Descripción: Probablemente, el parque más famoso de Estados Unidos, Central Park es el pulmón verde de la ciudad, colocado entre los Upper Sides. Consta de varios estanques, como el gran Reservoir y The Lake, y en su interior se pueden encontrar desde castillos hasta el conocido zoo de Central Park. Hay una gran cantidad de caminos para pasear o hacer deporte, pasando por puentes, por zonas más boscosas y pedregosas o alrededor de las muchas praderas que se pueden encontrar.

Botín y premios: (Literalmente, se puede encontrar cualquier cosa)

Personajes: Candy

Eventos: Árbol del ahorcado (versión 2.0) / Candy

Otras características: Ocultación alta, hueco para cualquier locura

Puntos de entrada:

• Este (Upper East Side): Zona de bosque
• Oeste (Upper West Side): The Lake
• Sur (Midtown West): Zoo

Imágenes relevantes:

• Zoo de Central Park: 
• The Lake:
   

CENTRAL PARK

Probablemente, el parque más famoso de Estados Unidos, Central Park es el pulmón verde de la ciudad, colocado entre los Upper Sides. Consta de varios estanques, como el gran Reservoir y The Lake, y en su interior se pueden encontrar desde castillos hasta el conocido Zoo de Central Park. Hay una gran cantidad de caminos para pasear o hacer deporte, pasando por puentes, por zonas más boscosas y pedregosas o alrededor de las muchas praderas que se pueden encontrar.

Entradas/Salidas:

• Este: Upper East Side
• Oeste: Upper West Side
• Sur: Midtown West

Tamaño de zona: Grande 

Emergiste del metro renacido, totalmente inmerso en aquel hombre en el que Brenda te habia convertido ¿o era más apropiado decir que te habia liberado? No importaba. La carretera estaba vacia y la amplia entrada del parque te saludaba enfrente mientas a tu izquierda se encontraba una amplia glorieta y a tu derecha la larguísima calle que flanqueaba el frontal de Central Park.

Algunos edificios presentaban flores azules en sus ventanas que representaban que apoyaban la Purga aunque no participaran activamente y se quedaran a salvo tras sus carisimos sistemas de seguridad.

Eran las 18:57 por lo que aún no habia sonado la sirena de comienzo de la Purga. Habia varias personas que andaban a paso rápido, aferrados a sus bolsas, molchilas o maletines. Algunos más cercas de ti que otros. Una de ellas era la rubia del metro, que cruzaba la calle y estaba a punto de alcanzar el monumento Maine.

La boca del metro vomitó un esputo de grasa y maldad, una mezclolanza de amargos sentimientos, heridas que no habían termiado de cerrarse y una motosierra con una cadena nueva y afilada a conciencia. Bubba contempló el radiante mundo que danzaba delante de él. "Central Park nunca falla, les gusta a todas las chicas", le había dicho una vez a alguien, hace mucho tiempo. Estaba lleno de vida. Él no.

Contempló los sacos de carne, huyendo del lugar, abrazando sus maletines y bolsos como si en ellos hubiera algo que tuviera verdadero valor, corriendo hacia casa, para refugiarse tras cristales antibalas y puertas blindadas mediante cerraduras de tres puntos. Los florones azules; cobardes que apoyaban aquello para lo que no poseían el suficiente valor. Jaulas de oro y nada más.

El reloj no marcaba la hora. No aún. Los violines no se habían puesto a tocar la fatídica canción. Pero Él ya estaba despierto. Y ansioso. Observó los sacos de carne. Algunos corrían, otros se pegaban demasiado a él. Les devolvió la mirada; su expresión era inerte, sus ojos estaban vacíos. Un brillo mortuiro los reflotó cuando vio a una mujer rubia en la distancia. No pensó en lo que estaba haciendo, directamente empezó a caminar hacia ella. No corría, pero su andar era decidido y raudo, devorando el espacio que le separaba de su víctima con rapidez.

La Purga no había empezado. No aún. Pero puede que, cuando la alcanzase...los violines ya hubiesen tocado la última nota de la canción de esa mujer.

—Brenda —su voz resultó un rasguido, unas cuerdas vocales resecas y profundas. Apenas se reconía, pero estaba bien así. El resto del año era un saco de carne, como los demas. Materia viva atrapada en una vida ya muerte. Ahora mismo se sentía hinchado, un dios de la carne y la sierra rodeado de mortales de hueso y pellejo.

