Sin lugar a duda, el Bar Familiar Simpson era el lugar más adecuado para tomar unos bocadillos y una copa antes de ir a dormir a la pensión Norm. Allí los agentes del FBI fueron atendidos por el propio Tom Simpson en persona que, al principio trató de dialogar con los agentes pero, al darse cuenta de que estaban muy preocupados por sus propios asuntos, prefirió atenderles lo mejor posible y dejarles tranquilos. Prácticamente eran los únicos clientes del local a esa hora y, muy probablemente, el hombre decidió dejarlo abierto hasta que ellos se marcharan en deferencia a la importancia de la labor que estaban realizando en Ashville.
Había algunos puntos oscuros en todo lo ocurrido que salieron poco a poco a la luz a lo largo de la conversación. Parecía extraño que un hombre como Hill quisiera que apuntasen sus compras en una «cuenta» y que sin embargo estuviera dispuesto a realizar un gran desembolso económico para la compra de la granja de los Stevenson. Pero eso tenía fácil explicación como Sullivan apuntó. Para los pequeños movimientos del día a día, mucha gente no llevaba dinero encima, ya que podrían pagar en algún otro momento. E incluso en lugar de pedir un crédito, muchos guardaban sus ahorros más importantes «debajo del colchón» (o cualquier lugar similar. Por increíble que pareciese, esto no indicaba una contradicción en sí, sólo señalaba las costumbres de otro tipo de personas.
Con respecto a si Lewis mantenía correspondencia con gente del exterior de la cárcel de alta seguridad en la que se hallaba atrapado, la respuesta era «no». Los encargados de su custodia tenían órdenes estrictas de no permitir que recibiese o enviarse llamadas, mensajes o correspondencia de ningún tipo salvo que fuera expresamente autorizado, y eso no había ocurrido jamás hasta ese momento. Su aislamiento, como parte de su castigo penitenciario, era absoluto. La posibilidad de haber realizado algún tipo de contacto con alguien del exterior de su presidio era, por lo tanto, nulo. Sólo los guardias de prisión podrían haberle ayudado a algo así, y era bastante improbable debido a la naturaleza de sus crímenes y a la peligrosidad de su persona.
Todo parecía conducir a un callejón sin salida, por lo que decidieron ir a dormir a la pensión Norm, que tenía habitaciones alquiladas para ellos. Allí les atendió una anciana, de nombre Glenda Norm, y que era la tercera (y muy probablemente la última) generación Norm que tendía lo que ella denominaba «Casa de huéspedes». Tras regañar a los investigadores como si fuesen niños por su tardía hora de llegada, les asignó sus habitaciones en la primera planta. La casa, de estilo colonial, poseía dos pisos y buhardilla de techo bajo acanalado de pizarra azul oscuro. La decoración estaba constituida por cuadros que mostraban antiguas escenas de paisajes y cultivos de maíz y retratos de la familia Norm en los pasillos.
Los muebles llamaban la atención por su línea colonial y haber, encima de ellos, figuras de todo tipo de leñadores, recolectores y espantapájaros de todo tipo y tamaño. Algunos resultaban artísticos, otros espeluznantes. Si el llamado «hombre de paja», obviamente disfrazado, se parecía a alguno de ellos, era lógico quela niña hubiera perdido las ganas de hablar con el FBI y con ninguna otra persona, siendo su hermano el que se encargó de dicha labor para contar el aspecto del asesino de su madre.
Dwight se quedó despierto hasta altas horas de la madrugada pensando en el caso que tenía entre manos. La única explicación lógica que había se escapaba un poco de lo posible. Él sospechaba de Hill, Sullivan sospechaba de Hill… incluso la Sheriff sospechaba de ese triste y amargado viejo… pero él no había podido cometer los crímenes. ¿O sí? A pesar de su aspecto desaliñado y enjuto era capaz de sostener una guadaña con energía… pero durante los crímenes él no había estado ni remotamente cerca. Pero era el único que tenía motivos, por prosaicos que pudieran parecer, para haber algo así. Un hombre vestido de espantapájaros… como los que tenía la señora Norm en su mobiliario. Claro que allí, todos los propietarios de granjas tenían uno o más espantapájaros, y cualquiera sabía disfrazarse de esa manera tan simple. «Estoy persiguiendo a un hombre de paja», pensó Dwight antes de que el cansancio le hiciese dormir.
