Partida Rol por web

—Repugnante —murmuró por lo bajo el antiguo soldado —. ¿A qué clase de repugnante entrenamiento someten a estas pobres criaturas? ¿Qué edad debía tener? ¿Once o doce años? Hideputas.

Se aseguró de que la capucha le tapaba completamente el rostro y que el resto de sus compañeros iban bien ocultos. A diferencia de Orrghk, Painavec y Mac llevaban un velo que les cubría desde la nariz hasta un poco por debajo de la barbilla. Al parecer, era obligatorio entre la mayoría de los Inquisidores el mantenerse afeitados. Por suerte, el novicio estaba tan asustado que no había examinado en profundidad el aspecto de los recién llegados —o tal vez no se había atrevido, visto lo visto—.

La recepción estaba totalmente a oscuras pero, según se adentraron en la nave central de la capilla, febriles haces de luz se colaban tímidamente por unas ventanas tan estrechas que más bien deberían ser descritas como rendijas. El altar era el punto más iluminado de la sala, rodeado por una temblorosa congregación de velas y cirios. Por detrás, debía estar la entrada a la sacristía. La escalera de la derecha daba lugar a los dormitorios y la de la izquierda daría al archivo privado de los Inquisidores —o eso había afirmado Cancoillotte mientras les explicaba el plan—.

—Ahora es cuando te toca a ti, Orrghk. Mac rebuscará en los dormitorios y yo me encargaré de la sacristía. Si alguien entra, os daré una señal. Si alguien se acerca, el chucho de Alek ladrará. ¿Alguna pregunta?

-Hm-, asintió el semiorco ante las palabras de su compañero. No le daba pena el joven que les abrió la puerta. Si había elegido ese destino entonces se merecía las consecuencias, y si no lo había elegido tendría que haber peleado hasta acabar con sus enemigos o encontrar un final glorioso. En ambos casos, la culpa era completamente suya.

-Ninguna pregunta-, respondió en voz bajita. Con un gesto de cabeza a forma de despedida, se dio media vuelta y se dirigió hacia la zona de los archivos privados. Era extraño que Orrghk, el más llamativo de todos tanto por el tamaño como por la máscara, fuera el encargado de ir a la que probablemente sería la zona con más vigilancia del recinto. Pero tampoco iba a poner en duda el plan. Al fin y al cabo, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Ser descubierto y tener que liarse a convertir infieles? Nunca sería un problema.

Con paso decidido, se dirigió hacia la escalera señalada, esperando no tener que hablar mucho por el camino.

Orrghk abrió con cuidado la pesada puerta de madera que, para su sorpresa, cedió de manera dócil y silenciosa. El archivo de los inquisidores consistía en una gran habitación, repleta de estanterías y muebles que contenían legajos, rollos de pergamino y tomos sorprendentemente bien conservados. La luz incidía de forma indirecta desde unos ventanucos colocados estratégicamente en la parte más alta de la pared. La temperatura también era considerablemente más baja, por lo que el semi-orco agradeció llevar encima el tupido hábito de los inquisidores.

Frente a él había un escritorio con un candelabro apagado, un montón de hojas garabateadas, un tintero y una pluma negra y ajada. Tal y como pudo notar con su olfato, la habitación no olía a cerrado, por lo que debían ventilarla regularmente.

La gélida habitación no amedrentó al semiorco, que se acercó sin pensarlo dos veces al candelabro, lo encendió para mejorar un poco más la iluminación de la zona, se apartó la capucha, se rascó la cabeza y se volvió a colocar la capucha.

-¿Y ahora qué?-, se preguntó en voz baja. -Bueno, lo primero es lo primero-. El sacerdote empezó a recorrer las estanterías, formando una zona sagrada con sus pies por el camino mientras en voz baja recitaba una plegaria para pedir Santuario a su deidad. Al acabar de trazarlo notó una leve sensación de cosquilleo en su estómago. Ahora sabría si alguien con malas intenciones entraba en la sala y tendría tiempo para reaccionar en tal caso.

-Bueno, y lo segundo es lo segundo-. Orrghk empezó a recordar aquellos días de novicio, trabajando en la biblioteca, echando horas catalogando libros, bebiendo cerveza, colocando pergaminos, bebiendo vino, repasando manuscritos, disfrutando de la cerveza y del vino... bueno, realmente no recordaba gran cosa a partir de las 11 de la noche, pero el no haber prendido fuego accidentalmente a la biblioteca ya indica grandes capacidades, y el haber conseguido superar el trabajo sin ser echado de la carrera monacal implica que algo bien haría. Ah si, invitar al prior a cerveza todos los fines de semana. No, eso no iba a dar resultado.

