La pota de Penélope pareció extenderse por los charcos que habían quedado en el suelo tras la lluvia que Red trajo del East River. Como una mancha de combustible sobre la superficie del agua en un puerto, empezaron a apreciarse reflejos coloridos, texturas que fueron tomando intensidad a media que se iba revelando el mundo que les esperaba al otro lado. Aquel paisaje surrealista le recordó a Red a sus pinturas, era algo orgánico, químico, y en cierto modo, estaba vivo.
-Saltad…- dijo Penélope, en un susurro. Red fue el primero en entrar, después cruzó Oz, y por último saltó la chamana urbana, cerrando la puerta tras de sí. Antes de hacerlo, recitó una plegaria en la que rogaba a los espíritus callejeros que les guiaran en su periplo por los reinos del éxtasis para que su viaje fuera placentero, y pudieran encontrar el camino de vuelta.
El salto en sí ya era un verdadero “viaje”, pues superaba las más fuertes sensaciones que cualquiera de ellos hubieran experimentado nunca con las drogas en la realidad mundana, y cada uno de ellos lo vivió a su manera… *
Un ruido blanco, más parecido al de un televisor sintonizado en un canal muerto que al de las olas del mar, por su continuidad, fue invadiendo sus sentidos y sacándolos del estado alterado de consciencia en el que se encontraban. Otro sonido rompía la monotonía, dos “clack” seguidos de vez en cuando, siempre entre ellos la misma cadencia. Después del sonido llegó el tacto, el cálido cuero abrazando sus cuerpos. Luego se fue aclarando la vista, destellos que surgían de la oscuridad para morir a continuación como estrellas fugaces.
Cuando por fin volvieron a ser ellos mimos - con sus consciencias encerradas de nuevo tras los límites de sus organismos - y abrieron los ojos, poco a poco se fueron dando cuenta de dónde estaban; viajaban en un coche que parecía estar cruzando un puente infinito, y una figura terminó de enfocarse frente a ellos, sentada en el lujoso asiento. Estaban en el interior de una limusina, y no estaban solos.
* he preferido no dar detalles del colocón que supone cruzar el portal para que lo describáis como os parezca, vosotros mismos…
El salto fue más fuerte de lo que había esperado. Empezó con un sonido, una cacofonía de voces inconexas e incomprensibles que subían y bajaban de volumen, pero que terminaron aumentando en potencia hasta el punto en el que comenzó a sentirlas como una vibración que le golpeaba el cuerpo (el oído no es sino una especialización del sentido del tacto). Red comenzó a sentir las ondas como una sensación gruesa y luego como algo más fino, como agujas de sonido clavándose en su piel. Se sintió desnudo y adoptó una posición fetal, protegiéndose instintivamente. Entonces llegó la luz. Un caleidoscopio de colores que sobrepasaban las ondas visibles y se prolongaban hacia el infrarrojo y el ultravioleta. Tuvo que cerrar los ojos por el dolor y durante un instante sintió que solo era una bola de carne perfectamente esférica, protegiéndose del sonido ensordecedor y los brillantes colores que se le clavaban en el cerebro. Pero era imposible cerrarse a las sensaciones que lo asaltaban por doquier y empezó a recibir señales químicas que olía y saboreaba y absorbía por la piel y que le contaban historias de emanaciones y moléculas y fórmulas alquímicas que le traían recuerdos de todas y cada una de las drogas que había tomado a lo largo de su vida. Las neuronas responsables de los recuerdos estaban al lado de las que clasificaban los olores y en estos momentos el pintor despertado estaba reviviendo cada una de las etapas de su vida a través de los sabores que se filtraban en su cuerpo perfectamente esférico.
La sobrecarga sensorial era terrible, espeluznante y Red sintió que se perdería, se perdería para siempre dentro de sí mismo, sepultado bajo la carga de todo lo que estaba percibiendo, perdiendo su individualidad y su sentido del yo. Por un momento, se protegió dentro de si mismo, retrocediendo hasta su centro, como una persona que se esconde en un cuarto de baño dentro de una discoteca, buscando atenuar el sonido atronador de la música.
