Partida Rol por web

Tras varios meses "desaparecido" era hora de volver a casa, de vivir una vida más tranquila...

Después de levantar el último campamento y tras dos horas a caballo, llegaste frente a la Fortaleza de los Kendrik. 

Había sido un viaje duro a través del páramo, de las llanuras y las colinas escarpadas. Viajo hacia el norte, de este a oeste; y sin embargo lo más lejos que estuvo de su hogar fue Invernalia. Después de algunas jornadas austeras, conviviendo con pueblerinos y pagando por las mismas mujeres que ellos pagaban -aunque fuesen un poco más caras-, siempre sin revelar su identidad, decidió marchar.

Rezó a los Antiguos Dioses antes de aventurarse a la vasta tierra del Norte, allí donde los peligros abundan y los cuatreros, saqueadores y bandidos carecen de compasión.

Pero allí estaba. Había regresado al lugar del que partió. Y todos los motivos que lo empujaron a marchar volvieron a modo de bofetada mental. Con la hoguera en ascuas, era el momento de enfrentar sus errores.

Se aventuró, capucha sobre el rostro, hacia los portones de la fortaleza.

Uno de los guardias te cerró el paso sin miramientos, amenazante. 

- ¿Donde creeis que vais? 

Tiró de las riendas del caballo cuando el guardia se interpuso en su camino con la mano en alto. Por un momento miró al guardia fijamente, sin perder la compostura; pasado este tiempo, deslizó la capucha hacia atrás, dejando su descuidado pero irreconocible rostro al descubierto.

-Ha pasado mucho tiempo... -No usó nombre alguno, no lo necesitaba. Reconocía a aquel tipo. Quizás se llamase Jerk, o Gerald, algo que no recordaba; pero lo reconocía. -Yo, Bryant Kendrik, hijo de Jon Kendrik, pido que os hagáis a un lado y me dejéis entrar a la fortaleza que ha pertenecido a mi familia desde tiempos pretéritos.

Y allí quedó, esperando la reacción de aquel tipo.

Te miró, tragó saliva, dirias que tras la presentación te había reconocido. 

- Lo lamento señor, yo... 

Miro hacía el muro

- ¡Abrid las puertas! 

-No tenéis nada que lamentar. Sólo hacéis vuestro trabajo.

Con la capucha colgando a la espalda, dio un débil taconazo en el costado del animal y lo incitó a adentrarse al patio de la fortaleza, directo hacia las caballerizas. Tenía la certeza de que no necesitaría indicación alguna.

Las puertas se cerraban a tu espalda y el guardia se apresuraba a dar la noticia. 

Una vez en las caballerizas, desmontó de su corcel y lo adecuó al lugar. De cuando en cuando lanzaba miradas al portón, como si esperase una cálida recepción por parte de algún familiar. Rechazando estos pensamientos, salió de la cuadra -no antes de dar algunas indicaciones al mozo sobre el animal- y esperó que algún soldado le informase de que la noticia de su llegada ya había llegado a los oídos correctos.