Espero a que tus compañeros contesten y narro tu siguiente escena ;).
Entendido. ¿Saco una conversación con Eduard de esta info (ya que le he preguntado a él directamente) y con eso escribo post? ¿Escribes tú algo?
[Director]: sí, ahora te redacto la respuesta de Eduard. Es que quería resolver otro turno y tuve que ponerme con la cena. En unos minutos te actualizo.
—He oído que es una bestia espectral —dijo en tono ominoso —. Negro, enorme, escuálido como un cadáver y cubierto de pústulas. Una visión horrible antes de caer preso de la Peste de Medianoche.
El hombre parecía bastante nervioso y dirigía miradas furtivas a su hija, tras la barra, y a las jarras de hidromiel. La aparición de Volk por poco lo sobresalta.
—¿Eh? Sí, claro, hasta luego, muchacho. ¿Y ustedes, caballeros? Deben estar cansados del viaje, ¿verdad?. Relájense. Siéntanse como en su casa en mi posada, mantengo mi palabra de que todo corre por mi cuenta. Hay habitaciones de sobra, platos calientes y un buen fuego que mantendrá sus pensamientos alejados de la noche.
Al final me lié con unas cosillas, mis disculpas.
- Está bien- asintió Babaccar a Volk mientras interrumpía su discurso con Eduard.
Al viejo druida no le había pasado desapercibida la sigilosa conversación de su compañero con la dama de la otra mesa y no dudaba que su repentino marchar tenía que ver con dichas palabras. No obstante, desconocía completamente de que asuntos se trataban y, aunque esperaba que no estuvieran directamente relacionados con su objetivo en Montnoir, no dudó en tomar nota mental de aquel episodio por si lo necesitaba en un futuro.
Atendió después al buen Eduard que no dudó en ofrecerles lo mejor de lo que disponía para profundo agradecimiento del druida.
- Os lo agradezo, maese Eduard, de corazón. Las habitaciones del Roble y el Arbusto son un oasis en el desierto de esta oscura ciudad.
Volk asintió y salió de la posada. Eduard no le quitó ojo de encima, pero no tardó en devolver su atención hacia el druida.
—El placer es mío, mi señor. Agradezco enormemente sus palabras. Pero esta ciudad no siempre fue tan agobiante —dijo con un cierto aire de nostalgia —. Por cierto, ha dicho usted que también presiente algo oscuro entre estas murallas, ¿no es así? ¿Podría decirme qué clase de sensación tuvo? ¿Acaso a oído "los murmullos"?
El tono del posadero había pasado demasiado rápido del agradecimiento a la tranquilidad. Era como si intentase ocultar su nerviosismo al hacer aquella pregunta.
Volk continúa en Capítulo 2 (desvío): Veritas lux mea [Te escribo una introducción mañana, pero si quieres improvisar tu entrada a las catacumbas, o cómo sigues el rastro, adelante. Eso sí, recuerda que solo puedes marcar a tu personaje.]
Tras unos días viajando con aquel grupo, Arnault al fin regresaba a su ciudad natal. El joven bastardo había pasado media niñez y su entera juventud recorriendo las posadas y tabernas de Montnoir hasta el punto de llegar a conocer cada rincón de cada posada a la perfección, pues a estos lugares de mala reputación era a los que Arnault acudía cuando se escapaba del monasterio donde su padre le había mandado a los ocho años tras decidir que era más un gasto para su bolsillo que un beneficio para la familia. Arnault había desarrollado un gusto especial por las tabernas de la ciudad, y aunque su preferida siempre había sido El trovador borracho aceptó ir a aquella porque suponía que su compañero Babaccar se sentía más acogido allí, donde el viejo Eduard regentaba una especie de hogar de los bosques en la ciudad. Como a él le gustaba llamarlo. Arnault se había colado en la cocina hacía mucho tiempo, cuando tan solo era un mocoso arrogante y callejero, pero pese al tiempo transcurrido todavía sentía algo de vergüenza por aquella bravuconada.