Siguió a la mujer. Iba a ser una gran noche.

La mujer se metió dentro del parque justo cuando la alarma daba paso al inicio de la Purga. Quizás lo hizo por que quería acortar camino en lugar de rodear todo el parque, o quizás pensando que allí tendria más sitios donde esconderse mientras volvia a casa. Su respiración era jadeante, apresurada y en un primero momento no pareció percatarse de que le seguías.

Fue un ladrido lejano, o el crujir de un arbusto cercano debido a una de las ardillas que correteaban por el parque, pero el caso es que volvió su asustado rostro hacia ti, enmarcado por un precioso pelo rubio y pacialmente desfigurado por el miedo cuando vió tu imponente y tétrica figura detrás suyo.

El viento llevó hasta ti el gemido que brotó de sus labios antes de aclerar el paso. Y supiste que ya era tuya. Estaba presa del caos que el terror habia generado en ella y sabias que en cualquier momento tropezaria, o se meteria por un camino sin salida....

Aquello sucedió como en una película de terror que tuviera más de cuarenta años. La carrera furiosa de ella, frenética, a través de un paraje que se oscurecía llamando a los monstruos y a la maldad. El paso acelerado emulaba una carrera perfecta. Pero era trémulo, lleno de dudas y de los espasmos del pánico. Él se limitaba a avanzar, sin llegar a correr, sabiendo que ella no tenía a donde correr. Tarde o temprano se cansaría y él la atraparía.

De vez en cuando la muchacha rubia miraba hacia atrás. A veces no le veía. Otras, vislumbraba su cara de cuero desde una esquina. Era implacable. Como el amanecer, solo tenía un fin y un sentido.

Ella terminó por tropezar. Pensó que él se encontraba aún lejos pero estaba encima de ella. Se arrastró panza arriba, tratando de evitar lo inevitable. Bubba arrancó la motosierra. Si había algún mirón en las cercanías el motor de su máquina lo espantaría. Ella emitió un grito. Pronto murió en sus labios, consumido por el petardeo del motor de dos tiempos y por la sangre.

El espadín se clavó  en el omoplato derecha de ella, arañó el hueso antes de seguir una carrera descendente, abriendo un canal de arriba abajo con la precisión de un cirujano y la torpeza de un matarife. El rojo tiñó el suelo, salpicó su delantal. La abrió en dos. Detuvo el motor. Cogió el gacho que tenía para carne y lo clavó en sus entrañas aún calientes. Elevó el cuerpo, apenas cincuenta kilos, calculó, y lo arrojó a un lado del camino.

Liberador.

El cadáver, en una posición antinatural, le miraba entre las sombras. Él devolvió la mirada y empezó a ver las diferencias. El rubio no era tan claro, la nariz era más grande, los carrillos más anchos, y tenía un piercing en la nariz. Se parecía mucho a Brenda. De hecho, había pensado que era ella. Pero no lo era. Solo una pieza más en el camino hacia su venganza. Apagó la máquina, dejó que la cálida sensación de euforia recorriese su cuerpo. Matar le hacía sentir vivo. Aquella mujer no era Brenda. Pero la encontraría.

—Brenda…

Cuando apagaste la motosierra, un extraño silencio se habia instaurado, como si hasta el mismo viento tuviera miedo de hacer ruido ante tu presencia. A lo lejos vislumbraste una chica, con dos machetes en ambas manos. Su careta te impedia observar su rostro pero te miraba fijamente, con la mascara enmarcada por dos preciosas y larguisimas coletas rubias

No esperó a ver tu reacción, pues salió corriendo en otra dirección, pero no de forma desordenada, si no que buscaba el cobijo de los elementos que le proporcionaba el parque.

Tus oidos también captaron cerca el murmullo de gente llegando. Pero parecian ser muchos. Y se mezclaban algunos sollozos y llantos.

Apagó la motosierra, ajustó la motosierra de entrada de aire y cerró un poco más la espita de gasolina. Los garfios de la cadena chorreaban carne. Algunos tenían prendidos pellejos de piel retorcida. Piel que hace unos momentos había sido fina, tersa, y que ahora era basura, inmundicia. “Somos muerte y decadencia”.