Desde allí, desde su centro, comenzó a desplegarse de nuevo. Era Redmond Fox, el Zorro Rojo, el Arquitecto disfrazado de Embaucador. Y ni todas las sensaciones del Universo podían borrar eso, no en este momento. Emergió de nuevo a la superficie siguiendo un ruido blanco y constante y ritmos que se repetían (clack-clack, clack-clack), como un faro brillando en la oscuridad, guiando a los navegantes perdidos en el mar del color del vino. Los siguió, enfocándose en llegar a donde fuera, en busca de un objetivo, de una meta, que le permitiera enfocarse.
Y entonces se encontró sentado en el asiento de una limusina que avanzaba por una carretera infinita. A su lado sintió la presencia de sus compañeros de viaje y, sentado frente a ellos, una figura que, al principio, no pudo identificar. - ¿Quién eres? - Se sorprendió al escuchar su voz, como si hiciera miles de años desde la última vez que había pronunciado alguna palabra en una lengua humana.
Oz se sumergió en aquel charco con una sonrisa fácil prendida de los labios y los ojos cerrados. Fue como zambullirse en una piscina de mercurio, o como él se imaginaba que debía ser esa sensación. Un tintineo metálico llenó sus oídos con el sabor de las campanillas silvestres y su olfato con un aroma fuerte a café. Estiró todo lo que pudo su consciencia, hasta disolverse por completo y convertirse en una melodía disonante, cada partícula, una nota, cada porción de sí mismo, una frase, y su cerebro, un silencio.
No había ideas, no había pensamientos, no había materia. Estaba sumergido en un empacho sensorial en el que cada uno de sus sentidos vibraba en un orgasmo saturado de luces y colores, de olores entremezclados y una música hecha con la misma realidad. Lamió con fruición cada línea del pentagrama que alimentaba el universo y se revolcó sin pudor alguno en la sinfonía que mantenía todo en precario equilibrio.
Hasta que el ruido blanco empezó a teñirlo todo de gris y su cuerpo volvió a ser su cuerpo, con su mente dentro y no al revés. Toda la melodía se contrajo en un suspiro tan hondo que deberían haber temblado los cimientos del cosmos y al inspirar de golpe se encontró en un coche. Su pecho oscilaba con una respiración agitada y su expresión hablaba del más puro placer. Aún le parecía que su piel debía estar chisporroteando con los últimos coletazos del clímax y sentía que su consciencia volvía lentamente como arrastrada por la resaca de las olas.
Escuchó la voz de Red y su sonrisa se amplió. Buscó a Penélope, pero no con los ojos, sino con la mano, palpando el asiento a su lado, en busca de su piel para sentirla cerca.
- ¿Qué quien soy?, soy tu refugio en las noches malas, tu compañero inseparable cuando ya has tragado demasiado de la mierda de los demás, el hombro en el que llorar cuando la vida es tan jodidamente dura que no puedes continuar sólo... - hace una pasusa, para dar el efecto deseado a su última frase, que expone con una sonrisa juguetona - La canción de cuna que necesitas para dormir
Quien habla es un chico joven y de un atractivo casi irresistible, su pelo negro despeinado cae sobre sus ojos con calculada perfección, su camisa blanca, jeans negros y chaqueta de cuero se ajustan como hechos a medida de su cuerpo, musculado en el punto exacto. El aroma que desprende es excitante y embriagador, y su voz transmite una mezcla encantadora de amistosa cercanía y decadencia.
Se dirige a Red, ignorando a Oz que aun saborea los últimos retazos del viaje con los ojos cerrados, y Penélope, que parece que aun no ha aterrizado.
Edito: un errorcillo
- ¿En serio? - dice Red, mirando de arriba a abajo a su interlocutor. - Curioso, pues no te pareces en nada a mi osito de peluche. - El pintor agita una mano, con la palma hacia arriba, frente al joven, como diciendo "no eres un osito, tío". - Ah, y que se sepas que no estás haciendo un gran trabajo, compañero. Me cuesta bastante dormir. - Red sonríe, pero se siente inseguro. No está acostumbrado a mirar a la gente a la cara sin la protección de sus gafas oscuras. En un sentido casi literal, se nota desnudo.
La sonrisa se va desvaneciendo, aunque no llega a desaparecer del todo de su rostro. El mago entrecierra un poco los ojos y observa al chaval. Y siente que sí que lo conoce. - ¿Tienes un nombre por el que pueda dirigirme a ti, compañero de viaje?
