La situación se había descontrolado de una manera impredecible. La llamada de teléfono de la secretaria de la Sheriff anunciando que esta última había muerto asesinada había supuesto un jarro de agua congelada para John Wright y, aunque menos afectado, también había sorprendido a Sullivan. Quizá Joanne Baker era la última persona del pueblo que se imaginaban que sería asesinada. El problema era que este imitador del «asesino de la Polaroid» parecía ser tan escurridizo como el original y aún más salvaje.
Tras haberle indicado a Patty que no tocase ni el cuerpo ni nada del escenario del crimen, que era la comisaría, Dwight había comenzado a caminar a pasos agigantados hacia la puerta. Sullivan, sin embargo, tenía una última pregunta que hacer antes de irse.
—Señora, ¿qué quería decirnos sobre lo que pasó cuando Hill salió de la tienda y la vio a usted? —preguntó rápidamente.
La anciana señora, que había escuchado la conversación, tardó unos segundos en responder mientras sus ojos estaban abiertos como platos vacíos.
—El señor Hill… —dijo y tuvo que aclarar su garganta para seguir hablando—. Perdón… El señor Hill había comprado un espantapájaros del tamaño de una persona y lo llevaba a cuestas. Cuando nos cruzamos me golpeó con él, aunque me pidió perdón, cosa extraña en él… Sólo me llamó la atención… Yo… —y no pudo decir nada más.
Ambos hombres comenzaron a correr hacia el coche. Ya habría tiempo de analizar si esa información era pertinente o no. Sullivan se sentó en el asiento del conductor, consciente de que Dwight pudiera estar demasiado impresionado para llevar el auto de manera correcta. El resto montaron detrás en silencio, sorprendidos por todo lo que estaba sucediendo y sin atinar a dar una sola idea que pudiera servir de ayuda. Sólo Salina Sparks dijo lo que todos estaban pensando.
—Aquél día Hill compró un hombre de paja —murmuró recordando las palabras del niño tras el asesinato de Lucille.
Pero ¿qué clase de relación podía haber entre un muñeco de paja para el campo y una serie de asesinatos brutales?
—¿Sabemos algo más además de que han asesinado a la Sheriff? —preguntó Sullivan mientras iba esquivando a algún peatón desacostumbrado a los vehículos a gran velocidad en Ashville—. ¿Ha comentado algo su secretaria sobre las pruebas que pedimos sobre la guadaña?
—No, Sullivan, lo siento. No ha comentado nada porque tampoco he podido preguntar nada.
Al llegar a la oficina de la Sheriff, Patty está fuera y les informa, fuera de sí, que Fred no está porque es su noche libre y se ha acercado a Joshua Tree a desconectar un poco de los espeluznantes sucesos
ocurridos últimamente. Ella misma ya habría terminado su jornada laboral hacía tiempo, pero se fue a su casa a recoger unos archivos que había dejado allí. Según se acercaba a la oficina, escuchó unos terribles gritos procedentes del interior de esta y un disparo. También vio a un hombre de figura extraña alejándose a toda velocidad por el camino en dirección al exterior del pueblo.
Al entrar, el cuerpo de la Sheriff estaba tirado en el suelo, boca arriba, en un enorme charco de su propia sangre. Su abdomen había sido perforado con un objeto largo y afilado y parte de las vísceras se encontraban a los lados del cuerpo. Y en su frente, una Polaroid en la que se la podía ver a ella hablando con los agentes del FBI, que aparecían ligeramente desenfocados en un segundo plano. Parecía haber sido tomada el día anterior, durante la investigación posterior a la muerte de Lucille.
—Corría a toda velocidad —dijo Patty—. Demasiado rápido para un hombre ordinario. Debía ser un deportista o algo así —estaba temblando—. Llevaba un sombrero y una gran hoz en una de sus manos… creo que en la izquierda…
Dwight y Sullivan recordaron, inmediatamente, que el asesino de la Polaroid original era zurdo.
—Y mientras corría, dejaba caer… esto… —Patty abrió su mano derecha lentamente y mostró a los investigadores varias briznas de paja.