¿Por qué seguía sintiéndose triste? Brenda estaba muerta. Brenda seguía viva en su corazón. No se sentía mejor. Debía seguir matando. Alimentando a la bestia hasta que alguien le detuviera o hasta que el animal de su interior quedase saciado. Saciado, cerradas sus heridas.

¿Y ahora qué?

Fue consciente de que alguien le observaba. Una aparición. Una diosa de coletas rubias armadas con dos machetes. Otra jugadora. ¿Otro monstruo herido como él o solo una fanática de la sangre y el sufrimiento? Ella desapareció antes de que él lograse encontrar una respuesta. Venía gente. Un grupo. Grande.

La chica había seguido un trazado perfecto, se escondía pero acechaba. Él haría lo mismo. Después de todo, la chica le había invitado ¿No es así? Así que seguiría sus pasos, muy cautos, con la motosierra a mano, aprovechando la maleza y las crecientes sombras para ocultar su corpachón.

La muchacha tenía ventaja, y lo sabías, pero su estela teñía el aire del lugar con el olor que ella desprendia, a dulce pero con una pizca de cítrico. Curiosamente, y a pesar del volumen de tu cuerpo, acortabas la distancia que os separaba con rápidez siguiendo ese rastro, aunque seguías sin poder verla.

Hasta que llegaste a un camino sobre el cual cruzaba un puente hecho de piedra desgastada. No sabias como, pero encima de él estaba ella. ¿Habria trepado? Desde luego parecia tener la agilidad y fuerza necesaria para ir escalando por los pequeños recovecos que quedaban entre las propias piedras que conformaban el puente.

- Quieto ahí - Allí estaba ella, en lo alto, señalandote con una de las espadas, la otra reposando en la funda de su espalda. Su voz, amortiguada por la máscara, no era suave ni áspera. Era decidida, autoritaria, de alguien que no tiene miedo de nada... o de casi nada.

- Buscate a otra presa más fácil. Yo no estoy en la carta de tus victimas - miró de reojo a su espalda para asegurarse que nadie más venía y esperó a ver que decias antes de hacer cualquier otro movimiento.

El aroma dulzón de la mujer escondía, como todas, una gota de veneno, ácido, que quemaba sus fosas nasales. Belleza envolviendo el peligro. Una buena definición para una mujer.

La persecución fue breve. Ella sabía que él lo seguía y él sabía aquello, pues a pesar de que ella era más esbelta, el terreno entre ambos se acortaba. Como esperaba, ella le esperó en una posición que creía predominante; encima de un puente. La imagen tenía algo de romántica; la mujer, semidesnuda, coronando la antigua construcción. Sería un buen un póster para una de sus queridas películas de serie B si alguien pudiera inmortalizar el momento.

La mujer era todo seguridad y arrojo. Inteligente, pues no se había parado a hablar con él allí donde pudiera alcanzarla. Tenía algo que lo atraía, más de sus rubios cabellos y el parecido con Brenda. Brenda, siempre su amada Brenda. Decían que un clavo sacaba a otro clavo. Era buen momento para buscar la salvación. Salvo porque él ya estaba lejos de ella. Pero, como en toda buena trama, debe de haber una chica atractiva. Y las lady killers vendían bastante bien.

Y a él no le importaría vivir un idilio amoroso. Al menos, en apariencia. Al final de la noche ella estaría muerta, de una forma o de otra. Pero, de momento, a nadie le amargaba un dulce.

—O estás entre mis víctimas o estás de mi lado —su voz era grave, grotesca —. ¿Has bailado con el diablo bajo la luz de la luna? —No esperaba que entendiera la referencia —. Hay sacos de carne para los dos. La noche es joven, somos, dos almas solitarias. ¿Condenados a entendernos? —dejó que la punta de la motosierra besase el suelo —. ¿O condenados a matarnos el uno al otro?

