El amanecer se desperezaba bañando de tonos cobrizos los tejados y el granito. En algún punto de Montnoir, tres brujas recogían el cuerpo inerte de un búho real.
—La Muerte se los ha llevado. A los dos —dijo una de las ancianas.
Otra de ellas, con aspecto de niña pero un destello de sabiduría antigua en los ojos, sonrió.
—Sí, pero no pasará demasiado tiempo hasta que vuelva a nacer un séptimo hijo de un séptimo hijo. Los seres como Tancredo nunca llegan a echar raíces en los dominios de la Muerte.
* * *
El sol se alzaba rojo, como marcando el epílogo de una larga y sangrienta noche. Una trampilla se abrió en la oscuridad. De la puerta de una capilla, guiados por un ladrón rhusiyano, salía una harapienta y cabizbaja comitiva. Los más madrugadores reconocieron a un caballero del Santo Pendiente entre ellos. Llevaba en la mano un bulto envuelto en telas negras, pero no era el único que llevaba un cargamento similar. Uno de los ancianos llevaba consigo otro amasijo de telas, sosteniéndolo con desprecio. Por detrás, dos gnomos se apoyaban mutuamente, caminando con dificultad.
Algún curioso que los observaba llegó a temer que se tratase de una compañía de espectros. Una gran parte del grupo la conformaban vecinos a los que pensaba que no volvería a ver nunca, incluyendo a varios mendigos y cadáveres con los rostros cubiertos. Para colmo, cerrando la comitiva, había un hombre de pelo marchito, pálido como el interior de una ostra y con un brazo que parecía haber sufrido los perversos experimentos de un nigromante aficionado.
Una hora antes, Volk y Babaccar había propuesto llevarse las cabezas de Frère Jacques y la de alguno de los otros engendros, así como el cuerpo de Marcel Derain. Necesitaban pruebas de las atrocidades que se habían cometido allí abajo y la Inquisición no tardaría en limpiar la zona para cubrirse las espaldas.
Kaleb, Bragnes y Hugo regresaron al palacio de lord Laforet. Galbert, el mayordomo, les dirigió hacia unos dormitorios de la mansión sin hacer preguntas. El agotamiento que ensombrecía sus rostros era respuesta suficiente por el momento.
Le Maison y Arnault se empeñaron en escoltar a los presos y pedir asilo en la Gran Catedral. En el templo había cierta agitación, debido en parte a la milagrosa recuperación que estaban experimentando la mayoría de los afectados por la Peste de Medianoche. Una vez que se aseguraron de que todos estaban bien alojados y recibiendo cuidados por parte de los clérigos, Volk les guió hacia La Pelirroja Encadenada.
—Allí es donde dejamos a Iacobus. Orrghk no era el único que la conocía, je je. También se alojaron Alek y la pareja que os seguía antes: Eduard y Magdala.
Al entrar, un enano calvo y pelirrojo les saludó. Cuando les vio a todos, asintió con respeto.
—Hay habitaciones de sobra, más os vale descansar y recuperaros como los dioses mandan.
* * *
La mayoría durmió todo el día y gran parte de la noche.
Babaccar, que no necesitaba dormir, aprovechó para meditar junto a Eduard y, de paso, ponerse al día.
La pelirroja encadenada [Orrghk'Grooghk]
Un tugurio en toda regla. ¿Dónde sino pasaría sus horas alguien como Orrghk? Lo regenta el bueno de Mac "Barbabrandy", un tipo de lo más encantador. Debido a sus refinados modales, sus clientes se preguntan a menudo si se trata de un enano muy alto o un humano muy fornido y bocachancla. Eso sí, se rumorea que sirven la mejor cerveza de todo Montnoir (aunque puede que no sea más que un trino).
—Os debo nuestras vidas, mi señor druida. La de mi hija y la mía propia. Lo que le ha pasado a mi taberna es una lástima, pero hemos podido darles caza en los túneles.