En parte por ello, y también porque tenía un hambre feroz que provocaba que su estómago rugiera como una bestia salvaje. Nada más entrar en la posada tomó asiento y se desabrochó el cinturón de su querida espada, apoyándola en la mesa y acomodándose en la silla mientras esperaba que el tabernero trajera algo que picar. No tardó en suceder, y Arnault agradeció las jarras de hidromiel que acompañaban al suculento festín. Babaccar y Eduard hicieron buenas migas de inmediato y Arnault lo celebró para si mismo con un generoso trago de su jarra. Dejó que ambos hablaran mientras daba buena cuenta del plato humeante de asado de conejo con patatas y zanahorias. Su otro compañero se había ido a hablar con unos extraños, y Arnault miró con recelo el plato de éste cuando terminó el suyo. Como no parecía que Volk fuera a regresar decidió aliviar a su compañero del pecado de dejar que un plato como aquel se enfriara sin que nadie le hincase el diente. Ni siquiera las oscuras palabras de la inquietante conversación de Babaccar y el tabernero quitaron el apetito al famélico estómago del joven guía. La comida no era un manjar, pero para Arnault era como un banquete en la casa del Patricio.
Volk se había largado atropelladamente tras regresar un breve instante a la mesa que compartían. Aunque eso hizo que no sintiera remordimiento alguno por haberse cenado el plato de Volk, le pareció algo extraño y se giró hacía el rincón donde su compañero había estado todo el rato. Estudió de un vistazo a aquellas gentes, que debían de ser de la flor y nata de los bajos fondos de Montnoir, y creyó reconocer a la mujer, aunque no estaba seguro. Tal vez la hubiera visto tiempo atrás, pero no terminaba de situarla. Apuró la jarra de hidromiel y la dejó sobre la mesa, se secó la boca con la manga y con despreocupación se hizo cargo de la jarra que Volk había dejado libre. Carraspeó la garganta ligeramente e interrumpió la conversación del tabernero con Babaccar.
-Disculpad. -Dijo el joven con una amistosa sonrisa. -Me llamo Arnault, por cierto. - No se había atrevido a presentarse todavía por si el tabernero recordaba algo de sus días de pillería y saqueo de las despensas ajenas, pero recordó que era poco probable que le conociera por su verdadero nombre. -¡He de decir que esta cena ha sido exquisita! - Se golpeó la panza llena con la mano libre mientras alzaba la jarra para brindar por el tabernero. Aunque de inmediato bajó la voz y se inclinó ligeramente hacía su interlocutor para adquirir un tono de confabulación. -¿Quién es esa mujer con la que mi amigo hablaba? Me apuesto un capazo [1] a que no es una de las Institutrices de Bondart. [2] - Acompañó la mejor de sus sonrisas con un breve guiño de ojo, intentando ganarse la simpatía del tabernero.
Motivo: Parlamentar
Tirada: 2d6
Resultado: 7(+2)=9
[1] Llamo así al dinero, como una expresión típica de Montnoir para referirse a una buena suma. La expresión viene del comercio, un capazo es en realidad una cesta grande.
[2] Las mujeres más nobles y respetadas de todo Montnoir. Son el único gremio femenino que tiene realmente peso en los Magistrados. Iniciada por Madame Bondart, se dedican a instruir a los hijos de las casas principales.
¡Perfecto! Muy buenas aportaciones. Acabo de incorporarlas a La Guía de Montnoir, a "[Vox populi] Ley y orden en Montnoir" y a "[Vox populi] Jerga, refranes y expresiones populares". Siéntete libre de expandir cualquiera de las definiciones en el momento que desees. Tienes total libertad para escribir en cualquiera de los apartados, siempre que guardes la coherencia.
En breve, actualizo ;)
Me alegra que te hayan gustado. :)
Eduard apenas había probado un par de sorbos de su hidromiel, pero titubeaba como si se hubiese bebido un barril. Era demasiado extraño que tan poco alcohol afectase a un hombretón de su tamaño, y lo cierto es que tampoco aparentaba estarlo. ¿Acaso la conversación con el druida lo estaba poniendo nervioso?
