Partida Rol por web

Tras aquel coro de explosiones y vísceras de insecto, Acheron estaba ligera, moderadamente confuso. No recordaba ningún campo de batalla en el que el restallar de un látigo ocasionase aquel bombardeo mágico, lo que motivó que el bárbaro, más dado a la reflexión metafísica de lo que uno pudiese pensar, murmurase algo para sí mismo.

-La guerra ha cambiado... Tsk-.

Clavó su martillo en el suelo y miró el suelo a su alrededor.

-Joder... Últimamente me topo solamente con engendros que emergen del interior del agua o de la tierra-.

¿Casualidad...?

No lo creía. No del todo. Había un narrador maligno por ahí desperdigado que tenía alguna fascinación por el mundo subterráneo.

-Ya le ajustaré las cuentas a ese gnomo, ya...-, pensó mientras se crujía los nudillos y atravesaba con mirada fulminante al tal Fredaric. Menudo gusano llorón.

Echó un vistazo a la hechicera.

-Muy bonito el truco del simio. ¿Tiene nombre?-.

Tras las pertinentes explicaciones arcanas sobre la escuela de conjuración, el grupo recobró la marcha y resultó que no estaban demasiado lejos de lo que buscaban. El deteriorado camino descendía hacia una pequeña depresión del terreno. Desde su posición se observaba lo que parecía ser una antigua y desvencijada construcción entorno a un foso. Se trataba de una fortaleza en ruinas, con una casa de piedra en su interior y una torre con una pared rodeando el patio interior.

Grune detuvo al grupo antes de llegar al lugar. Se agachó y comenzó a observar el camino. En el mismo podían observarse una marcas y Grune empezó a seguirlas por tal de descifrarlas. No era un experto rastreador, pero dedujo que no hacía demasiados días que alguien había ido o venido de la fortaleza y no precisamente un viajero perdido, sino un grupo aparentemente numeroso.

Al acercarse más a la fortaleza, pudieron ver claramente como la parte superior de la vivienda en el interior de los muros se había derrumbado. Parecía estar hecha de madera y de la vieja estructura tan solo quedaban algunos restos astillados y quemados. Ya a las puertas de la fortaleza, nada se escuchaba, todo estaba muy tranquilo y tan solo el sonido de los mosquitos zumbando a su alrededor. 

El foso todavía estaba inundado y el agua estancada, era posiblemente la principal causa de que hubiera tanto mosquito en los alrededores. El camino acababa en un puente levadizo que travesaba el foso y daba acceso a la fortaleza. El puente estaba ligeramente inclinado y carcomido, pero también era evidente que alguien lo había reparado recientemente colocando cuatro planchas nuevas de madera.

Alguien había estado utilizado la Barbacana recientemente, y dadas las visiones que habían recibido los presentes, parecía evidente pensar que era el Culto al Mal Elemental había vuelto a reclamar su antiguo bastión. Lo que implicaba que Proscurian estaría criando malvas y gusanos.

—Acercaos a mí un instante, os protegeré con un hechizo.

Payne recitó unos versos sagrados de Loviatar, y todo el grupo se vio rodeado durante un instante por un aura ondulante blanca y roja.

—Y ahora dispersaos y buscad centinelas. Si los cultistas del Mal Elemental han reclamado su antigua fortaleza, seguro que tienen vigilado el perímetro.

—Mucho pareces saber de este lugar—, apuntó Acheron al tiempo que olisqueaba el aire y trataba de visear algo entre la ruinosa barbacana.

—Háblame de ese culto... de ese... Mal Elemental—. El gigante se dio una sonora palmada en el cuello, algo que pareció inquietar a uno de los adláteres de la sacerdotisa, el tal Grune.

—Odio los mosquitos...—. A juzgar por la frialdad que emanaba aquel siseo, de ser por el bárbaro aquellos parásitos estarían condenados a la aniquilación total.

Las respuestas de Acheron no obtuvieron respuestas de Payne y tampoco de Lissandra. Quizás fuera que no sabían mucho más de lo que ya se había dicho o quizás fue el mero hecho de que para cuando llegó aquella pregunta, ya habían llegado frente a las puertas de la llamada "Barbacana del Foso". No sabían que encontrarían tras los desvencijados muros de aquella antigua fortaleza, pero algo les decía que un inminente peligro del aguardaba en aquel lugar.