El teléfono de Dwight comenzó a sonar en ese momento.
Número desconocido.
Hasta mí había llegado la respuesta de la señora Norm a la pregunta del forense. Desde luego era un dato curioso y yo ya tenía en mente visitar al dueño de la tienda de los espantapájaros. Pero, por desgracia, esa visita tendría que esperar ya que el asesinato de la sheriff era algo más grave y urgente.
Tal y como me temía, allí estaba la maldita fotografía sobre el cuerpo de la víctima. Mientras miraba la imagen, escuchaba la explicación de Patty, preguntándome si no seria una declaración de intenciones que en la fotografía saliéramos también nosotros. Aunque miré el cuerpo, ya me imaginaba que su muerte habría sido producida por un arma cortante como un guadaña.
Pero algo en las últimas palabras de Patty le hizo prestar toda su atención en la mujer.
—¿Esta segura? ¿En la mano izquierda?
Aquello era más de lo que podía soportar. Todo parecía apuntar al asesino de la polaroid, pero todos sabíamos que eso era imposible. El asesino estaba entre rejas.
—Una guadaña, una hoz... —Me había girado para mirar a Sullivan el cual ya se ponía manos a la obra con el cuerpo de la sheriff—. Desde luego tiene que ser un granjero, aunque en este pueblo... todos pueden ser sospechosos. Y Hill... Joder, dudo mucho que ese viejo pueda correr muy rápido.
Justo cuando iba a coger las briznas de paja que Patty nos enseñaba, lo que afianzaba la idea de que el asesino se disfrazaba de espantapájaros, noté cómo el teléfono vibraba en mi bolsillo.
—Un segundo... —dije a modo de disculpa mientras sacaba el móvil. Fruncí el ceño al ver un número desconocido, esperaba que quizás fuera el jefe pero...—. Agente Dwight —contesté nada más descolgar.
Jules se acercó a revisar el cuerpo de la Sheriff. - Pobre mujer... con lo joven que era, buscando al asesino y tuvo que acabar así. Que injusto es el mundo... - pensó mientras miraba detenidamente buscando más pruebas además de las que ya conocían - la incisión curva provocada por, posiblemebte, otra guadaña.
- ¿Dónde se encuentra la guadaña que mandamos a revisar? no quiero pensar que el asesino haya venido, cogido la guadaña y matado a la Sheriff con ella.
Al ver que le habían llamado a Dwight, se quedó en silencio esperando alguna respuesta.
- Si es el asesino o un sospechoso, pon el altavoz y lo escuchamos todos. Si es el jefe... no quiero saber nada de momento. - dijo lamentándose de tener que explicar algo así.
La voz al otro lado del teléfono era fría como el hielo y tan carente de mociones como una lápida. Tal y como John Dwight se había temido, el interlocutor no era otro que el despiadado Arthur D. Lewis. Su timbre al hablar era nítido, como si no estuviese utilizando un medio artificial para hablar con el detective veterano. Casi podría decirse que le tenía situado al lado, hablando directamente a su oído.
—Hola, agente Dwight—su tono era siniestro y destilaba superioridad y engreimiento—. Parece ser que acaban de sufrir otra pérdida más. ¡Cuánto lo siento! —exclama sin emoción alguna—. Hoy el karma se está dando plenamente la vuelta, Dwight. Mi talento se ha perfeccionado con la práctica y ni siquiera los barrotes de esta celda son un impedimento para retener mi talento.
Dwight estaba temblando. Su mano derecha, la que sudorosamente sujetaba el teléfono móvil, era la parte de su cuerpo que más espasmos sufría. Todo su mundo se estaba precipitando sobre él como si un gigantesco sumidero hubiera tragado todo el fango del universo y se lo estuviese vertiendo encima.
—Los he visto —afirmó con descaro—. Cuando investigaban el caso de la fallecida señora Stevenson estaban ustedes todos juntos. Qué hermosa imagen daban. Un grupo de agentes del FBI y una Sheriff local y ninguno es capaz de hacer nada. ¡Y no podrán! Estoy allí, con todos ustedes, pero no podrán verme. ¡Y por eso mismo los voy a matar a todos! Mis chakras reciben toda la energía del universo y la rueda kármica está de mi lado.