Eduard le explicó cómo arrinconaron a los guardias que habían quemado la taberna. Habían bajado a las catacumbas junto a una inquisidora llamada Hermana Beatriz, la misma que se había transformado en loba en mitad de la calle.
—Algunos inquisidores aprovecharon para experimentar en los "herejes" —explocó—. La tal Katarina* lanzó un extraño sortilegio y les obligó a hablar**, ¿sabes? Aquellos que lograban tener una transformación más satisfactoria eran soltados por la ciudad para causar el caos y extender los graznidos sobre una nueva y diabólica enfermedad. Por supuesto, también experimentaron en sí mismos al ver el potencial de los Señores de las Alimañas.
Al parecer, las personas afines a los espíritus de la naturaleza no eran los únicos que sufrían la licantropía de Rimbrodogg. Los gnomos, elfos y cualquier otra raza con antepasados feéricos se vería afectado durante los últimos días del ritual.
—Magdala y yo estamos bien. Supongo que nos veremos obligados a pedir clemencia al patricio, hacer trabajos por ahí o vete a saber qué.
*La ladrona Rhusiyana con la que se marchó Volk cuando entrasteis en la posada de Eduard.
**Algo parecido a "Zona de la verdad".
Al amanecer del día siguiente, Kaleb apareció por la taberna vistiendo sus mejores galas y escoltado por la guardia personal del patricio. Habían acordado una audiencia con lord Laforet en el palacete. La paz reinaba en las calles de Montnoir, y el bullicio de sus plazas apenas quedaba eclipsado por el traqueteo del carruaje que les llevaba hasta la mansión.
No había rastro de la Inquisición, ni siquiera frente la Casa de Justicia, pero algunos guardias de la ciudad dirigían miradas taciturnas al carruaje.
Las puertas del palacete eran blancas, con un majestuoso grifo rampante —el emblema de la familia Laforet— tallado en cada hoja, como desafiándose con la mirada.
Un apolillado mayordomo les recibió en el vestíbulo, con una sonrisa afectuosa, para luego anunciar su llegada a voz en grito.
Se reunieron en uno de los salones diseñados para el confort de las visitas. La opulencia brillaba en aquella sala con los colores de la plata, la porcelana, el cristal, la madera de mejor calidad y el terciopelo. Había candelabros en las repisas, máscaras en las paredes y un atribulado Abélard Laforet sentado en la butaca más impresionante de todo el conjunto. Tenía el aspecto de un rey a punto de derrumbarse. Con un gesto, Gelbert invitó al grupo a que se sentasen en los sillones que quedaban libres.
—Bienvenidos a mi humilde hogar. Como algunos ya sabéis, soy lord Abélard Laforet, actual patricio de Montnoir —se presentó.
Un oscuro pensamiento se cruzó por la mente de la compañía: ¿de verdad aquel hombre que les miraba con sombría reverencia había formado parte de la hermandad Veritas lux mea original?
—Todavía queda un invitado por venir, pero se nos unirá más tarde. Por el momento, según me ha explicado Hugo, me gustaría hablar con ustedes de los acontecimientos acaecidos en estos meses. Especialmente en los últimos días. Imagino que tendréis algunas preguntas.
Sé que lo habitual en los epílogos es poner una narración con el final y ya está, pero quería ceñirme al espíritu PbtA y haceros partícipes de la última escena.
Tancredo está etiquetado para que pueda leer estas escenas (me sabía mal excluirle totalmente en el final), y estáis todos en la escena de Eduard para aligerar. Se entiende que lo vais hablando entre vosotros durante las elipsis.
Arnault se alegró de tener noticias sobre Eduard y Magdala, sentía que había pasado una vida desde que los vio por última vez y en cierto modo así era. El Arnault que ellos podrían ver en aquellos momentos era alguien muy diferente al muchacho con el que habían compartido alguna desventura, seguramente incluso les costaría trabajo reconocerle. Sintió algunas miradas clavándose en él durante aquella tarde, y supo de inmediato que se debían a su aspecto. Aquello era algo que le hubiera importado mucho solamente un día atrás, pues Arnault se preocupaba por su aspecto y en sus ratos ociosos de guerrero a sueldo gustaba de confraternizar con las muchachas de Montnoir. Sin embargo, ahora apenas le dio importancia. No solo su aspecto se había vuelto más oscuro.