El despertador sonó a las siete en punto, despertando a los agentes del FBI. Era momento de reunirse en la cocina de la casa y trazar el plan de acción para ese día… por difícil que pudiera parecer.
Me sentó mucho mejor la copa que tomamos después de cenar que la cena misma. Necesitaba un momento de relajación como aquel: Un bourbon, un cigarrillo y una charla distendida y agradable sin tener que darle vueltas al trabajo. Era lo mejor para distraerse del caso que teníamos entre manos.
Pero no era cuestión de alargar demasiado la noche, y mucho menos caer en el riesgo de pasarse con la bebida, pues al día siguiente tendríamos que ponernos de nuevo manos a la obra. Por lo menos esa noche podríamos descansar en una cama confortable, o al menos yo era lo que estaba deseando. Aunque me conocía lo suficientemente bien para saber que una vez mi cabeza se apoyara en la almohada lo último que haría sería dormir.
Por lo menos el lugar que nos habían recomendado para pasar los días que estuviéramos en Ashville era agradable, incluso la dueña me cayó bien a pesar de su riña. Mientras esperábamos a que nos entregara las llaves me quedé observando la decoración. Paisajes típicos de la zona, retratos que seguramente serían miembros de la familia de la señor Norm y, lo que más llamó mi atención, una colección de espantapájaros, algunos sorprendentemente terroríficos. ¿Sería una casualidad? Me imaginaba que sí pues no era raro que en plantaciones como las que había por toda la zona hubiera espantapájaros por todas partes. Pero era un dertalle curioso, sobre todo al pensar que a quién perseguíamos era a un hombre de paja.
—Buenas noches señora Norm —me despedí de la mujer una vez tuve la llave de mi cuarto entre mis manos—. Y gracias por su comprensión. —Si había ironía en el tono de mi voz era tan sutil que apenas se notaba.
Tal y como me esperaba las horas fueron pasando sin que yo consiguiera conciliar el sueño. No dejaba de darle vueltas al caso, a todo lo que habíamos averiguado que, desde mi punto de vista, era más bien poco. Todas las pistas indicaban que el granjero era el culpable de aquellas muertes; motivos no le faltaban, por peregrinos que éstos fueran, para deshacerse de cada una de las víctimas, tenía la fuerza suficiente para manejar una guadaña o un arma parecida, y desde luego no era una persona que cayera bien a sus vecinos. Pero era imposible que él hubiera cometido aquellos crímenes, los tiempos no coincidían. ¿Entonces... quién? ¿Quién era el asesino? ¿Acaso algún compinche de Hill? Sin embargo el granjero no parecía tener amigos ni conocidos por los alrededores...
Por muchas vueltas que le diera al tema, me encontraba en un callejón sin salida y con el miedo al fracaso oscilando sobre mi cabeza. Poco a poco y sin que me direra cuenta, el sueño acabó por vencerme hasta que el sonido del despertador consiguió arrancarme de golpe de él.
Bostezando, con grandes bolsas y ojeras bajo mis ojos, y una vez duchado y vestido, me presenté en la cocina con la intención de poder tomarme un café bien negro y fumar mi primer cigarrillo del día.
—Buenos días —saludé, antes de sentarme a la mesa—. Espero que hayáis podido descansar —en mi caso se notaba las pocas horas que había conseguido dormir—. Necesitamos trazar un plan de actuación para este día. Por mi parte creo que el señor Hill aún nos tiene mucho que decir... ¿Qué opináis? ¿Le hacemos otra visita o tenéis una idea mejor?
Al dejar el local donde habían tenido aquella cena reconstituyente, se dirigieron al motel donde se hospedaban. Jules iba pensando en todo lo que le quedaba por hacer antes de echarse a dormir. Aparcaron el coche y se dirigió hacia el maletero, de donde sacó otro traje, limpio y estirado y una pequeña mochila que cargó en su hombro izquierdo. Cerró de golpe el maletero y cogió la chaqueta del traje de ese mismo día que aún colgaba en el asiento trasero del coche.