En ese momento, la agente Sparks se acercó a su superior y observó con detenimiento el teléfono. No vio ninguna luz que indicase que se estaba llevando a cabo una conversación. Prestó atención tratando de escuchar al interlocutor que había dejado en ese estado débil y tembloroso al siempre genial John Dwight, orgullo de su promoción. Nada. A todos los efectos, no estaba ocurriendo absolutamente nada.
—Señor… Dwight… —interrumpió Selina—. ¿Con quién está hablando?
Pálido, tembloroso, Dwight separó el teléfono de su oreja y miró la pantalla con incredulidad: en ella aparecía la hora, la fecha, la compañía telefónica y una imagen de fondo con las letras FBI, pero nada que hiciera suponer que había alguien al otro lado de la línea. Volvió a ponerse el teléfono en la oreja y, en esa ocasión, ya no escuchó absolutamente nada.
Peter Johnson se asustó ante lo que claramente parecía un suceso extraño y una actitud impropia del agente que para él era un referente. ¿Estaba perdiendo la cabeza su superior jerárquico? No era posible. Dwight podía con lo que le echasen encima y ya lo había demostrado.
—Señor, ¿se encuentra bien? —preguntó Peter, visiblemente preocupado—. ¿Necesita algo?
Jules Sullivan tampoco había tenido la ocasión de ver o escuchar nada salvo el timbre inicial, y tras eso había confiado en que se estaba produciendo una conversación, pero la situación producida le estaba haciendo dudar.
El resto de agentes sólo ha escuchado el timbre inicial, el resto de la supuesta conversación sólo ha sido escuchado por Dwight, deja al agente veterano en una posición algo comprometida.
Según lo indicado por la único testigo del crimen, el objeto con el que se había cometido el asesinato de la Sheriff se trataba de una hoz. Pesquisas posteriores darán el resultado de que la guadaña ha sido enviada al laboratorio y se encuentra allí a salvo en espera de su procesamiento.
La reacción de responder, sin usar el altavoz, por parte de Dwight es instintiva y, probablemente, porque ya suponía quién podría ser el interlocutor. No ignoró deliberadamente la petición de Sullivan sino que, sencillamente, no la escuchó. Por lo tanto, Sullivan no ha escuchado nada y, a todos los efectos, para él ni siquiera ha existido esa conversación que no ha quedado registrada en el móvil salvo como una «Llamada entrante» de duración 0.00 segundos.
—¿Quién era, Dwight? ¿Algo que debamos saber sobre lo ocurrido?
Jules seguía acuclillado observando el cuerpo mientras le preguntaba a John por aquella llamada que parecía bastante sospechosa en el momento indicado: cuando habían encontrado el cuerpo.
Se hizo un silencio que puede que sólo durara unos cuantos segundos pero que, con un cadáver esperando y el nerviosismo creciente del grupo, especialmente del agente especial Dwight, al cargo de la investigación, pareció durar una eternidad. Salina Sparks parecía deseosa de decir algo, pero parecía no atreverse a hablar. Dio un pisotón al suelo con fuerza y pareció arrancar al fin.
—¡Pero no ha recibido ninguna llamada! —exclamó la agente mirando alternativamente a John Dwight y a Jules Sullivan—. Sí, el teléfono ha sonado, pero después de eso se ha apagado de nuevo y... ¡no sé qué estaba haciendo el agente Dwight!
Eso era algo que también le constaba a Jules Sullivan, pero no estaba seguro hasta ese momento. Peter Johnson, por encontrarse en mala posición con respecto al teléfono, no había visto nada.
Era capaz de sentir cómo la sangre desaparecía de mi cara cuando escuché la voz al otro lado del teléfono. Aunque ya tenía una sospecha de quién se podría tratar, oír aquel timbre tan frío, tan arrogante y... tan conocido, solo consiguió que mi estado de ánimo cayera en picado. Temblaba, no sabía si de miedo o de rabia, pero las palabras de Lewis habían conseguido alejarme de la realidad para adentrarme en un mundo que yo deseaba dejar atrás.