Al día siguiente llegó la reunión con el Patricio, Arnault asistió a ella pero esperaba que terminase pronto. Pues ahora tenía nuevas obligaciones que atender. No se mostró muy asombrado por la pomposidad del palacio y lo que rodeaba a Lord Laforet, tampoco se adornó a si mismo con galas diferentes a las gastadas y agujereadas telas que lucía ya en la aventura final dentro de las criptas, dejando el extraño brazo al descubierto. Tampoco quiso intervenir demasiado en la conversación, dejo las preguntas para el resto de sus compañeros, quienes seguramente tendrían mayores inquietudes al respecto.
-La muerte está en Montnoir. -Se limitó a señalar como una obviedad.
Babaccar se sintió sumamente reconfortado al ver que, tanto Edouard como Magdala, se encontraban bien. Temía que la locura de las catacumbas hubiera derivado de algún modo en la ciudad o que hubieran sido interrogados o torturados por la inquisición por su relación con el grupo. Afortunadamente, no había sido así.
—Os debo nuestras vidas, mi señor druida. La de mi hija y la mía propia. Lo que le ha pasado a mi taberna es una lástima, pero hemos podido darles caza en los túneles.
- No sabéis lo que me alegro de veros de una pieza, amigos míos- sonrió- no es muy habitual encontrar amigos de los bosques entre tanta piedra.
El tabernero les contó en detalle lo ocurrido en la superficie durante su enfrentamiento con Rimbodrogg y los cultistas. Como pensaba, por encima de las cloacas también se había desarrollado la batalla.
—Magdala y yo estamos bien. Supongo que nos veremos obligados a pedir clemencia al patricio, hacer trabajos por ahí o vete a saber qué.
- Tal vez podríais considerar regresar al abrigo de los bosques, Edouard, lejos de los impuestos y las luchas de poder. Los árboles os darán su madera para levantar una nueva posada en algún cruce de caminos y los animales y las plantas os proveerán de las viandas necesarias. Magdala aprenderá a cuidarse y a sobrevivir, algo difícil de alcanzar entre estos muros donde la seguridad y la comida siempre dependen de otros. Incluso podría ayudaros durante un tiempo si me lo permitís. Creo que vuestra hija tiene todo lo necesario para seguir el sendero del bosque y a mí me vendría bien escapar de estos muros y descansar durante un tiempo. Pensadlo- pidió- ambos. Todavía estaré un par de días por la ciudad y vendré a veros antes de marcharme.
***
Babaccar era la primera vez que conocía al patricio, parecía un hombre adusto e inteligente. Seguramente no era el tipo de hombre que esperaría encontrarse en una hermandad como la recién destruida Veritas Lux Mea pero la juventud y el ansia de poder son malas compañeras de viaje y los nobles tienden a pensar con demasiada frecuencia que están por encima del resto de los mortales.
Kaleb era su hombre para este tipo de intervenciones. Como druida, la relación con los humanos se le hacía difícil e incómoda por momentos y su experiencia en el pasado le decía que los nobles tenían una forma muy concreta de hablar y ser hablados así que prefería que fuera el cronista, muy acostumbrado a tratar con gente influyente y a narrar hechos como los allí acaecidos, el que hiciera de portavoz del grupo.
Kaleb, ya repuesto del terrible agotamiento de la gesta que habían llevado adelante, se llevó la copa a los labios. Ese gesto que hacía a veces cuando quería pensar bien qué preguntaría a continuación. Sabía que poco tiempo le quedaría en esa mansión, junto al Patricio. Había olvidado lo que era el camino, el deseo de aventuras para ser narradas, el afán de nuevos horizontes. El vino, las mujeres, los colchones y almohadones le habían nublado la vista. Pero ya no más.