-Bueno, toca hacer esto a la vieja escuela-, finalizó. Sin mirar el lomo, agarró el primer libro que vio, lo abrió y empezó a leer.

Choló observó a su diminuto aunque interesante servidor de Zork. Desde que había empezado a fijarse en él, no había dejado de meterse en líos. Como recompensa, y casi sin esfuerzo, extendió su influencia para concederle su poder. Un aura invisible recubrió la zona por la que Orrghk caminaba hasta formar una suerte de cúpula. El área consagrada advertiría al semi-orco de cualquiera que intentase traspasarla, provocando una vibración en el universo que solo él captaría.

* * *

Tras unos minutos registrando las estanterías, encontró un archivador que llamó su atención. Parecía estar oculto a la vista deliberadamente, y protegido con una pesada cerradura que, convenientemente para el semi-orco, estaba abierta. Dentro esperaba encontrar algo jugoso, pero solo había documentos.

En ellos se hacía referencia a un incidente similar al que había descrito Cancoillotte. Lo curioso, era la fecha: los incidentes habían sucedido varias décadas atrás. Había registros de enfermos, testimonios y anotaciones del personal del clero que había atendido la enfermedad. Todos coincidían con los síntomas que ya conocía. También se hablaba de testimonios acerca del perro negro y las ratas que lo acompañaban.

Pero había un pergamino más, que casi se le escapa a Orrghk. Una lista de nombres tachados. Todos correspondían a los que habían testificado acerca de la enfermedad y a personas que se habían recuperado. Aquel era un encargo a los sicarios de un tal Corvo, con presupuesto incluido. Al parecer, habían eliminado a todos los que tenían más información acerca de la Peste de Medianoche. ¿Pero qué tenía que ver la Inquisición con todo aquel asunto? ¿Y quién demonios era el tal Corvo? El texto daba a entender que se trataba de alguna clase de jefe criminal de la ciudad. Tal vez Volk supiese algo…

El registro de la sala fue de lo más satisfactorio. Estanterías escondidas, documentos sellados, nombres tachados, incidentes pasados, pruebas, testimonios, inquisición de por medio, un tal Corvo, complots, traiciones, princesas en castillos, fiestas populares... "No, espera, este libro en el que pone Tradiciones Y Leyendas Locales Paganas Festivas no es lo que andaba buscando". Bueno, pues nada, todo parecía estar en orden. 

- Documentos, check. Documentos secretos, check. Exploración ininterrumpida, check. Pa la saca -, concluyó el semiorco, introduciendo los documentos bajo su túnica. Ahora solo quedaba prenderle fuego a todo. Bueno, en realidad no había necesidad. Pero claro, esta iglesia no aprobaba las enseñanzas de Choló. Probablemente si le prendiera fuego a todo su dios estaría contento. ¿O no? Bueno, qué diablos... que se lo diga él mismo.

Orrghk invocó el nombre de su deidad, para que le indicara qué debía hacer.

[Choló se frota los tentáculos]

Orrghk notó como el vello se le erizaba. Sintió una vibración por todo su ser, pero no se debía a su conjuro de Santuario: era algo distinto. Estaba a punto de entrar en comunión con su deidad, Choló. Por supuesto, no era la primera vez que pasaba, pero siempre le ponía los pelos de punta.

A través de sus ¿ojos? pudo ver, por un instante, el pasado, el presente y el futuro plegándose a su merced sobre la habitación. El destino nunca era tan sencillo como una linea recta que recorren los pobres mortales. No, es mucho más complejo, incomprensible para un ser con un conocimiento tan limitado sobre el cosmos y las realidades. Pero en aquel preciso instante, el semi-orco pudo percibir el porvenir de los acontecimientos de forma clara y sencilla; como si se tratase de un simple hilo esperando a ser cortado.

Se vio a sí mismo tomando el candelabro, prendiéndolo con su yesca y pedernal, y arrojándolo contra los documentos de los archivos. Se vio a sí mismo sorprendiéndose al ver lo rápido que ardían, antes de recordar que muchas de las tapas de los legajos solían impregnarse con aceite (eso, y que el pergamino arde bastante bien). Se vio a sí mismo corriendo como alma que llevan los diablos y alertando a gritos a sus compañeros. Vio a Cancoillotte riéndose a carcajada batiente mientras Mac mentaba a la "santa" madre de todos los presentes, cargando con un par de monaguillos bajo el brazo.

—No me mires así, no les iba a dejar ahí tirados, ¿no?
—Ya, pero me sorprende que no estén pataleando ni protestando.
—Bueno, no querían venirse conmigo, así que tuve que usar mi persuasión —dijo Mac besándose el puño.

