Partida Rol por web

—Siempre me interesó el loco. Es lo mismo que el mago, pero sin pensar en las consecuencias. ¿Y a ti, Orrghk?

—Creo que yo probaré con la Rueda de la fortuna. Esta noche me siento con suerte —respondió el semiorco.

Tancredo se colocó frente a la puerta con el número 0. Inmediatamente se vio a si mismo con ropas de bufón, portando un hatillo y acompañado por su fiel compañero canino. Recorría ahora un escenario diferente: un camino que terminaba en un inmenso acantilado.

Frente al abismo, había tres figuras que sostenían cañas de pescar. La primera era su propio perro. La segunda y la tercera eran una araña y una serpiente. Ambas hermanas. 

—La corriente pronto nos arrastrará a todos —comentó el perro.

—Lo sabemos, pero aunque tratemos de cerrar la puerta, los horrores del abismo terminarán por salir y destruirnos —dijo la serpiente.

—No si yo puedo evitarlo. Yo los contendré.

—Eso es un suicidio, Rimbrodogg. No puedes quedarte conteniendo la puerta tú solo —le respondió Asciferes.

—Alguien tiene que hacerlo y yo nací para ello.

El perro se levantó y se zambulló en el único mar que no reflejaba las estrellas.

La puerta volvió a aparecer ante él. Volvía a ser el brujo de siempre y el escenario seguía siendo eso: un escenario. A su espalda, un zarcillo de carne vaporosa y repleta de ojos y bocas surgió de entre una de las grietas del suelo.

—¿Estás preparado ahora para partir? La humanidad siempre ha estado plagada de locos que han ignorado el destino del mundo. No saben de dónde vienen ni hacia donde van. Alegres, con su hatillo y sus animales de compañía, pero con un poder mucho mayor del que imaginan. ¿Qué me dices entonces? ¿Estás preparado para cruzar el umbral?

—Cómo si pudiera elegir... Demasiado tarde para echarse atrás, dijo el brujo con resignación. No era la primera vez en la que se convertía en un héroe reacio.

El brujo vio una puerta abrirse, pero no de izquierda a derecha, como había supuesto, sino de abajo a arriba. Un destello los inundó hasta hacerles desaparecer. Entonces despertaron.

Tanto Tancredo como Orrghk despertaron en la sala especial del salón de té. Había sido un largo sueño y todavía se sentían algo mareados. Gretel se acercó a toda prisa, con una bandeja en la mano y dos tazas de una infusión humeante. Murcha les acomodó con un par de cojines. Golyav y Painavec los miraban con temor e interés respectivamente, y Tía Myrtle simplemente observaba.

—Ahora habéis visto el pasado, el presente y el futuro. Tres, como las hilanderas y las brujas que regimos este humilde establecimiento. ¡Espero que no seáis zoquetes y hayáis aprendido algo con tanto viajecito!

El antiguo guardia silbó mientras enarcaba una ceja, con un gesto de aprobación en el rostro.

—¡Vaya un viaje que os habéis pegado! Hemos estado esperando unas cuantas horas, pero aquí estáis. Debe haber sido un trayecto movidito, por vuestras caras, ¿eh? ¿Qué tal ha ido? ¿Habéis visto algo interesante?

—Demasiadas cosas, tantas que no sabría por dónde empezar. Tenemos que reunirnos con el resto del grupo para informarlos.

Tancredo y Orrghk decidieron ponerse manos a la obra. El brujo tenía una corazonada acerca del paradero de los estudiantes, y hasta el propio Painavec les dio su visto bueno.

Las tres hermanas abrieron la puerta que daba a las catacumbas de Montnoir, y ambos se precipitaron en la oscuridad. La Universidad. Allí debajo había algo grande. Lo había visto en el mapa que le había dado aquel monje de la catedral. Sí, aquel tenía que ser el sitio.

Golyav se había quedado con las hermanas. No había aguantado en pie, y solo se despertó cuando Tancredo y el clérigo regresaron del viaje. Necesitaba descanso y un lugar acogedor donde pasar la noche. Painavec, por su parte, decidió volver a las calles.

—Quiero comprobar cómo se encuentran Mac y los chavales que rescatamos[1]. Mucha suerte ahí abajo.

Y así, Tancredo y Orrghk se adentraron en los oscuros pasillos del complejo funerario, esperando reencontrarse de nuevo con sus compañeros.

FIN DEL CAPÍTULO