No dejaba de lanzar miradas a su hija y a una de las puertas cercanas a la despensa. El ambiente también parecía algo silencioso, como si una cierta expectación flotase por el aire.
Sin embargo, antes de que el tabernero pudiese abrir siquiera la boca, una joven posó una delgada y blanca mano sobre su hombro. La muchacha debía tener la misma edad que Arnault, con el pelo recogido tras un paño y profundas ojeras que acentuaban la severidad de su mirada.
Se trataba de Magdala, la hija de Edouard.
—Esa mujer viene de vez en cuando por aquí. A veces sola y otras acompañada de ese par de armarios, silenciosos y gruñones como tejones. Se sienta siempre en la misma mesa y pide siempre lo mismo. Pero me temo que no puedo decirte su nombre, el de sus acompañantes, ni su ocupación. Son clientes fieles y eso es todo lo que necesitáis saber. ¿Verdad papá? —Edouard asintió pesada y amargamente —. A menos que puedas ofrecerme tu ayuda, claro. Hay un par de borrachines en la habitación número 4 que se niegan a marcharse ni a pagar. Llamaríamos a los guardias, pero no queremos montar un espectáculo en la posada por un par de mendrugos. ¿Qué me dices?[2]
PARLAMENTAR
Cuando tengas ventaja sobre un personaje del DJ y lo manipules, tira+car. La ventaja puede ser algo que quiera o necesite[1]. * Con un 10+, hace lo que le pides si antes le prometes que le darás lo que quieren de
ti. * Entre 7 y 9, harán lo que le pides, pero antes querrá pruebas de que cumplirás tu promesa [2].
[1]: su padre siente un gran respeto por Babaccar.
[2]: Quid pro quo.
Babaccar frunció el cejo. La actitud de Arnault, abiertamente desconfiada con las compañías de Volk no le gustaba demasiado. Era evidente que el rhusiyano era un hombre de lealtades variables y que se podía confiar en él con pinzas pero a Babaccar nunca le había gustado airear la diferencias de un grupo de forma tan abrupta. Los asuntos del rhusiyano eran tan suyos como propios eran los del druida.
Eduard era un buen hombre y regentaba un lugar magnífico en tiempos difíciles. Arnault podía estarle buscando un problema con sus preguntas y la repentina aparición de su hija así se lo confirmó.
Hacía muchos años que había aprendido a no precipitarse y decidió que el muchacho tomase la decisión inherente a su propia propuesta. Por supuesto que le gustaría ayudar a Eduard pero la naturaleza le había enseñado que a veces las buenas acciones con la mejor intención pueden provocar daños inesperados e irreparables.
¿Quiénes eran los dos borrachos? ¿Qué ocurriría si intervenían y el altercado acababa atrayendo a la guardia? ¿Cómo podía afectarles a ellos y su misión? ¿Cómo podía afectarle al propio Eduard y a su establecimiento?
Dos jóvenes jugaban sus bazas ante ellos y en la duda de los ancianos estaba el permitir que siguiesen adelante. Babaccar observó al posadero y esperó la decisión de Arnault.
Al contrario que Babaccar, al joven muchacho le hervía la sangre en las venas deseoso de aventuras y acción como solamente un joven podría estarlo. Arnault tenía esa ansía propia de la juventud de querer vivir deprisa, sentir emociones fuertes y labrarse un nombre que fuera recordado para la eternidad. Quería ser valiente, aunque en muchas ocasiones actuaba más por soberbia que por valentía.
Las palabras de Magdala despertaron una sonrisa en los labios de Arnault, se sentía confiado y con suficiente energía para echar a unos borrachos sin que eso le supusiera mayor problema. A fin de cuentas tendrían las capacidades mermadas, mientras que él apenas notaba los efectos de la hidromiel. De hecho, el alcohol que recorría sus venas era suficiente para eliminar sus inhibiciones y le daba todavía mayor confianza en si mismo. Además, lo había tomado como un desafío, una especie de reto de una chica por el premio de reclamar su atención.