No obstante, apariencia tranquila de aquella construcción en ruinas, no parecía indicar que nadie morase en el interior de la misma. Tan solo aquellas pisadas en el camino, daban signo de cierta actividad en la zona, pero fuera como fuera, tan solo se escuchaba el cantar de los pájaros y el rumor del agua que llenaba el foso de la barbacana y del arroyo que la transportaba hasta el mismo.

Una vez ante las puertas y habiendo superado el puente que cruzaba el foso, pudieron ser testigo del verdadero estado del patio de la fortaleza. El patio estaba pavimentado con adoquines, aunque el paso de los años habían provocado que el césped y las malas hierbas crecieran por todos lados engullendo el pavimento y devolviendo el verde que reinara entes del acto de gente que construyó aquel lugar. Junto a los muros había escombros, pues parte de ellos se habían desplomado, al igual que los pisos superiores.

Les llamaron fuertemente la atención unas manchas de color pardo en el centro del patio. Unas manchas que se desplazaban hacia unas escaleras y una puerta al final de las mismas. También se percataron de que cerca de donde empezaban aquellas manchas, se encontraba abandonada una daga curva. Aquellas escaleras daban paso al único acceso hacia el interior de la fortaleza.

Fue en ese momento, cuando Lissandra decidió conjurar un protección mágica con foco sobre Acheron, que protegería contra el mal a todos sus aliados que permanecieran junto a él y canalizó dicho conjuro a través de un cetro mágico que portaba, el cual prolongaría el conjuro mucho más tiempo del habitual.

No hacía falta estar tan familiarizado con la sangre como lo estaba Payne para darse cuenta de que aquellas manchas parduzcas eran precisamente eso. Las grebas de cuero blanco y flexible de la Doncella del Dolor crujieron cuando se agachó para recoger la daga: el arma corta de un ladrón, y Payne conocía a uno que se había dirigido a las ruinas recientemente

—Me pregunto si nuestro amigo Proscurian nos habrá ido dejando un camino de migas de pan en su periplo por la Barbacana —pensó en voz alta Payne, mientras examinaba de cerca el filo curvo—. Una daga, una bota, un jirón de capa, un miembro cercenado...

Limpió la daga en la hierba, se levantó y guardó la daga en un bolsillo lateral de su morral encantado.

—¿Os imagináis que vamos recogiendo pedazos de mediano por toda la fortaleza? Cuando los tengamos todos podría coserlos, levantarlo como muerto viviente y hacerlo cantar y bailar para nosotros —sugirió Payne, con los ojos chispeantes—. ¿No sería ese un espectáculo divertido?

Rio¹ como si hubiera dicho un chiste muy gracioso y después señaló con la cabeza la entrada por la que se perdía el reguero de sangre.

—Pues si no está aquí quien quiera que le hiciera sangrar tendremos que ir a buscarlo bajo tierra, ¿no? —preguntó, a nadie en particular antes de dirigirse a sus esbirros:—. Vamos, caballeros, ¿a qué esperan?

Un impertérrito Acheron miró de soslayo a la sacerdotisa mientras se carcajeaba de la risa imaginando al tal Proscurian desmembrado, luego suturado y finalmente en perfecto estado de descomposición bailando al son de una marcha fúnebre.

Humor negrata en estado puro.

—Tienes un sentido del humor bastante peculiar... Ácido, corrosivo y a buen seguro fruto de un trauma infantil...—.

El humor de un auténtico perturbado mental, en resumidas cuentas.

—Me gusta—, concluyó el gigante de tez marmórea.

Era difícil calibrar si el bárbaro decía la verdad. Incluso, era difícil saber si mentía. Su rostro, de por sí impávido, estaba ensombrecido por un yelmo que permitía inferir que Acheron no era proclive a la risa. Más bien, era afín a generar llantos en el prójimo. En oleadas.

—¿Quién es ese Proscurian?—.

—Proscurian es un mediano, mi contacto en el Gremio de Ladrones de la zona —explicó Payne—. Un fiambre, tal vez, actualmente.

Se encogió de hombros.

—Debería haberme recibido en Hommlet y procurarme alojamiento e información sobre el Mal Elemental—dijo, y suspiró—. Esperaba que se estuviese bebiendo el dinero que la Iglesia de Loviatar le dio a cambio de su ayuda, pero en vez de ello, ha metido las narices donde no debía. Un tipo ambicioso, ese Proscurian, pero no muy listo.