Cuando entró en la habitación de la casa dejó descansar el traje limpio sobre el saliente de un armario, sobre su percha, donde terminó de estirarlo y revisar rápidamente si tendría alguna arruga. Se desvistió y sacó de la mochila algo de ropa cómoda que ponerse mientras terminaba. Fue delicado al poner el traje usado en otro sitio, buscaba uno donde poder airearlo bien durante la noche. De la misma bolsa sacó un cepillo que comenzó a utilizar con el traje, de arriba a abajo, teniendo especial interés en los hombros y codos, revisando la espalda y el estado de los botones. Una vez acabó el cepillado, sacó de la mochila un quitapelusas y se lo pasó rápidamente para intentar terminar de quitarle pelos y otros agentes que pudieran haberle estropeado el traje durante el día. Las mangas comenzaban a estar algo desgastadas, tendría que pasar por el sastre para que se las arreglara, pero antes pasaría por la tintorería - no me gusta tener que mandar a arreglar un traje que está sucio - pensó. ¿Sucio? casi le había quitado ya toda la suciedad, lo cuida durante su uso para evitar desgracias y encima tiene su propio ritual cada día de haberlo utilizado antes de dormir. - ahora lo dejaré airear toda la noche, para que se le vaya el olor a sudor y mañana lo guardaré en una bolsa para evitar que se estropee. - Nadie sabía realmente de donde venía la obsesión de Jules por el buen vestir y el cuidado de sus trajes. Sin embargo él no le prestaba especial atención, le gustaba cuidarlos, verse bien, entender de tejidos y cosidos, algo de historia de gente famosa llevando trajes hechos a medida por sastres especialistas para algunos eventos... cada traje tenía su historia y... oh dios, ahora se está poniendo a cepillar los zapatos. Resulta que aquella era su mochila de arreglos y mantenimiento de trajes y complementos. Después de cepillarlos insistívamente sacó un trapito y un botecito de cera que abrió y usó para untar la punta de un trapo con su dedo, luego le pasó con cuidado el trapo a los zapatos por la punta, laterales, tacón... parece que acabó. Dejó los zapatos junto al traje sin usar y sacó una camisa plegada y limpia de la mochila, que también estaba metida en una bolsa de plástico para evitar el contacto directo con el resto de artilugios de su ¿hobbie?
Una vez tuvo la ropa preparada para el día siguiente fue al baño a ducharse, arreglarse y afeitarse para el día siguiente. Se metió en la cama pero antes de quedarse dormido se sentó en ella y revisó las notas del caso, de toda la información que había recapitulado el día de hoy. Había sido productivo, pero seguían sin dar con el autor de los asesinatos. Lo que más le dolía era el cómo estaban jugando con ellos, en el fondo sabía que el asesino conocía que estaba siendo perseguido por el FBI y les estaba dando esquinazo - ¿será que nosotros somos los incompetentes? - se lamentaba Jules. Guardó su libreta de notas en la mesilla de noche, apagó la luz y se durmió.
Volvió a tener por la mañana otro pequeño ritual de vestuario, donde intercambió la bolsa del traje limpio por el usado, se puso los zapatos, la camisa, otra corbata... Hoy había elegido un traje que delataba su profesión a primera vista: un color negro carbón para la chaqueta y pantalón, sin chaleco, con una corbata del mismo color y una camisa gris claro junto a sus zapatos negros que había arreglado el día anterior. Una vez bien arreglado se miró un buen rato en el espejo buscando arrugas, polvo u otra cosa que pudiera haberse posado sobre su chaqueta. Cogió la mochila con todos sus bártulos dentro y la libreta de notas de la mesilla. Miró enderredor buscando algo que pudiera quedársele en el tintero y fue al coche a dejar allí todo aquello que portaba y no necesitaba. Una vez colocó todo en el maletero del coche, lo cerró y se dirigió a la cocina donde ya se encontraba el resto del equipo. Cogió una taza de café y la cargó hasta arriba.