Miró a cada uno de sus compañeros, y se detuvo apenas un momento en Arnault. Ese muchacho había cambiado mucho. Tal vez no sabía realmente cuánto.
-Milord, como bien dice, y con su acostumbrada observación, creo que más de uno de nosotros tenemos algunas preguntas, no sólo del pasado más lejano, y más cercano, sino también de nuestro presente, y de lo que vendrá- comenzó dejando la copa suspendida entre sus dedos -¿Por dónde empezar?- hizo una pequeña pausa.
-En nuestras investigaciones pudimos constatar que usted había pertenecido, en su juventud, a la secta que llevó adelante el ritual que corrompió Montnoir, junto al aval y complicidad de la Inquisición- miró a los ojos al avejentado Patricio -¿Cuándo me iría a contar eso? Después de todo, yo soy su Cronista y Biógrafo Oficial, ¿no es cierto?- y sonrió -De todas formas, no lo tome como un reproche, sino un afán erudito por conocer el pasado que nos trajo a este presente-
-Pero para no retrotraernos tanto al pasado, me gustaría saber qué ha sucedido con las cabezas de la Inquisición, así como si se sabe algo de Doña Lorena de Avellaneda...- dejó la frase sin concluir y con el tono justo para saber que había más, ya que si decía cada cosa que quería saber, no terminarían en un día. Podían empezar por ahí, y de ese punto avanzar.
Perdón la demora.
Recién, viendo más con detenimiento el avatar de Laforet, parece George Clooney XD
Le Maison se había quedado de pie junto al mayordomo, en la entrada del salón. Hugo, por su parte, estaba encogido en su asiento mirando al suelo. Solo deseaba regresar a la comodidad de su monasterio.
-En nuestras investigaciones pudimos constatar que usted había pertenecido, en su juventud, a la secta que llevó adelante el ritual que corrompió Montnoir, junto al aval y complicidad de la Inquisición- miró a los ojos al avejentado Patricio -¿Cuándo me iría a contar eso? Después de todo, yo soy su Cronista y Biógrafo Oficial, ¿no es cierto?- y sonrió -De todas formas, no lo tome como un reproche, sino un afán erudito por conocer el pasado que nos trajo a este presente-
—La Veritas lux mea que conocisteis no es más que una burda imitación. Hasta que nosotros la clausuramos, había reunido a grandes representantes de los gremios de la ciudad, del Concilio de Magos o de la Iglesia de Lineras*. Al igual que los propios frailes del monasterio de Vorspiel, los miembros de la hermandad siempre sintieron interés por lo oculto para poder combatirlo. "Todo buen exorcista debe conocer aquello que pretende desterrar".
Lord Laforet clavó su mirada en Hugo. Acababa de recitar una de las frases que había usado el propio exorcista para curiosear en su biblioteca privada.
Se levantó y continuó hablando.
—Veritas lux mea. La verdad es mi luz. No era una hermandad muy antigua, pero a los veteranos les encantaba ponerle nombres rebuscados a todo. Rimbrodogg, por ejemplo, lo tomaron de una de las tumbas más antiguas de las catacumbas. Es un anagrama de GRIM ORB GOD, "Dios del orbe macabro". Uno de los nombres que se le daba a la Muerte.
Esta vez miró a Arnault. Había captado la atención del patricio desde que se fijó en el pelo blanco y en aquel brazo. Al ver la confusión y el cansancio en las caras de la compañía, decidió ir al grano.
—Empezaré por el principio. Hasta donde sabemos, Montnoir fue fundada sobre un complejo funerario subterraneo, aprovechando los edificios de la necrópolis que había sido construida en la superficie. Los primeros comerciantes y viajeros vieron los edificios y los reformaron. Los magos reformaron las catacumbas, los maleantes aprovecharon sus pasadizos para ocultarse o trapichear, etcétera.