Su mano no encontró lo que buscaba y Oz terminó por abrir los ojos, lentamente, con una languidez melosa. Sonreía, no estaba claro si hacia Red, hacia el desconocido, o hacia sí mismo, pero, por lo que fuese, sonreía.
La voz del tipo se le antojó melodiosa, llena de malva, pero su mirada se va primero a Red para recorrerlo de arriba a abajo y asegurarse de que estaba bien. Se entretuvo un instante de más en sus ojos, esos ojos de dragón que solía ocultar tras las gafas. No recordaba haberlo visto nunca antes sin ellas, ahora que lo pensaba.
No interrumpió la conversación entre los dos, el mago parecía estar manejando muy bien las riendas de su viaje y Oz era consciente de que su compañera y él solo estaban ahí para acompañar y guiar en caso de ser necesario. Así que en lugar de hablar, desvió su mirada de ellos para mirar alrededor, en busca de Penélope.
La sonrisa del desconocido truncó en una mueca de decepción – El sarcasmo es el recurso de una mente débil – sentenció – te tenía por alguien más inteligente, viendo cómo has ayudado a Penélope a abrir la puerta a nuestro mundo… – Miró a la chica, que se encontraba recostada en el asiento al lado izquierdo de Red, aun con la mirada perdida. Este estaba en el centro, frente al joven, y Oz a su derecha.
– Ha sido tan especial lo que has hecho que incluso ha habido cierta discusión sobre quién de nosotros debía acudir a recibiros. Y habéis tenido suerte de que haya venido yo, pues a mi compañero no le ha gustado nada cómo has pervertido su esencia... Por el contrario, para mí lo que has hecho tiene un gran significado. Me conoces, Red, has bailado conmigo en muchas ocasiones, me has sintetizado en multitud de formas, casi tantas como nombres tengo… Hay uno, sin embargo, que me agrada más que otros por su simplicidad y fuerza. Podéis llamarme “M”.
Oz, como ya ha visitado más veces ese mundo, sabe que a parte de las mentes de otros "viajeros" y espíritus menores, en algunas ocasiones os podéis encontrar con entidades más poderosas, que son encarnaciones de las drogas. Por lo que dice este parece ser uno de ellos. Sabes que es arriesgado hacer tratos con estos espíritus, serían el equivalente a los demonios en el infierno... puedes obtener beneficios, pero también perder la cordura, la vida, o incluso el alma
La mueca de decepción del joven no le gustó. No le gustaba no saber a quién tenía delante, y no le gustaba que le juzgaran. Especialmente, no le gustaba que le juzgaran indigno de atención o peor, idiota. La trampa del orgullo, por supuesto. El Diablo cayó del cielo por el peso de su soberbia, y Red sabía que, si se dejaba llevar por ella, no aprendería nada.
El joven humano (que probablemente ni fuera tan joven ni fuera realmente humano) siguió hablando, mirando a Penélope, hablando sobre lo que había hecho para abrir el portal. Redmond se fijó en sus palabras, las analizó y al fin asintió, lentamente.
Ya sé quién eres.
- Te pido disculpas, M. Ha sido algo desorientador llegar hasta aquí y he olvidado mis modales. Nunca había estado en este lugar. - Señaló al paisaje que se podía ver por los cristales del coche. - No de forma física.
- Es apropiado que nos guíes desde el mundo real hasta donde sea que vayamos. - Señaló hacia el final de la carretera infinita por la que se desplazaba el coche. - Recuerdo el día que me ayudaste a dar el salto al mundo de los Despertados. - En una rave que había durado ya demasiado, aguantando en pie gracias a una combinación absurda y excesiva de drogas. Las noche (o noches) que se manifestó ante él por primera vez el Gigante Rojo. Cuando sus ojos cambiaron de color para siempre y pudo ver realmente. - ¿Me vas a ayudar a dar un paso más allá ahora?
