas monedas, no coja las de este montaraz. Por favor. Y no acepto un no por respuesta - dijo refiriéndose al montaraz.

El tendero se encogió de hombros y le entregó las manzanas a Robin, quien se las dio a Brecca.

El chico con cara de pillo, sonrió al montaraz, que por un momento, le daba la sensación que lo había visto antes en algún lugar o con quién había jugado a los dados en algún sueño.

- Mi nombre es Robin, aunque por aquí me llaman "Uñasganzúa". Tiene su explicación, como es lógico.

Robin sacó su mano derecha. Las uñas más cortas medían dos centímetros, la más larga, unos cuatro.

- Siento decirle que he escuchado que busca una herrería, yo puedo llevarle a una donde pueden ayudarlo. Gracias, buen hombre - dijo despidiéndose del tendero -. Vamos, señor.

Brecca enarcó una ceja ante la intervención del tal Robin, y ya iba a protestar que bien podía el pagar sus manzanas cuando el tendero ya había aceptado el trato. Se quedó mirando al chico, juraría que lo conocía de algún lado, y sus dedos acariciaron inadvertidamente el medallón que colgaba de su pecho. 

Aceptó las manzanas, sopesándolas y asintiendo ante la evidente calidad de las mismas, y tras dar un mordisco a una de ellas sonrió de placer al sentir el sabor de la misma. - Gracias, ciertamente volveré - le dijo al tendero, y se dispuso a seguir a Robin.

- Os sigo Maese Robin, - dijo tras observar la peculiaridad de los dedos del chico - ¿Cómo és que sabéis quien soy? Acabamos de llegar a la ciudad y debo ser el menos conspicuo de mis compañeros.

Robin se alejó con Brecca de la zona del tendero, quien se quedó observando extrañado por cómo había sucedido la escena. Se encogió de hombros y volvió a sus quehaceres.

- Bueno, digamos que lo he escuchado. Además, le recuerdo que ha entrado acompañado del señor Faendor y demás jinetes. Nunca había visto un elfo. ¿Hacen magia? - dijo con los ojos brillando -. Hay un herrero, maese Anser, que quizás pueda echarle una mano con su espada. Eso no lo he visto, eso lo he escuchado mientras hablaba con el tendero - dijo con una sonrisa.

El chaval se le veía espabilado.

- Por cierto, las monedas con las que he pagado eran de vuestro bolsillo. Al fin y al cabo, vos iba a comprarlas igual - dijo encogiéndose de hombros con una sonrisa -. ¿Su nombre es?

El montaraz no pudo menos que sonreir ante la pregunta acerca de los elfos y la magia, aunque la mirada que le dedicó cuando confesó lo que el ya sospechaba tenía bastante de admonitoria. - Espero que no te hayas quedado con más de lo que necesitas, podrías haber perdido la mano si te pescaba en el acto. - le guiñó un ojo y le lanzó la otra manzana en un arco - Disfrútala, te la has ganado, puedes contarle a tus amigos que le has vaciado la bolsa a Brecca Mordecai, Montaraz del Norte. Y también que en efecto, algunos Elfos pueden hacer magia, de hecho dos de los que me acompañan son magos. 

Sonrió - Veamos que puede hacer Maese Aendor por mi espada, sólo espero que no sea necesario conprar una nueva. 

- ¡Vaya! Dicho así, parece un nombre muy importante... ¿Pero lo es? - el chaval miró a Brecca con los ojos entrecerrados.

Robin sacó una última moneda e hizo malabares sobre una mano pasándola entre los dedos. 

- Bueno... pensaba quedármela por los gastos de guía de ciudad... pero en el fondo lleva razón, señor Brecca - y le lanzó la misma a la vez que cogía la manzana del montaraz -. Está bien, es un trato justo - y le guiñó un ojo mientras le daba un bocado a la fruta.

Brecca y Robin pasearon entre la multitud de la gran Minas Tirith camino de la casa de Anser, uno de los herreros más populares de la ciudad. El pícaro hacía todo tipo de preguntas sobre viajes y batallas que el montaraz contestaba con una sonrisa en la cara, sobre todo por el carácter épico de las mismas que bien sabía que al fina, no era así.

La herrería tenía buen aspecto y varios trabajos de manufacturas gondorianas lucían en las esquinas del lugar. Junto a una caldera, un hombre de mediana edad con aspecto robusto golpeaba un yunque dando forma una espada. Cuando sintió la presencia de visita se giró mientras se secaba el sudor con un pañuelo que colgaba de su mandil.

- ¿Qué haces aquí, villano? - dijo bromeando el Anser - ¿Vienes a aprovecharte de este buen hombre? - puso los brazos en jarra y miró a Brecca - ¿En qué puedo ayudarle?