Era incapaz de reaccionar, ni siquiera pude contestar al hombre que tantos problemas y desgracias había traído no solo a mi vida sino a la de tantos otros, incluido mi compañero Peter. No entendía cómo había podido realizar aquella llamada y, lo peor de todo, no comprendía cómo era posible que supiera lo que estaba pasando con tanta rapidez. Tenía que descartar que tuviera un cómplice dentro de la cárcel porque nadie, absolutamente nadie, sabía lo sucedido salvo las personas más allegadas. Entonces... ¿Cómo? ¿Como coño lo sabía?
Fueron las palabras de mis compañeros las que me sacaron de aquell abstracción que solo conseguía hacerme más daño, pero en especial fue la incredulidad de la novata la que me hizo reaccionar. Miré la pantalla para comprobar receloso que ninguna llamada había sido registrada. ¿Me estaría volviendo loco?
—Era... —Me detuve nada más comenzar. ¿Cómo iba a explicarles que alguien que se encontraba a kilómetros, completamente aislado en una cárcel, me había hecho una llamada que no había quedado registrada? Sin duda iban a pensar que definitivamente había perdido la cabeza—. Era Lewis pero... No sé cómo lo ha hecho. No tengo ni idea cómo ha podido estar hablando conmigo y que la llamada no haya quedado registrada. Pero era él.
Estaba sudando y notaba cómo el nerviosismo y la preocupación comenzaba a dominar mi ser. No podía ignorar la desconfianza de mis compañeros y podía entenderlos; en su misma situación yo tambien tendría dudas sobre un superior traumatizado que hubiera recibido una llamada fantasma.
—Sabía todo lo que está ocurriendo aquí. Incluso dijo que nos podía ver... Sabía que nos encontrábamos todos en la habitación de la señora Stevenson... Dijo algo sobre unos chakras y la energía del universo... Que la rueda kármica está de su lado...
Me pasé la mano por la frente dándome cuenta, al escuchar mis propias palabras, que aquello no tenía sentido. Quizás fuera el cansancio o la tensión, y seguramente lo que necesitaba era descansar un poco. Pero no podía; no mientras no descubriera al culpable de esos crímenes.
—Sullivan, ¿puedes añadir algo más sobre la sheriff? ¿Habéis encontrado algo relevante? —pregunté a mis compañeros, obligándome a volver a la cruda realidad y tomando de nuevo el control sobre la situación—. Cuando terminemos aquí me gustaría pasarme por la tienda donde venden los espantapájaros.
A pesar de intentar mantener la calma lo mejor que le es posible realizando preguntas a diestro y siniestro, especialmente a Sullivan su hombre de confianza, resultó evidente para todos que Dwight no estaba pasando su mejor momento. Junto a los cuatro agentes se encontraba el cuerpo de la Sheriff, Jeanne Baker, destrozado por el mismo asesino que había traído la muerte a Ashville. Todos los elementos estaban puestos ya sobre el tablero de juego, aunque era muy probable que no pudiesen dar con lo fundamental si esto escapaba a toda lógica.
—Señor… —comenzó Peter Johnson—. Sé que quizá no es el momento más adecuado y que lo que voy a decir es una completa locura pero…
El joven se interrumpió y parecía dispuesto a no seguir hablando, pero algo tiró de su interior y logró romper el silencio y la vergüenza que lo atenazaba.
—Verá, señor, cuando comencé en el cuerpo, al dejar el ejército, me asignaron a un caso donde el asesino sabía en todo momento donde estaban mis compañeros —siguió hablando algo más calmado—. Quizá haya oído hablar de ello. Se le llamó el caso del «coleccionista» porque…
En ese momento Salina Sparks le interrumpió. Había recordado algo relacionado con un caso así en el que ella había participado.