Y, finalmente, vio la capilla. Ardía al atardecer, rivalizando con la hermosa puesta de sol, como la antorcha de un dios retorcido y cruel. Pero también vio a unas figuras vestidas de negro que los señalaban. Y la verdad es que parecían bastante enfadados…

El semiorco salió, miró a Mac y Cancoilotte, sacó la petaca de cerveza, pegó un buen trago, miró a los monjes que lo señalaban y dijo: -dejadme esto a mi-.

Probablemente Mac y Cancoilotte tragaron saliva.

Orrghk agarro con cada mano los dos monjes inconscientes y fue a saludar a los monjes.

- Bueno, menos mal que los hemos salvado eh? Todos amigos, no? No cuela? Que le vamos a hacer...

Lanzó con cada mano los dos monjes inconscientes a los dos conscientes con pinta más peligrosa para entretenerlos un segundo, sacó el mazo y se lanzó de cabeza a por el que tuviera más cerca.

- Vuestro dios es una mentira! Viva Choló! AAAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRGGGGGHHHHHHHH!

Cuando Orrghk se encaró a sus perseguidores, pudo reconocer a un par de inquisidores acompañados por media docena de guardias. Antes de que el semi-orco pudiese hacer ninguna tontería, Mac le empujó al suelo. Una saeta atravesó el espacio vacío donde segundos antes había estado su mejilla.

Sin tiempo a más explicaciones, huyeron como una exhalación. No vieron por ninguna parte a Alek ni a Tarannis, por lo que intuyeron que se habían puesto a salvo en cuanto vieron el fuego. Al menos, el rhusiyano había cumplido con su cometido haciendo ladrar al mastín, aunque con el incendio no hubiese sido necesario.

Orrghk maldijo en medio de la persecución. Había perdido su preciada maza, que probablemente habría caído en medio de la refriega. Para más inri, sus perseguidores les pisaban los talones…

Orrghk tuvo una de esas ideas que no salen bien ni queriendo, pero no dudó ni por un momento. Buscó el primer callejón que pudo, agarró a Mac y se metió, torciendo a cada esquina, buscando mantener distraidos a sus captores, y cuando pensó que podía llevar suficiente ventaja, aporreó la primera puerta que vió:

- Abran! Abran a la inquisición!

En cuanto se abriera la puerta, fuera quien fuese, Orrghk se metería adentro farfullando sobre la búsqueda de unos posibles fugitivos, intentando demostrar el aplomo inquisitorial a los posibles habitantes de la casa, cerrando la puerta tras de si y fingiendo buscar a alguien, intimidando a los habitantes de la misma.

Unos pasos nerviosos y apresurados sonaron tras la puerta, que se abrió chirriando tímidamente. Orrghk, que no tenía el día para tonterías, se abrió paso de un manotazo e invadió aquella humilde morada. Debía tratarse de la parte trasera del taller de un zapatero, pues estaba llena de zuecos amontonados en el piso y varias suelas desperdigadas por doquier. Frente a ellos, un hombre con el mostacho poblado y el pelo blanco se preguntaba atemorizado qué hacían en su casa tres inquisidores. Sobretodo le llamó la atención ver que uno de ellos, un poco más bajo que los demás, llevaba en brazos a dos monaguillos.

—Monseñores, es un honor. ¿En qué puedo servirles? Les aseguro que ni mi hijo ni yo hemos hecho nada malo.

Orrghk miró extrañado al anciano zapatero. Allí no había señales de haber ningún niño aparte de los que Mac se había traído consigo. Entonces fue cuando reparó en que el hombre se refería a una marioneta, sentada unos pasos detrás de él, que estaba vestida como si fuese un muchacho. Su inerte rostro les dirigía a los recién llegados una mirada inquietante y vacía.

VII y cuarto de la tarde:

El sol comienza a agonizar tras el horizonte. Quedan un par de horas para el toque de queda.

-Este...

El semiorco miró a la marioneta. Luego al viejo. A la marioneta. Al viejo. Marioneta. Viejo.

-Oiga, tranquilo. No vamos a molestarle. Pero baje la voz, quiere? Nuestros monaguillos han sufrido el ataque de un desalmado y les vendría muy bien el silencio más absoluto. Usted tranquilo, que no le va a pasar nada... si colabora, claro.

Orrghk se aseguró haber cerrado bien la puerta tras de si, colocando una silla en la cerradura por si acaso.

-Mire, no se lo va a creer, pero hay unos desalmados rondando por la ciudad atacando a inquisidores y miembros de la ver. ¿Vergonzoso, verdad? Cierro así la puerta para que no entre ninguno, usted no se preocupe. Creemos que le hemos visto entrar aquí, ¿está seguro de que no hay nadie más? ¿Tiene una puerta trasera por la que pueda haber salido sin que usted se diera cuenta?

