Partida Rol por web

Armaduras metálicas, alfombra guía, ambiente cálido

El último día de fin de semana llegaba a su fin y la oscuridad de la noche se acercó más rápido de lo que esperaba. Sentado al borde de un ventanal a las afueras de su común, pensó en que esta semana había mucho que celebrar y que ahora era el momento idóneo para hacerlo. Alzó su varita en dirección al suelo por la ventana abierta y de un impulso formuló las palabras mágicas.

—¡Verdimillious! 

Y de su varita solo salió una chispa, la única que necesitaba para acabar bien su semana.

Amaris se acercó al ala oeste, donde se encontraba la sala común de Gryffindor. Necesitaba hablar con su hermana y, para ello, le había enviado una nota con Angelina. 

Además de su enojo y sus heridas, Amaris traía consigo a sus mascotas: Otus, Tyto y Ptylo, la jaula y el resto alimento para lechuzas que le quedaba. 

Cuando llegó Alice, Amaris intentó calmar la preocupación de su hermana sobre sus heridas, que estaba bien, que sanaría pronto. Luego, le señaló las lechuzas y,con un gesto resignado, le pidió:

—Puedes hacerte cargo del pequeño Otus, de Tyto y de Ptylo. Con todo esto, estoy desbordada y apenas puedo hacerme cargo de ellos. Además se vienen los exámenes y, en fin... —suspiró. —Envíalos a casa, por favor. Prefiero que lo hagas tú, ¿lo harías por mí?

-Claro, ¿pero estás bien? -preguntó Alice preocupada

[...]

Amaris vaciló un instante, antes de lanzarse a los brazos de su hermana. No, no se encontraba bien. Nada bien. Llevaba muchos días arrastrando miedos y pesares, penas propias y ajenas, dudas, desilusiones y, ante todo, la confianza en jaque. Ya no se fiaba de Hogwarts, ni de su director y mucho menos de algunos profesores, con Quirrel a la cabeza. Pero lo más grave, lo peor, era que había perdido la fe en sí misma y no hallaba consuelo. 

—No, la verdad que no. Tengo miedo.

Hogwarts había conseguido lo imposible: mellar la voluntad de Amaris, hacerla dudar de sus propias capacidades, amedrentarla. La pequeña bruja tenía miedo de lastimarse, de lastimar a sus compañeros, de fracasar (que ya no fallar) en sus proyectos y de perder la capacidad de soñar.

Entre lágrimas, le fue contando a su hermana sus temores: le contó de su amigo que casi muere ahogado, de otro compañero que se había quebrado un brazo, de... De lo ocurrido en la clase de DCAO, de su amiga herida por intentar ayudarla y de como el profesor lo había impedido, y de su impresión de que Quirrel jamás hubiera detenido el ataque si ella no se lo hubiera exigido. ¿Y si en su terquedad hubiera continuado luchando contra aquellas criaturas? Ahora estaría pagando las consecuencias, mucho más severas, por cierto. 

Y el profesor no hubiera hecho otra cosa que mirar. Mirar con esos ojos pequeños e inquisitivos, mirar, solo mirar. ¿Acaso lo disfrutaba? Amaris había comenzado a detestar y a temer a Quirrel, y ese sentimiento la hacía sentir vulnerable. 

—Ya... ya no sé si q-quiero volver a las clases de... de DCAO —confesó. —Y encima ahora también tengo que dominar Locomotor en estos días, si quiero aprobar Encantamientos. ¡Y casi le saco un ojo a Murphy en una de las prácticas! T-tengo miedo —murmuró, acongojada. —¿M-me a-ayudarías? —le preguntó a Alice, muy avergonzada. Siempre había creído que podía sola; ahora lo dudaba. —N-necesito recuperar la confianza. T-tengo m-miedo de lastimar a alguien... o de... lastimarme.

-No puedes acudir a mi cada vez que tengas miedo, Hogwarts es duro, herirás a la gente y te herirán, sufrirás, pero te volverás más fuerte. Lo siento hermanita, no puedo ayudarte, la semana que viene son los parciales y tengo que prepararme para ellos, además de estudiar para los T.I.M.O.S

Amaris miró a su hermana igual que hubiera mirado a un alienígena. Y, de tan atónita que estaba, no reaccionó. ¿De qué hablaba Alice? 

"No puedes acudir a mi cada vez que tengas miedo."

¿Cuándo había hecho eso? ¡Nunca! Siempre se las había arreglado sola y, cuando por primera vez le pedía ayuda... Alice le decía que...

Amaris apretó los labios, y solo asintió. ¿A qué? Ni ella misma lo sabía. Sólo asintió, como una autómata. Dejó a Tyto, Otus y a Ptylo a cargo de su hermana y se alejó en silencio, los labios prietos, desilusionada. 

Si Alice le hubiera dicho que no podía, que tenía muchos exámenes y los T.I.M.O.S., Amaris lo hubiera entendido. Ella misma se abstraía con los estudios y se olvidaba del mundo, ¡hasta se había olvidado de sus mascotas! Pero que  le dijera que no podía acudir a ella cada vez que tenía miedo, era... Amaris contuvo la rabia y apretó los labios y los puños. Quería gritar, pero no lo hizo.

Solo murmuró:

—Aequam memento rebus in arduis servae mentem...

...

Eduardo salió de la clase de Defensa contra las Artes Oscuras y se quedó un rato en un banco sentado. Al rato, decidió sacar la varita e intentar algunos hechizos. Pensó en qué asignatura lo tenía peor y no había otra que transformaciones. Deseo que todo saliera bien, que no tuviera que regresar a la enfermería.

Lo intentó con aparecium. Sacó los pergaminos en donde tenía la tinta invisible e intentó hacerlos, uno seguido del otro. Su esfuerzo fue elevado, hizo lo que pudo concentrándose en que se viera al menos un cacho de lo escrito. Sin embargo, no consiguió dominar la técnica del hechizo.

Se dio por vencido y guardó su varita, pero lejos de perder la mañana, reconoció a un alumno que pasó por allí.

—¡Eh, tú! ¿Eres Roger Davies, no? —señaló, al Ravenclaw—. Vi tu anuncio de que enseñas un filtro de restauración. Me ayudará con la cadera. ¿Me enseñas?

-Estoy demasiado ocupado como para intentar explicarle una poción compleja a un alumno de primero, quizás dentro de unos años

Eduardo regresó bastante contento de la clase de transformaciones. Ahora se le daban mejor, así que estaba muy motivado para seguir aprendiendo. Sacó su lista de retos pendientes y repasó aquellas transformaciones que todavía no había logrado. Eran muchas. Seleccionó las más importantes, no tenía mucho tiempo hoy.

—¡Allá vamos! —apuntó a unos pañuelos y se concentró en unas palomas—. ¡Avifors! —El pañuelo se movió, pero solo por la respiración de Eduardo. Volvió a intentarlo—. ¡Avifors!

Nada, la transformación en ave era difícil, quizás siendo Ravenclaw tendría alguna ventaja para transformarlos en cuervo.

Miércoles, tarde

Al salir de la común para asistir a la clase de astronomía, a Eduardo se le atascó la cartera. La cremallera debía estar atrancada en algún punto como solía ocurrirle al correr el frenillo de sopetón. Gruñó. No le apetecía esa clase y ahora tardaría en llegar. Entonces intentó el encantamiento que no le salía. Agarró su varita y pronunció las palabras mágicas.

—¡Alohomora! —sorprendentemente funcionó—. ¡SÍÍ! ¡ VAMOS!

La alegría le duraría el rato que caminara hasta la torre de astronomía.