—¿El «coleccionista»? —preguntó, pero prosiguió sin esperar respuesta—. ¿La masacre del apartamento de ese pintor… Christian Starker? ¿Estabas asignado a ese caso, Johnson?
El hombre asintió mientras todos escuchaban impacientes, deseosos de saber la relación de ese caso con el que se estaba desarrollando tan accidentalmente en Ashville y que había conllevado tantas víctimas, testigos y damnificados en tan poco tiempo.
—Algo entró en el apartamento mientras un grupo de personas de clase alta contemplaban los cuadros de un pintor muy prometedor —explicó el joven con cierto nerviosismo—. La conclusión a la que llegamos es que sólo algo de gran tamaño, enorme peso y que hubiese aparecido de pronto en la habitación pudo causar esa carnicería en tan poco tiempo.
—Leí el informe —siguió Sparks—. Eso era imposible. Sé que tomaron el molde de huellas de decenas de pies desnudos… y sé lo de la pintada en la pared…
—Ponía «Cairat». Nunca supimos quién o qué era el Cairat, pero algunos de los cadáveres estaban destrozados como sólo podría hacerlo un animal del tamaño de un hipopótamo, o un elefante. Había decenas de dentelladas y arañazos que sugerían que los autores materiales del crimen no eran menos de una treintena de personas.
—Peter, eso no podía ser… —insistió Salina.
El joven se quedó en silencio y miró al cadáver de la Sheriff durante unos segundos. Nunca lo diría, aunque Dwight probablemente pudiera intuirlo, pero al joven le había gustado la Sheriff Baker. Se había tomado su muerte como algo muy personal. Tanto como para hablar de un caso que nunca había comentado con nadie.
—Yo no sé si pudo ser o no —dijo, repentinamente serio y tranquilo—. Sólo sé que a veces las explicaciones, pese a ser lógicas, se salen de la normalidad. Sé que ese viejo ha matado a toda esta gente, y creo que todos nosotros lo sentimos en los huesos. No tenemos pruebas materiales… y no creo que las vayamos a tener… pero eso no significa que no haya sido él.
—¿Qué estás insinuando? —preguntó Salina.
—Compró un espantapájaros antes de los crímenes… y en todos los escenarios de los crímenes había restos de paja —tragó ruidosamente saliva—. Sé cómo suena lo que estoy diciendo pero… ¿acaso es que tienen ustedes alguna idea mejor?
Pensativo, Jules quedó observando fijamente a Dwight sin ningún miramiento, con semblante firme y serio. No pretendía intimidarle, pero aquella era su expresión cuando se intuía algo que no le gustaba, como si de un animal se tratase olfateara a su presa antes de saber si era correcto atacar o no. - No hay más que añadir a la muerte de la Sheriff - respondió el forense a Dwight a su pregunta. En ese momento, se levantó utilizando solo las piernas y se acercó a su compañero, tan cerca que podría incluso contar las gotas de sudor que ahora mismo corrían por su rostro, quizás por el shock de aquel evento.
- ¿Qué sucede Dwight? ¿Está todo correcto? - dijo intentando obtener una reacción - estarás de acuerdo en que no es normal recibir una llamada y no quede registrada en el teléfono. Estos cacharros a veces fallan... pero sí, es de lo más extraño. - hizo otra pausa, se quedó mirando la expresión de su compañero, buscaba algún síntoma que le hiciera pensar en aquello que no quería pensar, pero que ya se encontraba en su cabeza. Algún tic nervioso, alguna pauta/palabra o expresión en su diálogo... - sabes que puedes contar conmigo si necesitas hablar, ¿verdad? - esto último se lo comentó casi al oído, pretendiendo que el resto no lo escuchase.
Al escuchar los pensamientos de su compañero Peter volvió en sí. ¿Hill era culpable? lo más probable fuera que sí. Sin embargo, sin pruebas fehacientes no podrían siquiera detenerlo para hacerle más preguntas o requisarle más objetos. Además, la lógica le decía que las cosas no pasan porque sí, tienen siempre alguna explicación. Seguía manteniendo la culpabilidad de Hill, pero no como autor principal de los hechos, sino como orquestador, puede que estuviera equivocado en sus suposiciones, pero ahí se quedaba todo... en suposiciones.
