Partida Rol por web

Mientras todo eso sucedía, Lutipold seguía ajeno a todo aquello. En su inconsciencia, el bueno de Lutipold se creía en unas fogosas vacaciones en una playa de fina arena. El sol estaba en lo alto y calentaba mucho, quizás demasiado y se estaba quemando las plantas de los pies y tenía que ir dando saltitos para evitarlo. Lo mejor era que al fondo de la playa había dos bellas mujeres, dos vírgenes, aunque parecían estar discutiendo por lo que tenían que hacer con un frío cóctel lleno hasta arriba de hielo.

El dragón se veía bastante malherido y en su rostro se podía leer el odio y el miedo, aunque por como reaccionó, el odio fue el sentimiento que venció en la pugna. Sin intercambiar una sola palabra, comenzó a lanzar un ataque detrás de otro centrándose en la masa acorazada que había cargado contra él, quien de todos era a quien tenía más cerca y a quien consideraba que podría eliminar antes.

Lo primero que hizo fue tratar de arrancarle la cabeza de un mordisco, pero un confiado Acheron pudo hacerse a un lado para evitar que aquellas fauces se cerraran sobre él. Sonriendo, miró desafiante al dragón, sin ver como una de sus garras se le clavaba en la espalda de forma dolorosa. Acto seguido un barrido con la cola le dejó algo aturdido el tiempo suficiente como para no ver por donde le venía una de sus enormes alas y le golpeaba en la sien. Entonces llegó otra garra que le arrancó un buen trozo de piel del estómago y finalmente otra ala le dejó al borde de la muerte.

- ¡Vais a morir! - Alzó su cavernosa voz. - ¡Salid de aquí, imbéciles!

Payne dedicó una mirada desdeñosa a Fredaric.

—Si te vuelvo a encontrar estás muerto —le dijo.

Después devolvió su atención al dragón. Rara vez era bueno tener la atención de Payne. Ni siquiera un dragón se libraba.

—Moriremos... otro día. Hoy me haré una armadura de escamas de dragón.

Volvió a canalizar toda su magia más mortífera y azotó al dragón con su látigo de púas.

Acheron debilitado como estaba y al borde de sus fuerzas, lanzó un nuevo ataque contra el dragón y aunque el impacto contra las escamas fue duro y certero, no pareció penetrar lo suficiente como para causarle el mínimo daño a aquella gran criatura de color rojo. Un nuevo golpe, esta vez sin demasiada fé, fue mucho menos certera y el sirvo de Gáragos tragó saliva pensando en lo peor.

- No podemos vencer... - Dijo creyendo realmente en sus palabras.

Sin embargo, el latigazo de Payne fue letal para aquella antigua y peligrosa criatura. El dragón se desplomó contra el piso de forma sonora y levantando el polvo del suelo. De no haber sido por su alta capacidad para hacer daño, más de uno de los presentes sino todos, habrían fenecido a manos de aquel reptil enorme.

De Fredaric no había ni rastro y Grune seguía arrastrándose como podía hacia la salida de la barbacana. Ambos habían salido por patas ante el inminente peligro. Un ataque de pánico ante una más que probable muerte de todos a manos de las fauces de aquel enorme dragón rojo. 

Fuera como fuera, la amenaza de aquella criatura había cesado. El resto estaba a salvo, aunque en el caso de Acheron y Grune, malheridos. También lo estaba Fredaric, pero de él no había ni rastro.

Quien no lo logró fue Lutipold. El chamuscado esbirro de Payne finalmente dejó de respirar. Las quemaduras que había provocado en su cuerpo el dragón habían sido letales para él y aunque había tratado de seguir luchando por su vida, finalmente acabó feneciendo producto de sus quemaduras.

- Mi Señora... - Dijo Grune con un hilo de voz. - ...ayude, mi Señora. Por favor... - Suplicó el maltrecho Grune, quien una vez se percató de que el dragón había caído se dio media vuelta e interpeló a su señora para que le ayudara a sanar sus heridas.