- Pienso que se están riendo de nosotros - contestó a Dwight - Cierto es que el señor Hill oculta algo, se nota. Sin embargo, aun teniendo la fuerza como para utilizar una guadaña no se si tiene la agilidad como para salir corriendo de una casa por la ventana. ¿Habéis visto la decoración de esta casa? No hemos preguntado a la dueña de si conoce a las víctimas. También puede que los espantapájaros, además de útiles en los campos tengan algo de folclore en este pueblo. Como agentes conocemos que el móvil de un crimen es esencial en la resolución del mismo. Sin embargo en mis años de carrera tuve la oportunidad de dar algunas clases de psicología y psiquiatría, además de haberme interesado por el resto. Los mensajes con las fotos, el disfrazarse de espantapájaros y utilizar guadañas, miedo... el mensaje debe decir mucho también del autor. El que el asesino esté intentando infundir miedo en sus víctimas puede tener algo que ver, aunque tampoco las tengo todas conmigo...
Pegó un buen sorbo al café caliente, sintiendo como todo su aroma se apoderaba de su boca y fruncía el ceño en favor de un sabor amargo bastante agradable para comenzar el día.
- Creo que antes de irnos de esta casa debemos hablar con la señora Norm y preguntarle sobre los espantapájaros. Luego buscar una correlación entre los hechos, ya que en las fotografías - dijo volviéndolas a sacar - Lucile Stevenson se encontraba saliendo, parece que ajetreada y algo preocupada de la tienda del señor Elmore. Ambos asesinados ahora. Luego está Bale, el banquero, que no le concedió el crédito necesario al señor Hill... no se por donde seguir, la verdad. Una vez vayamos con Hill de nuevo, ¿qué le preguntaremos entonces? ¿podemos acusarle de algo y llevarlo a comisaría?
Sacó su libreta de notas con una mano y leyó en voz alta el resumen de la muerte de los asesinados: - Bale, encontrado muerto por arma blanca curva y oxidada, muerte rápida; Elmore, muerto por hoja curva y oxidada, terriblemente dolorosa y larga su muerte, restos de astillas en sus manos y paja alrededor del cuerpo; el párroco, una sorpresa mortal acabó con su vida; Lucile muerta por arma blanca curva, no hay indicios de óxido. Sin embargo esta última pudo haber cambiado el arma homicida por otra guadaña, sabemos que Hill limpió la que le requisamos ayer, que pudo haber sido arma de los asesinatos anteriores. La muerte del párroco pudo haber sido causada por la impresión del asalto del asesino, disfrazado de espantapájaros y con intención de matarlo, y al ver que murió antes por el susto prefirió no seguir con ello, puede que por compasión al ser el párroco. La brutalidad sobretodo se ve en Elmore y Stevenson, puede que en ellos fuera algo más personal y sus fotos están relacionadas. - Suspiró profundamente, guardó de nuevo su libreta y terminó su argumentario - simplemente pienso en voz alta. Creo que era necesario un recordatorio de cómo vamos para ver si se nos ocurre algo más. ¿Ha llamado la Sheriff? ¿Sabemos algo del análisis de la guadaña que le dejamos? Si las pruebas marcan que había presencia de sangre y podemos cotejarla con la de alguno de los asesinados, podemos meter a Hill en comisaría para interrogarle como es debido.
Vale, me he rallado un poco con el post xd. Es que me dejáis personajes con obsesiones y me crezco. Lo importante es lo de negrita, por si queréis saltaros el resto jaja.
La noche, eternamente larga para algunos, había pasado cómodamente en la Casa para Huéspedes Norm. Un lugar pintoresco y decorado con un estilo colonial de dudoso gusto pero, en cualquier caso, hogareño. Evitando que le viesen bostezar y conocedor de las ojeras de su rostro, John Dwight apareció en la cocina de la casa duchado y perfectamente vestido, como acostumbraba a acudir al trabajo. Sus compañeros ya se encontraban sentado en su sitio, bebiendo café o comiendo unas pastas de aspecto delicioso que normalmente se hubieran servido con el té.