- No sabemos por qué Hill compró aquel espantapájaros. Puede que el asesino también se la tenga jurada a él y sea el mismo que le robó la guadaña. Pudo haber pasado lo mismo con el espantapájaros para incriminarle. Sin embargo, ese viejo vejestorio apesta a culpabilidad. Por cierto - se dirigió ahora a la Secretaria de la Sheriff - ¿no tenéis cámaras aquí?
Tirada oculta
Motivo: Psicología
Tirada: 1d20
Resultado: 20(+9)=29 [20]
Hola máster, mi intención es saber qué le ocurre a John o por lo menos intuirlo. He hecho una tirada por si es necesaria, tú dirás si sé algo o no (nada personal John jje).
Patty se giró hacia Sullivan y pareció no entender la pregunta. Algo muy normal encontrándose en un claro estado de shock como el que estaba padeciendo. Parafraseó la frase del agente forense como tratando de entender algo dicho en un idioma extranjero y al fin se encontró con la presencia de ánimo suficiente como para responder.
—¡Sí! ¡Sí! Hay una en la pared de la comisaría... pero no sé si estaría grabando en el momento de... —le falló la voz y tardó unos segundos en volver a hablar—. Podemos revisarlo, aunque era la Sheriff quien se encargaba de ello... la verdad es que no sé si sabré...
Peter Johnson trató de hablarla de la manera más tranquila que le fue posible. La mujer podía echarse a llorar en cualquier momento o, en el peor de los casos, caer en una crisis nerviosa y ya no ser útil ni para los demás ni para ella misma. Por suerte para todos, eso no sucedió.
El ambiente en la oficina era irrespirable con el cuerpo de la Sheriff aún tirado en el suelo y cubierto con una sábana que, al ser blanca, marcaba manchas de sangre creciente que no hacían sino provocar una escena dantesca que no ayudaba a ninguno de los presentes. Los curiosos se habían arremolinado en el edificio de comisaría y Salina Sparks se había encargado de mantenerlos fuera del lugar.
Patty estaba manejando el vídeo de vigilancia de manera algo más hábil de lo que cualquier de los presentes, incluida ella misma, hubieran podido prever. El olor de los alientos de las cuatro personas se acumulaba en la sala de vigilancia (llena con algunos cubos de fregar y productos de limpieza) que parecía no usarse casi nunca. Quizá jamás.
Mientras la cinta pasaba a cámara rápida y dos líneas horizontales estropeaban ligeramente el visionado, una sombra entró rápidamente en la comisaría.
—¡Ahí! —exclamó Peter Johnson—. Vuelva atrás, por favor… más o menos a las 10:35.
La mujer hizo lo que se le ordenaba lo más exactamente que fue capaz y puso el vídeo en velocidad normal. En la pantalla aparecía una figura que, rápida como una exhalación, entraba en la comisaría. Se podía distinguir que llevaba ropas de calle, algo que le cubría la cabeza y algo que brillaba en la mano. Desapareció en el interior de la comisaría.
—Necesitamos verlo más despacio… —dijo Johnson—. ¿Es posible en este equipo?
—La verdad es que es antiguo, pero sí se puede, agente…
Rebobinó de nuevo y, colocando el temporizador en 10:35, le dio al botón de reproducción dejando la velocidad de avance a un 25% de la velocidad normal. Y allí estaba el asesino, extraño pero reconocible como el destino. Llevaba ropas de leñador, con una camisa roja a cuadros y un pantalón andrajoso de pana. Un sombrero algo anticuado cubría su cabeza y en la mano izquierda llevaba una hoz tan afilada y bruñida que brillaba bajo el sol naciente del día.
Lo más extraño de todo fue cuando levantó la vista durante una décima de segundo como para mirar la cámara, aunque era imposible saber si la había visto o no. Por que esa figura no tenía rostro, sino tan sólo un viejo saquillo de estraza con dos botones cosidos donde deberían estar los ojos y una línea pintada donde la boca tendría que haber tenido su abertura. De haber una persona bajo esa máscara era imposible que pudiera ver desde el interior.