El júbilo y la excitación brillaba en los ojos de Payne, dándole una expresión aún más inquietante que de costumbre.

—¡Hasta los dragones se someten ante el látigo servicial de Loviatar! —exclamó Payne, recogiendo el látigo.

La Cicatriz Verdadera ignoró el dolor de Acheron y a Grune, pues aún podían aprender algo de él, y caminó hasta el corpachón abatido del dragón. Payne puso bota sobre la cabeza de la sierpe, de forma que su tacón se apoyara en la sien de la criatura. Se irguió, orgullosa.

—Lástima no tener pintor habilidoso que inmortalice este momento —comentó con frivolidad Payne, y le preguntó a Lissandra—. ¿O crees que sería más adecuada una estatua?

Payne se quitó los guantes de cuero y acarició las escamas del dragón. Su piel aún ardía, abrasadora, pero la sacerdotisa no apartó la mano. Aquella noche se daría placer pensando en aquel momento. O quizá le pediría a alguno de sus compañeros que se lo diera. Por la Señora del Flagelo que le debían la vida.

Solo entonces extrajo su varita curativa dirigió una mirada lánguida a los dos hombres horriblemente heridos.

—Bueno, ¿quién quiere ser el primero? —ronroneó, dibujando muy lentamente una sonrisa en sus labios. Sádica o juguetona, era difícil de discernir.

- ¡Mi señora terrible y piadosa! - Exclamó Grune mientras se acercaba a la Señora del Látigo arrastrándose así como podía. - ¡Por favor, sane mis heridas para que pueda seguir sirviéndole! 

Por su parte, Acheron se mantuvo firme y digno. No iba a pedir clemencia, no se iba a arrodillar ante aquella mujer. Era poderosa con su látigo y mentiría si dijera que no le había impresionado, pero lo cierro era que aunque le había salvado de una muerte casi seguro entre las fauces de aquella ancestral criatura, también era cierto que su orgullo se había visto herido. 

Pocos eran los que me habían podido hacer frente hasta la fecha y desde que había emprendido aquella misión, había comprobado como había muchas criaturas peligrosas que podrían haberle arrebatado la vida en cualquier momento y que tan solo la divina providencia había impedido una pronta muerte. Además, aunque no lo reconociera, le jodía doblemente que fuera una mujer su salvadora. 

- Estoy bien. - Dijo cargado de envidia, rabia y desprecio. 

Lissandra sabía cuándo había enemigos a los que era mejor tener como amigos; o, al menos, como aliados. Sin la letalidad de Payne o la furia de Acheron, no habrían sobrevivido a tan formidable enemigo. Así lo atestiguaban los cadáveres calcinados de los cobardes que habían rehuído el combate. Los esbirros estaban para ese fin, ser el escudo de su señor, recibir el daño que su amo no debía recibir, para que él pudiera ser el azote de sus enemigos. Así se había comportado Glacis, un muro de hielo frente a un dragón, para proteger a las únicas personas capaces de hacer daño, en este caso, Payne.

Dejó que la sacerdotisa disfrutara de su victoria. A Lissandra le daba igual, se habían salvado de puro milagro gracias a ella, era lógico que su ego se inflase de esa manera, teniendo en cuenta que el resto de sus hombres eran patéticos seres inferiores. Eran hombres, ¿qué podía esperarse de ellos, salvo cobardía? La maga de hielo se aproximó a la sierpe, no era las que ella había visto en el norte, de azul eléctrico o blanco níveo. Y siempre de lejos, por supuesto.

-Podríamos llevarnos su piel. Seguro que una armadura fabricada con este material hará que seáis aún más letal, sierva de Loviatar. Hará juego con la sangre derramada de los incautos que osen hacerte frente.

Si algo sabía hacer Lissandra era acercarse a quién fuese más poderoso que ella para gozar de su protección.