Enarcó una ceja inquisitiva en dirección a Acheron y le dedicó un cabeceo.

—¿He satisfecho ya tu curiosidad sobre él? ¿Empezamos a hablar ya de mis traumas infantiles?

—Por el momento—, dijo el bárbaro mirando con indiferencia los alrededores. Se ahorró añadir que Payne no tenía pinta de ser cobradora de impuestos. Tampoco asesina profesional. Demasiado sofisticada a ojos del brutal Acheron. El por qué aparecía allí en nombre de Loviatar era algo extraordinario para él.

El bárbaro giró el cuello y clavó sus duros ojos del color de la sangre coagulada en la mujer del látigo.

—Tengo alguna experiencia generando traumas... Especialmente craneoencefálicos. Adelante, chica. No te cortes. Descubrirás que soy bueno escuchando—, dijo con una sonrisa torva.

Le daban igual los traumas de la sacerdotisa. Pero eh, las historias sobre sufrimientos propios o ajenos siempre estrechaban vínculos de camaradería. O algo más, incluso. Acheron lo sabía por experiencia propia.

—¡Craneoencefálico! —repitió Payne—. ¡Nunca sospeché que alguien que se dedica a matar gente con un trozo de acero afilado fuera capaz de pronunciar una palabra tan larga sin equivocarse! Debes ser, sin duda, un espécimen formidable.

Payne le echó un vistazo de arriba a abajo, como si acabara de ver a Acheron por primera vez. No podías decir craneoencefálico sin fálico.

—Me pregunto qué otras sorpresas guardas —dijo la Señora en Látigo, en un tono que podía ser cruel o juguetón. Dejó que Acheron discerniera ese extremo.

Mientras Payne y Acheron conversaban sobre sus aficiones, traumas y la vida en general, Lutipold y Grune se adelantaron unos pasos hacia la entrada al complejo de la fortaleza. Evidentemente estaban husmeando, pues la curiosidad les vencía. Seguramente nunca habían escuchado la típica frase de: "la curiosidad aplastó al kobold". Fuera como fuera, para cuando estuvieron frente a la puerta, ésta estaba entreabierta y aunque todo hacía indicar que algo caería sobre ellos de forma dura y mortal, no sucedió. No pasó nada.

Grune dio media vuelta y miró a Payne sonriente.

- No le va a gustar como huele allí dentro. - Dijo entonces. - Hay algo de luz que se cuela a través de los agujeros del techo. Se ven dos cadáveres allí dentro y huele... - Sonrió. - ¡Huele fatal! - Hizo una pausa. - ¿Ya lo había dicho?

- ¡Joder! - Exclamó Lutipold. - Creo que... creo que he visto algo moverse allí dentro. - Comentó el mercenario.

Lutipold fijó la mirada hacia el interior de la edificación. Estaba muy concentrado tratando de descubrir que era lo que había pasado por delante de sus ojos, pero realmente no lo tenía claro.

- ¡Mi Señora, no estamos solos! - Concluyó.

El gigante entornó la mirada al tiempo que dejaba escapar una ronca risilla de su garganta.

—No te entusiasmes. Es el nombre de mi martillo. Así se llama este pedazo de metal—.

Acheron no estaba acostumbrado a ser objeto de la mirada directa de una mujer. Lo más frecuente cuando entraba en el rango de visión de un ser vivo -cualquier ser vivo- era escuchar un chillido estridente, incluso altisonante, seguido de una plegaria a alguna deidad que, para variar, nunca replicaba.

Aquella sacerdotisa de Loviatar, Payne, no solo no parecía tenerle miedo, sino que albergaba sincera curiosidad hacia él.

Sincera y algo morbosa, por ser precisos.

—Se lo puse en honor a un idiota al que asalté en un camino, hace ya unos años. Me pidió que no le matara, que había hecho un descubrimiento muy importante—. Acheron se dio dos toques en el yelmo, a la altura de la sien. —Decía que el seso se divide en varios sesos más pequeños. Que la ciencia necesitaba confirmar este importante descubrimiento. Me pareció razonable, así que desparramé su sesera para comprobarlo por mí mismo—.

El bárbaro pareció molesto con los comentarios del llorón de Grune. 

Le caía bastante mal aquel tipo. Tenía un buen martillazo en el ojo, sí.