-Claro que no. -Respondió Arnault con esa sonrisa que siempre le envalentonaba y solía meterle en problemas con mayor frecuencia de la deseada. -No es necesario molestar a los guardias, yo me encargaré de esos tipos.
Se puso en pie y recogió el cinturón y la espada que había dejado apoyados en la mesa, se ató el cinturón y lo ajustó sobre su cintura con ambas manos. Si no fuera por el brillo embriagado de sus ojos, cualquiera diría que tenía un porte digno de un caballero de leyenda en ese preciso momento. Con el pecho henchido de orgullo se dirigió a Magdala de nuevo, con un tono de voz que incluso llegaba a sonar arrogante.
-Ahora mismo vuelvo.
Babaccar torció el gesto y miró a Eduard. En la cara del posadero encontró incertidumbre pero, sobre todo, lo que le preocupaba un altercado, ya fuera de los guardias o de ellos mismos. Aquel lugar emanaba paz e intuía que precisamente eso era lo que Eduard se preocupaba por transmitir a sus clientes y lo que ellos venían a buscar. Otra cosa es que determinada calaña se colase donde no eran bienvenidos. Al fin y al cabo, echar a ese tipo de gente no salía gratis y Eduard no parecía un hombre adinerado precisamente.
- Le ayudaré- dijo al posadero que pareció respirar aliviado- ¿tienes alguna salida trasera?
Magdala asintió, con una sombra de satisfacción asomando su semblante. Arnault, ansioso como estaba por algo de acción, apenas se percató de que Babaccar se quedaba sentado donde estaba. ¿No había dicho que le acompañaría para ayudarle? El joven no pudo sino encogerse de hombros y seguir a la hija de Eduard, que ya había comenzado a subir los escalones que llevaban a la primera planta.
El joven ensayó su pose amenazante mientras jugueteaba con el pomo de la espada. Su trabajo como guía lo habían llevado a situaciones similares, pero la emoción siempre era refrescante. Sin embargo, aquella vez había algo distinto. El cocido le provocó una sensación cálida y agradable en el estómago. ¿Era cansancio eso que sentía? Había estado caminando toda la mañana y acababa de dar buena cuenta de una jarra de hidromiel, pero dada su constitución no había motivos para preocuparse. Tampoco era el alcohol, aquella sensación era definitivamente diferente.
Sin darse cuenta de lo que hacía, llegó a la entrada de una de las habitaciones. Los párpados le pesaban enormemente, y el enorme camastro que había ante él le atraía como el canto de una hermosa sirena.
—Que descanses, Arnault. La habitación y la cena corren a cargo de la casa. Dulces sueños —dijo la dulce voz de Magdala a su espalda.
Las campanadas que anuncian el Toque de queda resuenaron por toda la ciudad.
Arnault abrió los párpados con dificultad, poco a poco, notando todo su cuerpo pesado y adormecido. La niebla de su mente se fue despejando hasta dibujar vagamente los contornos de una de las habitaciones de la posada. Su corazón resonaba dentro de su cabeza, impidiéndole pensar con claridad.
«¿Qué ha pasado?»
Lentamente, los recuerdos desfilaron ante él. El viaje, Hugo, Babaccar y Volk, la posada, Magdala, los borrachos… ¿los borrachos? No había llegado a ver a ningún alborotador. Había caído redondo en cuanto puso un pie en la habitación, dejándose caer sobre el mismo camastro en que se encontraba acostado.
«¿Me han drogado?
Tras un vistazo más detallado a la habitación, intentando despejar todas aquellas incógnitas, descubrió sus pertenencias. Alguien le había desnudado y había dejado su ropa doblada sobre una silla. La espada reposaba tranquilamente, enfundada y apoyada contra la pared.