- Claro que es un nombre importante, al menos para mi y para mis padres - dijo con una sonrisa - Quizá no tanto para otros, pero es mi nombre y estoy orgulloso del mismo. - palmeó su espalda - ¿O acaso no estás tu orgulloso del tuyo?

Recibió la moneda en el aire y la guardó en la bolsa, - Podrías habértela quedado si me hubieras ofrecido la guia en esas condiciones, ahora te conformas con la manzana... - dijo mientras le guiñaba un ojo.

Cuando llegaron a la herrería, y ante la consulta del herrero, Brecca sacó el atado que contenía su espada y lo desplegó sobre la mesa más cercana - Buenos días Maese Anser, Robin me dice que quizá podáis reparar mi espada, la cual sufrió un desafortunado encuentro con las pezuñas de un caballo. Mi nombre es Brecca, por cierto, y estoy dispuesto a pagar el precio siempre que me garanticéis que podré volver a utilizar la espada para defender mi vida.

El herrero examinó la espada con detenimiento y una mueca de duda, mientras se mesaba la barba.

- El problema es que no es un corte limpio, además, está aboyada por ambos extremos. A pesar de todo, creo que podría realizarse, pero va a ser un trabajo complicado. No sé si va a estar mucho tiempo en la ciudad, señor, pero al menos tendré que dedicarle todo el tiempo de hoy y de la mañana siguiente.

Anser recogió la tela donde había traído la espada el montaraz.

- Debe de ser un ejemplar muy valioso para usted.

- Maese Anser, ¡es uno de los aventureros que vienen a ver al Senescal! Ha venido junto a el señor Faendor y muchos hombres rubios y altos con caballos blancos y preciosos. ¿Cómo se llaman? Bueno, eso da igual.

Robin parecía emocionado.

El herrero asintió lentamente con la cabeza escuchando al muchacho.

- En ese caso, señor, permítame que la reparación vaya a cuenta de la casa. De nada servirá las monedas que me pague si no logran detener las amenazas que yacen en la sombra e invaden nuestro hogar. Es un honor, no se lo tome como molestia.

Brecca frunció ligeramente el ceño al escuchar la opinión del herrero, aunque en parte sospechaba que el arreglo sería complicado dada la forma en la que se había quebrado. - Es el arma que me dió mi padre cuando consideró que mi entrenamiento era suficiente para recorrer el mundo por mi cuenta, pero mas allá del valor sentimental es una herramienta, y como tal debe servir su propósito. - sonrió - Si creéis que una vez reparada podrá cumplir su función sin volver a quebrarse, entonces por su origen os pediré que lo hagáis, pero si sospecháis que puede volver a quebrarse ante el esfuerzo, entonces os pediré una espada de similar utilidad... y permitidme pagar al menos parte del valor. 

El herrero asintió ante la proposición del montaraz.

- No se preocupe, haré todo lo posible para volver a dejarla como su padre se la entregó en su momento. Entiendo que su valor es más que físico y que el gesto es más importante que el metal en sí. Yo también lucharía por tener tal pieza, cuente con ello.

Anser cogió la espada envuelta en la tela y volvió a abrirla en una mesa de trabajo cerca de donde había conversado con Brecca para comenzar a hacer las primeras preparaciones.

Robin se acercó curioso ante la habilidad de Anser. Tras unos minutos observando, se giró hacia el montaraz.

- Espero que finalmente arregle su espada, señor Brecca. Voy a volver al "Escudo Roto", quizás pueda sacarle algunas monedas a los dados a esos rohirrim. No creo que entiendan de juegos de mesa como de caballos - dijo sonriente mientras sacaba una bolsita de un bolsillo con un tintineo de dados -. Nos veremos allí. Encantado de volver a verle, señor Anser.

Y el muchacho salió de la herrería.

Anser se despidió también.

- Este muchacho - dijo meneando la cabeza -. Es un ladronzuelo, pero tiene buen corazón.

El herrero comenzó a preparar todo lo necesario para reparar la espada de Brecca.

- Siéntese, señor Brecca, póngase cómodo. Hace mucho tiempo que no tengo una visita tan honorable como la suya en mi herrería. Los encargos son abundantes pero fáciles y rutinarios. Aunque a decir verdad, no me alegro de tener que forjar tantas espadas. Se avecinan tiempos de cambios.

Tras uno segundos de silencio interrumpidos por el crepitar del fuego de la hoguera, Anser comentó con un tono más serio.

- Sé que no es asunto mío, señor Brecca, pero ¿qué ocurre? - dejó lo que estaba haciendo para centrarse en el montaraz -. ¿Aquel... medioelfo, también os acompaña en la expedición?