—Por desgracia, no calibré bien la fuerza del golpe y solo vi pulpa... Es algo que me pasa a menudo—, dijo adelantándose a la sacerdotisa al tiempo que se echaba a T.C. al hombro. —Así que, si lo piensas fríamente, en realidad soy un hombre consagrado a la ciencia—.

Payne habría jurado que el bárbaro se estremecía con una risa queda recordando aquella anécdota.

—¿Quieres comprobar si tu mediano está entre los cadáveres?—.

Algo en su tono de voz -¿o acaso era su macabra sonrisa?- sugería que era una pregunta retórica.

—Estás hecho todo un pensador y un filósofo, Acheron —rio la sacerdotisa.

Payne soltó el látigo de la cadera y lo desenrolló a un lado. El arma parecía poca cosa en comparación al pesado martillo del guerrero. Pero Payne ya había demostrado en el combate contra los ankhegs qué podía hacer él. Era momento de mostrar qué otros usos le podía dar al látigo.

Sin responder al guerrero o a sus compinches, se puso a rezar una plegaria a su oscura diosa.

—Doncella del Dolor... Látigo Servicial... ¡Muéstrales la fuerza que surge del dolor!

Payne dedicó una mirada chispeante a Acheron e hizo chasquear su látigo. El extremo flexible se enroscó en torno al muslo del guerrero sus púas se clavaron en su carne allí donde no había armadura para protegerla. La magia de Payne se derramó por el látigo solo un latido de corazón después, haciendo que los músculos de Acheron crecieran y se hincharan, proporcionándole aún más fuerza de la que tenía normalmente.

Payne liberó el látigo de un tirón.

—¿Te ha gustado? Hay más de donde ha venido ese.

Acheron se miró la pierna a la altura del muslo un breve instante.

No se inmutó, a pesar del ligero sangrado.

Acto seguido miró a la sacerdotisa que de sacerdotisa no tenía ni el hábito.

Fue una mirada difícil de interpretar. Como todas las que dedicaba Acheron, por otro lado.

Parecía querer decir algo, pero no estaba claro el qué. Teniendo en cuenta que la mirada emergía de un tipo con la complexión y el tamaño de un gólem de hierro y que portaba un martillo con el que —como constaba— no se dedicaba al noble arte de la carpintería, uno estaría legitimado a pensar que lo que quería transmitir con aquellos ojos bermellones era un mensaje elocuente y conciso, no demasiado literario, como por ejemplo "Voy a matarte. Y no te va a gustar".

Bueno, a nadie le gusta que le maten. Creo.

Como decía, no estaba claro qué quería decir Acheron con aquella mirada pétrea a Payne. La sacerdotisa podría haber pensado que quería decirle: "Voy a matarte. Y no te va a gustar". Era una mujer inteligente. Seguro que podía extraer esa conclusión ella sola. Sin embargo, una duda empezaba a crecer en el no suficientemente vasto espacio que habitaba entre el titán y la señora del rebenque. 

¿Por qué no la había matado ya?

Y con este enigma irresoluble flotando en el éter, con esa tensión subyacente en la suave brisa que corría por el interior de la barbacana, Acheron echó una ojeada a sus prodigiosos y apolíneos bíceps —queremos dejar expresa constancia de que no era muy presumido el muchacho— y tras emitir un gruñido animal cargado de testosterona, dijo:

—Necesito matar a alguien... Ya—.

Más le valía a Proscurian no aparecer en ese instante.

Lissandra había estado silenciosa, al contrario que sus compañeros ella no regalaba palabras o pareceres así como así.

-No te vayas muy lejos, Glacis, por favor.

La tensión se mascaba en el ambiente. Sabían, por alguna razón, que lo que se movía en la oscuridad no era una amenaza cualquiera. Un terrible mal amenazaba en las sombras, silencioso, oculto y mortal. No sabían como, pero lo sabían. Quizás fuera un presentimiento, quizás fueran sus retorcidos y malvados dioses los que les estaban advirtiendo para que estuvieran preparados para lo que se les venía encima. O quizás... quizás sólo fuera una mera paranoia y allí dentro sólo había ratas asustadas de la luz exterior.

Quizás...

Y entonces escucharon algo. Era como una risa; una risa malvada que parecía no proceder del plano de existencia en el que se encontraban, sino de uno más elevado, pero desde luego, no parecía provenir del interior de aquella antigua y desvencijada barbacana.