Su brazo, el que sostenia el filo que te apuntaba, descendió lentamente hasta quedar al lado de su cadera mientras tu hablabas. Una suave brisa hacia bailar el bajo de su minifalda y la punta de sus coletas. A lo lejos se oian risas entremezcladas con llantos y sufrimiento en una siniestra tonada

- Yo no mato grandullón - su voz sonaba extrañamente relajada - Yo sobrevivo en este mundo de mierda llevando mis presas a la feria de la carne. O sea que no vería tan mal la idea de asociarnos. Diria incluso que hariamos un buen equipo. Yo cazo y tú te diviertes, pero... - alzó el mentón mientras daba un minusculo paso hacia atrás - ....deduzco por tu pregunta plagiada que ya me has metido en el primer saco ¿o me equivoco?  - con la punta de su bota comenzó a remover la arena que habia sobre el suelo que pisaba y los músculos de sus piernas se remarcaron ligeramente, prepárandose para la carrera

Si algo definía perfectamente a una mujer era su inestabilidad, su capacidad de comprender más allá de las cosas mundanas. Solo sabían morir, desnudarse o chillar. Chillar mucho. Sangrar también lo hacían bastante bien. En ocasiones aparecía una guerrera, un fémina capaz de marcar una diferencia y de lidiar con el monstruo del celuloide. Eran escasas, con poco protagonismo y generalmente morían al final del acto. En resumen, no eran Brenda. Bendra tenía muchas caras y siempre volvía. Siempre.

Bubba interpretó la expresión corporal de la mujer. Iba a correr o a lanzarle arena contra los ojos. Una pérdida de tiempo. No se mostró amenazante...todo lo no amenazante que podía mostrarse un gigante con una máscara hecha de piel sobre su rostro y una motosierra con sangre tibia sobre las cuchillas.

—Allí hay un grupo más grande —sentenció, ignorándola. La rodeó, sin quitarle un ojo de encima. Ella poseía un interés que bien podía ser relevante para la noche o solo una anécdota —. ¿Bailas?

Todo su femenino cuerpo se quedó en suspensión mientras seguía con los ojos tus movimientos. Casi podias sentir como sus pensamientos iban a toda velocidad, como su corazón latia algo más rápido debajo de aquel blanco sostén.

- Me interesa - se movió un par de pasos para evitar que acortaras las distancias más de lo necesario - pero que corra el aire entre nosotros. No me fio de tu amiga - dijo imprimiendo algo de desenfado en su voz mientras señalaba tu sangrante motosierra.

- Te sigo - te dijo irguiéndose en toda su altura pero alerta a tus posibles movimientos. Avanzasteis por el parque, por esos caminos bien cuidados, guiados por los ruidos. A lo lejos ya vislumbrasteis la escena.

5 personas. Dos hombres y tres mujeres con inmaculados y carisimos pijamas blancos, bailando alrededor de dos pobres desgraciados sacudiendose quedamente en los brazos de aquella agónica muerte. No parece que lleven armas....

“Así que le va el riesgo, como a mí”, sonrió a la joven. Se percató de que ella no podía ver su sonrisa. Su mano se posó sobre su máscara. Por primera vez en aquella noche la consideró un estorbo. Quizás en el fondo no era un monstruo sino un hombre fingiendo que lo era.

Avanzaron  por el parque. La noche era silenciosa, fría y calidad a la vez, llena de promesas. Los globos de las farolas se le antojaron luciérnagas de metal que despertaban sombras y sentimientos largo tiempo muertos en él, creando a su alrededor un mundo extraño y diferente, como si hubiera cambiado de fase para aparecer en un universo totalmente nuevo. De vez en cuando él desviaba sus ojos hacía los alegres andares de ella. Podía considerar aquello una cita.

No eran los únicos que se estaban divirtiendo. Observó la escena. Pijamas blancos, fantasmas. Otras personas que pretendían ser algo que no eran. Había dos colgados. Agonizaban, se asfixiaban. Su primer impulso fue encender su máquina y correr hacia esos desgraciados para darles una muerte rápida pero dolorosa, solo después de llevar el miedo hasta sus corazones.

Pero…Bubba había visto demasiados VHS para saber que todo escondía trapas y que si el villano quería sobrevivir al final de la historia debía ser más listo de lo que se esperaba de él.

Le hizo señas a su compañera. Cada uno trazaría un círculo alrededor de la escena en direcciones opuestas hasta que se encontrasen. Así descubrirían su había alguien escondido en la maleza. Porque Bubba pensaba que era improbable que cinco personas desarmadas hubieran podido reducir a dos. Así que debía haber alguien más. Alguien armado.

Y si resulta que no había nadie…entonces sí, entraría en escena, encendería la máquina y vería cuanto podían correr esos fantasmas.