—Buenos días. Espero que hayáis podido descansar —se sentó en uno de los lugares libres de la mesa y siguió hablando—. Necesitamos trazar un plan de actuación para este día. Por mi parte creo que el señor Hill aún nos tiene mucho que decir... ¿Qué opináis? ¿Le hacemos otra visita o tenéis una idea mejor?
Por encima de cualquiera de sus compañeros sobresalía un impecable Jules Sullivan. Su traje negro, con corbata a juego y una camisa gris para provocar un ligero contraste y unos zapatos en los que se hubiera reflejado la luz de una vela, daban cuenta de su cuidado en el vestir. Su cara, reluciente, y su barba negra perfectamente cuidada hacían pensar en él más como un modelo que como un investigador. Sin embargo, una mente prodigiosa, sólo comparable a la Dwight, se escondía tras una apariencia de príncipe europeo. Su color oscuro de piel jugaba a su favor, dándole un aspecto aún más elegante.
—Creo que antes de irnos de esta casa debemos hablar con la señora Norm y preguntarle sobre los espantapájaros —su mirada se escapó hacia alguna de las figuras de la casa—. Luego buscar una correlación entre los hechos —siguió mientras las sacaba de su bolsillo—, ya que en las fotografías Lucile Stevenson se encontraba saliendo, parece que ajetreada y algo preocupada, de la tienda del señor Elmore. Ambos asesinados ahora. Luego está Bale, el banquero, que no le concedió el crédito necesario al señor Hill... —dudó un instante—. No sé por dónde seguir, la verdad. Una vez vayamos con Hill de nuevo, ¿qué le preguntaremos entonces? ¿Podemos acusarle de algo y llevarlo a comisaría?
Se hizo un pequeño revuelo de opiniones entre los investigadores, generalmente callados ante las reflexiones de sus cabecillas, que se cortó de improviso cuando entró la señora Norm. La anciana, de aspecto amable y cordial pero mirada severa, estaba encantada por tener cuatro habitaciones ocupadas por personas de tanta importancia. Se veía, no obstante, que la obsesión por la limpieza y el orden de Jules Sullivan y la educación de John Dwight, les hacía favoritos a sus ojos. Especialmente el forense negro del FBI.
—Espero de corazón que hayan descansado bien, agentes, y que el café sea de su agrado.
—Desde luego —respondió Peter Johnson—, tiene un sabor exquisito. ¿Quizá tiene unas gotas de leche condensada?
—En efecto, joven. Estoy sorprendida… No pensé que los ciudadanos cosmopolitas estuvieran tan atentos a los detalles.
Aprovechando la mención de la palabra «detalles», Sullivan aprovechó para preguntarle a la señora Norma por los espantapájaros que adornaban su casa. Omitió dar su opinión acerca de lo espantoso de algunos de ellos, pero sí quiso saber más detalles.
—Oh, los espantapájaros… —la mujer sonrió—. Verán, se trata de unas figuras que compré en una tienda llamada «Cosas curiosas» que se encuentra en… —la mujer pareció dudar—. Bueno, está a las afueras del pueblo, pero ahora mismo no sabría decirles dónde es. El caso es que estuve allí un día acompañando a la señora Stevenson, que en paz descanse y Dios les ayude a ustedes a detener a su asesino. El dueño de la tienda, un hombre un tanto curioso, nos aconsejó comprar figuras de espantapájaros para la buena suerte. Lucile no compró ninguna, pero yo me traje un buen montón de ellas. Tras unos días, regresé para comprar unas cuantas más porque me gustaron mucho. Ese segundo día me crucé con el loco ese de Hill, pero no quise que eso me amargase el día. El viejo me saludó amablemente y me vi obligada a responder del mismo modo, a pesar de que no me resulta simpático por su comportamiento con todo el mundo. Ese día él salía de la tienda y…
En ese momento sonó el teléfono móvil de Dwight.
—Aquí el agente Dwight.
—¡Señor, por favor! ¡Tiene que venir! —John escuchó la voz desgarrada de Patty Wilson, la secretaria de la Sheriff.
—Cálmese, Patty, ¿qué sucede?