-Podría, si tú me ayudas a mí...- respondió, y en su bello rostro volvió a aparecer una sonrisa - ¿Sabes? Este mundo está muy bien, pero tengo curiosidad por experimentar ese reino vuestro de la piel... Quiero escuchar la música, y bailar desde un cuerpo de carne y hueso. Experimentar lo que se siente al fundirse con otro ser humano en un abrazo, al recibir en la boca la humedad y el calor de una lengua viva. Ayúdame a tomar forma en tu lado, y yo te enseñaré a sintetizar los mejores compuestos. Piénsalo, podríamos ser socios, y llevaríamos a los asistentes de ese club vuestro a otro nivel... - entonces sacó una bolsita de su chaqueta y la levantó, mostrando el contenido frente a los ojos carmesíes de Fox. En el interior había una pastilla, con forma de corazón, que parecía palpitar al ritmo del sonido de las ruedas de la limusina al pasar sobre las juntas del asfalto - Solo tendrías que darle esto a un alma pura, del resto me encargo yo.
Hacedme una tirada de Astucia + Subterfugio, oculta pls.
Tirada oculta
Motivo: Astucia + Subterfugio
Dificultad: 6
Tirada (5 dados): 10, 4, 4, 6, 2
Éxitos: 2
Tengo Astucia 3 y Subterfugio 2. He puesto reserva de 5 y dificultad de 6 (por poner algo).
La conversación continuaba y algunas cosas empezaban a perfilarse con nitidez para Oz. Red, embebido en su búsqueda estaba jugando con fuego. Contempló su perfil un instante largo, fijándose en sus rasgos y preguntándose si era consciente de dónde se estaba metiendo. Pero al fin alargó su mirada más allá para detenerla en Penélope, que aún no había despertado.
—Ey, Pe —la llamó.
Estiró el brazo por delante de Red para tocarla y le dio una suave sacudida. Aún no había llegado al punto de preocuparse, sabía que cada cual hacía su viaje a su ritmo, pero la necesitaban y sí había una ligera turbulencia de inquietud púrpura en el malva. Se levantó y se cambió de sitio, para colocarse al otro lado de su amiga.
—Penélope —insistió, pero la mitad de su atención estaba en el buscador. Sabía que no debía interferir, que esa debía ser su decisión, pero se preguntaba si aceptaría el trato del espíritu.
Tirada oculta
Motivo: Astucia+Subterfugio
Dificultad: 6
Tirada (5 dados): 3, 4, 2, 2, 7
Éxitos: 1
Penélope no reacciona a los intentos de Oz por traerla de vuelta, su única respuesta es ininteligible, parece querer decir algo, pero lo que sale de sus labios es poco más que un gemido.
- Tranquilo - dice M, mirando a Oz - tu amiga aún sigue disfrutando del viaje. Estará bien, no te preocupes. - Su voz transmite cercanía y confianza, pero desde un principio parece haber algo que no cuadra en us discurso, algo que oculta. - ¿Y bien? - pregunta, dirigiéndose de nuevo a Red.
Lo que escuchó le hizo girar la cabeza para observar a M desde... otro ángulo. - Entiendo. - dijo, mientras examinaba al joven que no era un joven. Extendió la mano para coger la pastilla.
- Encontrar un alma pura no es fácil, M... - dijo, mientras observaba la pastilla con forma de corazón. Le dio vueltas, examinándola con curiosidad. Se fijó en su forma y estuvo tentado de ampliar sus sentidos para conocer su composición. Podía llegar a ser algo fascinante. ¿Qué secretos se podían encontrar allí? ¿Qué combinación magistral de moléculas?
¿Qué martillo, qué cadena?
¿En qué horno se forjó tu cerebro?
¿En qué yunque? ¿Qué osadas garras
ciñeron su terror mortal?
Sin darse cuenta, sin ser plenamente consciente de ello (o, en realidad, siéndolo) se encontró extendiendo su visión, acariciando la pastilla con sus ojos y su mente. Encontró que sonaba a música y que era armoniosa y que, probablemente, podría elevarle hasta cotas nunca soñadas de percepción y claridad. ¿Y qué no haría en la mente y el espíritu de un alma pura?
Era una belleza. Un hermoso mecanismo, elegante y sutil.
¡Tigre! ¡Tigre!, fuego que ardes
En los bosques de la noche,
¿Qué mano inmortal, qué ojo
Pudo idear tu terrible simetría?
Sonrió de nuevo. Ferozmente. Sostuvo la pastilla frente a él y se sintió... no exactamente tentado. No. Tuvo que ser otro deseo el que se asomó a su corazón. Ojalá hubiera sido otro deseo el que revoloteó alrededor de su corazón.