—Los asustaré para que corran hacia esa dirección —le diría a su amiga —. Los que atrapes, te los quedas. Los que no, se los queda mi máquina.

No se escuchaba ruido más que el de la gente que canturreaba y reia, saltando y bailando alrededor del árbol del ahorcado. Os dividisteis para rodearlos, y gracias a la cobertura de los arbustos y de la poca iluminación de vuestra zona, nadie se percató de vuestra presencia allí.

Gracias a la luz que habian instalado aquellas personas para disfrutar su obra, apreciaste  con más claridad el contorno de los cuerpos que habia bajo aquellas impolutas ropas. Los voluptuosos pechos de ellas mostraban que no llevaban sosten. Todos llevaban cuchillos de distintos tamaños enganchados en la cinturilla de su ropa interior inferior. Aquellos cuchillos te daban risa en comparación con tu pequeña. Tampoco podian compararse con los machetes de Candy.

Cuando te encontraste de nuevo con la rubia enmascarada ella se acerca más a ti, pero su arma, aunque baja, va por delante, por si acaso

- No hay nadie - te señala un grupo de gruesos árboles que hay a un lado - mandamelos allí, si te parece bien - giró para alejarse, logrando que sus coletas crearan un arco en el aire, pero se detuvo de golpe y volvió a mirarte - Yo solo los reduciré para dejartelos a ti. Y uno vivirá para llevarlo a la Feria de la Carne. Necesito el dinero - esperó tu respuesta antes de alejarse sigilosa

Tú tampoco habias visto a nadie escondido, así que tenias via libre.

—Espera —dijo él, voz de piedra, un eco cavernoso que rebotaba de un lado a otro en el hueco que había en su alma —. ¿Tienes nombre? —Otra sonrisa, una máscara de carne que le impedía ser él…o que le ayudaba —. Yo soy Bubba.

Correrían, sudarían, usarían todo su cuerpo prisioneros de un frenesí enfermizo. Sus pensamientos racionales se desvanecerían por el sumidero de sus deseos más carnales. Salpicarían sus cuerpos de efluvios vitales, sentirían la dicha y el gozo, el éxtasis. Aquello sería como follar, o mejor, como hacer el amor. Porque había pasión, intención. Y ¿Dinero? También tenía que ver mucho con el amor.

Al final resultaba que perpetrar una matanza iba a ser mejor que cualquier encuentro carnal.

Sus ojillos pervertidos y heridos, de animal atrapado por un cepo llamado Brenda, observó a las mujeres danzar. Y a su compañera. Ella era perfume y arco iris, dos filosos machetes ribeteados con purpurina y una promesa de diversión. Las mujeres que bailaban eran ángeles caídos, hermosas formas seductoras con escasa ropa, engañosos movimientos y armas escondidas que besaba su piel. Eran sensualidad pura. ¿Era algún rollo religioso o solo otra orgía de muerte?

¿Acaso importaba? Él era Bubba, el último grito de una época ya agonizante, cuando los hombres eran hombres y las mujeres permanecían con su amado hasta el final de la película. Pero resultaba que el héroe no era lo bastante bueno, ella lo abandonaba y solo quedaba alguien tras el telón, abatido y solitario. El monstruo.

Todas eran Brenda. Brenda uno, que bailaba como un demonio. Brenda dos, que daba pequeños pasos como un pajarito inocente a pesar de que no había nadie inocente bajo el nocturno cielo. Brenda tres, cuyo pecho se agitaba con un vaivén obsceno y seductor, más que las demás. Brenda cuatro, esa puede que sobreviviese ya que no tenía nada de particular. Casi no era una Brenda. Y Brenda cinco, la que parecía reflejar el éxtasis en cada uno de sus movimientos.

Salió de las sombras, desprendiese de ellas como de una capa que hasta ahora le hubiera servido de camuflaje. Salvo por su rostro. Éste, aún envuelto en sombras, mostró una sonrisa rígida y muerta. Llevaba el arma baja, aún parada. Se personó en la escena, sucio, roto, gigante, nada grácil, rompiendo el encanto, la magia, de lo que quiera que estuvieran haciendo.

