Desprovisto del brazo que le había arrancado Babaccar, y con numerosas heridas y abundante sangre perdida, Arnault cayó al suelo y quedó en un estado de semiinconsciencia. Sabía que estaba en las últimas y que poco tiempo le quedaba ya en esa tierra, pero cuando la espigada y pálida figura apareció a su lado creyó que estaba delirando. Sintió su voz y reconoció el final, así que cerró los ojos y se dejó arrastrar a su fatal destino. Pero de pronto se encontraba hablando con la Muerte cara a cara. Y le proponía un trato.
Arnault se aferró a la vida y lo aceptó sin dudarlo. Aunque puede que en un futuro no muy lejano llegase a arrepentirse de su decisión, pues pactar con la Muerte era algo que sólo un insensato podría hacer. A fin de cuentas y a la larga, la Muerte siempre salía victoriosa y terminaba consiguiendo lo que quería, el pago que debería afrontar por alargar el inevitable final podría ser demasiado caro, aún más que morir.
-Sí, acepto. -Pronunció Arnault con una voz débil y ronca. Y entonces sintió como el dolor de su cuerpo se desvanecía y pensó que todo había sido una febril ilusión y que en verdad la muerte se estaba llevando su cuerpo a un lugar donde el dolor ya no importaba. Pero cuando descendió su vista pudo comprobar que las heridas habían dejado de sangrar y que todavía se encontraba entre los que habían sido sus compañeros, y cual fue su sorpresa cuando descubrió, allí donde había perdido su extremidad, un espectral brazo hecho de jirones de carne muerta y hueso blanco sosteniendo con dedos largos y descarnados su propia espada.
El gnomo se levantó, con la pierna del joven siendo arrastrada por el piso con una mano de garras ensangrentadas, y se acercó a Marcel con paso parsimonioso, pero la mirada cruel y picaresca en partes iguales.
-Te dije que te iba a doler- y le sacudió un piernazo en la cabeza.
Justo en ese momento, un Kaleb hundido en las nieblas de la transformación, intentó que el golpe no fuera tan duro como tal vez parecía a simple vista. Había que interrogarlo. ¿Cuántas cosas podía llegar a soltar ese muchacho? Pero no estaba seguro de que su voluntad fuese suficiente como para frenar el salvajismo de su cuerpo primigenio.
Ni atención le prestó a lo que sucedía a su espalda. Sintió un escalofrío, y se le erizaron los pelos de todo el cuerpo. Sabía que era la muerte que estaba presente, pero se sabía con la suerte suficiente como para confiar en que no lo buscaba a él.
Si muere, o no, te lo dejo a tu criterio XD Kaleb quiere dejarlo vivo, pero no tengo claro qué querría este ser en el que se convirtió el cronista.
Babaccar despertó como de un profundo sueño. No era la primera vez y por eso tuvo miedo de lo que vería al despertar. El familiar sabor a hierro de la sangre entre sus fauces aumentó sus pensamientos premonitorios, hasta que finalmente la neblina se fue dispersando de sus ojos.
A sus pies (o patas) yacía Arnault, semi desangrado y con un brazo desgarrado, no había duda, por las poderosas fauces de un lobo negro. El druida dio unos pasa atrás, asustado de sí mismo, incapaz de ver ni siquiera qué había pasado con el desalmado de Marcel que le había hecho perder el control.
Pasado el primer impacto, tuvo el valor de acercarse al muchacho para ver si seguía con vida y empezó a olfatearle con preocupación. Fue entonces cuando notó algo que serpenteaba entre sus patas y se lanzó a un lado con agilidad.
De alguna manera, unas formas fantasmales estaban reconstruyendo el brazo de su amigo. Podría parecer algo bueno pero el instinto de lobo de Babaccar sabía reconocer a las fuerzas tenebrosas cuando las veía [1]. El lobo volvió a gruñir amenazante mientras reculaba y el joven guerrero parecía recuperar la consciencia.
Aquel no era el mismo Arnault que él había conocido.
[1] Los animales suelen tener un sexto sentido muy avezado para estas cosas sobrenaturales, o eso se dice, de ahí mi interpretación sin tirada ni nada. Ya me dirás si encaja. Si no, la cambiamos.
También he interpretado que, dada la situación, Babaccar está en semi shock, primero por descubrir su ataque a un amigo y después por la resurrección. No tiene tiempo de pensar en Marcel.