Empezó a mirar alrededor, buscando precisamente eso, una salida en caso de que a los inquisidores les diera por entrar en la sala.

- Por cierto, es usted un artesano excelente. ¿Qué tipo de madera es? -, dijo mientras controlaba que el muñeco no tuviera nada raro.

Aquel parecía un zapatero normal y corriente, con ojeras tan oscuras y profundas que parecían restos de betún. Debía rondar los cincuenta y muchos, probablemente. La gente que lo conoce, dice que siempre tiene una sonrisa amable para todo el mundo, pero no suele hablar demasiado. Se pasa los días trabajando en su taller, completamente solo. Y, sin embargo, hay quien jura que lo ha escuchado hablar con alguien por las noches…

La marioneta sin embargo, sigue resultándote siniestra. No era más que un muñeco tallado en madera de pino, completamente inerte y vestido como un muchachito humilde de los pueblos nevados de Rhusiya. Prendas extrañas en aquella región y época del año, pero que no parecían fuera de lugar en aquel juguete. Sí, una marioneta de los más normal; sin hilos. Pero, ¿por qué sientes tanto frío cuando lo miras fijamente? ¿Es por sus ropas o hay algo más?

El zapatero asintió, todavía un tanto nervioso.

—No hemos visto que entrase nadie, monseñor, pero sí que hay otra salida. Esta, de hecho, es la puerta de atrás, ¿sabe? La entrada principal está cerrada ahora mismo, pero supongo que es la única otra salida… aparte del agujero de la letrina, claro.
»Oh, se trata de la mejor madera de pino rhusiyano, señor. Mi esposa era de allí. Una artista titiritera que viajaba por todo el mundo. Lo tallé para ella —dijo mientras acariciaba una de las mejillas del muñeco.

- Este... bien bien, parece todo en orden. Todo en orden, sin duda -, respondió Orrgh, mirando el muñeco de madera. Siniestro sin duda. - Y oiga... bueno mire, ¿sabe que le digo? Que vamos a continuar buscando a ese malnacido. Y hágame un favor y no ponga ese muñeco a la venta, quiere? Creo que estaría mejor con usted, haciéndole compañía. Y si le creciera la nariz, ayúdelo a sentirse bien, ¿de acuerdo? Pero, ¿qué demonios estoy diciendo? Venga, nos vamos! Y por la otra puerta, no por la letrina-.

El semiorco y su compañero salieron por la puerta de atrás, tras haber comprobado que todo estuviera en calma.

- Bueno, eso ha sido... siniestro. Sin duda los inquisidores se lo habrían pasado bien con el zapatero. Y ahora a donde vamos? A la taberna? Yo había quedado con los compañeros con los que vine a esta ciudad, pero a saber donde ni cuando... necesito una agenda! Bueno, necesito aprender a escribir bien antes, claro. Que leer es fácil, pero esos garabatos no me salen rectos todavía.

—Creo que lo mejor será cambiarnos de ropa primero. Estos trajes nos sirvieron para inflirtrarnos, pero ahora llamamos demasiado la atención. El problema es que ahora estarán buscando a un semi-orco, Orrghk. Debes tener cuidado con los guardias y los espías de los inquisidores. Y, por supuesto, te recomiendo encarecidamente que te mantengas alejado de mi local. Mi taberna es famosa por albergar a orcoides y a toda clase de fauna con orejas puntiagudas. Si buscan a uno de tu raza, lo harán allí —le contestó, preocupado.

—También tengo que hacer algo con estas criaturas. Me da pena volver a llevarlos con los Inquisidores, ¿sabéis?

El zapatero se despidió de aquella amenazante visita nocturna y regresó a la comodidad de su hogar. Ni él ni nadie en la ciudad ofrecería alojamiento, comida o bebida por gusto a un Inquisidor. Todo el mundo sabía lo que hacían en aquellos calabozos.

Painavec, ya desembarazado de la cogulla y desempolvando su sombrero, se dirigió sonriente a sus dos nuevos compañeros de aventura:
—Hacía tiempo que no me divertía tanto, señores. Tú amigo me cae bien, Mac. Tiene chispa. Escuchad, creo que puedo ayudaros a ambos con vuestros problemas. ¿Confiáis en mí? Os prometo que esta vez no habrá Cuervos de por medio.

—Supongo que no tengo nada mejor que hacer hasta mañana —gruñó el clérigo —. Menudo montón de mierda, yo solo quería tomarme una cerveza tranquilo. ¿Por qué será que cuando empiezo a beber empiezan los problemas?

En ese preciso momento, Orrghk recordó que servía a un dios del destino.

—Bueno, vamos. Espero que en ese sitio me den de beber.