Partida Rol por web

Por mucho que te debates, te resulta imposible "liberar" nada. Sabes que tu lado animal está ahí, alterado por la luna, y hasta notas su latido acelerado, pero cada vez que tratas de contactar con él lo sientes más distante. Algo lo bloquea. 

Sin embargo, y para tu sorpresa, la voz de Volk se vuelve cada vez más cercana.

—Da! ¡Soy yo!— exclamó el ladrón mientras se materializaba en aquel espacio—. ¡Y me parece que vengo justo a tiempo!

Volk chasqueó los dedos e hizo aparecer un sillón idéntico al que había visto en el despacho de Lord Abelard, en el que se recostó cómodamente.

—En tu mente hay cosas muy chulas. Me alegra que el muñeco no haya bloqueado todos tus recuerdos. Por desgracia, no puedo liberarte. Este espacio es un plano intermedio creado por el viejo con el que os topasteis. Es una suerte que haya podido colarme, así puedo comunicarme contigo. El caso es que llevas puesto algo que te impide sacar todo tu potencial. Si me dices qué es, te lo quitaré yo mismo para que puedas librarte de la marioneta. Te lo devolveré en cuanto seas libre. Prometido.

Le guiñó un ojo mientras se estiraba sobre la butaca.

—Sí, señor. Seguro que el original pertenece a alguien importante.

Últimamente Kaleb tenía la fastidiosa costumbre de perder el control de su cuerpo y atizar a Le Maison, pero no se lo podía tener en cuenta porque después siempre se arrepentía de lo que había pasado y no podía hacer nada por evitarlo, así que Le Maison volvió a ponerse en peligro intentando desarmar a Kaleb para no herirlo. Con una finta de la espada hizo como si le fuera a golpear, pero en el último instante dio un fuerte golpe en su espada para que esta saliera volando. Aprovechó el momento para intentar que éste volviera en sí.

-Lucha por tu cuerpo Kaleb, yo sé que tienes una mente fuerte. Desazte del que te intenta controlar.

-¿Volk? ¿Eres mago y nunca lo supe?- preguntó sorprendido y agradecido en partes iguales... aunque también podía ser alguna alucinación del muñeco, realmente no lo podía saber.

-El medallón de plata, sácamelo...- dijo el gnomo confiando en que fuera el escurridizo rhusiyano -Y me tendrás que decir cómo es que has llegado aquí, ¡maldito ladrón de recuerdos, mejor que los dejes a donde están!- dijo casi entre risas, que eran entre nerviosas y de verdadero alivio.

Mentalmente, o ahí mismo que seguramente es igual, se preparó para lo que pudiera pasar...

El rhusiyano rió tu ocurrencia.

—¿Mago, yo? No me verás encerrado entre pergaminos y aparatejos ratos en tu vida, maese cronista. Es una larga historia. Digamos tan solo que he tenido algo de "ayuda". Ya os lo contaré todo cuando llegue el momento —te responde guiñándote un ojo. 

Volk asiente, se incorpora y chasquea los dedos. Evidentemente no sucede nada, pero como golpe de efecto no queda mal. Después comienza a desvanecerse.

—Yo me encargo de todo. Espero que Le Maison no se asuste demasiado al verme aparecer tan de repente. 

Le Maison golpeó con la parte roma del filo de su espada para que la mano del cronista perdiese estabilidad y control sobre su arma. Funcionó. El estoque cayó en el suelo, tintineando y rodando sobre el granito.

El caballero del Santo pendiente ya se disponía a apartar de una patada el arma cuando escuchó los aullidos a lo lejos. Las larvas se acercaban y tenía que correr. Ahora el cronista estaba desarmado y no supondría demasiado problema noquearlo, cargarlo a cuestas o simplemente tratar de arrancar el muñeco de su espalda. Sin embargo, antes de que tuviese tiempo de volver a acercarse siquiera a su compañero, un par de brazos se materializaron desde su cabeza. Eran claramente humanos.

Esto perturbó bastante al caballero, pero todavía le impresionó más ver cómo los brazos quitaban hábilmente el colgante de plata del cuello del gnomo. Un torso y unas piernas siguieron a los brazos, que se despegaban del cuerpo de Kaleb con parsimonia, dibujándose a la tenue luz del pasillo. Cuando la figura estuvo completa, Le Maison pudo ver de quién se trataba. Con su habitual sonrisa, Volk le guiñó un ojo mientras jugueteaba con la figurilla de plata.

La piel de Kaleb palideció y su cabello comenzó a enrojecer y a alborotarse. De una sacudida, se desembarazó del muñeco, que se desplomó inerte. Antes de que pudiese articular un simple gruñido, Volk ya le había colocado el colgante de vuelta. El cronista volvió a la normalidad.