Le Maison, bastante contrariado al ver que había atacado a su compañero y a su patrón, se apresuró a invocar la presencia de Lineras y curar así las heridas de ambos.
Era como si despertase de un trance. Tantos cadáveres a su alrededor, la ausencia cada vez más notable de la presencia que le abrigaba desde que había iniciado su gesta… Sí, ya había cumplido con su cruzada de eliminar a los seres del caos que asolaban Montnoir, pero todavía quedaba trabajo por hacer.
Con dificultad, Hugo se acercó hasta el altar para terminar de cerrar la grieta que habían abierto los universitarios. La vibración cesó. Las energías que fluían y enloquecían a los seres sobrenaturales de la ciudad se desvanecieron. Los espíritus de los muertos y de la naturaleza se tranquilizaron hasta estabilizarse lentamente.
Babaccar y Kaleb, con la ropa hecha jirones y las pupilas todavía dilatadas, volvieron a su forma original. El corazón todavía les latía a toda velocidad. El druida, que hacía escasos minutos se veía a si mismo a cuatro patas y gruñéndole a la invisible personificación de la Muerte*, se encontraba ahora con su cuerpo pálido y anciano; mirando confuso a Arnault.
El cronista, por su parte, estaba ahora flanqueado por Le Maison y Tancredo mientras Hugo terminaba de asegurar su exorcismo con éxito. El acero del caballero estaba posado sobre el cuello de Marcel en un gesto amenazante. De las manos del brujo salían pequeñas chispas.
Todo había terminado.
En el mausoleo no se escuchaba nada aparte de agitada respiración de los presentes y los gemidos de agonía de Marcel Derain**.
*No veo ningún problema. De hecho, me parece una interpretación bastante adecuada. Y sí, ya contaba con que Babaccar estaría en shock.
**Os dejo conversar entre vosotros para ir cerrando y decidir si os lleváis a Marcel u os lo lleváis con vosotros.
—Mis padres… Cuando se enteren pagaréis por esto, bastardos —gimoteó Marcel tratando de apretar el muñón que Le Maison acababa de cicatrizar.
Babaccar despertó como de un extraño trance tras recuperar su forma. Algo raro había pasado con Arnault, de eso estaba seguro, lo que no sabía con exactitud era qué. Probablemente la mezcla de la influencia que todavía quedaba en la sala de las fuerzas del caos, las invocaciones de Lineras y la magia curativa de Hugo había provocado el milagro. Probablemente.
No fue hasta entonces cuando el druida pensó en Marcel, el joven niñato que había provocado toda aquella locura y que a tantos inocentes había costado su vida o su negocio. A la mente del viejo vinieron los recuerdos de Edouard y su familia.
- Eres un maldito necio malcriado- rugió desde el suelo- desde luego si de mí solo dependiera la espada de La Maison cercenaría tu cuello en este mismo instante. Ya sabes, "no pudimos hacer nada por salvarle". Tú de mentir sabes un rato.
Ahí va mi voto :-)
-La muerte sigue esperando su pago. -Dijo con voz ronca un irreconocible Arnault.
El joven guerrero se colocó frente a Marcel y le apuntó con su espada, dispuesto a clavar el frío acero en su carne para darle a la muerte la alma que había venido a buscar puesto que no se había llevado la suya. El joven Dumont había estado herido de muerte hacía tan solo unos segundos, y ahora sorprendentemente se encontraba allí de pie, tranquilo, con los ojos fijos en el enemigo, como si nada hubiera pasado. Pero era evidente que algo había pasado. El pelo de Arnault se había tornado blanco como si hubiese envejecido cien años de pronto, su rostro en cambio se mantenía igual de joven que antes aunque su expresión hubiese cambiado radicalmente. Sus heridas mortales parecían haber sanado, y el brazo que le había arrancado el lobo negro había reaparecido milagrosamente aunque ahora era una extremidad prácticamente espectral.
Kaleb dio un paso en falso, sintiendo cómo la fuerza y agilidad que sentía antes se había esfumado. Sólo sentía el palpitar de su corazón, como si estuviera aún debajo del agua... y un dolor de cabeza que le hacía costar enfocar. Escuchó las palabras del niño como si estuviera muy lejos.
Cuando se quiso dar cuenta, en su mano había una pierna, que le pesaba horrores. La soltó asqueado y recordó, como si le llegara todo de pronto, lo que había sucedido.