—¡La Sheriff! —grita a través del teléfono—. ¡Han asesinado a la Sheriff!
Cuando Sullivan apareció en el comedor no dejé de sorprenderme una vez más por su aspecto, tan pulcro y perfecto. Yo no es que tuviera un aspecto desaliñado ya que, sin tener la obsesión del forense, también procuraba mostrar una buena imagen. Aunque las ojeras no dieran una buena impresión de mí.
Escuchaba con atención las opiniones del forense. Era algo que me gustaba hacer pues cada uno de mis compañeros tenía un punto de vista que podía desvelar alguna pista que a los demás nos hubiera pasado por alto. Era una sana costumbre ya que éramos un equipo.
—Me parece buena idea preguntar a la señora Norm. Ella quizás nos pueda dar algún detalle más sobre las víctimas, algo que tuvieran en común.
Pero cuando el tema volvió a centrarse en Hill y el forense hizo repaso a las víctimas, me quedé pensativo un segundo mientras aprovechaba para dar un trago del café que me había servido. Un café negro y sin azúcar que me vendría muy bien después de las pocas horas dormidas.
—Lo único que podríamos tener para detener a Hill, y retenerlo algunas horas, sería desacato a la autoridad… Pero creo que no merece la pena —dije, negando con la cabeza para corroborar mis palabras—. Y no, la sheriff aún no se ha puesto en contacto con nosotros… Por ahora no tenemos ningún resultado.
Contestaba tan escuetamente a los comentarios de Sullivan que más parecía un robot que el agente que debería ser. Suspiré frustrado. Aquel caso no parecía tener ni pies ni cabeza y estaba convencido que la solución la teníamos delante de las narices, pero no éramos capaces a verla. El bosque no te deja ver los árboles, resonó en mi cabeza.
Pero la conversación que nos traíamos entre manos se vio interrumpida por la dueña de la casa de huéspedes. Después de saludarla como correspondía, escuché las respuestas que Sullivan le hacía, tomando buena nota de sus comentarios en especial del nombre de esa tienda donde había comprado las figurillas. Una visita a ese lugar quizás les aportara algo de interés.
Iba a hacerle algunas preguntas a la amable señora cuando mi teléfono comenzó a vibrar. Por un instante me imaginé que sería la sheriff pero, para mi sorpresa, se trataba de su secretaria. Fruncí el ceño al notar el nerviosismo de la mujer, que gritaba histérica, y me temí lo peor… Quizás una nueva muerte de algún vecino o algo parecido.
Sin embargo, cuando vi confirmada mi sospecha y escuché quién era la víctima, mi rostro perdió por completo el color y a punto estuvo el teléfono de caer al suelo.
—Tranquila Patty. ¿Dónde se encuentra? ¿En comisaría? Ahora mismo vamos para allá… No toque nada ¿de acuerdo? Y no permita que nadie se acerque a curiosear —ordené antes de colgar la llamada.
Me giré hacia mis compañeros y les hice un gesto con la mano que indicaba que debíamos irnos. No quería que la señora Norm se enterara aún de lo sucedido ya que, casi con toda seguridad, medio pueblo lo sabría antes de que llegáramos a comisaría.
Ya en el exterior le di explicaciones al resto del equipo.
—Han asesinado a la sheriff —dije, mientras me dirigía directamente hacia la comisaría.
—Vamos —dijo de forma seca y sombría Jules, acompañando a sus compañeros saliendo de la cocina—. Bueno, un momento señores —dijo, y se giró hacia la señora Norm—. Señora, ¿qué quería decirnos sobre lo que pasó cuando Hill salió de la tienda y la vio a usted?
Esperó una respuesta de la señora Norm y cuando la hubo recibido salieron dirigiéndose hacia el coche. Al subir, Jules le preguntó a Dwigtht:
—¿Sabemos algo más además de que han asesinado a la Sheriff? ¿Ha comentado algo su secretaria sobre las pruebas que pedimos sobre la guadaña?
Sonó el motor del coche, rechinaron las ruedas y sobre una humareda provocada por el viejo y destartalado sistema de escape de gases, pusieron rumbo a la comisaría.