Salina Sparks, que acababa de entrar en ese momento, miró a la pantalla sin comprender el contexto de la imagen congelada que en ella se mostraba.
—Se parece mucho… pero en grande… a los espantapájaros que compró la señora Norm en la tienda esa donde se cruzó con el señor Hill. ¿Por qué aparece en ese monitor?
Sullivan conoce buena parte del historial de John Dwight. Sabe que es un héroe que detuvo al «asesino de la Polaroid» original pero que cayó en una profunda depresión a causa de que buena parte de su equipo murió o fue mutilado por ese monstruo. Ha estado en tratamiento psiquiátrico y ha conseguido recuperar la normalidad, aunque se siga sintiendo culpable de lo sucedido. En el fondo, lamenta no haber podido matar a Arthur D. Lewis, aunque su respeto por las reglas es casi religioso. Aquí se unen, por tanto, el conflicto de querer tomarse la justicia por su mano contra la obsesión por el cumplimiento de la ley. Ese conflicto le afecta, como es lógico.
Por otro lado y atendiendo al presente, la llamada que ha recibido ha sido real para él. Esto es: ha reaccionado genuinamente como si hubiera sido real. Lo cierto es que el hecho de que haya habido una llamada entrante y que hasta ese momento él tuviese un comportamiento normal debería servir para que Sullivan le diera un voto de confianza a Dwight. Aunque, claro está, eso es algo que eliges tú como jugador. Podemos saber, eso sí, que la reacción del agente veterano ha sido la misma que cuando hablasteis con Lewis en prisión. Todo ha podido ser fruto de un trastorno o de alguien que quiere que lo penséis. O, peor aún, ha podido ser algo real... pero inexplicable.
Intentaba recuperarme de la desagradable sensación que aquella llamada, la misma que mis compañeros aseguraban que no había recibido, me había dejado. Tenía que centrarme en el caso que nos ocupaba y no dejarme llevar de nuevo por los temores, la angustia y el sentimiento de culpa del caso de la Polaroid me había causado durante tanto tiempo. No podía permitirme caer de nuevo en otra depresión que, con toda seguridad, me hundiría para siempre. Tenia que recomponerme, por el bien de mis compañeros y por el mío, y repetirme una y otra vez que no me estaba volviendo loco.
—Lo sé Sullivan. Gracias —respondí a las palabras del forense, impregnando en ellas toda la sinceridad de la que era capaz. Porque respetaba a mis compañeros, les apreciaba y no quería defraudarlos. Sabía que se preocupaban por mí y yo tenia que responder con la misma moneda.
Por muy terrible que pareciera, mirar el cuerpo de la sheriff desangrándose me hizo volver del todo a la realidad y conseguí la calma necesaria para escuchar las teorías de Johnson y los comentarios de Sparks. Lo que Peter decía sí parecía una locura, pero a esas alturas y después de recibir aquella extraña llamada que no había quedado reflejada en el teléfono, ya empezaba a creer cualquier cosa.
—A estas alturas ya me creo cualquier cosa. Lo único que deseo es coger al asesino, sea alguien real o un fantasma —añadí, sorprendiéndome ante la pregunta de Sullivan sobre las cámara. Tan impactado había quedado con la muerte de la sheriff y la llamada que había recibido que ni siquiera me había dado cudenta de ese detalle—. Tapemos el cuerpo —dije al saber que los curiosos ya se estaban arremolinando— y vayamos a ver qué nos dicen las cámaras.
Pero lo que nos mostraba solo parecía ahondar en la suposición de Johnson y reafirmaba mi intención de ir a visitar la tienda de las afueras, aquella que vendía los espantapájaros. Me pasé una mano por la cara denotando el cansancio que tenía y buscando la tranquilidad que tanto necesitaba.
—¿Estás segura Salina de que son el mismo tipo? —pregunté a la joven, aunque no dudaba de lo que estaba diciendo más bien era una manera de autoconvencerme—. Tenemos que hablar con el dueño de la tienda.