-¡Hij...!- comenzó a insultar el gnomo, pero apenas abrió la boca un dolor agudo en la cabeza le hizo cerrarla.
Se tocó, para ver que no hubiese nada demasiado húmedo, y volvió a intentarlo.
-¿Quién más... estaba en esto?- preguntó el gnomo para luego buscar con la mirada su estoque. ¿Dónde había quedado?
Esta vez no le dolió, y de a poco su corazón se iba tranquilizando, y el dolor de cabeza mitigando.
Tancredo casca, neno xD
Ponme el post de la muerte
Tancredo se acercó renqueante a Marcel. Lo examinó con ojos vidriosos, como ido, y dijo:
—Debe morir, ha aprendido demasiado... y no para bien. Es demasiado peligroso.
Después se llevó la mano al costado, y se dio cuenta de que su túnica raída estaba empapada en sangre. La vida se le escapaba entre los dedos, y se desplomó, a medida que decía Zut, chevalier, tu m'as tué.
Había muerto sin remedio.
Motivo: Último aliento
Tirada: 2d6
Resultado: 6
Siempre pensé que Tancredo moriría de asfixia autoerótica.
Le Maison y Hugo discutían, a lo lejos. Así se lo parecía a Tancredo por lo menos. Distantes, amortiguados por una capa espesa, como si el brujo se encontrase al fondo de una poza.
—Yo… creía que le había curado.
—No me vengas con excusas, Le Maison, ¡vi cómo le atravesabas con la espada! ¡Habías hecho un juramento!
—Sé que tenía mis diferencias con el brujo, pero te juro que yo…
—Mira, no digas nada. Has caído bajo el influjo de un hechizo. Esta gesta ha sido de todo menos noble. Recoge tu vergüenza y márchate, haz lo que tengas que hacer para limpiar tu conciencia.
De pronto, Tancredo sintió mucho frío. Quería protestar e intervenir. Soltar una chanza a la altura de los viejos tiempos. Pero su propia voz se ahogaba en un gemido.
Se le acercaron unos pasos sinuosos. Una voz antigua y pesada como una losa de granito resonó a través de una túnica negra:
—EL SÉPTIMO HIJO DEL SÉPTIMO HIJO. HALLASTE EL FIN DE TUS DÍAS CUMPLIENDO CON TU DEBER, SALVANDO CIENTOS DE VIDAS INOCENTES Y REUNIENDO A LOS GEMELOS. TAL VEZ NO LO SEPAS, PERO HAS AYUDADO MUCHO MÁS DE LO QUE CREES.
La Muerte le tendió una mano de blanco marfil. Tancredo la aceptó sin temor y se levantó, dispuesto a encontrarse lo que había al otro lado. En cierto modo ya lo sabía.
—TE LO EXPLICARÉ TODO POR EL CAMINO.
Y todo se desvaneció para el brujo Tancredo. El último aliento del séptimo hijo del séptimo hijo.
Probablemente os sorprenda esta caída tan repentina, pero se debe a un error de cálculo que cometimos tanto Tancredo (su jugador) como yo. Resulta que sus puntos habían llegado a 0 y se nos olvidó hacer el recuento en la ficha. Tras comentarlo por privado, hemos decidido darle este final.
Marcel se sentía cada vez más exhausto y mareado. El dolor de la pierna, el exorcista y el caballero discutiendo, el olor de la sangre inundándole las fosas nasales, el acero en su garganta…
-¿Quién más... estaba en esto?- preguntó el gnomo para luego buscar con la mirada su estoque. ¿Dónde había quedado
—La Inquisición financiaba nuestra Hermandad —respondió de forma casi automática—. Me hicieron entrega del anuario secreto de Veritas lux mea, la única copia que no está en poder del Decano. Me dijeron cómo usarlo y nos hablaron de la primera Hermandad. Yo ya los conocía, claro. Los admiraba. No conocía a todos los miembros, pero había oído los trin… los trinos. ¡NGGG! ¡Uf!
Marcel se retorció un poco. Sus ojos habían empezado a humedecerse.