»Siglos más tarde, los miembros fundadores de Veritas lus mea descubrieron que las catacumbas eran los restos de un círculo druídico que rendía culto a la Muerte y al ciclo de la vida. Después de eso, generaciones de estudiantes recopilaron información y hechizos que habían dejado atrás los druidas. Dicha información quedó reunida en un grimorio que disfrazamos como anuario. Durante nuestra promoción, la cosa nos estalló en las narices.
»Ya habíamos avanzado bastante en nuestra investigación y poseíamos conocimientos que resultaban muy útiles a varias órdenes clericales. La Inquisición de Lineras llegó a financiar nuestras expediciones al subsuelo. No obstante, todo cambió cuando decidimos jugar con fuego y experimentar por nuestra cuenta. Intentamos realizar una invocación.
»Las inscripciones del ritual eran poco precisas. Seguidas al pie de la letra, permitían realizar una apertura en el Velo entre planos para llamar a la "Boca del Pozo" o "Guardián del Umbral". ¿Un ser entre planos? ¿Un cerbero que protegía la entrada a otra realidad? No teníamos ni idea, pero nos sentíamos embriagados ante la perspectiva de alcanzar un conocimiento o un poder sin precedentes. Nuestro error fue anotar todas nuestras expectativas sin tener detenernos a estudiar en mayor profundidad.
»Por suerte, no éramos idiotas. Llevamos a exorcistas y a hermanos veteranos con nosotros. Cuando contemplamos el horror que se desató al final del ritual, nos apresuramos a desconvocarlo. La huella que dejó en la ciudad, sin embargo, tardó varias semanas en disiparse. Los espíritus de la naturaleza enloquecieron, otros enfermaron horriblemente… Seguro que os suena.
»Cuando terminó todo, la Inquisición nos ayudó a tapar nuestras huellas. Clausuramos la hermandad y terminamos los estudios. Y después…
Lord Laforet hizo una pausa y les mostró al grupo un símbolo con una antorcha invertida. La llama trepaba por el mango, enroscándose como una serpiente.
—Después hicimos lo mismo que el resto de las generaciones de exalumnos que pasaron por Veritas lux mea: entrar en la Orden de Tánatos. Guardianes del Secreto. Desde aquel entonces, más que nunca. Las malas lenguas nos tachaban de nigromantes. La Inquisición lleva tiempo detrás de nosotros desde que clausuramos la hermandad. Temen que sepamos más que ellos. Temen una rebelión, que usemos nuestros conocimientos contra la religión de la Diosa.
»Como comprenderás, Kaleb, no esperaba que añadieses toda una parrafada sobre organizaciones secretas en mi biografía.
-Pero para no retrotraernos tanto al pasado, me gustaría saber qué ha sucedido con las cabezas de la Inquisición, así como si se sabe algo de Doña Lorena de Avellaneda...
Antes de que el patricio pudiese abrir la boca, una figura enfundada en negro apareció en el salón. Inmediatamente, tanto Hugo como Le Maison apartaron la mirada. Solo Kaleb la reconoció. Había visto ese mismo rostro en un espejo hacía pocas noches.
—Justo a tiempo —saludó el patricio.
*Aunque desde sus inicios trataron de incorporar la libertad de credo, la Iglesia de Lineras no tardó en hacerse con el control del campus eclesiástico de la Universidad de Montnoir.
"Hermana Inmaculada, suma inquisidora de Montnoir". O eso parecía que decían los balbuceos que Galbert, el mayordomo, empleó en su presentación.
La mujer entró con paso firme y examinó la habitación con una mirada gélida.
—La marquesa doña Lorena de Avellaneda es una traidora a la Iglesia de la Diosa. Pactó con enemigos de Lineras, azote de nuestra nación. Por ahora ha huido de regreso a sus dominios, pero su herejía no quedará impune.