-Y me la contarás, por cierto- dijo el gnomo entre sorprendido, agradecido y algo ofuscado por depender, otra vez, del truhán de su compañero.

Cuando sintió que el corazón que parecía acompañarlo latía con más fuerza, como un caballo desbocado, percibió que algo más cambiaba, pero fue tan efímera la sensación, como la visión de ese espacio fuera de todo tiempo y espacio.

Cuando se encontró frente a Le Maison, le dolía la mano como si hubiese temblado con mucha fuerza, y lo primero que vio fue que el estoque yacía en el suelo. Lo siguiente que vio fue el rostro de Le Maison desencajado por la sorpresa, y luego el muñeco inerte en el suelo.

El gnomo sacudió la cabeza, sintiendo cómo el sombrero casi se le caía.

-Hay que llevarnos esta cosa...- musitó dándole una patada al muñeco que yacía en el suelo y recogiendo su estoque por las dudas de que se fuera a levantar.

Realmente había dicho esas palabras porque quería alejar un pensamiento que se había forma. ¿Qué era? ¿Qué había en su interior? ¿Era un licántropo? ¿Tenía algo que ver ser el séptimo hijo varón? Alguna vez le habían dicho que había una leyenda al respecto, en una tierra donde se decía que por su mar corrían Ríos de Plata, pero nunca la había creído.

Le Maison dio un abrazo a Kaleb y le espetó un -Es bueno tenerte de vuelta, mi pequeño amigo. Y esa era la pura realidad. A pesar de haberle atacado dos veces en la misma noche, Le Maison no estaba molesto con él porque sabía que era algo que no dependía del cronista, y el que de nuevo volviera en sí les daba opciones de seguir con vida.

-Cojamos pues esta cosa y vayámonos rápido de este sitio. Es una trampa y mientras sigamos aquí seguiremos siendo vulnerables. Necesitamos al resto del grupo.

El abrazo de Le Maison lo sorprendió y sacó de sus pensamientos oscuros y temerosos.

-Gracias, amigo, tienes razón, vamos ahora mismo- dijo con una leve sonrisa y le señaló el muñeco -¿Podrías llevarlo tú?-

Le había quedado una sensación muy extraña en la espalda, y no quería tener cerca ese muñeco. Es más, dudaba de que fuera a ver otros muñecos de la misma forma.

Habían caído como unos tontos, y ahora tenían la oportunidad de salir vivos. Era algo que no se repetía siempre...

—Sí, será mejor que os larguéis de aquí cuanto antes— comentó Volk con una media sonrisa.

Estaba apoyado contra una de las paredes del pasillo, con una enorme serpiente enroscada en sus hombros. El ofidio les siseo a modo de saludo.

—Antes te perdiste un par de pasadizos bastante interesantes, Le Maison. Si desandáis vuestros pasos y giráis a la derecha, terminareis llegando a una encrucijada. Tanto a la derecha como a la izquierda dan a una salida. La primera os llevará a una calle cercana al lugar donde me separé de Babaccar y Arnault. La segunda da a la entrada que usé yo, en uno de los callejones usados por los magos, pero desaparecerá una vez salgáis a la calle— comentó en un tono algo misterioso—. Os deseo buena suerte. Yo todavía tengo asuntos que atender aquí, en las catacumbas; nos reuniremos pronto y os lo contaré todos. ¡Y ahora, a correr! ¡El tiempo apremia!

Le Maison miró al muñeco para ver si estaba definitivamente inerte y le dio una pequeña patada. Tras ello cargó con él con un poco más de fuerza de lo que era estrictamente necesario y le dijo a Kaleb - Tú guías. Vámonos de aquí lo antes posible.

A Volk le comentó mientras partían - Cuidado donde entras, hay unas larvas mortales que nos persiguen y un anciano malvado muy poderoso.

Kaleb miró de nuevo a Volk.

-¿Que te quieres quedar?- preguntó el gnomo apuntándolo con el estoque sin darse cuenta -¿¡Qué te pasa?! Hay de todo acá, entre eso... unas larvas chillonas que vaya a saber uno qué hacen- miró las heridas de Le Maison y las señaló -Bueno, eso hacen- su mirada estaba fija en el rhusiyano -¿A dónde vas? No creas que lo harás solo...- y miró significativamente al caballero.

Si era necesario, él iría con Volk, pero no dejaría que su amigo, el que lo había salvado de una vida de blancura infinita, recorriera unas catacumbas como esas... por más que no fuera lugar para una personalidad de corte como él.

—De acuerdo. Podéis venir conmigo, pero procurad no asustaros de lo que veáis. Será un tanto impresionante —les respondió Volk, risueño.