—La Inquisición deseaba derrocar al Patricio. Lord Laforet había rehusado anexionar la ciudad y ceder plenos poderes a la Iglesia de Lineras. Los recursos de Montnoir son muy valiosos para financiar la reconquista de Rhusiya y expulsar a los elfos de la escarcha. Yo deseaba influencia y conocimiento. Rimbrodogg nos habría dado el poder que ansiábamos… sobre todo yo. Todos ganábamos. Luego contraté a Corvo y a su legión de ladrones del subsuelo, y la Inquisición habló con sus propios asesinos. Pe-pero a la hora de la verdad no vi-vino nadie. Ni los cu-cu-cuervos, ni los…
Los mocos le resbalaron por los labios y la barbilla. El rostro de Marcel estaba anegado de lágrimas, cada vez le costaba más pronunciar las palabras sin atascarse. Su mirada acuosa se encontró con la de Kaleb.
—Me la he cargado pero bien. Mis padres me van a matar.
Kaleb vio cómo se desplomaba inerte, con la mano ensangrentada y la mirada ida.
-¡Tancreeedooo!- gritó arrodillándose junto a él mientras intentaba tapar la herida con el último harapo que le cubría el pecho -Estarás bien... estarás bien... ¡Hugo! ¡Le Maison! Tancredo está... ¡mal!-
No entendía qué sucedía, pero Marcel le estaba hablando y no quería perderse esa información tampoco. El enojo le nublaba la visión.
-¡Mira todo lo que has hecho! ¡Idiota!- gritó sintiendo cómo sus cuerdas vocales se resentían. No podía pensar en más preguntas en ese momento...
¡Excelente resolución! Muy adecuada... ¡Taaaancreeedoooooo!
-No. - Dijo Arnalut con voz ronca respondiendo a la última afirmación de Marcel para después corregirle. -Yo te voy a matar.
Acto seguido clavó la espada con la que apuntaba a Marcel en su pecho, justo en el corazón. La hoja se fue hundiendo lentamente pero con firmeza y de manera irremediable. Arnault ni siquiera pestañeó. La Muerte estaba cerca, estaría gustosa de llevarse otra alma con ella.
Arnault vio como su nueva Señora se llevaba consigo a su compañero Tancredo y sus ojos contemplaron la escena con bastante frialdad. Algo dentro de su ser se apenaba por que así fuera, y comprendía la rabia de Kaleb. Pero ahora comprendía a la Muerte de una manera diferente y sabía que sólo era un paso más y que tarde o tempano todos se irían con ella. Por ello no lo sintió como una perdida, sino como una despedida momentánea.
No se si debería tirar algo para ejecutarle, pero dado que está desprotegido y que ya le estaba apuntando con la espada lo he narrado así. Si hubiera que cambiar algo me dices.
La Muerte hizo su aparición una última vez. El estertor de Marcel ya no era el de un lider caprichoso y borracho de poder, sino el de un niño asustado. La sangre volvió a brotar de su boca mientras el acero de Arnault se hundía inexorable.
El silencio volvió a reinar en la sala. Lejos de sentir el orgullo y el regocijo por un trabajo bien hecho, Hugo y Kaleb se habían abandonado a la amargura por la muerte de Tancredo. Babaccar todavía se sentía desorientado. Percibía cómo la corrupción se evaporaba como una bruma matutina en los eriales, dejando a los espíritus respirar en paz. Le Maison, unos pasos más atrás, permanecía impertérrito y con una máscara de dolor ensombreciendo el semblante.
La pose ejecutora de Arnault tampoco tenía nada de triunfal. Había cumplido con su deber, tal y como mandaba su nuevo juramento. Ahora era menos humano. Una parte de sí mismo se había desvanecido en los reinos de la Muerte y permanecía ligado a sus designios.
Pero el peligro había pasado y todos suspiraron aliviados. En las Catacumbas era imposible precisar si en el exterior era de día o de noche, tanto por la oscuridad como por los poderosos encantamientos escritos en sus paredes.
Mientras emprendían el camino de regreso, notaron el frío del granito en los huesos. Era como si la Muerte jamás hubiese abandonado aquellos muros. En las celdas, se encontraron a una pequeña multitud horrorizada. Olía a sangre, almizcle, excrementos y miedo. Los que habían sufrido las mutaciones más grotescas permanecían todavía encadenados. Haber convivido con sus familiares y vecinos convertidos en bestias o distorsionados hasta convertirlos en parodias grotescas les dejaría secuelas de por vida.
Sin mediar palabra, Le Maison descargó un golpe lleno de frustración y rabia los cierres, liberando a los prisioneros. La mayoría salió con la mirada perdida, desorientados.
Cuando al fin llegaron al exterior, a la ciudad de Montnoir, un radiante amanecer les cegó. Habían triunfado.