-Podría congelar a la criatura. Quedaría conservada en hielo en el permafrost, eternamente. Allí en el norte quemamos a los muertos precisamente porque no podemos enterrar a nadie en el hielo. También evitamos que cualquier nigromante se dé un paseo por nuestros cementerios para levantar ejércitos de bárbaros -comentó como una broma, aunque Lissandra no solía bromear.

-Han demostrado ser una panda de inútiles -dijo mirando a los esbirros de Payne-. Pero necesitamos que alguien ponga la cara por nosotras. Déjales vivir hasta que ya no quede nada de ellos. ¿Seguimos?

Payne enarcó una ceja en dirección a Lissandra en un gesto extrañado, y después sonrió con una pizca de condescendencia hiriente.

—A ti no te deben durar muchos los seguidores, ¿verdad? —dijo Payne mientras se acercaba a Grune.

La sacerdotisa de Loviatar tomó el rostro del mercenario en su mano desnuda.

—Yo no soy de tu misma opinión, hechicera —dijo clavando en los ojos de Grune su mirada profunda—. Yo creo firmemente que la obediencia debe ser recompensada...

Payne besó a Grune en los labios, sin importarle que estuviera cubierto de sangre y mugre. Mientras lo hacía rozó suavemente su varita contra la entrepierna del mercenario, liberando el frescor del conjuro curativo. Se separó de él.

—... Y la sumisión, cuanto más profunda y sincera, más alabada y premiada. Estoy muy orgullosa de ti, Grune. Te has elevado por encima de la debilidad de Lutipold y la cobardía de Fredaric. Acabas de ser ascendido.

Agitó la varita en el aire.

—¿Estás seguro de que no necesitas mis atenciones, grandullón? Me he quedado con un par de plazas vacantes y viendo tus espaldas creo que tú podrías cubrir ambas.

Grune se quedó terriblemente sorprendido por la bondad de su Señora y sobre todo, por aquel beso que le supo a poco. De hecho, cuando le golpeó con la varita en la entrepierna, algo empezó a crecer y mirando sonriente y fascinado a la sacerdotisa blanca, sus terribles ampollas y quemaduras empezaron a remitir.

- Gracias mi Señora. - Dijo con el corazón bombeando sangre con fuerza hacia la entrepierna. - De verdad... - Tragó saliva, seguía un tanto deshidratado. - ...lo digo...

- Estoy bien. - Repitió.

No, no lo estaba. Estaba malherido. Su cuerpo estaba quemado y el roce de sus heridas contra la armadura y la propia tela de la ropa que portaba, se hacían casi insoportables. No obstante, no iba a aceptar ayuda de nadie. Él no necesitaba a nadie y menos a esa mujer que parecía querer hacerle sombra a él. ¡Él era Acheron! ¡El Asolador! ¡El Martillo Negro! ¡El Herlado de Gárgos! Aceptar limosnas de una sacerdotisa de Loviatar no era su estilo y no iba a cambiar de opinión.

Fue entonces cuando empezó a manipular su cinturón y cada vez que murmuraba una ininteligible palabra de mando, su cuerpo de iluminaba con una aura de luz sanadora y sus heridas empezaban a cerrar de forma mágica y rápida. Sonriente bajo su casco miró desafiante a Payne.

- ¿Lo ve? - Le preguntó orgulloso, aunque ciertamente seguía en un estado deplorable.

—Si cambias de opinión ya sabes dónde estoy —le dijo a Acheron con fingido desinterés, y volvió a descargar su varita sobre Grune después de haber esperado a que la primera carga hiciera efecto.

- Gracias mi Señora. - Dijo Grune arrodillándose ante Payne y besándole los pies. - No conocía esta faceta piados suya.

Finalmente se puso en pie y agarrando sus dos espadas, una larga y una corta, se dispuso a avanzar a la cabeza del grupo camino al interior del edificio donde reposaban los restos mortales del gran rojo al que Payne había hecho sucumbir a base del castigo infringido por su lividinoso látigo.