«Vale, no me han robado. ¿Pero por qué no puedo moverme?»
Arnault intentó incorporarse para alcanzar su espada, pero algo lo retuvo. Fue entonces cuando se percató de algo alarmante: alguien lo había atado de pies y manos a las patas del camastro.
Eduard asintió y se incorporó para guiarle. Antes de acompañarle, Babaccar se percató de que Arnault y Magdala ya empezaban a desaparecer escaleras arriba.
—Tenemos una entrada trasera, acompáñeme, señor.
El druida se levantó con mayor dificultad de la que esperaba. Puede que en apariencia fuese un anciano, pero Babaccar podía llegar a ser tan ágil y atlético como un gamo si se lo proponía. Aún así, notaba el cuerpo pesado. Sintió un calor agradable en el estómago que le hizo bostezar como un tejón satisfecho. El coyote de los páramos acababa de engullir un buen guiso de conejo, regado con una jarra de exquisita hidromiel. ¿Acaso iba a dejar que un par de borrachos arruinase su bien merecido descanso.
Sacudió la cabeza. No era el momento de dormirse, y menos a punto de echar a unos indeseables. Quería ayudar a Eduard. Era un buen hombre, honrado y trabajador… «¿pero a dónde se dirige? ¿No deberíamos estar siguiendo a su hija y a Arnault? ¿Dónde se habrán metido? ¿Por qué no se escucha ningún ruido arriba? ¿Por qué no hay ningún cliente en la posada?».
Todo el mundo había abandonado el local. Solo consiguió ver a una rolliza rata que lo observó desde la barra. «¿Esa rata acaba de hacerme una reverencia?».
Babaccar abrió los ojos. Estaba cabeceando de pie, como si fuese un anciano. Pronto descubrió que no habían subido, sino que habían bajado. Entonces cerró los ojos y se quedó dormido definitivamente.
Voces. Cientos, miles, en torno a dos cuerpos desnudos. Al fondo, las campanadas que anuncian el Toque de queda resuenan por todo Montnoir.
Babaccar abrió los ojos lentamente, intentando distinguir dónde se encontraba. Parecía una especie de almacén. Apenas era capaz de recordar cómo había terminado allí. Eduard caminaba delante de él, cabizbajo y arrepentido de lo que estaba a punto de hacer —podía olerlo—. ¡Eduard!
El posadero estaba completamente desnudo a su lado, encadenado a la pared. A su alrededor podía ver cajas, sacos y la enorme puerta por la que recibía los suministros. Entre las sombras que devoraban la estancia —acababa de hacerse de noche—, un sinfín de roedores se arremolinaban ante ellos.
—¿Qué demonios…? —preguntó, pero se detuvo al no reconocer su propia voz. Por algún motivo sonaba mucho más profunda y grave.
Entonces descubrió de que él también estaba desnudo y encadenado a la fría pared de piedra. Sus sentidos estaban embotados, pero comenzaban a agudizarse a una velocidad sorprendente, como cuando tomaba la forma de un animal. Notaba la paja en el suelo, el hedor de las ratas, cómo un vello negro e hirsuto comenzaba a crecerle por todas partes…
—Lo siento muchísimo, mi señor —comenzó a decir Eduard —,pero es por el bien de los dos. Es por el bien de la ciudad. Hizo bien en venir aquí. Este es el lugar adecuado para evitar que nos transformemos en… en…
Los miembros de ambos comenzaron a estirarse y a crecer de forma antinatural. Sus brazos y sus puertas se transformaron en zarpas, y de su boca comenzaban a brotar colmillos. Y él podía sentir cómo salía cada uno de ellos de cada una de sus negras encías.
Fue en ese preciso momento en el que comenzó a comprender aquellas voces. Las ratas eran las que hablaban. Las ratas eran las que coreaban su nombre. Las ratas eran las que se habían convertido en su séquito:
¡Larga vida a Babaccar, el nuevo Señor de las alimañas!