- ¿Sabes, M? En realidad, ahora que lo pienso, no sería tan difícil. - Sus ojos examinaban la pastilla. - Una noche cualquiera, en la House of Yes, podría, simplemente, merodear por la pista de baile. Elegantemente vestido. Rodeado de un aura de tentadora peligrosidad. Como un señor de la noche, de majestad contenida, pero con la promesa de poder desvelar saberes y conocimientos oscuros y poderosos. - Quitó por un instante su vista de la pastilla y la fijó en M. - Un poco... como tú.
¿En qué distantes abismos, en qué cielos,
Ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Y que mano osó tomar ese fuego?
Volvió a mirar la pastilla. - Puede que tardara algunas noches. Estas cosas no se pueden hacer a la ligera. Escogería a mi presa con cuidado. Con mimo. - Movió la cabeza ligeramente y frunció los labios. - Pero creo que al fin la encontraría. Quizá una muchacha joven, casi una niña. O un joven. Una persona, atraída por el ambiente intelectual de la HoY. Atraída por la libertad. Virgen de mente y cuerpo. - Se mordió los labios, pensando en ello. - Y sería sutil, como un estilete afilado que penetra en la carne casi sin ser percibido, hasta el momento en el que alcanza el corazón. Entraría en su mente, con lentitud, pero de forma inexorable. Atrayéndola hacia mí como las sirenas a los marineros. Derribando sus muros de precaución y reticencia con palabras veladas y una mirada cargada de ardientes promesas. - Se encogió de hombros - No me resultaría difícil, porque ya lo he visto hacer antes. Sería como una serpiente jugando con un ratón, bajando de mi árbol, reptando, con el fruto del conocimiento brillando entre mis fauces.
Sostuvo la mirada de M, con la pastilla sostenida entre ambos.
- Y al fin le daría esto, y esa persona, ese alma pura, sería tu vehículo para entrar en nuestro mundo. Ella pagaría el precio, no yo.
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas,
Y bañaron los cielos con sus lágrimas,
¿Sonrió al contemplar su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?
Hubo un silencio prolongado antes de que Redmond volviera a hablar.
- Salvo que sí lo pagaría. Nada es gratis, todo tiene su precio. No condenaré a un alma pura a servirte de puente al mundo donde las decisiones tienen consecuencias. - Le devolvió el corazón a M. - Desperté por las drogas. No sé si los camellos que me las dieron tendrán cargo de conciencia por ello. Lo dudo. Pero yo no soy ellos.
Se quedó mirando a M. Se le vino, por alguna razón, la idea de la mescalina a la mente. El alcaloide más antiguo usado como droga por el ser humano. La sustancia que hacía volar a los chamanes americanos hasta la Vía Láctea, y más allá.
- Que pueda hacer algo no quiere decir que lo deba hacer.
—Hmmm, ya.
Los ojos de Oz abandonaron a su amiga para fijarse de nuevo en el espíritu que había salido a recibirlos. Se lo quedó mirando en silencio, intentando percibir de qué modo resonaba con la partitura que lo era todo. Y de sus labios salía el malva, tranquilo y amable, pero en su armonía al músico le parecía detectar un chirrido lejano, ácido y amarillo, disonante, oculto. Falso. Entrecerró los ojos ligeramente y entrelazó sus dedos con los de Penélope. La idea de que fuese M quien la hubiese enredado en la entrada del viaje para tener a Red a su merced se hacía cada vez más fuerte. Pasara lo que pasara en el siguiente paso, Oz no tenía intención de soltarla.
Volvió a contemplar el perfil del pintor al escuchar su voz. Lo escuchó con atención mientras valoraba la propuesta y la desmenuzaba. Una sonrisilla divertida curvó la comisura de sus labios cuando se preguntó si haría lo mismo con su pentagrama, pero se esfumó cuando le dio la sensación de que realmente estaba a punto de aceptar la propuesta. Lo miró con fijeza, no quería intervenir, pero en ausencia de Penélope, su papel de acompañante en esa búsqueda no sería tan pasivo. Se preguntó qué le parecería a ella, qué haría, qué diría. Incluso entreabrió los labios, a punto de comentarle lo mala idea que sería aceptar... pero, por suerte, el discurso cambió al llegar a su final y la sonrisa regresó.
La pregunta ahora era cómo se lo iba a tomar el diablillo. Así que fue a él a quien miró entonces, expectante.