En el interior de aquella enorme sala el hedor a muerte era tremendo. A través de unos agujeros del techo se filtraban los rayos de luz del sol iluminando de forma tenue la estancia. Una enorme mesa de banquetes llena de telarañas y polvo se encontraba en el centro de la misma, rodeada por gran cantidad de sillas. 

El cuerpo de un varón yace inerte en la sala y parece parcialmente devorado. Llevaba ropas color ocre hechas trizas y llenas de manchas oscuras, posiblemente de su propia sangre. Cerca de su cuerpo se encontraba una maza pesada. En la esquina noroeste se encontraba otro cuerpo, éste de mujer, el cual sostenía todavía una espada y lucía una armadura de cuero negra. Junto al cuerpo tirado, había un arco corto.

Un pasillo hacia el oeste, da acceso a cuatro puertas. También al oeste se hallan unas escaleras. En la esquina noreste hay una nueva puerta y en la esquina sureste se abre paso un nuevo pasillo con tres puertas y que desemboca en una nueva sala.

Grune enseguida se puso manos a la obra para robar y saquear todo lo que pudiera. Primero se acercó al cuerpo sin vida de la mujer. 

- La armadura de cuero es de buena calidad. Puede que saquemos algunas piezas de oro por ella si la limpiamos. - Empezó a desabrochar las correas. - Está teñida de negro. Es bonita. - Concluyó.

Una vez logró sacarla de cuerpo de la mujer, la depositó en una esquina junto a una bolsa con monedas y tres gemas. 

- Trece piezas de oro y tres jades. - Los examinó a contraluz. - Unas cien piezas de oro cada uno. 

También colocó una espada larga y un arco corto, los cuales parecían de muy buena calidad en el montón y extrajo un colgante del cuello del cadáver. Se trataba de un colgante en forma de triángulo negro con una Y invertida dorada.

- El muerto lleva una cota de bandas. - Dijo llevándose la mano al mentón. - Muy pesada y de poca calidad. Creo que no merece la pena. - Buscó a Payne buscando su aprobación. - La maza pesada si es buena y esta máscara... - Mostró una máscara de piedra de color lila. - ...puede que valga unas doscientas monedas. Lleva otro colgante igual. - Se encogió de hombros. - Otras veinticuatro piezas de oro y un pergamino... - Lo examinó. - Podría ser un conjuro.

Lissandra estudió el complejo y analizó la situación lo mejor posible. Finalmente, de sus bolsitas sacó un pedazo de cuerda, que depositó en el suelo. Alzó su bastón y comenzó a realizar intrincados movimientos con las manos, mientras murmuraba un conjuro. La cuerda se puso recta y creció hasta quedarse completamente vertial, a varios metros del suelo.

-Dame ese pergamino, por favor, lo identificaré. Si es otro conjuro para detener el veneno, lo quemaré -comentó, furiosa. Aunque su cara no cambió de gesto en ningún momento-. El resto de cosas os las podéis quedar. He conjurado un espacio interdimensional seguro, podemos recuperarnos de las heridas en su interior sin temor a ser molestados. Solo hay que trepar por esa cuerda. No creo que estemos en condiciones de seguir si va a aparecer otra bestia como un dragón. Casi no lo contamos. Si eres tan amable, Glacis.

El monumental elemental cogió en brazos a Lissandra y trepó por la cuerda hasta dejar a la hechicera en el espacio. Después bajó de nuevo para ayudar a quien necesitara trepar por la cuerda.

Grune recogió las armas, las cuales parecían de buena calidad o incluso mágicas, las treinta y siete monedas de oro, los tres jades y la máscara ritual de color lila, así como el arco corto y las doce flechas y lo guardó todo. Luego observó los colgantes y tras examinarlos, determinó que no eran valiosos, por lo que los tiró al suelo junto con los cadáveres.