Escuchó la música, su motosierra arrancó. El petardeó trajo el perfume de la gasolina y el metal recién afilado a sus fosas nasales. Tensó los músculos de sus brazos. Ya se habían dado cuenta de su presencia; el monstruo aún en el mundo de los monstruos. Ellas eran cinco, llevaban armas cortas. Podían matarle. Solo un idiota se enfrenta a cinco cuchillos. O alguien que busca la muerte. O un monstruo que sabe que, el miedo, no dejará actuar a sus víctimas.

Pobre Brenda dos. Aún debía de estar procesando qué clase de monstruosidad tenía delante de ella. Le sacaba dos cabezas y pesaba el doble, puede que el triple que ella. El motor crepitó y él empezó a cortar. La cadena mordió piel, músculo y hueso. Desde el omoplato hasta la pelvis, un corte incompleto pero suficiente para provocar un surtido de sangre, órganos y alaridos.

—No debiste de dejar de bailar conmigo, Brenda —gruñó, mientras sacaba el arma del cuerpo destrozado y miraba a las demás* —. Danzad para mí, malditas.

Correría hacia ellas, zarandeando el arma delante deél, empujándolas hacia la posición de su compañera.

CANDY. Ese era el nombre que te dió antes de alejarse. Por su voz casi habías intuido una sonrisa tras su mascara, pero no podias estar seguro.

Sentias en cada fibra de tu cuerpo la excitación mientras la carne se abría ante ti como una flor carmesí, exponiendo todo su interior sin pudor alguno. Solo un leve gorgoteo como nota final de la vida de aquella patetica mujer. Los dos hombres y una de las mujeres corrieron completamente desquiciados justo en la dirección en la que querías. Sus rostros desencajados por el horror ante lo que acababan de presenciar.

Pero otra.... otra se habia quedado plantada observando las visceras de su compañera cubrir el terroso suelo que pisaba. Cuando pasaste por su lado alzó su camisón sin vergüenza alguna para coger el cuchillo que sostenian sus braguitas de encaje y cuando quisiste darte cuenta... ella ya habia cogido impulso con sus pies descalzos para saltar sobre tu espalda, pegando su cuerpo contra ti mientras un brazo rodeaba tu cuello y alzaba el otro para intentar clavarte el cuchillo.

Le dijo su nombre. Un nombre puro e inocente, picante y provocador, un nombre que resonaba en la cavernosidad de su alma, rebotando como un eco inquieto y molesto. Un eco lleno de posibilidades. Ella se llamaba No-Brenda. Era la primera No-Brenda que conocía desde Brenda. Una vez conoció a Brenda, solo Brenda había existido. Tras su marcha, en más de un sentido, todas se habían convertido en Brenda. Aquella mujer era diferente. ¿Podría ser ese su camino hacia la sanación de sus heridas o un peldaño más en su descenso hacía el Infierno?

Mantuvo firmes los brazos, sujetando con fuerza la motosierra la cual devoraba carne, vísceras, músculos y huesos. La sangría se convirtió en una extensión de sus pensamientos; muerte, dolor y agonía. La vida misma en estado puro escapando, corriendo sobre el filo del frío acero. El cadáver se desplomó ante sus pies. No se molestó en mirarlo.

Tres de los danzantes salieron corriendo hacia la posición de No-Branda. Otra lo enfrentó. Al principio pensó que quería seducirlo.

—Eso no funcionará conmigo, perra —escupió las palabras para darse cuenta de que ella solo quería tomar posesión de su arma.

Un pequeño cuchillo que le hizo sonreír. Ella subió a su espalda, esgrimió el arma como una de esas heroínas que se enfrentaban a los monstruos. Monstruos como él. El cine actual estaba repleto de ellas; el empoderamiento de la mujer a través del celuloide. No más víctimas, solo guerreras. Pero él era un vestigio del pasado, un molesto recordatorio de que aquellos ideales no podían cumplirse siempre. Que las certezas del pasado aún tenían poder, presencia, voto. Y sed de sangre.

Se la sacudió como King King se sacudiría a otro simio que hubiera saltando encima de él. *Tuvo suerte de agarrar uno de sus finos tobillos. Quizás era bailarina, o stripper. En cualquier caso era liviana como un pajarillo, por lo que le costó mucho esfuerzo arrojar su cuerpecito contra el suelo. La pateó solo para que no intentase escapar y luego bajó su implacable espada, ya sin saber si cortaba torso, estómago, extremidades o cuello. Solo veía sangre, su mundo se había vuelto rojo.