Kaleb escuchaba con atención las palabras del Patricio. Era un hombre que le llamaba mucho la atención, por eso mismo había aceptado ese trabajo de biografía. Y esa historia de la secta era algo que le interesaba sobremanera. Tal vez, ¿quién sabe?, podría especializar sus próximos estudios en sectas y cultos secretos. ¡Sería todo un desafío!
Y se acomodó en su asiento cuando mencionó que habían ocultado los hechizos en un supuesto anuario. ¡El anuario que tenía en su poder! ¿Sería ese? Nada en su rostro reflejó el entusiasmo que sentía, sólo seriedad y respeto por la palabra narrada.
Sonrió ante la mención a la biografía, y estaba por replicar, cuando entró la Hermana Inmaculada. Ahí sí que se sobresaltó, y casi se levanta de su asiento. Miró a sus compañeros con una mirada que podía mostrar perplejidad... y miedo.
-Hermana Inmaculada, qué agradable sorpresa tenerla aquí- dijo mirando al Patricio breve pero significativamente.
No podía apartar de su mente lo que había sido ese "viaje" espiritual y lo que había visto e intuido.
-¿Cómo se encuentra la Hermana Beatriz?- preguntó con una sonrisa inocente.
Quería gritar que ella era la responsable de todo eso, que era una cómplice más, que tenían que apresarla, pero no estaba seguro de si el Patricio sabía... y por ende, si estaba implicado también.
La inquisidora enarcó una ceja y lord Laforet se apresuró a tomar el testigo.
—El Tribunal de Montnoir ha "sufrido unas cuantas bajas" combatiendo contra el grupo que amenazaba a la ciudad. Al menos, esa es la versión oficial. Sé que a algunos de vosotros no os gustará esta decisión, pero Montnoir no puede permitirse la enemistad con la Iglesia. Hemos pactado un acuerdo de silencio siempre y cuando no obliguen a la ciudad a entrar en el conflicto armado contra Rhusiya.
Kaleb recordó una de las frases que más le gustaba repetir al patricio: "la política consiste en dar a tus enemigos lo que quieren mientras mantienes tu puñal bien afilado y oculto". El siguiente paso en aquella negociación era evidente.
—Por supuesto, necesitaremos a un chivo expiatorio, y las pruebas que nos habéis facilitado nos serán muy útiles. Lo lamento por la familia Derain y su gremio de arquitectos, la verdad. Alguien tiene que pagar el pato.
Y era cierto. En el fondo, la mayoría de ellos lo sabía. La Inquisición había echado raíces en la ciudad. Gran parte de los azores les seguía ciegamente, por no hablar de que el Tribunal de Jusiticia era de los pocos órganos "neutrales" donde proclamar leyes y castigar a los criminales. Puede que sus métodos no fuesen muy ortodoxos, pero Montnoir les necesitaba. Expulsarles supondría toda una reforma para la que los ciudadanos no estaban preparados.
No digamos lo que supondría oponerse a la poderosa Iglesia de Lineras, que cada vez ganaba más adeptos y poder por gran parte de los continentes de Zork.
La hermana Inmaculada les propuso trabajar para la Inquisición y participar en la cruzada contra el marquesado de Avellaneda. Un asedio en toda regla. Necesitarían guerreros valientes, paladines, hombres y mujeres honorables que portasen el estandarte y castigasen la herejía en nombre de Lineras.
No obstante, ninguno parecía por la labor. Le Maison había desaparecido de la sala. El caballero del Santo Pendiente habría sido uno de los candidatos más lógicos, pero aquella misión le había afectado visiblemente. Su crisis de fe exigía un camino que les separaba definitivamente.
Volk aseguró que prefería ayudar a los refugiados rhusiyanos de Montnoir. Al fin y al cabo, era su pueblo y se lo debía. Muchos habían sufrido los terribles estragos de Marcel y la Inquisición.
Kaleb todavía necesitaba recuperarse, pero no dio un no rotundo. Babaccar, por su parte, expresó que prefería regresar a los bosques. No era un hombre religioso, pero se alegraba de haber podido ayudar. No obstante, los páramos le llamaban, y había una familia a la que deseaba acoger y ayudar en el basto territorio salvaje.