Asombrada ante la reacción de Dwight, y más teniendo en cuenta que hacía unos instantes parecía estar pasando por una crisis, Salina escuchó la pregunta de su superior y respondió a pesar de saber que únicamente se trataba de algo retórico. Sin embargo le parecía adecuado cimentar en estos momentos las suposiciones de su jefe de grupo.
—Estoy totalmente convencida, señor, son los mismos tipos de muñecos —respondió con firmeza—. La señora Norm dijo que la tienda se llamaba «Cosas curiosas» y que allí se tropezó con el señor Hill.
Salina intercambió unas miradas con Peter Johnson, que tan sólo estaba pendiente de lo que su jefe podría decir y las palabras de Sullivan, el otro veterano investigador, cuyas deducciones eran tan acertadas con las del propio Dwight, pero que además solía encontrarse algo más tranquilo que el primero por su especial carácter.
—Hablar con el dueño de la tienda —parafraseó Sparks un par de minutos después de haberlo escuchado—. Por supuesto. Debemos ir hacia allá... —Su mirada se desvió de nuevo hacia Jules Sullivan esperando una confirmación.
Parecía evidente que empezaba a perder la seguridad absoluta que había tenido en John Dwight al comienzo de la investigación pues este se estaba revelando como alguien menos incólume de lo que ella había supuesto originalmente tras el caso del "Asesino de la Polaroid" original.
—Vayamos, pues —sentenció Jules al ver los espantapájaros. Antes de salir procuró tapar el cuerpo, ya parecían estar llegando los de la ambulancia que se la llevarían, pero como dijo Dwight no deberían ir dejando cuerpos al aire para que se pusieran a hacerles fotos por doquier gente que no debería.
Salieron de la oficina de la Sheriff y se dirigieron al coche, no sin antes preguntar a la secretaria dónde se encontraba la tienda de espantapájaros. Y hacia allá marcharon, con el ruido del motor encendiendo y un incómodo silencio sobre lo acontecido de buena mañana. Puede que Jules fuera el único incómodo, sería por su obsesión de intentar controlarlo todo y, como esto se estaba yendo de las manos... con el ceño fruncido subió al coche y quedó mirando a la nada durante un rato, pensando en qué se encontrarían en la tienda de espantapájaros. - Espero que no sea otro idiota como aquel Hill. A todo esto...
—¿De casualidad hemos preguntado por parentescos del Sr. Hill? Hijos, sobrinos... y no tiene por qué ser sólo eso, trabajadores de su campo. Que sean jóvenes y ágiles como para ayudarle a colarse en casas y ser la mano ejecutora de todo esto. Ahora tenemos una imagen del asesino, por lo menos podemos discernir por altura y complexión.
Peter Johnson sacó una libreta de sus pantalones y releyó unas notas que había tomado a toda velocidad.
—Verán… estuve preguntando a Patty acerca de Hill, sólo por hacerme una idea de cómo era ese cascarrabias —dijo mientras buscaba la página concreta—. Me dijo que no se había casado nunca, probablemente por su carácter antisocial y su antipatía natural… y quizá, me comentó, porque en caso de divorcio tendría que repartir todos sus bienes con alguna sinvergüenza, como él decía. Por otro lado, no tiene parientes conocidos y, si los tuvo en algún momento, hace muchísimo tiempo que están todos muertos.
Salina Sparks miró a Peter y sonrió, aunque este no había tratado de ser gracioso en ningún momento y se limitó a leer lo que había escrito. Nuevamente echó un vistazo a algunas frases garabateadas por sus hojas y tomó de nuevo la palabra.
—Parece ser que estuvo mucho tiempo contratando jornaleros, gente del pueblo y de los alrededores —negó con la cabeza—. Les pagaba una miseria, así que poco a poco se ha ido quedando sin gente para trabajar sus tierras —reflexionó unos segundos—. Por eso solicito el crédito en el Banco Agrario, imagino… Quizá quería reactivar el negocio de nuevo.