Hugo se negó rotundamente. Él no era un hombre de guerra, ni mucho menos. Prefería regresar con sus hermanos en el monasterio y llevar a cabo exorcismos puntuales.
Lord Laforet apartó a Arnault cuando dieron por concluida la reunión. Habían hablado del futuro de Montnoir y de la nueva cruzada que se estaba cociendo, pero el joven guerrero apenas había abierto la boca.
—Yo también conozco los caminos de la Parca. Veo que has escogido servirle como paladín, un Caballero de la Muerte. Tenemos mucho de lo que hablar.
En efecto, Arnault había escogido seguir su propio camino. Un destino incierto, pero dirigido con la paciencia y el rigor de una partida de ajedrez.
* * *
Poco a poco, la ciudad volvió poco a poco a la normalidad. Los trinos se extendieron hasta convertirse en cacareos. La familia Derain fue condenada públicamente en un juicio amañado, cortesía del patricio y la propia Inquisición. Algunas de las familias de estudiantes tuvieron que celebrar funerales clandestinos para poder llorar a sus hijos, sobrinos, hermanos o primos. Algunos fueron descubiertos e interrumpidos de forma brutal por los inquisidores. Otros, sin saberlo, empezaron a extender una de las primeras crisis de fe en Montnoir después de años bajo la sombra del culto a Lineras.
Hugo regresó a la comodidad de Vorspiel. El resto de su compañía se dispersó, con la notable excepción de Kaleb. Pese a su ansia de aventuras, todavía no se había atrevido a expresarle su deseo de partir a lord Laforet. Además, la biografía, si bien estaba casi terminada, todavía no había concluido.
Uno de esos días en los que la calma empezaba a desperezarse sobre Montnoir como un tímido amanecer, el cronista decidió cumplir la promesa que le había hecho días antes a Iván, su antiguo mentor y heraldo de doña Lorena de Avellaneda. Ahora que sabía lo de la cruzada que estaban preparando, se preocupaba por el bienestar del viejo gnomo. ¿Qué podría hacer? ¿Debería avisarle aunque eso metiese en un lío a lord Laforet?
Un aullido terrible le sacó de cuajo de sus cavilaciones. Provenía de un perro grande, inmenso. Un mal presentimiento recorrió la espina del cronista en forma de escalofrío. Recordaba a grandes rasgos que se hospedaba en La Pelirroja Encadenada, donde Babaccar y Arnault habían pasado su última noche en la ciudad antes de partir.
Allí se encontró un gran revuelo. Tanto los clientes como el enano pelirrojo que regentaba el local parecían alterados por el aullido, que provenía de una de las habitaciones de arriba*.
Kaleb se precipitó escaleras arriba, seguido de Mac y algunos parroquianos curiosos. Hizo caso de los gritos que le instaban a detenerse y abrió la puerta de la habitación. Su oído, entrenado durante años como el de cualquier bardo que se precie, había resultado ser infalible. Aunque en ese preciso instante, deseó haber errado por completo.
Dos cuerpos yacían en la suelo de la habitación. El camastro había sido destrozado, apuñalado con saña con algún tipo de filo de gran tamaño. Los cadáveres tenían gran parte de la piel escarchada, con las quemaduras blancas y agrietadas que recordaba de la zarevna. Elfos gélidos.
Kaleb reconoció una tercera figura, malherida y derrotada que todavía parecía tener fuerzas para aullar de dolor. Era Tharanis, el mastín de tundra. Junto a él, con la mirada apagada y sobre un charco de sangre, yacían Alek y Nuño. El guía rhusiyano y el soldado sin uniforme que había desertado en las Catacumbas.
Frente a aquella escena, el mensaje quedaba bien claro: nadie traiciona a doña Lorena de Avellaneda.
*Un aullido, y más en Montnoir, después de todo lo que había pasado, no era un buen augurio precisamente.